Ares: fuego, lujuria, fotos prohibidas y confesiones húmedas

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Ares volvió a mi vida cuando menos lo esperaba. Mensajes ardientes, fotos prohibidas y un deseo incontrolable nos llevaron a los límites del placer. A miles de kilómetros de distancia, me hizo suya con solo palabras. Esta es nuestra historia, un juego de lujuria que nunca debió empezar… pero tampoco detenerse.

Hay personas que nos dejan huella en la piel. Otros, en la mente. Ares lo hizo en ambas… y con solo un abrazo, ya me tenía temblando.

Todo comenzó en un país que siempre había querido visitar, durante una conferencia de trabajo. El último día, tras una excursión a las montañas, mi agotamiento físico contrastaba con la calma que aquel paisaje me regaló. Decidí sentarme junto a un caballero que había sido amable conmigo durante la semana.

Él… Él será Ares, el dios de la guerra. Alto, fuerte, con manos grandes que parecían diseñadas para sostener el mundo y unos ojos azules que hipnotizaban. Todo en él exudaba mucha masculinidad.

¿Fue el cansancio? ¿Fue su invitación silenciosa? No lo sé. Sólo recuerdo que, en el autobús, su mirada habló antes que sus palabras.

Durante la excursión, tuvimos un breve momento a solas… bueno, casi a solas. Había otro colega con nosotros, pero Ares acaparaba toda mi atención.

—¿Ustedes están casados? ¿Tienen hijos? —pregunté, rompiendo el hielo.

Ares no dejó que su amigo contestara primero. Se adelantó abruptamente, esto dejó al descubierto esa masculinidad, y lo digo con todo el mejor sentido de la palabra, que me atrajo de él. Esa mezcla de hombre, de fuerza bruta, de control que me apasiona.

—¿Y quién a nuestra edad no? —respondió con una mezcla de humor y melancolía que me desarmó.— Sí, tengo dos niñas, igual que tú. —añadió, sorprendiéndome.

¿Cómo sabía eso? Su atención a los detalles me desconcertó y, al mismo tiempo, me atrajo.

Cuando su compañero se sinceró diciendo que estaba casado pero que no tenía hijos, pude ver la reacción de admiración de Ares, lo cual afloró su lado más humano. Al parecer trabajan juntos durante mucho tiempo y él no lo sabía. Ese contraste entre la agresividad y la ternura captaron mi atención y perversiones.

Entonces para ayudar a desvanecer ese incomodo momento. Les comenté que sus esposas debían estar ansiosas por recibirlos, Ares soltó una frase que quedó grabada en mi memoria:

—Todo lo contrario.

Dijo esto mirando al vacío, con una tristeza que me partió el corazón.

En el autobús conversamos, sobre todo: del futuro, la astronomía, los viajes espaciales… hasta poesía. Mientras hablábamos, algo cambió en el aire. Podía sentir cómo mi piel reaccionaba a su proximidad. Sus palabras, su aliento, cada gesto me envolvían en una burbuja de deseo.

Mi cuerpo, sin quererlo, se acercaba cada vez más al suyo. El tiempo voló y, antes de darnos cuenta, estábamos llegando a la estación donde él y otros colegas se bajarían.

Cuando mencioné que cambiaría de asiento para despedirme de los demás, me miró fijamente y preguntó:

—¿Puedo darte un abrazo?

Sus palabras, aunque simples, llevaron un peso emocional que no pude ignorar. Nos abrazamos, y su cuerpo fuerte, pero cálido, me envolvió de una manera que nunca había sentido.

Pude sentir no solo su ternura, sino también mi deseo sin precedente, un erotismo que me llenaba de mucho miedo. Estoy en una relación estable hace 20 años, pero sin quererlo mi cuerpo reaccionaba a cada mirada que Ares me lanzaba.

La despedida fue de golpe. Mientras el autobús se alejaba, mis ojos se llenaron de lágrimas. No quería que nadie lo notara, así que me aferré al paisaje, intentando procesar lo que acababa de vivir.

De regreso a casa, mi mente seguía en aquellas vivencias. Dibujé paisajes inspirados en las fotos que él me había tomado y, al cabo de unos días, él me escribió.

—¿Llegaste bien? —preguntó, enviándome más fotos que él había tomado durante el viaje, algunas de las cuales eran fotos de mi rodeada de los paisajes que siempre había querido visitar.

Le agradecí y, poco a poco, iniciamos una conversación. Aunque torpe al principio por la diferencia del idioma, nuestras palabras empezaron a construir un puente entre nosotros.

Un día, tomé valor y le envié una foto de una moneda de mi país. Él me había mencionado que quería una como recuerdo, pero en aquel momento no tenía ninguna para darle.

Ese gesto desencadenó algo inesperado.

Fue entonces cuando me sorprendió con un mensaje directo, sin rodeos:

—Si estás interesada en mí, como una mujer está interesada en un hombre, dime “Sí lo estoy”.

Quedé atónita. Esa rudeza que tanto me había cautivado volvía a aparecer, dejando claro quién era Ares: un hombre que no temía decir lo que sentía.

Mi respuesta fue un susurro de valentía y deseo:

—Sí lo estoy.

Su respuesta, breve pero intensa, selló nuestra conexión:

—Muy bien. Como decimos en mi país, me he quitado una piedra de encima.

No sabía en qué momento había comenzado a perder el control, pero lo cierto era que Ares estaba de vuelta… y mi cuerpo lo sabía.

A partir de ese momento, nuestra relación tomó un giro inesperado. Ares y yo no sólo compartíamos palabras, sino un deseo latente que se colaba en cada conversación.

Sabía que lo que sentíamos era peligroso. ¿Hasta dónde estábamos dispuestos a llegar? Fue allí que empezó una manera única de relacionarnos. Él, tal vez por ser fotógrafo, es una persona muy visual, a los pocos días me contestó por otra red social:

—¿Quieres que te mande una verdadera foto sexy? Obviamente bastante decente. De cuando estaba en el lugar dónde hice escala. La tomé completamente por accidente a la 5 de la mañana, pero resultó genial.

Enseguida me llegó una notificación de que el chat estaba encriptado y de que todo desaparecería en 24 horas. Seguidamente de una imagen que hasta el día de hoy no la olvido.

Cuando recibí la foto, mi respiración se detuvo por un instante. No era una imagen explícita ni vulgar, sino una obra de arte que jugaba con la luz y la sombra, con la insinuación y el misterio.

El amanecer teñía el cielo de tonos dorados y anaranjados, derramándose entre los majestuosos edificios de la ciudad que aún despertaba. Ares había tomado la foto desde lo alto de su habitación de hotel, enfocando la vista imponente que se extendía más allá de los ventanales. Pero lo que realmente capturó mi atención fue su reflejo en el cristal.

Su silueta, apenas una sombra perfilada por la luz de la mañana, irradiaba una masculinidad serena y segura. Su cuerpo desnudo tenía la solidez y la firmeza de un hombre que ha vivido, que ha sentido, que ha deseado y ha sido deseado. Sus líneas oblicuas, marcadas con precisión sobre su vientre, guiaban mi mirada tentadora, trazando el camino hacia lo prohibido, hacia lo que no se veía, pero que me podía imaginar con claridad desgarradora.

La fotografía, era una invitación muda. Un testimonio de deseo contenido.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, seguido de un calor sutil que se expandió por mi piel. Mi mente empezó a divagar… ¿Se habría tomado la foto justo después de despertarse, con el cuerpo aún tibio de las sábanas? ¿Habría pensado en mí mientras sostenía la cámara? ¿Sabía, con esa certeza casi cruel, el efecto que causaría en mí?

Era una imagen silenciosa, pero gritaba mil palabras. Y todas me quemaban por dentro.

Me dio la sensación de que era un dios del Olimpo que le imponía al Sol salir. Fue allí que se ganó su nombre de Ares.

Lo único que se me ocurrió responderle fue:

—Eres hermoso, y tu foto es arte en su estado más puro.

El erotismo que me transmitió me había dejado casi sin palabras.

Mi mensaje quedó flotando en la pantalla por unos segundos, hasta que su respuesta llegó, envolviéndome en el recuerdo de nuestra despedida.

—Quiero abrazarte y envolverte en mí.

Cerré los ojos y, por un instante, volví a sentir aquel abrazo en el autobús, la calidez de su cuerpo junto al mío, el leve temblor de sus manos en mi espalda, la electricidad contenida en aquella despedida que aún me quemaba la piel.

Las palabras pueden tocar más hondo que las manos… y sus mensajes me recorrían como caricias invisibles, deslizándose por mi piel, encendiéndome.

—Tú foto me hizo sentir fuego por dentro, estoy toda mojada… —confesé sin reservas, dejando que la verdad fluyera entre nosotros.

El deseo latente en mí exigía una respuesta, una entrega. Me levanté con el pulso acelerado, y fui al baño. Frente al espejo, me desnudé lentamente, sintiendo el aire fresco recorrer mi cuerpo, estremeciéndome ante mi propia imagen, con el deseo latiendo entre mis piernas.

Su mensaje llegó en ese momento, encendiendo aún más la llama que ya ardía en mí.

—Yo también me excité… Te deseo muchísimo. Quiero cogerte …

Nunca antes me había tomado una foto desnuda, mucho menos enviado una. Pero algo en él, en lo que despertaba en mí, me hizo cruzar esa línea con la naturalidad de quien cede a un instinto profundo.

Pensé jugar con la sensualidad y el misterio.

Decidí que centraría mi manicura cómo foco de la fotografía. Tal vez para mantener el pudor. Cubrí mis pechos con una mano, mientras con la otra sostenía el teléfono frente al espejo, ocultando sutilmente mi cuerpo con modestia. La imagen mostraba mi torso firme, la curva de mi cintura y el inicio de mis caderas, dejando el resto a la imaginación.

Antes de enviarla, tomé aire. Era un salto al vacío, una entrega a la pasión que habíamos construido en susurros y silencios. No le mostraba todo… pero dejaba volar a la imaginación. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Era mi turno de devolverle el favor.

Hice clic.

Y esperé su reacción, sintiendo cómo el deseo nos envolvía a través de la distancia.

—¡Oh Dios!… Estás buenísima. Tu cuerpo es perfecto.

Definitivamente, había sido una foto acertada. Suelo vestirme de manera recatada cuando se trata de trabajo, y aunque no puedo esconder la sensualidad de mi cuerpo bajo la ropa, sé que despierto pasiones con detalles sutiles: un escote disimulado, una camiseta ajustada que resalta mis formas o una falda de tela delicada que juega traviesamente con la brisa. Pero esta vez le había mostrado más que eso: la desnudez de mi torso, la entrega de mi deseo, tal como él lo había hecho conmigo. Podía decirse que le estaba devolviendo el favor de haberme excitado hasta lo más profundo.

—Estoy en llamas por dentro.

—Y yo me imagino cómo te toco… Mis manos se deslizan por todo tu cuerpo, desde tus senos hasta donde arde ese fuego. Hasta tu pecera.

—No me opondría en lo absoluto. Me encanta todo lo que me acabas de decir.

Había cruzado un umbral sin retorno. Ya no podía fingir decoro, ni aferrarme a la ilusión de que aquello era solo un juego pasajero. Ares entendía mis deseos con una precisión inquietante, como si hubiese estado siempre dentro de mi mente, explorando cada rincón de mis fantasías más ocultas. Él era mi versión del éxtasis, el dios de mi desenfreno.

Mi teléfono vibró. Su respuesta llegó cargada de deseo, con palabras que me hicieron apretar las piernas instintivamente. Esto ya no era un simple coqueteo… era un incendio que no sabía si quería apagar.

—Yo te besaría desde tus labios carnosos, y bajaría… Bajaría hasta donde más me deseas.

En ese momento, supe que las palabras no serían suficientes. Era la hora de la verdad. Tenía que describirle con precisión lo que imaginaba, lo que quería que él hiciera conmigo. Y no solo eso: quería que me escuchara, que sintiera mi respiración entrecortada, mi ansiedad contenida, mi vulnerabilidad expuesta.

Le dejé un mensaje de voz. Acostada en la cama, con las piernas entreabiertas y la piel erizada de anticipación, dejé que mi voz se volviera caricia.

—Quiero que me beses toda… todita.

—Sí… yo te besaría por todos lados… recorrería tu piel con mis labios, saborearía cada gota de ti.

Sus palabras eran un conjuro que me ataba a él, un deseo que ardía más allá de la distancia. Lo sentía real, tangible, como si en cualquier momento fuera a aparecer en mi habitación, listo para lamerme y chuparme toda.

—Si tan lejos de ti estoy y ya me quemo… No quiero imaginar lo que pasaría si estuviéramos juntos.

Yo también me lo preguntaba. ¿A cuántos orgasmos me llevaría sin que él llegara al suyo? ¿Cuánto placer podría soportar antes de perderme completamente en su dominio? Lo deseaba más que nunca. Y fue en ese instante cuando comencé a considerar seriamente una propuesta que me había hecho anteriormente: vernos en una conferencia al cabo de unos meses. Un encuentro planeado, un pretexto perfecto.

—Tienes que aprender algunas frases en español… Porque cuando estemos juntos, quiero que entiendas lo que te susurraré al oído.

—¡Oh, sí! Yo también espero aprender antes de nuestro encuentro. ¿Me ayudas?

Supe entonces que había entendido mi insinuación. La posibilidad de consumar nuestro deseo era real.

—Empieza de una vez. ¿Qué llevas puesto, querida?

Me mordí los labios… Estaba lista para obedecer.

Pero su insinuación en español me sacudió, aunque pude imaginar su mano fuerte apretando mi cuello, dominándome completamente. Algo me frenó. De repente, me di cuenta de lo que realmente me excitaba: el misterio, la barrera del idioma, la sensación de lo prohibido. Sin darle explicaciones, torpemente, le pedí que nos detuviéramos. Ambos decidimos tratar de calmarnos. Él, al otro lado del mundo a 10,000 km de distancia, seguramente pasaría la noche en vela por mi culpa.

—¡Tienes razón! Es hora de reducir la velocidad… Me dejé llevar. Discúlpame. Voy a darme una ducha de contraste e imaginarte conmigo…

Él no hablaba mi mismo idioma… pero el deseo es universal. Y en ese momento, no necesitábamos traducciones, sabíamos que no aguantaríamos más y estaríamos dispuestos a dejarnos llevar por la pasión.

Pasaron los días.

Un mes después, mi viaje estaba aprobado. Llamé a Ares, ansiosa por contarle la noticia. Saboreaba un caramelo mientras hablábamos, imaginando cómo sería el momento en que por fin estuviéramos cara a cara.

Pero nunca imaginé lo que estaba por ocurrir.

Mi marido sospechaba que estaba teniendo un romance, me conoce demasiado bien. Y como era de esperarse, aquello desató una tormenta. Me prohibió ir a la conferencia. Me prohibió comunicarme con otros hombres.

Era inútil. No iba a poder cumplir mi promesa de encontrarnos.

—Intentaré superarlo —me escribió Ares—. La felicidad estaba tan cerca… Todo este tiempo sin noticias tuyas me hizo pensar que esto solo pasa en el cine. Pero seguía con la esperanza de nuestro encuentro.

Lo sentí devastado intentando consolarnos a ambos.

—Cuando dos personas se desean tan intensamente como nosotros, nada puede detenernos. Ya encontraremos otra oportunidad. ¡Oh, mi dulce Afrodita! En mis sueños, yo estoy junto a ti.

Quise aferrarme a esa ilusión. Le envié una foto de mis senos a través de una lencería de encaje que dejaba entrever a mis pezones paraditos.

—Espero te haga sentir mejor.

—Me levantaste no solo el ánimo.

Entonces me envió una foto de su pantalón abultado y su mano sosteniéndolo debajo del escritorio.

—¿Quieres que te bese lentamente… desde esos ricos senos hasta allí abajo?

—¡Oh, sí, papi! Te deseo inaguantablemente.

—Ya no me puedo contener. Te deseo tanto mi Afrodita… Mi pantalón ya no aguanta la presión.

Seguidamente me envió la imagen de su miembro. Su piel tensa, sus venas marcadas, la necesidad vibrando en cada pulgada de él.

Aunque había borrado inmediatamente la fotografía, era muy tarde ya lo había visto y me podía imaginar cómo el sudor corría por su frente y lo incomodo que estaba resultando para él mantener la cordura en su oficina.

No me atreví a comentar. Quedé paralizada ¿Si la había borrado se había arrepentido? ¿Si no le comentaba algo tal vez iba a pensar que no me impacto verlo?… yo la verdad solo podía imaginarme atorándome con semejante pedazo de carne dentro de mi boca, chupándolo llevada por la pasión y el deseo.

Lo deseaba más que nunca.

—Mi lengua quiere jugar con tu flor mientras mis manos sostienen tus caderas trepando hasta tus pechos.

Yo me imaginaba recostada expuesta a él con las piernas completamente abiertas, mientras acariciaba sus cabellos extasiada por las habilidades de su legua y sus dedos.

—Te daría la vuelta y te lo metería completito mientras me agarraría de tus firmes glúteos.

Una vez más nuestra conversación terminó para dejarnos paso a darnos cariño cada uno por su lado.

Pero tristemente esa conexión estaba por ser interrumpida. Una noche, mientras dormía, mi marido tomó mi celular. Lo descubrió todo.

Con el corazón en la garganta, le advertí a Ares. No había escapatoria. Tuve que bloquearlo.

Aunque después puede lograr comunicarme con él. El daño estaba hecho.

Al tiempo, cuando pude, le escribí desde otro teléfono. Pero él ya no era el mismo. Se había imaginado lo peor.

Fue él quien tomó la decisión de distanciarnos.

—Es lo mejor —dijo.

No queríamos arruinar nuestras vidas. Yo no tenía el valor de decirlo. No tenía las ganas. Estuve jugando a la tumba abierta desde que lo conocí.

Fue la última vez que hablamos.

Ese fin de año, mi cuerpo y mi alma sintieron el impacto de nuestra despedida. Después de haber brillado como un Sol, ahora mi luz se había apagado.

Las sombras de nuestros deseos, nuestras conversaciones, siguen seduciéndome.

Tanto como aquel abrazo en el autobús.

Nuestra historia quedó suspendida en el aire, atrapada en susurros y gemidos ahogados, pero sigue viva, latiendo en mi piel, mojando mis recuerdos.

Cierro los ojos y aún puedo sentir el roce de sus palabras recorriéndome, sus manos imaginarias deslizándose por mi cuerpo, el peso de su deseo haciéndome arquear. Me estremezco al pensar en lo que no hicimos, en lo que quedó en pausa, en la explosión de placer que siempre estuvo al borde de consumarse.

Pero… no importa. Porque aquí, en cada línea, en cada jadeo contenido, él me hace suya otra vez y mis labios entreabiertos están a punto de pronunciar su nombre en un gemido.

Este relato es mi tributo a la lujuria que compartimos. Léelo, tócalo, vívelo… Y déjate ir.

A veces me pregunto qué habría pasado si nos hubiéramos encontrado. Si sus manos hubieran recorrido mi piel, si su aliento hubiera chocado con el mío. Pero hay algo que sí sé… cada vez que leo esto, vuelvo a excitarme como si todo estuviera pasando de nuevo.

Dicen que hay pasiones que nacen para consumirse rápido. Pero la nuestra nunca se apagó… y cada palabra escrita sigue ardiendo dentro de mí.

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Traviesa
Nunca pensé en escribir un relato erótico. Siempre fui lectora de este sitio, sumergiéndome en historias que desnudan el alma y la pasión. Sin embargo, algo en mí cambió. Tal vez fue la necesidad de exteriorizar lo que me quema por dentro. Soy una mujer llena de ganas por vivir, tratando de brillar en todo lo que hago.

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