La policía y el ladronzuelo (5 – final)

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La llegada de la oficial Álvarez a su hogar luego de una agobiante jornada no pudo resultarle más placentera. No solo el lugar estaba limpio, sino que el ladrón la esperaba desnudo, acostado, y con una de sus manos esposada. No podía creer que el joven que por voluntad propia se había atado a la cama fuera el mismo que dos días atrás la insultaba y amenazaba. El cambio de actitud le merecía un premio. Y el verlo entregado en forma tan dócil la estimuló sobremanera y le hizo olvidar el arduo día de trabajo.

Antes de comenzar decidió refrescarse un poco. Estaba aún transpirada, con algunos pelos pegados a su rostro por el sudor. Sus pezones erectos se marcaban a través de la mojada musculosa blanca. Su cola resaltaba en el jean gastado. A pesar de no estar en su mejor momento el ladrón no podía dejar de mirarla excitado. El cuerpo, pero principalmente la actitud de la policía eran de una sensualidad que nunca había visto.

-¿Te gusta lo que ves? –preguntó coqueta. El delincuente solo pudo afirmar con la cabeza y emitir un casi inaudible “Ajá”. La oficial sonrió y sin perder contacto visual empezó a desnudarse– Hoy es tu día de suerte –continuó mientras abría el cinturón de su joven víctima. El miembro de este saltó erecto a su rostro– Si no la cagás -se subió a su pecho y ató la mano libre– vas a poder acabar.

El rostro del malviviente se iluminó con estas palabras. Los pechos de la oficial se balanceaban a escasos centímetros de sus ojos. No podía ni quería apartarlos. Agostina se acomodó sobre su rostro sin dejar de acariciarlo. Gimió de placer cuando la lengua la recorrió despacio. Sin prisas el delincuente iba lamiendo su interior. Lo hacía mucho mejor que la noche anterior. Cuando ya estuvo húmeda le dio un pequeño mordisco al clítoris. La oficial lo alentaba entre bufidos.

Una vez estuvo lo suficiente excitada se dio la vuelta. La posición no era la más cómoda para que gozara, pero era la que mejor le permitía controlar al ladronzuelo. Las lamidas en su vagina eran algo torpes. Elevo su cadera unos milímetros, permitiendo que la lengua acariciara su clítoris. Ese estímulo, sumado a sus dedos entrando y saliendo de ella despacio y la visión de ese pene a punto de estallar si le resultó estimulante.

Con el ritmo adecuado dentro suyo tomó la dura pija que tenía delante de ella. Sus manos aumentaban su velocidad juntas. Ya a punto de acabar comenzó a saltar sobre la lengua y nariz que estaban debajo de ella. Cuando comenzó a correrse agarró con fuerza el miembro del delincuente y le ordenó a los gritos que acabara.

El ladrón nunca había gozado tanto. La cantidad y duración de su eyaculación casi lo hacen desmayarse. Descansaron así unos minutos. La oficial fue la primera en asearse. Viendo como la miraba supo que ya lo tenía en sus manos. Solo le quedaba enseñarle todo lo que se esperaba de él y su reeducación habría terminado.

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El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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