Mariana y una lección de sexo

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Tiempo de lectura: 7 minutos

No lo quiero engañarlo estimado lector. Mariana era muy poco agraciada. Tenía para la época donde comienza este relato, más de 40 años, 42 para ser exactos. Alta, medía cerca de 1,70 cm, y no pesaba más de 52 kilos. Era flacucha y lo único que podría afirmarse que sobresalía de su físico, era unas tetitas pequeñas pero macizas y coronadas con unos pezones que parecían pitones. Su rostro era aguileño y su cabellera lacia y oscura, los ojos color castaña. Definitivamente nunca hubiera sido Miss Universo.

A esa falta de atributos físicos tenía a mi criterio dos cualidades. Era muy inteligente y cogía maravillosamente bien, yo diría que, en esto, bien podría haber sido campeona mundial. Claro que esta última cualidad no llegué a conocerla hasta que se dio la ocasión.

Ella era la encargada de una de las sucursales de una cadena de farmacias donde yo solía comprar mis medicinas. Creo que lo que me atrajo desde un primer momento fue su sonrisa, su cálida mirada y la atención que ponía a mis pedidos. O tal vez no era nada de eso, sino uno de esos encoñes que uno tiene sin razón para ello. La verdad es que desde el primer día que la conocí me propuse liarme con ella.

Yo me había divorciado un par de años antes de conocerla. No tenía hijos y vivía mi soltería en un apartamento acogedor en un moderno barrio de mi ciudad. No tenía compromisos y gozaba de mi libertad con amores pasajeros. Olvidé decir que tenía 50 años en esa época.

A las habituales visitas para comprar lo necesario, con el afán de verla inventaba otras oportunidades. En mis visitas a la farmacia buscaba la oportunidad de avanzar sobre ella, la cantidad de gente que siempre había allí lo hacía imposible. Las cosas quedaban siempre en palabras gentiles y miradas cariñosas. Solo un milagro haría posible acercarme a ella.

Y ese milagro se dio. Nos encontramos un día sábado por la mañana en un comercio de la zona. Ella salía y yo llegaba.

—Hola Mariana, ¿cómo estás? Que casualidad encontrarte. Dichosos los ojos que te ven.

—Buen día Carlos. Todo bien. ¿y tú?

—Lo mismo de siempre, pero hoy sin apuro porque es sábado.

—Yo aprovecho para poner al día mi casa… —me respondió.

Hubo un cruce de cálidas miradas que me permitieron decirle…

—Veo que estás apurada. ¿Por qué no nos encontramos a tomar un café y charlar?

Sorprendida por mi avance, respondió…

—De acuerdo, me gustaría. Te dejo mi número de teléfono.

Me apresuré a anotar el número y nos despedimos. Mariana tomó la iniciativa y me dio un cálido beso en la mejilla que me sorprendió gratamente y que por supuesto devolví de igual manera.

Pasado unos días, aguantando mi inquietud por hacerlo, llamé a Mariana proponiendo vernos el sábado siguiente. Aceptó de buena gana y acordamos hora y lugar.

La reunión fue muy amena y grata. Compartimos los sucesos de nuestras vidas, hablamos de cine, música, y temas varios. Tan afable fue la conversación que sin darnos cuenta llegó la noche. Se me ocurrió seguir el encuentro con una cena en un sitio a dos cuadras de donde estábamos. La cena transcurrió con el mismo tenor de íntima cordialidad. Al terminar la acompañé hasta su departamento.

En la puerta del mismo, cuando me estaba por despedir, surgió la pregunta que yo esperaba.

—Oye Carlos, todo estuve estupendo y te agradezco. Te propongo subir a mi departamento para tomar una copa para retribuir tantas atenciones. ¿qué te parece?

—Encantado, si no es una molestia para ti.

—Por favor, me encanta.

Y allí fuimos. Me tomó de la mano y subimos un piso. Abrió la puerta y encendió las luces. Me miró con esa mirada acaramelada de la que yo me había enamorado, que interpreté como una invitación a besarla. Y así lo hice.

Tomé su rostro con ambas manos y acerqué mi boca a la suya. Me recibieron unos labios abiertos y una lengua ávida de pasión. Abrazados y besándonos como si nos fuera la vida en ello, estuvimos un largo rato de pie. Dando pasos cortos como bailando, nos acercamos a un sillón y nos arrojamos sobre él, mientras seguíamos nuestro abrazo matizando con toqueteos buscando los sitios más excitantes.

Mientras Mariana buscaba mi entrepierna, por mi parte conseguía tener en mis manos aquellos pequeños senos por encima de su blusa. Todo esto en silencio, salvo hondos suspiros y respiración agitada. En un momento dado, tomó la iniciativa y tomándome de la mano me llevó a su dormitorio.

Lanzados sobre la cama y sin dejar de besarnos, fuimos despojándonos del calzado y de las pocas ropas que llevábamos. Desnudos frente a frente pude ver su cuerpo, era como yo lo había imaginado. Destacaba entre su entrepierna una mata de pelos enrulados que señalaban su pubis y sexo. Como amante de los coños peludos me sentí reconfortado, esperando el momento de gozarlo.

Abrazados y besándonos dimos vueltas sobre la cama una y cien veces. En una de esas, Mariana se liberó de mis brazos y se apoderó de mi verga que, de más está decirlo, estaba dura apuntando al techo. Fue en ese momento que comenzó la felatio mas impresionante que recibí en mi vida. Tomó el ariete con ambas manos y se quedó unos minutos mirando detalladamente cada milímetro del falo. Con sus dedos tocaba suavemente toda la superficie desde la base hasta la punta y se detenía a observar las venas que parecían reventar. Luego tomó los testículos y los sopesó, mirándome con picardía.

Sacó la lengua y con la punta de la misma empezó a lamer la zona comenzando con el perineo, luego los gemelos, después la verga recorriéndola de abajo hacia arriba en múltiples ocasiones. Lo hacía muy despacio y suave, lo que me producía una indescriptible sensación de placer. Esto lo repitió durante varios minutos, solo se detenía para observar la verga y luego continuar. A continuación, la sesión siguió, pero con la lengua completa. Otra vez desde los testículos hasta el glande repitiendo el recorrido muchas veces, mi verga quedó empapada por su saliva.

De inmediato retiró el prepucio dejando el glande a disposición de su hambrienta boca que lo engulló para luego chupar y lamer durante varios minutos. Era incansable y parecía no saciarse, daba la impresión que tenía hambre de verga.

A todo esto, mi calentura estaba en grado superlativo, por momentos sentía la sensación de correrme, pero Mariana que estaba atenta, detenía por unos segundos su quehacer y por las dudas apretaba con su mano la base mi pene para evitarlo.

Me miró y me dijo… ¿te gusta? ¿Lo estoy haciendo bien?, a lo cual respondí con respiración entrecortada y acezante… Claro que me gusta, es maravilloso, no creo que nadie lo pueda hacerlo mejor. Ten cuidado que corres el riesgo de que me venga en tu boca. Sería sensacional para mí… me respondió. Y siguió lamiendo y chupando llevándome al paroxismo.

Cuando su apetito pareció quedar satisfecho se recostó a mi lado, diciéndome,

—No podía detenerme. Me fascina tu verga. Hubiera estado toda la noche mamándola y jugando con ella. Creo que te gustó, ¿verdad?

—Fue maravilloso. Nunca me habían tratado así, digo a mi verga. Inolvidable. Pero ahora creo que debo retribuir tanto goce. ¿me permites?

Mariana me había hecho una felatio tan fabulosa que yo sentí verdaderamente la necesidad de tratar de lograr que ella alcanzara las mismas sensaciones. Comencé a besar y lamer su cuerpo desde su cara hasta los dedos de sus pies. En ese tránsito me detuve especialmente en sus preciosas tetitas para llevármelas a la boca y jugar con ellas. Sus grandes pezones, durísimos, fueron un manjar exquisito. Cumplido el recorrido entre gemidos de mi pareja, me deslicé hacia su entrepierna para comerle la almeja.

Mariana me facilitó la tarea abriéndose de piernas y colocando un almohadón bajo sus riñones para que mi cara pudiera enfrentar su apetitosa vagina. Desplacé unos pelitos que me impedían llegar a su vulva y me di a la tarea de realizar el mejor cunnilingus de mi larga historia como chupa coños. Me ayudé con mis dedos para abrir sus labios y comenzar una sesión de lamidas y chupadas por toda la superficie de su vulva. Realmente era una delicia comerse esa almeja rosada. Mi lengua, ansiosa y curiosa, recorría todos los rincones saboreando la suave superficie vaginal, iba y venía buscando saciar mi apetito.

Haciendo las veces de un pene se metió en su cavidad entrando y saliendo en repetidas oportunidades. Me acompañaban los gemidos profundos de Mariana, que me regalaba sus jugos, que derramaba en abundancia, y que yo bebí con placer. Estuve un largo rato en esa tarea y entusiasmado porque ella me animaba… Que bien lo haces, papito, no sabes el placer que siento… No pares por favor que quiero acabar en tu boca… En un momento que me retiré para tomar aliento… no pares, sigue, sigue que estoy llegando al clímax. Sigue Carlos, no me abandones…

Por supuesto yo seguí saciando mi deseo. En la búsqueda de un mayor placer mutuo llegué a su hinchado clítoris para lamerlo una y otra vez hasta que vino lo que ambos sabíamos que ocurriera. Y lo que vino fue una tremenda corrida de Mariana que arqueó su cuerpo, me apretó la cabeza con sus piernas mientras gritaba… que lindo, que hermoso, te quiero, te quiero… y descargó sobre mi boca nuevos y abundantes jugos que se me escaparon por la comisura de mi boca.

Mientras recuperaba su respiración, acezante me dijo… Estuvo genial, nunca había sentido tanto placer… La dejé recuperarse y me tendí a su lado acariciándola. Después de todo ese trajín yo estaba recaliente y mi picha apuntaba al techo dura como una roca. Necesitaba descargar.

Cuando Mariana normalizó su respiración y se percató de mi estado dijo… pobre alma, tieso y caliente… creo que llegó tu momento… me entrego a ti… ¿cómo quieres?… No respondí, la puse de costado enfrentada a mí y le puse la verga entre sus labios vaginales y me moví suavemente repetidas veces para luego ponerla de espaldas levanté sus piernas sobre mis hombros y colocar mi virilidad en la boca de su vulva. Muy despacio fui metiendo mi ariete con la idea de gozar cada centímetro de avance. El conducto no parecía haber sido muy trajinado porque lo notaba estrecho, lo cual acentuaba mi goce al sentir presión sobre mi verga.

Me acompañaban los gemidos de Mariana. Cuando sentí haber llegado al final con mi falo totalmente hundido en su cueva, comencé a sacar y meter despacio primero y luego con todo el ímpetu que me daban mis caderas. Finalmente, no pude contenerme más y comencé a derramarme con fuertes descargas que llenaron el interior de su concha, mientras oía el beneplácito de Mariana que pedía más y más mientras repetía un fuerte orgasmo.

Los cuerpos rendidos por tanta fajina sexual reclamaban reposo. Y fue así que nos quedamos dormidos tomados de la mano. Nos despertamos a la madrugada. Aún no había salido el sol. El baño nos esperaba para satisfacer nuestras necesidades y para higienizarnos un poco. Regresamos Al lecho y reiniciamos los juegos sexuales. Nuevamente nos complacimos, esta vez con un 69 que disfrutamos a morir.

Mariana seguía enamorada de mi verga y repitió su repertorio de lamidas, besos y chupones que lograron endurecer el miembro y prepararlo para otro tipo de acción. Por mi parte, enfrentado nuevamente al coño de mi amiga, gocé e hice gozar con un repertorio interminable de lamidas y chupones. Comer esa vulva era un delirio de placer.

Estuvimos largo rato jugando y dándonos placer, pero mis intenciones, y creo que las de Mariana también, era volver a follar. Con un movimiento rápido me puso de espaldas y se montó arriba mío. Con suma delicadeza tomó mi verga y la acomodó en la entrada de su vagina para comenzar a deslizarse lentamente buscando una penetración profunda. Y lo logró. Su goce fue tan grande que iluminó su cara con una sonrisa de satisfacción.

Por mi parte, llegado a ese punto, tomé con mis manos los delgados cachetes de su culo y comencé a pujar con fuerza haciéndola gemir… dame tu leche papi, quiero que me llenes… esto es hermoso, cuanto placer… me falta poco para derramar, te voy a inundar la conchita… respondí… Te acompaño, yo también me corro… dijo. Unos segundos después empecé a descargar mi semen. Mi corrida duró bastante porque Mariana apretando sus músculos lograba prolongar mi eyaculación. Otro polvo sensacional que nos dejó nuevamente agotados.

Nos volvimos a despertar avanzada la mañana. El apetito carnal había sido satisfecho, le tocaba el turno al otro apetito, que, debido a la intensidad de los juegos nocturnos, era importante. Después de un baño que nos devolvió lucidez, Mariana preparó un suculento desayuno que devoramos. Por mi cabeza pasaba la idea de quedarme, pero me pareció abusar de la hospitalidad de mi anfitriona. Nos despedimos con unos apasionados besos prometiéndonos encontrarnos lo más pronto posible para darle continuidad a nuestra nueva relación que sería apasionada.

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2 COMENTARIOS

  1. Hola Belu. El relato va a continuar . Lo del culo inevitablemente ocurrió. Tu escribes muchos relatos ?

  2. Muy lindo relato.!!!
    Me encantó la hermosa penetracion profunda que recibió en su conchita poco abierta, o tu herramienta es muy gruesa.
    Quizás en otro encuentro le hayas entrado por el culo.?
    A mí me encanta terminar los encuentros ensartada por el culo y disfruto deliciosos orgasmos anales.
    Belu

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