Compañeras de piso

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T. Lectura: 3 min.

Esta fue una pequeña experiencia con chicas, que me ocurrió al poco de cumplir los 18 años, tras un verano en que hice autostop. Me asenté en un trabajillo mal remunerado y logré compartir un piso con dos chicas estudiantes. Tenían 19 y 21 años, y yo 18. La primera, Silvia, era alta y delgada, tenía el pelo castaño y rizado.

No tenía unas curvas como las mías, pero a los chicos les volvía locos pues parecía una modelo, tenía los ojos azules intensos. Dolores era morena, bajita, de pelo largo, y de facciones regulares, pero no especialmente atractiva. Sin embargo, lo compensaba siendo la compañera más divertida que he tenido nunca.

Con ella me veía más a menudo, pues Silvia siempre que no estaba estudiando estaba saliendo con algún chico. Dolores y yo llegamos a tener bastante intimidad, y hablábamos de nuestras vidas, de trabajo y estudios, de chicos, de sexo, etc., sin ningún reparo. Cierto día en que llovía nos quedamos las dos en casa.

Silvia se había ido como de costumbre, y nosotras no teníamos mejor plan. Además, yo estaba agotada de trabajar (limpiaba portales – en el orfanato había aprendido todo sobre limpiar y trabajar duro y para mí era una rutina sencilla hacerlo, pero era trabajoso, los “señoritos” son muy exigentes, aunque lo hagas bien).

Me duché mientras ella preparaba una merienda ligera y seleccionaba un video para la velada. Me sentó tan bien la ducha que estaba contenta a pesar del día de perros. Sali con la toalla puesta y me cambie en la habitación mientras Dolores me preguntaba si me gustaba la película. Era una de terror.

Con la merienda en la mesilla y la tele puesta, conforme la película iba avanzando y aumentando de intensidad, afuera la tormenta también era más y más fuerte, comenzaban a sonar truenos y los rayos iluminaban la sala durante fracciones de segundo. No me asustaban las tormentas. A ella un poco, me había confesado, pero no tanto como para hacerlo con cada una.

El filme nos dio un par de sustos, y con el ultimo nos abrazamos. Ya no había merienda por supuesto y estábamos sentadas en el sofá, con las piernas dobladas hacia un lado. Yo llevaba una camiseta y unas braguitas, y ella un pantalón de sport, casi como un pijama, para estar cómoda en casa, y una camiseta holgada, con los calcetines. El abrazo no nos sorprendió, es algo común entre amigas. Pero seguimos así un rato, pues la película continuaba en esos momentos de clímax tipo gore que siempre hay.

Cuando la inminente victima iba a abrir la puerta cogiendo el pomo, y descubrir quien, hacia ruidos en la habitación, un potente trueno invadió nuestros oídos, pegamos un grito agudo, nos abrazamos, y la luz se había ido. Dolores estaba asustada porque temblaba en mis brazos. La acaricie para consolarla –No pasa nada cariño, no te preocupes- Se iba calmando, pero siempre abrazada a mí con ternura, como una niña que se ha caído y acude a su madre.

La emoción del trueno y la película me había excitado, me di cuenta al notar el pecho de ella contra el mío, ¡tenia los pezones durísimos! Ella lo debió de notar, porque me miro intrigante, de manera muy intensa, con sus ojos marrones. Me parecieron hermosos por primera vez. Dolores se acurruco junto a mí, cuerpo con cuerpo. Note sus pezones contra mis tetas. Estaba un poco aturdida, pero me sentía a gusto. La besé la cara con cariño, un beso tras otro. Ella me decía:

-Gracias, te quiero Jessica, gracias. -y me besaba también.

Note como se ponía encima de mí, tumbándome en el sofá. Hundió su boca en la mía, y sus labios calientes comenzaron a jugar. Yo devolvía el beso, con más y más intensidad. Metimos la lengua y la movimos, mezclándonos una con la otra. Ahora si estaba excitada entre la oscuridad leve que dejaba ver, pero lo hacía más emocionante, al reconocerlo al tacto todo. Comenzó a amasarme las tetas suavemente, y luego con pasión autentica. Son muy grandes y vuelven locos a todos, incluida yo misma. Seguimos besándonos y debimos tener la misma idea, despegamos los labios con violencia, como animales, y dijimos casi al tiempo:

“Cómeme”

Las miradas lascivas se cruzaron, estábamos mojadisimas. Las camisetas no tardaron en volar hasta el suelo, y las bragas las siguieron. Yo quede completamente desnuda, sobre el sofá, y ella en calcetines. No había tiempo para otra cosa, ¡y lo que yo quería era su chocho, desde luego!

Me dijo que estuviera quieta. El sofá no era grande, pero suficiente para las dos. Me quede tumbada boca arriba, mientras ella giraba y colocaba su culito enfrente de mí, medio a cuatro patas. Lo agarre, y acerque mi boca al cercano coñito. Estaba bien depilado, húmedo, con los labios rosados. Estaba ansiosa como una perra por meter el morro ahí.

Ella hizo lo propio conmigo, y el contacto de su lengua sobre mi pubis me encendió. Con la lengua lamí de abajo a arriba, notaba sus olores y flujos, no paraba. Saboreaba su chochito a fondo. A la vez estaba recibiendo un buen trabajo. Dolores jadeaba cuando sacaba su boca de mí. La intensidad crecía y crecía, lamiamos como putas desbocadas, sin control. Metí mi lengua todo lo que pude, me concentré en su clítoris, mientras mis caderas iban arriba y abajo.

Nos habíamos sincronizado bien. Mordisquee su botoncito, sintiéndome perra, pero feliz, me encantaba ser tan guarra. Note como mi boca se empapaba entera: se estaba corriendo de gusto. Me deje inundar entera, abría la boca con la lengua recogía esos jugos, los tragaba… Y entonces fui yo. Un grito que oirían todos los vecinos me delato con ese espasmo de placer sin límites. Ella lo recibió igualmente bien. Nos quedamos jadeantes, tumbadas, y desnudas.

-Te quiero Dolores -dije

-Y yo a ti cielo -contesto.

A los 10 minutos de estar inertes, recordando lo que habíamos sentido aun de cerca, la luz llego. Nos dimos cuenta de que estábamos desnudas y de que Silvia llegaría pronto. Entonces recogimos, nos vestimos, y con un beso en la boca, dejando los labios aprisionados mientras se soltaban, acabamos. No comentamos nada más. Todo siguió igual de alegre que siempre.

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