Castigo, inyección, sexo y más sexo

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Laura gritó y se incorporó llevándose las manos a sus desprotegidos glúteos.

Su cara pintada de rojo por la humillación y el dolor, su mirada desafiante.

-Inclínate y no te muevas. -susurró don Mariano.

La mujer tardó solo unos segundos en obedecer. Necesitaba el maldito trabajo para pagar el alquiler. Su jefe era un salido, eso se veía a una legua. Además era de esos que disfrutan con el sufrimiento ajeno y la desnudez. Laura tenía un culete generoso, con una raja engulle bragas que no dejaba indiferente. El pene de don Mariano, crecido bajo los pantalones de vestir comenzó a palpitar. Tenía que controlarse o, de otro modo, no llegaría a marcar el trasero de su subordinada doce veces. Aquel culo merecía el castigo, aquella empleada necesitaba disciplina y él era el encargado de administrar justicia.

Respiró hondo, midió la distancia y con habilidad descargó el octavo golpe sobre la piel desnuda. De nada sirvió el intento de Laura por escapar al dolor apretando las nalgas.

-“Joder” -dijo gritando y resoplando a un tiempo.

El jefe aguardó unos segundos mientras la fémina recuperaba la posición, arqueaba la espalda y presentaba la retaguardia con valentía para recibir un nuevo azote.

El reloj analógico de la mesilla marcaba las diez de la noche.

Laura, tumbada boca abajo en la cama, acababa de extender crema sobre su trasero. No usaba pijama para dormir y aquella noche, en lugar de braguitas, decidió ponerse un tanga color negro. Hacía calor y no era necesario cubrirse con la sábana, además, la brisa que se colaba por alguna rendija secreta, era bien recibida cuando acariciaba sus cachetes colorados.

Sonó el timbre.

-“mierda” -masculló Laura acordándose de la cita.

Se levantó de la cama, se puso una bata ligera y fue a abrir.

Lucía, su vecina, aguardaba con la medicación.

-Perdona se me ha hecho un poco tarde, pero aquí traigo la medicina.

-Ahora… y si lo dejamos para mañana. -respondió Laura con poca convicción.

-No, tiene que ser hoy. Recuerda, una inyección los jueves durante tres semanas.

-Pero es que duele… -protestó la anfitriona.

-Lo sé, pero es lo que hay. Túmbate en la cama y prepara el culo.

La paciente regresó a la habitación, se quitó la bata y la arrojó al suelo antes de dejarse caer sobre la cama.

Luego, por instinto, aunque no era necesario, se bajó el tanga y aguardó nerviosa.

-Pero como tienes el culo de rojo. -comentó su vecina.

-Ya, mi jefe… era esto o el despido.

-Ya veo… yo le habría propuesto sexo.

-Ya, pero probablemente si le digo eso aparte de llamarme algo hubiera sido capaz de zurrarme más. Es un sádico de cuidado.

-Ya veo. -comentó la vecina.

Mientras se preparaba la inyección se hizo el silencio. Laura preferiría estar de chachara, pero no sabía que decir. Sus oídos, atentos, percibían los sonidos… y luego el olor a alcohol llegó como un ramalazo acompañado de más nervios que se acumulaban en su tripa.

El frío algodón rozó su nalga derecha haciéndola temblar. Involuntariamente apretó el esfínter apretando el culo.

-Relaja la nalga. -dijo la vecina dándole un azote suave.

Laura se relajó demasiado pronto, la aguja perforó la cara exterior del glúteo y cuando el líquido comenzó a entrar, dudó entre apretar el culo de nuevo o relajarse del todo. Aquel día la suerte no estaba de su lado y antes de que pudiese evitarlo, el aire escapó de su ano como cuando se desinfla una rueda. Vamos, un pedo en toda regla.

Por fortuna, su vecina se comportó como una profesional y con calma terminó de inyectar todo el líquido. Luego extrajo la aguja y frotó con algodón y alcohol la zona.

-Yo, lo sien… -balbuceo Laura

-Nada, no te preocupes… el olor del alcohol amortigua el otro aunque sabes una cosa…

Laura no preguntó y se limitó a que la vecina dijese algo.

-Sabes una cosa… los pedos son algo muy sexy.

-¿Sí?

-Si me ponen mucho…

-Oye, ¿por qué… por qué no te tumbas a mi lado un rato? -dijo Laura

La vecina no se hizo de rogar, se quitó la ropa hasta quedar en ropa interior y se acostó al lado de Laura.

Luego acarició el trasero de la mujer a la que acababa de pinchar. La besó en la boca y luego le susurró al oído.

-Cómeme el culo.

Laura se incorporó de rodillas, bajó las bragas de la invitada y se encaramó sobre ella moviendo la pelvis de arriba a abajo, simulando el acto sexual por detrás. Luego, enterró la nariz en la raja de su compañera y aspiró.

La vecina ventoseó y se llevó un azote ante tal desfachatez. Luego se comieron la boca a besos.

La semana siguiente Laura llegó tarde a la oficina, con tan mala fortuna de que su jefe estaba de mal humor.

Entró en el despacho y cerró la puerta.

La amenaza de despido, la amenaza de un nuevo castigo para evitarlo cruzó la mente de la mujer. Esta vez no bastaría con inclinarse sobre la mesa, en esta ocasión sería atada al banco y la vara, el cinturón y quien sabe que más, pondrían su trasero al rojo vivo. Esta vez no podría aguantar las lágrimas.

Aguardó de pie, esperando gruesas palabras. Quizás una bofetada, tal vez, tal vez incluso un escarmiento en público. Las palabras de aquel caballero no invitaron a la esperanza.

-Tendría que pelarte el culo con un látigo.

Laura agradeció haber orinado minutos antes, de otro modo, habría vaciado la vejiga allí mismo. Sus piernas le fallaron durante un segundo y tuvo que apoyarse en la mesa para no caer.

Don Mariano se levantó y caminó tras ella.

-Eres atractiva… quizás en lugar de pegarte podríamos tener sexo -dijo de manera inesperada.

Laura enrojeció violentamente… aquel tipo estaba proponiéndole algo que… bueno, por muy rudo que fuese eso no dolería como la vara mordiéndole las nalgas.

-Necesito relajarme… tu podrías encargarte de está. -añadió tocándose las partes.

La mujer miró el bulto. Tragó saliva y, viendo una alternativa al dolor, asintió.

Don Mariano se bajó los pantalones y los calzoncillos y se sentó en el sillón de cuero, notando como sus peludas y sudorosas nalgas se pegaban al cuero como una ventosa. El pene, crecido, se erguía inclinándose ligeramente a la derecha.

Laura se arrodilló frente al sillón, acercó la boca al miembro y comenzó a lamerlo. Luego, sujetándolo con una mano, empezó a chupar los huevos. Sabían a sal y sudor y los pelos negros se sentían extraños en el paladar.

Lo siguiente fue descubrir tetas y pezones. La lengua de aquel hombre maduro se movía con agilidad. Laura gimió dejándose llevar.

Don Mariano se puso en pie, se quitó zapatos y pantalones y ordenó a la mujer que, tras desnudarse de cintura para abajo, se inclinase sobre la mesa.

Dos palmadas en el culo y un dedo juguetón entrando y saliendo de la vagina. Luego, sin previo aviso, la penetró. El ritmo de la cogida fue in crescendo y en menos de cinco minutos llegó el orgasmo, el placer inundando su cuerpo. Si llegar tarde tenía esas consecuencias… bien, quizás mereciese la pena arriesgarse.

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