Minerva es el erotismo tabú puesto al desnudo (3)

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Los jóvenes rellenaron sus vasos de la mezcla alcohólica y siguieron conversando.

Habían pasado unas cinco canciones cuando Minerva sacó una banda elástica para el cabello de su mochila.

—¡Puff! Hace calor. ¿No os parece? —dijo, haciéndose una coleta en el pelo.

—Ch-chicos, ¡qué tal si n-nos metemos al agua!

Los tres varones festejaron la idea y, poniéndose de pie, empezaron a quitarse las camisas.

—Esperad, esperad. ¿Qué hacéis? ¿Cómo vamos a meternos al agua?

—¿Por qué no? —dijo el negro quitándose la camiseta, dejando a la vista sus desarrollados pectorales y unos rectos abdominales que parecían patatas bajo la piel.

—Pues porque no tenemos bañado… —Minerva se calló cuando vio que en un instante los tres jóvenes estaban en bóxer. Se puso los dedos en la boca, intentando contener una risa, tal vez por el asombro de ver que en la silueta de sus penes se evidenciaban sendas erecciones, tal vez por el aspecto de sus desmadejados bóxeres. El del gordito era de un verde descolorido por gotas de lejía, el del flaco era azul y estaba roto junto al elástico de la cintura y el del chico negro era de color blanco, con el dibujo de unos labios rojos justo en el saco que aloja el pene.

—¿Para qué bañador? —dijo el negro—. Venga. No te pongas mojigata de nuevo.

—Dale, que ya te vimos el culo —dijo el flaco.

—Es muy diferente que me hayáis visto el culo, a que me veáis… ¡toda!

—S-será como estar en b-bikini. —Dijo el gordito.

—No es lo mismo. Mi ropa interior es… es muy pequeña. Me… me veríais casi todo.

—Venga, esto quedará entre nosotros —dijo el negro—. Mira a David; ya tiene las tetas al aire y no dice nada.

Los pectorales obesos del que se había vuelto tartamudo parecían tetas puberales. Se tomó las tetillas con los dedos, se las pellizcó e hizo una divertida mueca morbosa con la lengua. Todos rieron.

—Yo he venido en tanga, como tú. ¡Mira! —dijo el flaco.

Se había vuelto de espaldas, y metiéndose su bóxer entre la raja de sus raquíticos glúteos, salpicados de pequeños granitos inflamados; se puso a menearlo, haciendo descojonar de risa a la chica.

Los otros dos chicos dijeron que ellos también iban en tanga y también metieron sus bóxeres entre los glúteos y los menearon y todo mundo se descojonó de risa.

—Definitivamente, estáis como unas cabras —dijo ella con una exhalación derrotada—. Solo os digo que, si esto sale de aquí, os mato.

La ropa de la chica rodó por su espalda y glúteos hasta el suelo rocoso.

Las aguas de la cascada dejaron de murmurar…

Los pájaros interrumpieron su trinar…

Y los hombres dejaron de respirar…

El color pálido de la piel de Minerva era inmaculado, como una virgen de porcelana. Sus clavículas, haciendo presión bajo la piel, parecían las alas abiertas de un pájaro queriendo volar. Sus tetas, que tenían el tamaño justo para ser agarradas por una mano abierta, estaban contenidas con dificultad por la media copa de un sujetador que parecía una talla menos de la correcta, hecho de una fina tela de algodón blanco. Debajo de su pequeña cintura se abrían los contornos de una pelvis femenina cuya sola existencia invitaba a ser fertilizada, y el tesoro que contenía se ocultaba tras un tanga, cuyos triángulos delantero y trasero también estaban hechos de una delicada tela de algodón blanco.

Como los chicos parecían estar petrificados, fue Minerva quien tomó la iniciativa y caminó hacia la orilla de la balsa de agua y se hundió lentamente en ella.

—¡Vamos! No os quedéis ahí parados como tontos —les dijo.

Mientras chapoteaban como críos, los jóvenes se turnaban para hablar con Minerva, para tenerla cerca, para rozarle un poco la piel, y ella actuaba con ingenuidad. Pero el negro les cortó el impulso, diciéndoles con severidad que dejaran de tocar a su chica. Era como si le gustara que observaran a “su chica”, más no que la tocaran.

El flaco desgarbado propuso jugar a una prueba de resistencia bajo el agua que consistía en que tres de ellos se ponían en fila india con una separación de algo más de un metro, con las piernas abiertas en compas. La cuarta persona debía pasar nadando debajo del agua, bajo las piernas de todos, hasta salir del otro lado.

El juego empezó con normalidad. Pero, a través del agua cristalina, Nicolau se percató de que cuando Minerva quedó de última y al flaco le tocó el turno de sumergirse y llegó a la altura de Minerva, se atascó entre la apertura de sus piernas, y en un torpe intento por salir del otro lado, metía las manos entre sus muslos, tocándole, aparentemente por accidente, ¡la vagina! Y ella no pareció sorprenderse; simplemente, reía divertida mientras se abría más de piernas para facilitarle el paso; aunque no parecía funcionar, y el flaco siguió maniobrando entre las piernas de ella, hasta que finalmente logró emerger del agua a su espalda.

Él le murmuró: «me estaba quedando sin aire» y ella asintió con la cabeza, como si hubiera quedado satisfecha con la explicación. Al estar los demás chicos de primeros en la fila, no se enteraron del inconveniente, o conveniente, atasco. Lo más raro del atasco bajo los muslos de Minerva es que luego sucedió lo mismo cuando la prueba la hizo el gordo; y así siguió ocurriendo durante las sucesivas rondas. Incluso, Minerva, que había hecho una primera ronda impecable, también empezó a tener dificultades y se atascaba pasando entre los muslos del último chico de la fila.

El único que lo hizo impecablemente todas las veces fue el negro, quien no se enteró, como si fuera un poco tonto, de que los demás participantes, Minerva incluida, se entretenían entre las piernas de la última persona de la fila, hasta que no tenían más oxígeno en sus pulmones.

Se tomaron un descanso haciendo levitar de mano en mano una copa que habían dejado a la orilla de la balsa.

Parece que la actitud dócil de Minerva durante la prueba anterior animó a los chicos a proponer más juegos…

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