El encuentro con Adonis

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Nunca imaginé escribir algo que desnudara no solo mi alma, sino también mis deseos. Esta no es solo una historia; es una llama que no se extinguió con el tiempo. Adonis… ese hombre que, desde mis años universitarios, encendió en mí un fuego que parecía eterno.

Éramos jóvenes, inexpertos, pero cada beso furtivo, cada caricia robada, dejaba una huella imborrable. Ahora, después de tantos años, un simple mensaje reavivó lo que creí perdido.

Habían pasado más de 15 años. Mi vida transcurría en calma, entre rutinas y responsabilidades, hasta que apareció en mi celular un mensaje de un número extranjero. La verdad no pensé volver a ver su foto, era Adonis.

—“¿Recuerdas nuestros bailes? Siempre me pregunté si todavía piensas en esos días” —decía el mensaje acompañado de una canción que hablaba sobre conexiones significativas y la esperanza de un reencuentro en “En Otra Vida”.

Mi corazón se detuvo. ¿Cómo podía explicarle que no solo pensaba en esos días, sino que muchas noches los revivía? Las fiestas universitarias, las risas, su aliento cerca de mi oído mientras me susurraba algo que apenas escuchaba por el volumen de la música.

“Por supuesto que lo recuerdo”, respondí con manos temblorosas. — “¿Cómo olvidarlo?”

La conversación fluyó como si el tiempo no hubiese pasado. Hablamos de nuestras vidas, nuestros trabajos, pero pronto el tono cambió. Las palabras se volvieron más íntimas, cargadas de una tensión que ambos sabíamos que tarde o temprano explotaría.

Él era casi un niño, seis años menor que yo, pero la atracción entre nosotros era palpable, un fuego que nos consumía poco a poco. Llegamos a tocarnos, a desearnos con una intensidad que rozaba lo peligroso. Estuvimos al borde de perdernos en ese abismo, pero la razón, fría y calculadora, nos detuvo en el último instante. En un par de ocasiones, a solas, yo me senté en su regazo, sintiendo cómo su cuerpo joven y ansioso respondía al mío. Él, aferrado a mí como un náufrago a su salvación, besaba mis senos con una mezcla de devoción y desesperación, como un niño buscando algo más que leche: buscando consuelo, placer, una conexión que lo desbordaba.

Recuerdo una vez, en particular, cuando nos encerramos en el baño, el aire cargado de anticipación y el eco de nuestros latidos resonando en las paredes. Con manos temblorosas, deslicé la mía dentro de su pantalón, encontrando su miembro erecto, palpitante, como si fuera un secreto que solo yo podía tocar. Él sudaba, sus rizos largos y rebeldes caían sobre su rostro, ocultando una expresión que era una mezcla de placer y angustia. “Para”, murmuró, pero su voz era tan frágil como su resistencia, y en ese momento, ambos supimos que estábamos jugando con algo más grande que nosotros.

Pasaron los meses y Adonis propuso venir a visitarme. Era una tarde de verano, y el aire fresco contrastaba con el calor que sentía en mi pecho mientras me dirigía al aeropuerto a buscarlo.

Cuando lo vi, sentí que el tiempo retrocedía. Seguía siendo el mismo hombre que me robó un beso en aquella residencia estudiantil, esta vez su cabello estaba rapado. Me recibió con una sonrisa deslumbrante, y esa manera de mirarme que hacía que el mundo desapareciera.

Nos subimos a mi carro y comenzamos a hablar, pero pronto las palabras dieron paso a silencios cargados de significado. En un momento, sus dedos rozaron los míos sobre la palanca, y fue como si una chispa recorriera mi piel.

—“Siempre quise volver a verte” —confesó.— “Nunca dejé de pensar en ti.”

No respondí. No era necesario. Mis ojos hablaron por mí, y en ese instante supe que nada nos detendría.

Le creí, yo tampoco dejaba de pensar en él. Cada cumpleaños le enviaba saludos a través de una amiga. Siempre guardando la distancia por miedo a cruzar la línea del deseo. Esta vez lo tenía frente a mi mucho más maduro, esta vez no me evadía.

Decidimos antes de hacer el checking caminar para mostrarle la ciudad. Las calles estaban casi vacías, y la brisa nocturna envolvía nuestros cuerpos. Cuando nos detuvimos frente a un parque, se giró hacia mí y, sin previo aviso, me tomó por la cintura.

—“Siempre quise saber qué se siente estar contigo, ahora que ambos sabemos lo que queremos” —dijo, acercándose lentamente.

Lo dijo con una seguridad, que ya sabía a dónde podíamos llegar. Sé acercó lo suficiente para sentir su aliento. Entonces saqué de mi bolso una tarjetita muy bonita que había impreso con el siguiente poema:

Yo abriría mis piernas,

para que el aroma de mi deseo

te envuelva como un secreto,

como un eco que nunca se desvanece.

Abriría mi boca,

para que escupas en ella tu fuego,

tu dominio, tu marca,

y así beber de ti hasta quedarme sin aliento.

Pondría música,

esa que suena en la piel para tocarnos con ritmo,

y que cada nota te lleve a mí,

a nuestro instante, a este abismo que compartimos.

Porque eres tú quien despierta mis pasiones,

quien enciende mis sombras,

y en cada gesto, en cada gemido,

te haría eterno dentro de mí.

Pude ver cómo comenzó a temblarle el pulso, se sonrojó y tomó mi boca con su mano. Su beso fue suave al principio, explorando, reconociendo. Pero pronto se volvió más intenso, más urgente, como si estuviera recuperando todo el tiempo perdido. Ahora sus manos recorrían mi espalda, y yo me aferraba a él, sintiendo cómo nuestros cuerpos parecían encajar a la perfección.

Era como si volviésemos a esos años dónde no nos importaba el qué dirán y solo nos dejábamos llevar.

Llegamos al hotel, un lugar cálido, elegante y con una vista panorámica llena de sombras y luces tenues, lo único que importaba era la cercanía de su cuerpo. Cuando cruzamos la puerta, todo rastro de autocontrol desapareció.

Él me alzó en sus brazos con una fuerza que me sorprendió, llevándome a la cama como si fuera un tesoro que no quería soltar. Allí, nos dejamos llevar por la pasión, un torbellino de deseos que había estado esperando su momento. Me desnudó rudamente, con una urgencia que hizo que varios botones de mi largo vestido salieran disparados por la habitación. Sus manos, torpes pero decididas, luchaban contra la tela, hasta que finalmente se detuvo para verme en lencería. Yo estaba tan mojada que la humedad se transparentaba en mi bikini, un detalle que no pasó desapercibido para él.

Sus manos, firmes pero gentiles, exploraron cada curva de mi cuerpo como si estuvieran redescubriéndome. Cada caricia parecía despertar una parte de mí que había olvidado, como si su tacto fuera una llave que abría puertas cerradas hace mucho tiempo. Nuestros suspiros se mezclaron, llenando el espacio entre nosotros, mientras la conexión se volvía más profunda, más real, más inevitable.

—“Eres aún más increíble de lo que recordaba” —susurró al oído, su voz cargada de admiración y deseo. Sus labios siguieron un camino ardiente por mi cuello, bajando lentamente hasta llegar a mi cintura. Con un movimiento audaz, me quitó el panty con los dientes, y comenzó a besarme allí con una habilidad que dejó claro que no era un principiante. Yo respondí con gemidos, perdida en la sensación de sus labios probando mi sabor, explorando cada rincón de mi placer.

Después de llevarme al límite, después de espasmos orgásmicos que sacudieron todo mi ser, dejó su cuerpo caer sobre el mío, permitiéndome sentir su piel contra la mía, caliente y sudorosa. Mi sabor aún estaba en sus labios, y él lo saboreaba con una sonrisa de satisfacción.

Era el momento de devolverle el favor, y lo hice con la misma intensidad que él me había dado. ¡Oh Dios! ¡Qué rico! Lo miraba fijamente, esa sonrisita suya me decía lo bien que lo estaba pasando, lo mucho que disfrutaba de cada segundo.

Dentro de mí, casi no necesitábamos movernos. Fue tan tántrico, tan profundo, que cada respiración, cada latido, era parte de un ritmo que solo nosotros entendíamos. Era el deseo consumado de la manera más noble, una conexión que iba más allá de lo físico. Y de fondo, el dembow sonaba, marcando el ritmo de nuestros cuerpos, de nuestras almas, que por fin habían encontrado su sincronía.

A la mañana siguiente, desperté envuelta en sus brazos. El sol se filtraba por la ventana, iluminando su rostro relajado, y no pude evitar preguntarme: ¿Qué sigue ahora?

Sabía que lo que habíamos hecho no estaba bien. Ambos teníamos vidas establecidas, responsabilidades que no podíamos ignorar. Pero en ese momento, nada de eso importaba. Había encontrado algo que creía perdido: una chispa, una pasión, un recuerdo hecho realidad.

Cuando finalmente me despedí de Adonis, sentí un nudo en el pecho. Sabía que nuestro encuentro cambiaría nuestras vidas para siempre, pero también sabía que no me arrepentiría. A veces, el amor llega de formas inesperadas, y lo único que podemos hacer es dejarnos llevar.

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Traviesa
Nunca pensé en escribir un relato erótico. Siempre fui lectora de este sitio, sumergiéndome en historias que desnudan el alma y la pasión. Sin embargo, algo en mí cambió. Tal vez fue la necesidad de exteriorizar lo que me quema por dentro. Soy una mujer llena de ganas por vivir, tratando de brillar en todo lo que hago.

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