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Escúchalo narrado por su autora
Relato
Hace unas noches salí con mi hermano a tomar unas copas. Era un martes cualquiera, la noche más calurosa del mes de agosto. Terminamos de cenar con mis padres y Álex propuso la idea. Estaba aburrido y yo también.
Tomamos el coche y fuimos a una terraza-bar de moda este verano. Cuando íbamos a entrar, mi hermano se encontró con unos compañeros universitarios y se paró a charlar con ellos. Pensé que se enredarían contando batallitas y no me apetecía escucharlas. Le dije que me adelantaba, que me buscara en la barra.
El local estaba envuelto en una neblina de luces de neón, un lugar perdido en las afueras de la ciudad, donde el tiempo parecía detenerse entre tragos de cerveza tibia y risas roncas. Caminé con el paso firme de quien sabe que no pertenece del todo, pero que tampoco se siente fuera de lugar. Mi cabello oscuro caía en ondas sobre los hombros, y el vestido negro que llevaba, ajustado, pero no demasiado, dejaba entrever la curva de mis caderas con cada movimiento.
El lugar estaba lleno, pero no abarrotado. Las mesas ocupadas por grupos de amigos, algunos jugando al billar en la esquina, otros inclinados sobre sus vasos como si el alcohol pudiera darles respuestas. Me acerqué a la barra, pedí un gin-tonic y me senté en un taburete alto, dejando que el murmullo del local me envolviera. Fue entonces cuando le vi.
Estaba al otro lado de la barra, esperando a ser atendido. Con cabello castaño revuelto y una barba de dos días, tenía esa clase de sonrisa fácil que invitaba a mirarlo más de una vez. Llevaba una camiseta gris que se tensaba ligeramente sobre los hombros, y sus manos, grandes y ásperas, jugaban con un encendedor que no parecía encender.
No pasó mucho tiempo antes de que nuestras miradas se cruzaran por primera vez. Luego aparté la mirada, fingiendo interés en mi bebida, pero el cosquilleo en la nuca me dijo que seguía observándome.
—Disculpa, ¿este taburete está ocupado? —dijo una voz grave, con un toque juguetón. Era él, ahora de pie junto a mí, con una botella de cerveza en la mano y esa sonrisa que parecía prometer problemas.
Le miré de reojo, dejando que el silencio se alargara un instante antes de responder.
—Solo si tú lo quieres —respondí.
Él rio, un sonido cálido que llenó el espacio entre nosotros, y se sentó sin más preámbulos.
—Soy Lucas y no muerdo, aunque lo parezca —dijo con un brillo en los ojos que no pasó desapercibido.
—No estoy tan segura de eso —respondí.
Lucas se inclinó un poco más cerca, lo suficiente para que yo captara el leve aroma a madera y cerveza en su aliento.
—¿Y tú cómo te llamas, desconocida del gin-tonic?
—Laura —respondí, sosteniendo su mirada. No había razón para jugar a la tímida, no esa noche.
La conversación fluyó con una facilidad que me sorprendió. Lucas era el tipo de persona que hacía que todo pareciera ligero, con comentarios rápidos y un humor que rozaba lo sarcástico. Pronto, vi cómo mi hermano venía hacia nosotros. Le hice gestos disimulados con la mano para que no se acercara. Él entendió y se colocó en el extremo de la barra, precisamente donde había estado Lucas.
—¿Qué te trae a un lugar como este? —preguntó Lucas, sus ojos oscuros clavados en mí. Había algo en su tono, una curiosidad genuina mezclada con un desafío tácito.
Di un sorbo a mi bebida antes de responder.
—Quería escapar del aburrimiento y ver gente. Este lugar parecía ideal.
—No lo es —dijo Lucas, apoyando un codo en la barra—. Pero podemos arreglar eso. Tengo coche y ninguna prisa por volver.
La propuesta colgaba en el aire, tentadora y peligrosa. No era la primera vez que alguien me proponía algo así, pero sí la primera vez que sentía esa mezcla de adrenalina y deseo tirando de mí. Había algo en él, en la forma en que me miraba, con una intensidad que aceleraba el pulso, que me hacía querer decir que sí.
No obstante, dos cuestiones acudieron a mi mente, ahogándome en un mar de dudas. La primera era si podía fiarme de un desconocido, por mucho que lo deseaba. La segunda, si debía dejar plantado a mi hermano. Desde que mantenía relaciones incestuosas con él, no había estado con otro. Luego, cuando conocí al que ahora es mi novio, la noche que participé con él y mi hermano en un trío, venía manteniendo relaciones con los dos un día tras otro. Esta noche mi novio estaba fuera de la ciudad en un viaje de negocios. Iba por el tercer día sin él, follando solo con mi hermano, y esto me tenía subida por las paredes.
—Entiendo que quieres algo más que charlar —dije entre susurros.
Lucas soltó una carcajada, luego esbozó una sonrisa que apenas curvó sus labios.
—Entiendo que tú también lo quieres —respondió él.
Sonreí maliciosamente y miré a mi hermano.
—¿Ves aquel tipo que hay al otro lado de la barra? —pregunté y señalé tímidamente con el dedo. Lucas asintió con la cabeza—. Él me ha propuesto lo mismo hace un rato. Me gusta, pero le he rechazado porque está solo, hoy tengo ganas de jaleo y no me ha parecido suficiente.
Lucas soltó varias carcajadas, antes de responder.
—He venido con unos amigos. Alguno de ellos te gustaría, pero imagino que prefieres a ese tipo.
—A los dos —respondí tajantemente.
Lucas aceptó de buena gana la propuesta. Luego fui a comunicársela a mi hermano. Al principio se mostró reticente, pero terminó cediendo ante mi insistencia. Quedamos en hacernos pasar por desconocidos antes de presentarle a Lucas.
Minutos después, tras comprar una cajita de preservativos en una máquina expendedora, salíamos del lugar, el aire fresco de la noche golpeándonos la piel, mientras cruzábamos el estacionamiento hacia un viejo Mustang negro que parecía haber conocido tiempos mejores. Lucas se puso al volante, mi hermano en el asiento trasero y yo en el delantero. Pronto el motor rugió a la vida, llevándonos lejos de las luces del bar y hacia la oscuridad de las carreteras secundarias.
El interior del coche olía a cuero viejo y a algo vagamente dulce, como si alguien hubiera fumado un cigarrillo aromatizado horas antes. Conecté mi teléfono al equipo de sonido y elegí una lista de reproducción. La ciudad quedó atrás, reemplazada por campos abiertos y el resplandor ocasional de alguna casa lejana. El silencio entre nosotros no era incómodo, sino cargado, como si cada uno estuviera midiendo al otro, esperando el próximo movimiento. Había algo liberador en estar allí, en ese coche con mi hermano y un desconocido que no lo era del todo.
Después de un rato, Lucas giró hacia un camino de tierra que se adentraba en una pequeña arboleda. Los faros cortaban la oscuridad, iluminando troncos desnudos y hojas secas que crujían bajo las llantas. Finalmente, detuvo el coche en un claro donde la luna se filtraba entre las ramas, bañándolo todo en un brillo plateado. Apagó el motor, y el silencio nos envolvió, roto solo por el crujir del metal enfriándose.
—Esto es lo bastante lejos de miradas curiosas. —dijo Lucas, girándose hacia mí con esa sonrisa suya.
Yo asentí, sintiendo el peso de sus miradas sobre mí. El aire dentro del coche se volvió más denso, más cálido, como si el espacio entre los tres se hubiera reducido sin que nadie se moviera.
—¿Y ahora qué? —pregunté, mi voz más baja de lo que pretendía.
Lucas y mi hermano intercambiaron una mirada, una conversación muda que yo no pude descifrar. Luego, Lucas se acercó, su mano rozando mi brazo con una ligereza que era más pregunta que afirmación.
—¿Qué te gustaría que pase?
Giré la cabeza hacia Lucas, dejando que mis labios se curvaran en una sonrisa que era mitad desafío, mitad invitación.
—¿Preguntas qué me gustaría? —repetí, mi voz suave pero cargada de intención—. Depende de lo que estéis dispuestos a ofrecer.
Lucas soltó una risa baja, un sonido que reverberó en mi pecho y que hizo que el ambiente se sintiera aún más íntimo.
Álex finalmente habló, su voz cortando el aire como una navaja afilada.
—Ella no parece de las que se apresuran —dijo, y había un matiz en su tono, algo entre admiración y provocación.
—¿Y tú qué sabes de mí? —respondí, arqueando una ceja. No era una pregunta defensiva, sino un juego, una forma de probar sus dotes de actor.
—Solo lo que veo —dijo Álex, sosteniendo su mirada sin parpadear—. Y veo a alguien que no está aquí por casualidad, veo a una zorrita que busca jaleo.
Su comentario me sorprendió gratamente, pero no respondí de inmediato. En lugar de eso, me recosté en el asiento, dejando que el cuero crujiera bajo mi peso, y crucé las piernas con un movimiento lento que sabía que atraería la mirada de Lucas. Estaba disfrutando esto: el control, la tensión, la forma en que los dos parecían orbitar a mi alrededor. Había algo embriagador en ser el centro de su atención, en sentir que el rumbo de la noche dependía de mí. Podía sentir el pulso latiendo en mis muñecas, en la garganta, un ritmo que se aceleraba con cada segundo que pasaba.
Lucas rompió el hielo, deslizando su mano por mi muslo, un movimiento casual que no lo era en absoluto.
—Este coche tiene historia —dijo Lucas, sin romper la atmósfera—. Lo encontré en un desguace hace un par de años. Estaba hecho un desastre, pero yo mismo lo arreglé. Cada tornillo, cada pieza.
—Eres un manitas, pero, ¿qué otras cosas sabes hacer con ellas? —pregunté consciente de que la conversación era solo una excusa para prolongar el momento.
Lucas no respondió, siguió el recorrido de su mano por mi muslo hasta la ingle, separé las piernas instintivamente, apartó la braguita a un lado, y palpó con los dedos hasta encontrar el clítoris.
—Eso no son tornillos, aunque sí una pieza de mí —dije entre gemidos—. Veo que tu mano también es experta con mi carrocería.
Giré el torso ligeramente, enfrentándome a ambos ahora: Lucas a mi lado, con esa sonrisa que prometía caos, y mi hermano detrás, sobándome los pechos con esa intensidad que parecía envolverme como una sombra. El contacto fue suave, pero suficiente para enviar una corriente de calor a través de mí.
—El espacio no es muy amplio que digamos —dije mirando el asiento trasero—. Fuera no me parece buena idea. El suelo no tiene pinta de ser muy cómodo.
Lucas miró a mi hermano por el retrovisor, una comunicación silenciosa entre machos que yo empezaba a reconocer. Luego volvió sus ojos hacia mí, más oscuros ahora bajo la luz de la luna.
—Podemos hacerlo uno primero y luego el otro —propuso Lucas, y había algo en su tono, una mezcla de certeza y deseo, que me hizo estremecer, tanto como sus dedos en el interior de mi entrepierna.
Gemí varias veces, al tiempo que me retorcía de gusto en el asiento. Respondí entre susurros y jadeos.
—Me parece bien, pero prefiero turnos cortos, quiero que dure cuanto más mejor, sin obviar los condones, sin ellos no hay nada que hacer.
Ambos aceptaron las condiciones, aunque me daba rabia que mi hermano lo utilizara, pero había que guardar las apariencias.
Lentamente me quité la braguita, contorneando las caderas en el asiento, luego el vestido y finalmente el sujetador.
—Si ya estaba buena vestida, no veas lo rica que está desnuda, Álex —dijo Lucas devorándome con los ojos en la penumbra.
Incliné la cabeza hacia un lado, dejando que mi cabello cayera como una cortina sobre un hombro. Luego repté entre los asientos igual que una serpiente y esperé sentada en el asiento trasero a que Álex se desnudara. Yo misma le puse un preservativo tras dedicarle una breve mamada. No estaba para juegos previos.
—Clávasela hasta los cojones. Esta zorra debe tener buenas tragaderas —alentó Lucas a mi hermano cuando se disponía a penetrarme el coño, tumbada como pude en el asiento, con las piernas en alto y bien separadas.
Así lo hizo mi hermano, lentamente arrodillado entre mis muslos.
—Sí que tiene buen fondo. Se la he clavado entera y presiento que admitiría más —dijo Álex siguiendo el juego al otro-. La voy a follar hasta que grite como una marrana la muy puta —añadió, excediéndose un tanto, mientras me follaba intensamente.
—Yo se lo voy a llenar del todo —presumió Lucas—. El ojete también, porque fijo que también lo admite por ahí, ¿verdad, zorra?
—Es lo que más me gusta —musité entre gemidos dichosos, sintiendo la tensión de mis músculos, sin romper el contacto visual con él. Era un gesto calculado, una invitación tácita, como si estuviera probando los límites.
Entorné los ojos; podía sentir la intensidad de mi hermano, su respiración acelerándose, más motivado de lo habitual, y temí que se corriera llevado por la situación.
Le pedí que se apartara, apenas un instante después, y dirigí la mirada a Lucas. Él no esperó una señal más clara: ya estaba desnudo, ordenó a mi hermano que ocupara el asiento donde estuve yo minutos antes, y ocupó su lugar tras enfundarse el preservativo.
Apenas me penetró y comenzó a entrar y salir, me sorprendió la rabia con que me follaba, con una intensidad que contrastaba con la de mi hermano. Había algo crudo en su manera de hacerlo, algo que hablaba de contención liberada, y me perdí en este pensamiento, en la dualidad de los dos, en cómo cada uno me hacía sentir cosas distintas, pero complementarias.
El coche se convirtió en un mundo propio, un espacio donde las reglas habituales no aplicaban. Las manos de Álex exploraban mis pechos mientras Lucas me destrozaba el coño. Así no tardé en correrme como una puta, gimiendo de gusto, gritando gracias repetidamente con cada estocada de Lucas, suplicando entre sollozos que me llevara al éxtasis. La música seguía sonando en el fondo, un eco distante que marcaba el ritmo de mis latidos, el sonido de respiraciones, entrecortadas y sincronizadas.
—Me temo que esta zorra tiene aguante para rato —dijo Lucas recobrando el ritmo de la respiración—. Estoy sudando como un pollo. Ahora no lo veo claro, es demasiado esfuerzo aquí dentro.
—No he querido comentarlo por no cortarte el rollo, amigo Lucas —dijo mi hermano con cierta familiaridad—. Creo que sería mejor seguir afuera.
Lucas aplaudió la propuesta y yo también: encerrada con uno y otro encima de mí, las fuerzas me abandonarían antes de lo razonablemente deseable. Además, el aire dentro del Mustang se había vuelto espeso, cargado de una mezcla de tensión y deseo que parecía envolvernos a los tres como una niebla invisible.
Lucas abrió la puerta, me tendió la mano, tiró de mí para ayudarme a salir y simplemente pidió que le siguiera. Había una autoridad suave en su voz que no cuestioné.
Fuera, por el contrario, el bosque parecía contener el aliento, como si el mundo entero se hubiera detenido para darnos ese momento. Me dejé llevar, y acepté hacerlo de pie, introduciendo la mitad de mi cuerpo por el hueco de la ventanilla abierta, sabiendo que esa noche no sería algo que olvidara fácilmente.
Lucas se situó detrás de mí, tanteó la zona anal con la verga y la fue clavando muy despacio. Entonces, como si tuviera vida propia, mi cabeza se giró hacia él y le miré a los ojos, dos cuencas sombrías y fantasmales, la expresión de su rostro una mezcla de diversión y algo más profundo, algo que no decía en voz alta, pero que estaba escrito en la forma en que sus labios se curvaban.
—¿Estás segura de que lo soportarás? —preguntó, su voz baja, casi un murmullo, como si no quisiera que lo escuchase.
Confirmé y fui rotunda. No había duda en mí, solo una certeza, mi tono tenía un filo juguetón que hizo que Lucas comenzara a encularme. Cada movimiento era como una chispa que alimentaba un fuego lento, pero inevitable.
Con medio cuerpo desnudo fuera del coche, el aire fresco de la noche me golpeaba la piel, un contraste delicioso con el calor producido por las acometidas anales. No tardé demasiado, y el suelo bajo mis pies crujió con hojas secas, mientras Lucas me llevaba nuevamente al éxtasis con un segundo orgasmo.
Mi hermano estaba apoyado contra el capó, observándonos con esa sonrisa que nunca parece desvanecerse del todo cuando recibo una buena sodomía.
Mientras Lucas cedía el turno a mi hermano y le animaba a partirme el culo, salí por completo del coche y respiré profundamente. El suelo estaba bañado en rayos de luz plateada, y los árboles alrededor guardaban una formación perfecta, como guardianes silenciosos de lo que estaba pasando. Entonces me sentí más segura y busqué mayor comodidad.
—No me hagas esperar, Álex —dije al tiempo que me recostaba en el capó, con los pies en el suelo ligeramente separados y los pechos besando el frío metal.
—No hagas esperar a la dama —dijo Lucas—. Esta tía es más zorra de lo que había imaginado. Nunca he conocido a una tan dispuesta y desesperada porque le den por el culo.
—Yo he pensado lo mismo desde que salimos del bar -Afirmó mi hermano—. Tiene el culo perfecto para admirarlo y joderlo —añadió acariciándome las nalgas al tiempo que me enculaba en dos fases.
Mientras Álex me sodomizaba con cierta calma, como si recrearse frente a su compañero de aventuras sexuales fuera una hazaña, me sentí como una figura en un cuadro, atrapada bajo sus miradas, pero no vulnerable, sino poderosa. Con este ánimo comencé a mover el culo adelante y atrás, procurando penetraciones más profundas y ágiles, jadeando, emitiendo gemidos, alaridos de placer que inundaban el entorno como ecos, sonidos que rompían la quietud del bosque.
Lucas no decía nada, sus ojos clavados en mi culo, en la polla de mi hermano que entraba y salía una y otra vez. Era una mirada que no ocultaba nada, que decía más de lo que las palabras podrían, y sentí un calor recorrerme la espalda, instalándose en las mejillas.
En un momento dado, caí en la cuenta de algo que había pasado por alto. Ninguno de los dos puso el menor empeño en que le comiera la polla mientras el otro me follaba. Me separé del capó, pedí a Lucas que se sentara delante de mí, apoyé las manos una a cada lado de él y la fui tragando hasta que desapareció dentro de mi boca. Luego simplemente comencé a mamarla aprovechando los empujones de mi hermano al sodomizarme.
—Creo que no puedo más —dijo Álex entre bramidos—. El culo de esta puta te ordeña sin que puedas remediarlo.
—Atragántala con la leche, amigo mío —animó Lucas—. Quiero ver como traga mientras le doy la enculada final.
Álex ocupó el lugar de Lucas, y este comenzó a darme por el culo mientras yo mamaba la verga de mi hermano.
—Limpia la polla de Álex cuando se corra y no dejes ni una gota, zorra —dijo Lucas mientras me enculaba, apoyando su pecho en mi espalda. Notaba su aliento en la nuca, cálido y pausado, y luego sus labios rozaron la piel sensible justo debajo de mi oreja, un contacto tan leve que aceleró mis quejidos de dicha. Era una sensación abrumadora, estar atrapada entre los dos: Lucas detrás, con su energía vibrante y sus manos estrujándome las nalgas, y Álex delante, con su calma intensa y sus movimientos precisos entre mis labios.
—¿Esto es lo que querías cuando decidiste venir con nosotros? —preguntó Álex, justo en el momento en que me inundaba la boca de semen. Su voz era ronca ahora, sus ojos fijos en los míos.
—¿Es esto lo que vosotros queríais? —pregunté mientras me relamía.
Álex no respondió con palabras, solo gemidos. En cambio, Lucas salió del culo, me giró bruscamente para enfrentarlo, esta vez con rostro enfurecido, como si quisiera borrar la sonrisa de mi rostro, y ordenó que me arrodillara delante de él. Obedecí al instante, abrí la boca cuanto pude y recibí en ella la verga de Lucas tras quitarse el condón.
—Cómeme la polla, jodida guarra —repetía mientras me follaba la boca, las manos sujetándome la nuca, las mías aferradas a sus muslos.
El mundo se redujo a esta parte del bosque. Era un flujo constante de sensaciones, de gestos que decían más que las palabras. Ni siquiera me importaban sus calificativos, al contrario, los asimilaba como parte del juego y reconozco que me gustaban incluso.
Cuando Lucas se vino, derramando varios chorros que me golpearon la garganta, el sonido de sus gemidos se mezcló con el susurro del viento entre los árboles. El aire olía a tierra húmeda y a pino, al aroma más cálido y terroso que emanaba de Lucas. Era una combinación embriagadora, tan real y tangible como el pulso que latía en mi corazón.
Lucas se apartó para ver cómo me relamía, sus ojos brillantes bajo la luz de la luna.
—Eres una putilla peligrosa, ¿lo sabías? —dijo Lucas, y había una risa en su voz, pero también algo serio, algo que sugería que no estaba del todo bromeando.
—¿Peligrosa? —repetí arqueando una ceja mientras repasaba la comisura de los labios con la lengua—. Habéis sido vosotros. Vosotros habéis venido a mí, no al contrario. Solo quería tomarme un Gin-tonic y mira como he terminado: bebiendo leche, con el coño y el culo bien calientes.
Álex rio entonces, un sonido raro y profundo que vibró contra mi piel mientras sus labios rozaban mi hombro.
—No creo que te hayamos metido en nada que no quisieras —dijo, y su mano se deslizó por mi espalda, deteniéndose donde termina.
No respondí con palabras. En cambio, me giré hacia mi hermano, capturando sus labios en un beso que era puro fuego, una respuesta a su desafío tácito. Él respondió con la misma intensidad, sus manos subiendo ahora por mi espalda, atrayéndome más cerca.
El bosque alrededor parecía desvanecerse, reducido a un telón de fondo borroso. El aire fresco se mezclaba con el calor de las respiraciones, y el sonido de nuestros movimientos —el crujir de ramas y hojas, el roce de la tela al vestirnos, los suspiros entrecortados— llenaba el silencio de la noche.
El cielo sobre nosotros estaba despejado, salpicado de estrellas que brillaban con una claridad que solo se veía lejos de las luces de la ciudad. Nadie dijo nada por un rato, y el silencio era cómodo, lleno de una intimidad que no necesitaba palabras. Cerré los ojos, sabiendo que esta noche, este instante, era algo que llevaría conmigo mucho después de que el Mustang volviera a rugir hacia la carretera.
La moraleja del cuento es que me acordé varias veces de mi novio, y en ningún momento pensé que le estuviera poniendo los cuernos. Nuestra relación es abierta y aquella misma noche, aunque era tarde, le llamé por teléfono para narrarle lo acontecido. Su reacción fue la esperada, gratitud por no guardarlo para mí y felicidad porque lo disfruté hasta extremos insospechados.