Me follé a la madre de mi novia

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Soy Toni y tengo un apartamento alquilado en el que vivo, con una sola habitación, cocina-comedor y cuarto de baño, en el barrio en donde vive Silvia, mi novia, situado a escasos metros de su casa.

Cuando cumplimos los dieciocho años, ella comenzó a ir a la Universidad y yo conseguí un trabajo de administrativo en una empresa de automoción.

Entonces como ya no dependía del dinero que me giraban mis padres desde mi pueblo, pensó que era el momento de pasarme por la piedra a mi novia que hasta entonces solamente me había permitido tocarla por debajo de la falda, acariciarle las tetas, unos besos con mucha lengua y pasión y pocas cosas más.

Además, ella en estos dos años tenía unos pechos más grandes, un culo más provocativo, que además sabía mover con coquetería al andar y en definitiva estaba buenísima. Un día pensé que ya no podía seguirlas y que si ella no entraba en mi juego, sería la hora de buscarme a otra chorva más corriente, pero que me permitiera echar esos polvos de locura que tanto necesitaba.

Incapaz de soportar por más tiempo el tener ese bombón de mujer al alcance de mi boca, sin comérmelo, un día a la salida del cine la invitó a tomar una copa en mi piso, aunque en realidad quería pasármela por la piedra.

Por esa razón le pregunte:

–¿No quieres ahora que echemos un polvito rápido, Silvia?

–No, pues, aunque te quiero, después de lo que me has propuesto, dudo de que vayas conmigo con buenas intenciones. Todos los tíos sois unos cerdos y no pensáis más que coger a una tonta para follar con ella hasta aburriros y luego le dais una patada en el chocho y a buscaros a otro ¿Verdad que estoy en lo cierto?

En vano intente disuadirla, pero me quedó sin argumentos y ella muy decidida se marchó enfurruñada sin permitir que la acompañara.

Sinceramente pensé que nuestra relación había terminado que pronto tendría que buscar a otra sustituta, porque necesitaba hacer el amor con una mujer de cualquier edad, color de piel o condición social.

Estaba salido como un perro y no encontraba una solución urgente a mis males.

Pasaron los días y en el mes de febrero, Silvia me sorprendió cuando me dijo en la calle que su madre, que era viuda, deseaba conocerme.

Me invirtió a comer en su casa y yo acepté por lo que me dispuse a ir el sábado al mediodía a conocer la que podía convertirse en mi futura suegra, si es que Silvia había decidido prolongar nuestra relación.

El día del almuerzo yo compré unas flores, unos bombones y muy nervioso llegué a la casa de Silvia.

Al abrir la puerta mi novia, me presentó a su madre y me quedé boquiabierto al ver lo guapa que era.

–Esta es Carmen, mi madre. ¿Verdad que está muy buena?

–Si, ya lo creo que si –dije como un lelo, pero no desaproveché la ocasión de darle dos besos en su cara ovalada, suave y muy hermosa.

Olía perfume caro y era una mujer de mediana estatura, pelirroja, provista de un cuerpo precioso.

Tras las presentaciones la seguí obnubilado al comedor, y sin darme cuenta dejé un poco olvidada a Silvia, porque me gustaba mucho más su madre que ella.

Comimos y a los postres, Silvia me dijo que tenía un examen el próximo lunes y que se iba a estudiar a casa de su amiga Azucena.

Me pidió que la esperase haciéndole compañía a su madre y que ella regresaría sobre las diez de la noche, y nos iríamos los dos a bailar un rato a la discoteca.

Hice como que acepta a regañadientes la oportunidad de quedarme a solas con Carmen, pero suspiré de alivio cuando mi novia se fue tras darme un beso en la boca.

Carmen me dijo que era la propietaria de una tintorería y que recibía los vestidos de novia, tras las ceremonias para limpiarlos y dejarlos como nuevos.

No me imaginé ni por un momento lo que estaba tramando.

Un rato después cuando nos bebimos unos whiskies, ella me pidió que la esperase en el salón porque iba a darme una sorpresa muy grata.

Estuve impaciente leyendo una revista y viendo la televisión, deseando que volviera de nuevo a mi lado y una media hora después se acercó a mí majestuosa, haciendo una entrada triunfal en el comedor, como una super vedette, vestida de novia.

Iba peinada con un moño artístico y lucía un albo tul de ilusión.

Su vestido blanco corto, sus medias blancas, con los zapatos de tacón a juego, su rostro maquillado ¡Estaba preciosa!

–Vamos a jugar a que eres mi marido. ¿Qué te parece mi idea?

–Fantástica ¿pero haremos lo que suelen hacer los recién casados?

–¡Por supuesto que sí! Este traje está para lavarlo y antes de eso vamos a disfrutar un poco. ¿De acuerdo, Tony?

La besé en la boca y me sentí el afortunado esposo de esa preciosa señora, que se dejó levantar el besito de novia y que la acariciase sus muslos, que no eran gruesos, sino macizos.

Le toqué una pierna, primero la rodilla, luego el muslo y ví sorprendido que me mostraba al aire el rojizo vello de su monte de Venus, porque no llevaba bragas la madre de Silvia.

Le solté la cremallera del vestido, y al darse la vuelta, me di cuenta de que tampoco llevaba sostén.

Al despojarla del vestido blanco, de primorosos encajes y pasamanería, le vi sus pechos rosáceos, gordos y redondos, preciosos, que me recordaban dos melones dulces y apetitosos.

Se los acaricié y manoseé, luego le lubriqué con saliva los pezones y se los chupé.

Eran sin duda más grandes y sensuales que los de mi novia.

Le ayudé a quitarse las medias y la hice ponerse a gatas en el sofá.

Se puso a cuatro patas, apoyada en sus codos, rodillas y me mostró la perfección y sensualidad de sus nalgas apretadas, de su culo, de ese esfínter sonrosado que yo supuse que no era virgen ¡No podía serlo! La mujer se creyó que iba a metérsela por su trasero en un griego espectacular.

Estaba equivocada, porque sin dudarlo dos veces, se la introduje sin pedirle permiso, por la boca hambrienta de su vagina ¡Fue increíble! Le metí el pene hasta los testículos mientras la sujetaba por sus pechos.

Mi verga entró y taladró la cálida hendidura, sumergiéndose en un algo de caldos femeninos, tibios y muy gratos.

Carmen me decía piropos, me alababa animándome a que la follara, regalándome todos los placeres que una mujer ardiente y experimentada como ella, podía ofrecerle a su hombre.

Ignoro cuanto tiempo estuvimos haciendo el amor, pero de repente un temblor placentero, sublime, me hizo gemir, y grité su nombre mientras acariciaba la protuberancia erecta y resbaladiza de su clítoris y ella movía las caderas.

Poco después salió un río de esperma y le llené la vagina de mis secreciones.

Le acerqué un momento después mi miembro a su boca pintada de carmín.

Ella me lamió varias veces el pene y Carmen al fin se introdujo mi prepucio entre sus labios.

Se lo hinqué con furia en su boca.

Me succión, absorbí y expulsó el glande lamiéndome cada milímetro de su superficie, mientras jugaba con mis testículos y siguió disfrutando de mis atributos, hasta que creció el ritmo de sus lamidas y mi leche se trasvasé con furia de mi pene anegado hasta su boca y garganta.

Carmen paladeé mi semen que yo le arrojaba a chorro y no pudo evitar que alguno de esos borbotones se deslizase por su cara, rumbo a sus tetas.

Me quedé exhausto, pero ella se echó boca arriba y me ordenó que le lamiera las mieles que brotaban por sus orgasmos en cadena, de la grieta de su sexo.

Yo la lamí y mi boca se posó junto a sus labios mayores y menores, penetrándole con mi lengua rígida en su hendidura femenina, lamiéndome sus cálidos jugos y los restos de mi eyaculación.

¡Qué extraña amalgama de humores! Pero no lo pensé más y seguí meciéndole la nariz entres sus nalgas y de nuevo mi lengua traviesa limpió todo ese sexo que ella generosa me ofrecía, abierta de par en par a mi exploración lingual.

Cuando disfrutamos juntos en un sinfín de posturas dignas de un Kama Sutra doméstico y particular, nos fuimos a lavarnos y ella me rogó que me apresurase porque tal vez su hija sabiendo que yo estaba en su casa, adelantase su regreso y no quería defraudarla por haberse entregado a mí.

Cuando salí de la ducha y me perfumé con la colonia de hombre que me facilitó Carmen, me quedé absorto viéndola como se peinaba desnuda y se maquillaba.

Cuando terminó de acicalarse y se sintió muy guapa como me confesó con una sonrisa de complicidad me permitió verla como se ponía la braga, el sostén y por último un vestido muy sensual.

Una vez estuvimos vestidos, ella me preparó una merienda opípara y muy nutritiva, para recuperar las fuerzas que habíamos gastado jodiendo sin límites.

Vimos juntos la tele y lo pasamos muy bien juntos hasta que al llegar las diez, vino Silvia que se alegró al ver que su madre y yo habíamos hecho tan buenas migas.

Mi novia y yo pasamos una velada feliz, aunque yo estaba hecho polvo y con pocas ganas de meterle mano, cosa que le extrañó por ser anómalo, aunque yo achaque ese desinterés sexual a mi dolor de cabeza que me impedía disfrutar del placer de su compañía.

Al día siguiente Silvia me llamó por teléfono muy enfadada y me dijo que ya se había enterado de lo que habíamos hecho su madre y yo juntos.

Se echó a llorar repitiendo con insistencia que ella no era una cornuda y que deseaba romper una relación, que después de tirarme a su madre ya no tenía ningún futuro. Yo intenté por todos los medios disuadirla, pero como era muy terca, mi misión resultó imposible.

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