El hermano de mi amiga

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T. Lectura: 9 min.

Era abril del 2021, tenía 23 años, todavía me costaba hablar sin que se me cayera algo adentro. Habían pasado unos meses desde que se murió mi vieja y yo andaba flotando entre el dolor, la rutina y una especie de vacío seco, raro… hasta que apareció él.

No fue amor, ni drama, ni vueltas. Fue puro cuerpo. Pura hambre. Facundo fue eso: un sacudón necesario. Me agarró justo cuando ya no recordaba lo que era temblar por alguien. Lo juro: esa noche me devolvió algo que ni sabía que me faltaba. Y sí… ese polvo me marcó.

Apenas entré a la casa ya sentí el calor de tanta gente amontonada. El living estaba explotado, la música sonaba fuerte y las luces medio bajas le daban ese tono típico de cualquier fiesta improvisada.

Por la reciente pandemia, se suponía que no se podían hacer reuniones así, pero a nadie le importaba. Éramos fácil unas cuarenta personas, y todos actuábamos como si el virus ya hubiera pasado del todo.

Vi a Fer enseguida. Mi amiga y anfitriona. Me acerqué a saludarla entre abrazos y gritos. Estaba hermosa, y con una birra en la mano. Le di un beso y al toque me encajó una lata.

—Tomá, amiga. Estás muy sobria —me dijo, y se rio.

Yo también me reí. No iba a decirle que venía medio cruzada del día, que el nene que cuido estaba insoportable y que me había peleado con mi hermana, la del medio. Solo quería olvidarme.

Me fui moviendo por la casa, saludando gente, charlando con algunas amigas, tomando despacio. Había olor a alcohol y a cigarrillo. Una mezcla de todo lo que tienen las fiestas donde hay mucha gente.

En un momento vi a Facundo. Estaba apoyado contra la pared del patio, fumando, con una cerveza en la mano. No lo conocía mucho. Lo había visto alguna vez cuando iba a lo de Fer, pero nunca habíamos hablado. Sabía que era el hermano, nada más.

La noche fue avanzando. El volumen de la música subía cada vez más. Me tomé otra lata. Me reí con un par de amigas, bailé un poco. Ya estaba más suelta, aunque todavía lejos del punto en el que me pongo intensa.

En un momento sentí la vejiga explotar. Fui al pasillo, donde estaba el baño, y por supuesto, había fila. Me apoyé contra la pared con los brazos cruzados. En eso, escuché pasos detrás mío. Me di vuelta y vi a Facundo.

—¿También estás esperando? —me preguntó, sin mucha expresión.

—Sí… esto parece la fila del banco.

Él sonrió apenas.

—No queda otra que tener paciencia —dijo, y se apoyó al lado mío.

Asentí.

—Me llamo Mey —le dije por cortesía.

—Facundo —respondió.

—¿Sos el hermano de la cumpleañera, no? —dije sonriendo apenas.

—Si. Vos venís seguido por casa, ¿no?

—A veces. Cuando Fer tiene algún quilombo, me manda mensajes. Soy como su plan B.

Se rio.

—Bien. Siempre es útil tener un plan B —respondió.

Lo observé un segundo. Tenía ojeras marcadas, el pelo algo revuelto y ese gesto de tipo que está pero no del todo.

—¿Faltará mucho para que salga alguien del baño? —pregunté, medio en chiste.

—Y… si no están cogiendo adentro, debería salir pronto —dijo, sin reírse del todo, pero con cierto tono burlón.

Me reí.

—Sería un bajón. Tengo pis desde hace media hora.

—Tenés cara de estar sufriendo —agregó.

—Un poco sí. Igual ya está, ahora aguanto por orgullo.

Se volvió a reír y justo se abrió la puerta del baño. El que salió estaba con cara de culpa. Nos miramos con Facundo.

—Parece que no era solo pis… —dije bajito.

—Claramente no.

—Voy yo —le dije.

—Dale, después me contás qué tal el panorama —respondió con sarcasmo.

Entré, cerré la puerta y me senté rápido. Por algún motivo, cuando salí, lo busqué con la mirada y él ya no estaba en el pasillo.

Volví con mis amigas, las risas, los chismes y la música seguían como si nada. Me serví un vaso de vino, en un momento ya ni me acordaba de cuántos llevaba.

La fiesta había mutado: ahora había gente chapando en rincones, algunos ya muy pasados de copas, otros con el efecto de las drogas en los ojos.

A veces, veía a Facundo de reojo. Estaba con su grupo, pero su mirada venía hacia mí. Era raro porque no se acercaba, solo me observaba.

Había algo en esa mirada que no me dejaba tranquila, algo que hacía preguntarme si se iba a acercar o si solo estaba mirando porque sí.

La música se volvió más bailable, más movida. Los que antes estaban sentados ya no podían estar quietos. La noche se sentía cargada de alcohol y descontrol.

Cuando menos lo esperaba, él apareció detrás de mí. Lo miré de reojo. Estaba ahí, parado, como esperando algo, sin animarse a dar el primer paso. Y yo no iba a hacerlo.

La canción cambió. Sonó un cuarteto. La pista se llenó de parejas. Ahí fue cuando se acercó un poco más y me extendió la mano.

—¿Bailás? —me dijo, casi al oído.

—Dale —respondí, sin pensarlo.

No sé cuánto tiempo pasó desde que empezamos a bailar, pero en un momento su mano en mi cintura ya no era parte del ritmo. Era firme. Tenía los dedos hundidos ahí, como si me marcara.

De repente, se apartó un poco, me miró, y empezó a caminar. Yo lo seguí sin pensar demasiado. Sabía a qué íbamos. No hizo falta que me lo diga.

Nos metimos en un rincón oscuro entre dos paredes. Nadie nos veía. Me arrinconó enseguida. Su cuerpo entero contra el mío. Me agarró la cara con una mano y me comió la boca.

Fue brusco. Urgente. Yo le pasé los brazos por la nuca, lo atraje más. Sentía su lengua desesperada, su respiración en la cara, sus manos bajando sin pausa.

Me tocó las tetas por debajo de la musculosa, sin pudor. Me apretó una con fuerza, me pellizcó el pezón con los dedos.

Le metí la mano por debajo de la remera blanca y sentí su panza tensa, el pecho caliente. Me rozó la entrepierna con la rodilla. Yo me abrí sin pensarlo. Jadeaba, quería más.

Me metió la mano por el jean, por debajo de la tanga. Me tocó la concha. Apenas, pero lo hizo. Él jadeaba duro. Toqué y sentía su verga casi queriendo salir del jogging, pero no cogimos. No ahí. No todavía.

Los dos sabíamos que no era el momento. Nos quedamos unos segundos más, calientes, respirando agitados. Nos miramos. No hacía falta decir nada.

Me acomodé la musculosa, me pasé los dedos por el pelo que tenía hecho un quilombo. Él se acomodó la remera. Volvimos a la fiesta.

Nadie se dio cuenta. Pero yo estaba alterada. Tenía los pezones duros y la tanga empapada. Volví con mis amigas y me serví otro vaso. Me reí, hice como que no pasó nada, pero no podía sacarme de encima la calentura.

Sabía que me estaba mirando. Lo buscaba con los ojos entre la gente y lo veía a lo lejos, medio serio.

La fiesta estaba bajando. Algunos empezaban a irse. Agarré mi bolso y me colgué la campera del brazo. Él se me acercó justo cuando pasaba por la cocina.

—¿Ya te vas, Mey? —me dijo.

—A tu cuarto —solté.

Me despedí de todos, saludé a Fer con un beso, hice todo el teatro. “Nos vemos”, “avisame cuando llegues”, bla bla. Abrí la puerta principal, miré un segundo hacia afuera… y la volví a cerrar.

Me di vuelta y caminé por el pasillo. La casa estaba más vacía, oscura. Había vasos sucios por todos lados, el piso pegoteado, y bastante olor a alcohol.

Llegué a la puerta del cuarto de Facundo. Entré despacio, cerré sin hacer ruido y me senté al borde de la cama.

Me acomodé el pelo, crucé las piernas, dejé el bolso y la campera sobre un mueble. Las luces estaban apagadas, había apenas un reflejo de afuera entraba por la ventana.

Facundo entró sin decir nada. Se me acercó y me agarró de la cara para darme un beso. No fue suave, fue húmedo, apurado, sucio. Me chupaba la boca, me metía la lengua entera, me mordía los labios.

Yo gemía bajito. Sentía su respiración pesada. Bajó al cuello, me lamía, me chupaba la piel. Me mordió fuerte una vez y le solté un jadeo.

Ya tenía sus manos encima mío. Me agarraba las piernas, el culo, me tocaba la concha por encima del pantalón. Estaba desesperado. Y yo también.

Me saqué las zapatillas mientras él me levantaba la musculosa. Me quedó el collar colgado entre las tetas.

Después me bajó el jean con apuro, me lo sacó entero. Me quedé en tanga y corpiño, ambos negros.

Me tocó por encima de la tela, sentí el roce en la concha mojada. Me sacó el corpiño y después la tanga. Me abrió los labios con los dedos y me rozó bien ahí. Estaba empapada.

Ahí nomás se sacó la camisa y la remera en un solo movimiento. Se bajó el pantalón con una mano. Quedó desnudo. Se agarró la pija con la mano y me la mostró. Estaba dura, gruesa, venosa.

Me arrodillé despacio frente a él, lo miré desde abajo, me acerqué y le pasé la lengua por la punta, apenas saboreándolo. Sentí el gustito salado de su piel y lo escuché soltar un respiro por la nariz.

Me la metí en la boca bien lento, le agarré la base con una mano y empecé a chuparlo lento. Le pasaba la lengua por todo el tronco, después me lo metía más hasta el fondo. Me babeaba toda, me corría la saliva por la comisura, y sentí cómo se le endurecía todavía más adentro de mi boca. Él me apoyó una mano en la cabeza y me sostuvo ahí.

—Así Mey… —dijo en voz baja.

Gemí con la pija en la boca. Me encantaba sentirla llenándome la garganta. La saqué un segundo, lo miré con la boca toda mojada y volví a chupársela. Escuchaba cómo le chasqueaba contra mi lengua y la baba me goteaba al piso.

De golpe me agarró del brazo y me hizo levantar. Me dio vuelta y me tiró sobre la cama, en cuatro. Me agarró de la cintura con fuerza y me empezó a meter la pija despacio, y después, cada vez más rápido, más fuerte.

—Te gusta, ¿no? —me dijo mientras me embestía.

—Sí… la puta madre… —jadeé.

De pronto me la sacó, me abrió las piernas y metió la cara entre mi nalgas. Me empezó a chupar la vagina mientras me metía los dedos.

Se volvió a levantar y me la metió de nuevo, más rápido y más salvaje.

—Decime que querés más, dale —me decía.

—Seguí Facu… seguí… no pares…

Sentí cómo me tiraba del pelo para levantarme. Me enderezó, todavía con la pija adentro, me abrazó por atrás, y me cogió más fuerte mientras me besaba el cuello y me agarraba las tetas.

Sentía el calor de su respiración en mi oído mientras me daba como si no hubiera nadie más en la casa.

Tenía una mano bien apretada en mi teta izquierda, y con la otra me acariciaba el clítoris, apretándome con los dedos.

—Estás re buenísima —me dijo mientras me empujaba de nuevo contra el colchón.

Me reí entre gemidos, con la cara enterrada en la almohada y me dio una nalgada fuerte que me arrancó un grito.

—Dale… abrí más las piernas. Así… así me gusta —me ordenó.

Yo no decía mucho. Solo gemía y me mordía los labios.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Perdí la noción. Solo sabía que me estaba devorando y me encantaba.

Me tenía boca abajo todavía, pero el ritmo empezó a cambiar. Bajó la intensidad, me acariciaba la espalda, me pasaba la mano por el costado del cuerpo, suave hasta llegar a mis tetas.

—Tus gomas me tienen loco —me gruñó al oído.

—Si, no sos el único —le solté sabiendo que esa frase lo iba a prender fuego.

Y si, me giró despacio, me dio vuelta con firmeza y me dejó boca arriba con las piernas abiertas.

Se quedó un segundo mirándome las tetas y se tiró encima de ellas. Me las chupaba con desesperación, empapando mis pezones con saliva, mordiendo, succionando fuerte, mientras me volvía a coger lento y hondo.

—Qué buena estás, la puta madre… —decía.

Entonces me empujó los brazos hacia arriba y me los sostuvo firmes contra la almohada con una sola mano. Con la otra volvió a agarrarme las tetas, amasándolas con fuerza.

—¿Te gusta así? —me dijo, mirándome fijo, con la voz cargada de deseo.

—Me encanta… pero no sos el único que sabe coger fuerte —le solté con la voz ronca, provocadora.

Me la sacó de golpe y yo me subí arriba suyo. Me acomodé sobre él y me lo clavé otra vez, sintiendo cómo me llenaba de nuevo. Apoyé las manos en su pecho y empecé a montarlo, con las tetas rebotando frente a sus ojos, sabiendo que no podía dejar de mirarlas.

Él me agarró de la cintura con una fuerza. Estaba caliente, se le notaba en la cara, en los jadeos rotos, en cómo me apretaba cada vez que bajaba sobre su verga.

Yo lo cabalgaba con un ritmo cada vez más descontrolado. Mis tetas rebotaban con violencia frente a su cara, y no se aguantó: se incorporó un poco y volvió a clavarse en ellas, a chupármelas con desesperación.

—Seguí así, hermosa… me vas a hacer acabar —me gruñó con la voz ronca y la cara enterrada entre mis pechos mojados.

Y yo no paraba. Seguía cabalgándolo con furia mientras él me manoseaba sin tregua, me apretaba fuerte, me mordía, me escupía los pezones, y eso me volvía loca.

Me agarró fuerte de las caderas y me giró sin decir una palabra. Me soltó contra el colchón y, en segundos, ya estaba abajo, con la lengua metida entre mis piernas, desesperado, con hambre. Me abría con los dedos, me lamía con ganas, con bronca, como si quisiera hacerme explotar ahí mismo.

Yo me arqueaba, me agarraba de las sábanas, sentía los gemidos salirme solos, cortados, ahogados, como si el cuerpo se me estuviera desarmando.

Las piernas me temblaban. Me latía todo. Y cuando me metió los dedos mientras seguía chupándome como un enfermo, fue el final.

El orgasmo me vino como un latigazo. Me sacudió entera. Quedé rendida, con la piel erizada y el corazón a full. Me quedé así, con las piernas abiertas, sintiendo su lengua todavía en mi clítoris, como si no quisiera soltarme.

—La concha de tu madre… sos una bomba —murmuró mirándome desde ahí abajo.

Me incorporé despacio. Me acerqué y lo empujé para que se sentara en la cama. Lo miré a los ojos y bajé la cabeza directo a su verga.

Me la metí en la boca de una. Él soltó un gruñido bajo y tensó las piernas. Yo se la chupaba con ritmo, con ganas de hacerlo acabar ahí mismo. Me la tragaba entera, le pasaba la lengua por el glande y lo miraba desde abajo provocándolo.

—Así, tragámela… qué puta linda sos, te voy a llenar de leche esas tetas hermosas —me decía entre dientes mientras me acariciaba el pelo y me empujaba un poco más.

Me dio un tirón suave para que me apartara y se levantó. Se puso de pie frente a mí y yo me senté derecha, sacándome el pelo de la cara. Después le ofrecí mis gomas, las levantaba, las sacudía suave, todavía mojadas.

—Dale, acabame acá, quiero toda tu lechita —le dije, con la voz ronca, apretándome las tetas.

Él ya no aguantaba más. Se pajeó con fuerza unos segundos, jadeando, mirándome fijo, y cuando se vino fue un espasmo brutal.

Chorros calientes y espesos me cayeron directo en las tetas, en los pezones. Me mojaron toda. Yo gemí bajito, sintiendo cómo me chorreaba, mientras se le escapaba ese último gemido gutural.

Me pasé la mano por el pecho, despacio, esparciendo su semen sobre mi piel, juguetona. Le mostré los dedos y me los metí en la boca, uno por uno.

Facundo me miraba en silencio mientras se tocaba la verga despacito, sin apuro.

—Ya te traigo algo para limpiarte —dijo medio ronco.

Al rato volvió con una toalla húmeda. Me la pasó despacio entre las tetas, sin decir nada, con delicadeza. Me limpió y se acostó encima mío, apoyando la cabeza entre mis tetas, con una mano sobre mi cintura.

—Estás muy buena… —murmuró ahí, casi hundido en mí.

No hablamos mucho más. Solo se quedó ahí, como si esa pausa también le hiciera bien a él.

Mi celular vibró en mi bolso. Era un mensaje de Fer.

“¿Llegaste bien amiga?”

Mentí sin culpa.

“Sí, ya estoy en casa.”

De repente, Facundo dijo.

—Ahi te vienen a buscar —y se levantó.

Me alcanzó la tanga y me la subió él mismo, tomándose su tiempo. Me agarró de las caderas para acomodarla bien y me rozó con la nariz el vientre, como si quisiera olerme una vez más.

Después me alcanzó la musculosa y me ayudó con el jean. Me lo subió despacio, besándome la espalda baja antes de cerrarlo. Al final, me puse las zapatillas.

Nos quedamos un minuto más sentados en la cama. Me besó otra vez, sin palabras, y me abrazó.

—Ya está el Uber —dijo mirando su celular.

Bajamos en silencio. En la casa dormían todos. Cruzamos el pasillo como si fuéramos dos adolescentes escapando.

Cuando salí, el aire fresco de la mañana me pegó en la cara. Me subí al auto y saludé al chofer con una sonrisa cansada.

Mientras el auto se alejaba, miré por la ventanilla. Facundo seguía en la puerta con cara de sueño.

Apoyé la cabeza contra la ventanilla del auto y cerré los ojos. Todavía sentía su olor, su sabor, el peso de su cuerpo apretándome las tetas como si fueran su debilidad.

Me ardía el pecho, tenía con restos de su semen secándose en mi piel. Me pasé un dedo por el escote, sentí la textura pegajosa y suspiré hondo.

Qué hijo de puta, qué bien me cogió.

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1 COMENTARIO

  1. Me encantó tu relato! Ya me leí todos los que escribiste acá pero este es mi favorito, espero que subas, me gusta mucho la forma en como los cuentas 🙂

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