La policía y el ladronzuelo (4)

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Esa noche a ambos les costó dormirse. La oficial estaba muy excitada. Aunque no fuera a utilizarlo todavía quería que el ladronzuelo supiera quien mandaba y dejó su puerta abierta. Vestía un suave tanga y una remera holgada. Su mano derecha recorría despacio sus muslos. La izquierda masajeaba con la misma fuerza sus pechos, agarrando a veces la pequeña llave que colgaba entre ellos. Sus caricias le provocaban sonrisas y suspiros. Un suave gemido salió de su boca en cuanto su dedo índice acarició su vagina por sobre su ropa interior.

Siguió jugando de esa forma con su cuerpo, sobresaltándose cada vez más a medida que sus manos pasaban por sus zonas erógenas. El calor exterior la estaba haciendo transpirar y el interior aumentar su ritmo cardíaco y la hacía apoyarse cada vez más en sus pies y sus hombros. Para entonces ya se frotaba a mediana velocidad sobre su bombacha y gemía a un volumen que era imposible que pasara desapercibido a su huésped.

Lo más rápido que pudo bajó su ropa íntima hasta las pantorrillas y chupó sus dedos índice y medio. Recorrió con estos por vez primera su sexo, gimiendo dulcemente. Se penetró despacio, disfrutando el placentero roce cada centímetro de sus dedos al ingresar dentro de ella le daba. Los dejó quietos en su interior, metiéndolos y sacándolos a través del movimiento de su cadera, que subía y bajaba a un ritmo medio/alto. Su otra mano se dedicaba a pellizcar su seno izquierdo sobre la remera.

Ya gritaba poseída cuando empezó a acompañar el vaivén de su pelvis con el de su mano. Eso solo le produjo que gimiera con más intensidad y alcanzara un largo y exquisito clímax. Se quedó acostada, recomponiéndose de a poco, mientras sus manos la acariciaron hasta que se quedó dormida.

En la otra habitación el ladrón tenía su pene totalmente erecto. Solo pensaba en la manera de frotarse con algo, pero sus ataduras de pies y manos no le permitían mucho movimiento. Subía y bajaba su cadera como lo hacía la policía, pero obteniendo frustración en lugar de placer.

Al principio creyó que los gemidos de su compañera de piso eran producto de su imaginación. Desde su primera experiencia sexual nunca había estado tanto tiempo sin cogerse a una puta, ya sea de profesión o de alma. Pero el encierro impuesto por la zorra que estaba gozando a pocos metros suyo lo obligaron a cambiar sus planes. Los primeros días no tuvo mayores inconvenientes, pero a medida que pasaba el tiempo la calentura nublaba su juicio. Cuando se le hizo insoportable fue a buscar a su verdugo, pero las cosas no fueron como las había planificado.

Intentó evadirse de los sonidos que llegaban de la otra habitación, pero su excitación pronto le ganó a su razón y a los pocos minutos estaba imaginando a su torturadora masturbarse frenéticamente. Cuando la oyó alcanzar su clímax llegó a pensar en que daría lo que fuera por poder correrse con ella. Esa noche fue una constante pelea entre el enfado que le provocaba y los límites que estaba dispuesto a pasar con tal que le dejara correrse.

Cuando Agostina ingresó a su cuarto estaba dormido, pero su miembro no estaba completamente contraído, como no lo estuvo durante todo el sueño del ratero. Repitió la rutina del día anterior, pero la nota dejada ya no fue irónica. Le daba instrucciones de lo que debía hacer y le decía que si todo estaba como ella quería abriría su jaula y quizás hasta le permitiría que se corriera, si hacía caso a todo lo que le pedía.

Se sorprendió gratamente cuando entró en su departamento. Si bien le faltaba claramente práctica en los quehaceres domésticos todo estaba limpio y ordenado. Más se sorprendió cuando al decirle que lo ataría para poder acomodarse sin preocupaciones fue el propio ladrón el que se dirigió sin protestar a su cuarto. Viendo su buen comportamiento lo dejó desnudo completamente y le dedicó un sensual movimiento de caderas mientras se dirigía al cuarto de baño.

El pene del malviviente volvió a tomar su máximo tamaño al verla, del mismo modo que se exacerbó su molestia por no poder descargarlo. El ladrón pensaba solo en correrse, no le importaba lo que tendría que hacer para lograrlo.

-Dado lo bien que te estás portando –la voz de la policía lo sacó de sus pensamientos– voy a darte un pequeño premio.

Al levantar su vista hacia ella notó que ya no traía su traje. Solo vestía con su antifaz y guantes largos hasta el codo. Como no podía ser de otra manera la pija del cautivo vibró en cuanto la vio. La oficial se acercó despacio y volvió a ponerse sobre su pecho. Sus ojos no dejaban de ver sus senos bambolearse.

-¿Seguís pensando que solo las lesbianas chupan conchas?

-No –contestó tragando el poco orgullo que le quedaba

-¿Y que las mujeres solo servimos para comer pija y tragar leche? –llevó su mano y apretó el pene erecto a su espalda

-No –la mano en su sensible miembro le dificultaban concentrarse

-¿Qué hacemos cuando nos damos cuenta que estábamos equivocados? –empezó a masturbarlo muy despacio

-Nos aahhh –el placer de la paja lo hizo gemir– disculpamos

-¿Y cómo te dije yo que quiero que te disculpes?

-Comiéndote ufff –la oficial sintió al ladrón acercarse al clímax y se detuvo sin soltarlo. Un bufido de frustración salió de su ser– por favor, no pares

-Mmmm me gusta que aprendas a pedir las cosas, pero no terminé de entender tu respuesta

-Comiéndote la concha hasta que no des más.

-Me gusta eso –empezó a jalarlo despacio otra vez. El ratero solo pensaba en la mano sobre su aparato y en el suave bamboleo de los senos de Agostina, la que nuevamente se detuvo antes de que acabara.

-Por favor. Dejame acabar. No puedo más.

-Primero es mi turno. Si esa boquita tuya sirve para algo más que insultar ambos vamos a quedar satisfechos esta noche. Sino será solo uno de nosotros

La oficial puso su entrepierna a la altura de la boca del ladronzuelo. Este pasó su lengua sin muchas ganas y algo de asco. Para su asombro el sabor no le resultó desagradable. Al ver que solo la lamía le indicó que la chupara despacio y alternara con lamidas. De a poco fue mejorando.

Cuando estuvo lubricada lo agarró con una mano de su cabeza y empezó a moverse adelante y atrás sin dejar que se separara de ella. Gemía despacio. Pensar que la inexperiencia del malhechor no era únicamente en las labores hogareñas la hizo sonreír. Igualmente lo veía cada vez más compenetrado. Sus ojos cerrados, su respiración agitada, su boca recorriendo su entrepierna buscando los lugares más sensibles y la mejor forma de estimularlos. Dándose media vuelta vio que lo estaba disfrutando.

Cuando casi de casualidad dio un lametazo al clítoris la agente gimió por primera vez con intensidad. El ladrón intentó torpemente volver a acertar a ese punto tan sensible tanto con lamidas como con succiones, pero no lograba hacerlo. Los movimientos de la policía encima suyo y la imposibilidad de agarrarla dificultaban mucho esta tarea. Notando esto y sabiendo que era su primera vez complaciendo a una mujer dijo

-Voy a ayudarte por esta vez –desató una mano– podés agarrarte de mi, pero no vas a correrte hoy –sintió como su equilibrio y la puntería del ratero mejoraban notoriamente– a cambio de esto podés tocarme el culo, que sé que querés hacerlo.

La oficial empezó en ese momento a gozar de verdad. La falta de experiencia la compensaba con el énfasis que ponía en darle placer. Con las dos manos en sus nalgas guiaba su clítoris al medio de sus labios y alternaba pequeños roces con la lengua, mordiscos y chupones. Agostina lo alentaba a que siguiera y el joven ladrón respondía con ahínco.

Finalmente empezó a emitir gritos cortos. Al mismo tiempo se penetró a toda velocidad con dos de sus dedos. Gemía y gemía acercándose más al delicioso final. Una mordida más fuerte en su centro de placer le hizo alcanzar su clímax. Mientras se corría no dejaba de penetrarse y gritarle al joven entre sus piernas que no se detuviera. Después de un último y largo suspiro se derrumbó encima suyo.

Descansaron así unos minutos. Después de recuperada volvió a atar al malviviente y le dio las buenas noches, meneándole nuevamente el culo. El delincuente estaba más caliente que la noche anterior, pero todo su enojo y frustración habían desaparecido.

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El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

1 COMENTARIO

  1. “-Nos aahhh –el placer de la paja lo hizo gemir– disculpamos” quería evitar acabar hasta llegar al capítulo V, pero mi excitación me pudo.
    Quedará para otra ocasión.

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