Mi iniciación en el sexo fue hace muchos años con una señora mayor. Ahora, llegando a los cuarenta, lo recuerdo con nostalgia porque en ese encuentro recibí un tratamiento singular y cariñoso, sino que, al tener mi primer contacto con una mujer desnuda, esa imagen se fijó en mi mente. Esta es la razón porque me va con las señoras mayores y los coños peludos.
Si bien a mi edad, he tenido y tengo relaciones con mujeres jóvenes, nunca he dejado pasar ninguna oportunidad de transarme mujeres veteranas. Ellas son siempre amorosas, no ponen problemas y compensan la falta de juventud con la experiencia que les ha dado la vida.
Dicho lo anterior, paso a mi relato. Acababa de visitar un cliente, me dirigía caminando a mi auto cuando observé que una mujer mayor, calculo un poco menor de los 60 años, que, aunque lucía físicamente espléndida, caminaba con dificultad apoyada en un bastón que le ayudada con su tobillo enyesado, escayolado como le dicen en algunos países. En su mano libre llevaba una bolsa que aparentaba pesada y que obviamente le impedía caminar bien. Detuve mi andar y aproximándome a ella de pregunté
–¿Perdón señora, puedo ayudarle con esa bolsa?
–Ay señor, que vergüenza me da, pero realmente no puedo más con esta bolsa, el bastón y mi tobillo enyesado. Me haría usted un gran favor…
–¿Vive lejos? Pregunto porque tengo el auto allí nomás y la podría llevar a su casa si usted quiere…
–¿Sería tan amable caballero?…
–Por supuesto… Dije mientras por mi mente ya empezaban a correr pensamientos malsanos.
Ella vivía cerca, en una casa a cuatro cuadras. La llevé hasta la puerta y cuando me despedía para marcharme, me dijo:
–¿No le gustaría pasar a tomar un cafecito? Me siento en deuda con usted por su amabilidad.
–Muchas gracias señora, si no la comprometo, le acepto la invitación. ¿No le da miedo dejar entrar a su casa a un extraño con los problemas de inseguridad que hay hoy en día?
–La verdad que no porque un sexto sentido me dice que eres una persona decente… Dijo tuteándome.
–Entonces me presento, mi nombre es Arturo para servirle.
–Yo me llamo Carmela, pero todos me dicen Mela, y por favor tutéame que si no me siento más vieja de lo que soy.
–De vieja nada Mela, porque eres una hermosa mujer que más de un hombre quisiera. Perdóname si se entera tu marido me mata…
–No hay marido. Lo hubo, pero falleció hace cinco años…
–Perdona…
Tomamos nuestro café mientras conversamos de temas intrascendentes y al rato me dispuse a marchar. La verdad es que por un lado quería quedarme para intentar una aproximación íntima, pero me pareció muy audaz.
Mela me hizo dejar mi número de teléfono porque dijo que quería invitarme a almorzar un día para agradecer mi gentileza. Eso avivó mi esperanza de cumplir con mi fantasía sexual.
Mientras me iba, me quedé pensando si había hecho bien en retirarme. Si bien Mela era una mujer madura tenía sus encantos. No parecía tener la edad que yo le había adjudicado. No era gorda, por el contrario. Era alta con un culo respingón, tetas interesantes, piernas bien torneadas y el resto de su cuerpo realmente no desentonaba.
Pasaron unos días y ya casi me había olvidado del incidente aquel, cuando recibí una llamada en mi celular, era Mela que me invitaba a cenar en lugar del almuerzo prometido. Como es de imaginar, desde el mismo momento de esa llamada mi cabeza no hizo más que pensar en sacarle provecho a ese nuevo encuentro y que el mismo tuviera un final acorde a mis deseos.
El día indicado estaba yo tocando el llamador de su casa con un ramo de flores en mis manos, cuando Carmela me recibió con un beso largo y sonoro en mi mejilla, que yo retribuí con otro, que maliciosamente le di cercano a su boca.
Sorpresivamente ya no lucía el yeso en su tobillo. En cambio, le habían colocado una venda elástica que le permitía mejores movimientos.
Al ingresar en la casa me encontré con algo diferente a la vez anterior. La sala estaba a media luz, se escuchaba una música romántica y lo mejor era la propia Mela, vestida para la ocasión con un vestido negro ajustado a su cuerpo que resaltaba mejor sus atributos físicos y donde prevalecían sus dos magníficas tetas que un atrevido escote en V permitía apreciarlas. El vestido tenía sendos tajos a los costados que llegaban hasta la mitad de sus muslos.
Eso no era todo, estaba maquillada y lucía un peinado distinto al que le había conocido, esta vez teñido de un color castaño claro que ocultaba sus canas. Todo ese conjunto resaltaba sus hermosos ojos celestes. Tenía ante mí una mujer madura muy hermosa con una presencia física deslumbrante. Debo reconocer que me dejó impactado.
La mesa ya estaba preparada con los cubiertos dispuestos en sitios muy cercanos, y dos velas aún apagadas lucían en la misma. También sobresalían las copas de cristal, todo sobre un mantel bordado muy elegante. La velada se presentaba interesante.
Me invitó a sentarme un sillón y se sentó a mi lado para iniciar una charla previa a la cena. Fue allí que me contó que no tenía hijos, solo sobrinos que no vivían en la ciudad y que la visitaban de vez en cuando. Su vida era bastante solitaria y solo la compartía con unas amigas de su edad con las cuales se reunía a menudo para jugar cartas y el cotilleo habitual. Me dijo que por fortuna no pasaba privaciones porque el finado había tenido suerte con los negocios y la herencia recibida le permitía tener una vida holgada matizada con frecuentes viajes que realizaba con sus amigas.
Pasamos a la mesa, previo el encendido de las velas que quedó a mi cargo. La comida estuvo excelente, acompañada por un excelente vino procedente de la bodega que había dejado el finado, trascurrió en un clima distendido donde tocamos muchos temas triviales y algunos privados. Me tuve que someter a su interrogatorio que abarcó desde mi infancia hasta la actualidad en temas que fueron desde mi salud física hasta la económica, y por supuesto mi vida sentimental.
Finalizada la comida, pasamos a tomar café en unos sillones en donde nos sentamos uno al lado del otro. Retomamos la conversación la cual, que a causa del aperitivo y del vino que habíamos bebido, liberó nuestros remilgos y empezó a tomar un sesgo más íntimo y personal.
Mela se aproximó a mí quedando nuestros cuerpos muy juntos, mientras una de sus manos buscó las mías para estrecharlas mientras conversamos. Los tajos de su vestido dejaban al desnudo sus piernas y una de ellas se estrechaba a una de las mías en un contacto que trasmitía un calor que acentuaba mi libido y empezaba a descontrolarme.
Fue así que de a poco la charla fue incursionando en situaciones mucho más íntimas cada vez y realmente no recuerdo cómo llegamos al punto en donde yo le pregunté sobre su vida sexual. Le dije que una mujer de sus atributos físicos y lozanía podía aspirar a tener una pareja que la acompañara y le llenara su vida sentimental y sexual. Su respuesta fue directa y sin remilgos. Me dijo que desde la muerte de su marido no había tenido contactos sexuales con nadie y toda su libido la neutralizaba en la soledad de su cama recordando tiempos pasados.
–Mela, viéndote, así como te veo esta noche tengo la seguridad que más de un hombre se volvería loco por ti. No entiendo la razón para que te encuentres tan sola.
–¿Te parece? Yo creo que solo podría llamar la atención de algún viejo achacoso y eso no me hace ninguna ilusión.
–¿Y porque un viejo? Más de un señor maduro y no tan mayor, pleno de virilidad podría ser tu compañero. ¿no lo crees?
–No lo creo. ¿Tú piensas que alguien como tú se animaría a compartir mi vida?
–Si yo fuera el elegido no tendría ningún remilgo. Por el contrario, me sentiría un afortunado.
Le tomé la mano y se la besé al tiempo que la miraba a los ojos. Me miró con dulzura y sonriendo me dijo:
–En verdad eres un amor. No me equivoqué contigo. Eres todo un caballero.
–Un caballero que también, si me lo permites, será un admirador tuyo.
–Gracias por lo que dices, me hace muy bien.
–Creo que mejor te hará esto
La invité a levantarse y lentamente la fui acercando a mí para abrazarla fuertemente mientras su cabeza se apoyaba en mi hombro. Separándome un poco le di un beso detrás de su oreja que la turbó. Sintiendo esa reacción, tomé su rostro con mis dos manos y apoyé mis labios en los suyos. Abrió su boca mientras dejaba escapar un suspiro y nuestras lenguas se encontraron para entrelazarse en un beso que duró largo rato.
Alejó por un momento su cara mientras me miraba. Al ver mi mirada volvió a la carga para besarme nuevamente. Sus manos me apretaban contra su cuerpo, de modo que, soltando mis brazos, los bajé para posarlos en su culo y apretarla más aún hacia mí y hacerle sentir mi tremenda erección. Y fue en ese preciso momento que se desató la pasión contenida por ambos.
Sin dejarnos de besarnos comenzamos a quitarnos la ropa. Cayeron al piso las prendas que llevábamos. Mientras ella se afanaba desabrochando los botones de mi camisa, yo comencé a besarle y lamerle el cuello y sus hombros al tiempo que, con mis manos le desataba las presillas que sujetaban su vestido por la espalda. Al hacer esto, el vestido se fue deslizando despacio hacia sus pies y dejó ver un cuerpo sensacional cubierto con un corpiño y bikini negros. Una verdadera delicia y fiesta para mis ojos.
Tomados de la mano nos encaminamos a su dormitorio. Allí, sospechosamente nos esperaba una cama inmensa con sábanas nuevas de color gris plomo que planteaban un escenario adecuado ´para la ocasión. La escena se completaba con luces muy tenues.
Nos recostamos de espaldas siempre tomados de la mano. Giramos nuestras cabezas para mirarnos como dando la señal de partida, tras lo cual volví a buscar su boca para besarla intensamente por un largo rato mientras le susurraba al oído palabras amorosas y provocadoras. Mientras mi boca se solazaba besando su cara y cuello, liberé sus pechos del corpiño y ambos senos quedaron a la disposición de mis juegos bucales.
No solo besé esas tetas, las chupé intensamente casi con desesperación repetidas veces, tal era la calentura que tenía. También mis manos las amasaron y mis dedos jugaron con sus pezones. Fue un juego que duró varios minutos mientras Mela acariciaba mis cabellos y suspiraba profundo. En un momento que estaba lamiendo sus pezones mientras mis manos apretaban sus tetas, sentí que Mela se convulsionaba, me apretó mucho más fuerte mi cabeza y con un gemido muy fuerte me hizo saber que se había corrido. La calentura del momento era compartida.
Quedó con los ojos cerrados terminando de gozar su orgasmo, yo la sorprendí con un beso diciéndole
–Cuanto me gusta que empieces a gozar nuevamente de tu sexualidad.
–Gracias mi amor, hace tanto tiempo que no sentía esas caricias que no pude aguantar
–No sabes lo feliz que me siento por haber sido el causante. Pero ahora sigue con tu ensoñación que yo me voy a ocupar de hacerte gozar al máximo
Volví a la carga con mis besos por su cuello, tetas, pecho y al llegar a su ombligo jugué con mi lengua en su cavidad, arrancando nuevos gemidos de complacencia. Seguí mi ruta. Mientras que con una mano magreaba sus pechos, con la otra fui separando sus piernas para dejar expedito mi camino a su vagina. A medida que me acercaba a la misma, me empezó a invadir un embriagador perfume de sexo femenino que brotaba de su coño y que, su bikini muy mojado lo demostraba. Los jugos de las caricias previas más los de su corrida se combinaban para darle un festín sensible olfato.
No ataqué su cueva, sino que me primero me deleité lamiendo y besando sus muslos y el contorno de su panocha. Todo lo hacía en cámara lenta tratando de producir ansiedad en mi pareja y al mismo tiempo gozar yo mismo de mis caricias. Hasta que llegó el momento de quitarle las bragas, que hice con una mano ayudando a mis dientes aferrados al elástico de la misma. Quedó al descubierto un coño hermosamente adornado con un pelambre en forma de V delicadamente depilado. Un sueño. ¡Y esa belleza era toda para mí!
Me coloqué de rodillas frente a tan hermosa vagina y dirigí mi boca hacia ese sitio. Lo primero que hice fue besarla una y otra vez. Luego cedí el turno a mi lengua que empezó a lamer sus oscuros labios mayores. Arriba y abajo en forma circular e incesantemente. Una de mis manos jugaba con el vello de su pubis mientras que la otra ayudaba a dejar al descubierto su rosada almeja, que inmediatamente ataqué con mi lengua, arrancando en ese momento nuevos gemidos de Mela que no cesaba de decirme cuanto me amaba y lo mucho que la hacía gozar.
–Santo cielo, que hermoso lo que estás haciendo. Me estoy volviendo loca de placer. Sigue, sigue, por favor no pares.
Debo haber estado varios minutos en mi tarea de hurgar sus rincones más profundos con la punta de mi lengua y de sorber y chupar esa belleza. Mi cansancio era superado por mi avidez, parecía que nunca me había comido una panocha. Seguí y seguí, descapullé el clítoris y lo ataqué con besos, lamidas y suaves mordiscos. Cuando ya estaba por desfallecer, siento que Mela se revuelve sobre si y vuelve a descargarse con un orgasmo brutal por lo profundo y su duración. Me detuve. Alcé la cabeza y la vi respirando acezante, los labios apretados y sus ojos cerrados.
–¿Está todo bien Mela querida?
Tardó en responder. Cuando recuperó su respiración normal, dijo
–Bien es poco. Todavía estoy flotando en el espacio. Me arrancaste un orgasmo como nunca lo había tenido. Mejor que el anterior. Eres un amor, te quiero mucho.
–Me halagas con tus palabras. Yo también te quiero mucho.
Me acosté junto a ella y la empecé a besar. La miraba y no podía creer que una mujer de esa edad me hubiera calentado tanto. Porque estaba muy caliente y quería seguir dando guerra. Sin embargo, esperé un rato mientras Mela volvía a cierta normalidad. De repente con su mano agarra mi miembro que estaba duro como un hierro, me mira como pidiendo permiso y se agacha para llevar mi verga a su boca.
La mamada que recibí fue memorable. No sé si era mi calentura con esa mujer o la realidad, lo cierto que como una experta se regodeó con mi verga. No solo chupó y lamió, sino que también succionó produciéndome un placer infinito que me aproximó a una corrida que evité haciendo un gran esfuerzo.
En un momento de su acción la interrumpí diciéndole que mi intención era derramarme dentro de su cueva, a lo que accedió gustosa.
–Hace tanto que no me acaban en mi conchita que estoy ansiosa por recibirte.
–Quiero hacerte mía mirándote a la cara y viendo como gozas.
Nos pusimos de frente y le pedí que pasara una pierna por debajo de la mía. Coloqué una mano en su entrepierna y con un par de dedos verifiqué que la vulva estuviera debidamente mojada. Lo estaba, y mucho, no habría problemas. Con la misma mano tomé mi verga y la situé en la entrada de su cueva. La froté por sobre sus labios y clítoris para elevar el nivel de su calentura. Cuando oí sus gemidos deslicé muy despacio mi falo hacia el interior de su vagina. Avancé centímetro a centímetro mientras la miraba.
Tenía los ojos cerrados y sus labios apretados, sus manos en mi espalda tratando de estrecharse más a mí. Seguí avanzando hasta llegar al final de mis posibilidades, y allí me quedé quieto. Sentía que sus músculos se contraían apretando mi miembro lo que me produjo mayor placer. La seguí besando mientras empecé despacio a meter y sacar, cada vez con más intensidad.
A medida que aumentaba mi ritmo se acentuaban sus gemidos, me susurró al oído que ya no podía más y que le entregara toda mi leche. Yo estaba lanzado y mi desesperación por acabarle era inaguantable, hasta que no pude más y anunciándoselo me derramé con un polvo intenso en duración y en cantidad. Parecía que me arrancaban las entrañas.
Mela me recibió con un grito que retumbó por toda la casa, anunciándome que ella también estaba acabando junto conmigo. No paraba de decirme cosas. Me pedía más y más y que no la sacara. Quería tenerla dentro suyo a pesar que mi falo poco a poco se iba desinflando. Cuando finalmente salió, se agachó y lo llevó a su boca para chuparlo y beber las gotas de semen que aun caían.
Lo dicho. Fue un polvo maravilloso como nunca había tenido hasta ese momento. Ambos quedamos en éxtasis mirándonos sonrientes y satisfechos. Nos dimos un beso largo y prolongado mientras nuestras manos nos acariciaban cuerpo y cara. Éramos dos amantes satisfechos que habían consumado su pasión.
Luego el reposo. Nos pusimos en posición cuchara, ella dándome la espalda. Así estuvimos un buen rato diciéndonos palabras amorosas y complacientes.
–Arturo, creo que es la primera vez en mi vida que he gozado tanto sexualmente. Me estás haciendo pasar una noche inolvidable
–Yo también me siento muy a gusto contigo. Había idealizado esta noche junto a ti, pero la realidad superó mis sueños.
–Desde el día que nos conocimos, empecé a pensar que esto podía pasar. Pero me decía a mí misma que esos eran pensamientos frutos de mi carencia sexual y que era imposible que sucediera
–Bueno, está sucediendo y la noche aún no ha terminado. Tenemos más tiempo para el amor. Te quiero mucho Mela.
–Yo también
Nos callamos. Pero la pasión seguía latente. Nuestras manos seguían acariciando nuestros cuerpos con movimientos lentos y suaves. Ahí tomé conciencia de la suavidad de su piel. Ahora eran mis manos que hacían el recorrido que antes había hecho mi boca. Comencé con su cuello, donde justo es decirlo, encontré algunas arrugas propias de la edad. Luego sus pechos que empecé acariciando y pellizcando sus pezones hasta magrearlos con fuerza.
Su vientre liso como el de una muchacha de 20 años hasta llegar a su pubis en donde me volví a entretener enrulando su vello. Pasé mi mano por sus muslos para regresar a su vértice. Acaricié otra vez su vulva y con mis dedos froté sus clítoris para volver a despertar su libido. Mela, a su vez, se dio maña para tomar con una mano mi verga y jugar con ella haciéndome una delicada paja que poco fue despertando al muchacho que no tardó en lograr una buena erección.
En la posición que estábamos, fui deslizando mi miembro sobre toda su raya, amagué un puntazo en su esfínter, pero no me animé a seguir adelante. Seguí hasta llegar a su vulva y volver a penetrarla esta vez con mayor ímpetu. Mela me alentaba pidiendo que la hiciera suya nuevamente. Ya con mi verga adentro me desaté con violentos movimientos que duraron varios minutos porque ya podía contenerme mejor. Mi amante gozaba, y eso era lo que me trasmitían sus quejidos, más otro orgasmo que no pudo disimular. Mi frenesí era intenso y de a poco llegué a mi momento. Volví a correrme dejando lo que me quedaba de mi leche.
Dejé mi verga adentro suya como ella quería y así nos dormimos profundamente hasta la madrugada cuando despertamos para ir al baño. Eran las 5 de la mañana. ¿Qué hacer a esa hora? Nada, volver al lecho para seguir soñando. Nos volvimos a despertar cuando el reloj anunciaba las 8 del día. Nos sentíamos mejor, más descansados pero sucios de los jugos que ambos habíamos derramado en nuestros juegos.
Pasamos al baño. Obviamente que nos duchamos juntos y aprovechamos para tocarnos. En un momento en que Mela me estaba enjuagando, mi picha tomó estado de combate. Fue que me dijo
–¿No te enojas si te pido algo?
–¿No, porque me iba a enojar?
–¿Me gustaría masturbarte con mi boca y beber tu leche, puedo?
–Creo que me harías el hombre más feliz de la tierra.
Tomó mi falo y volvió a darme una mamada tremenda y cuando eyaculé lo hice en su boca. Mela encontró la forma de beberse todos mis jugos sin desperdiciar nada. Cuando acabó su faena se irguió y me dio un brutal beso de lengua y me hizo partícipe de mi propio semen.
Lentamente nos vestimos. No quiso que me fuera sin darme el desayuno que compartimos como dos esposos. Me despidió con otro beso interminable al tiempo que me hacía prometer que volvería.
Por supuesto que volví. Me había enamorado de Mela. Nuestra relación duró unos años hasta que por causas que no vienen al caso tuvimos que separarnos.