Contrato con Apolo: quiero llevarte a la Luna

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Los viajes para participar en conferencias siempre me han resultado interesantes. Rodeada de hombres con traje y corbata, representantes de distintos países, la atmósfera siempre con un aire de solemnidad y competencia. Pero aquella mañana, algo fue distinto.

Llegué temprano, como de costumbre. Visualicé donde quedaba mi puesto, justo en el centro de la mesa en U, y observé a mi alrededor. Entre las caras serias y las conversaciones en distintos idiomas, mis ojos se detuvieron en él.

Cabello claro, rasgos eslavos, unos lentes sin aro que le daban un aire intelectual, pero con la camisa blanca desabotonada justo en el cuello, sin corbata. Como si no le importara encajar del todo.

Sus labios, delgados y precisos, me hipnotizaban. No eran para nada parecidos a los míos, sino una línea elegante y definida que contrastaba con mi boca. Me sorprendí imaginando cómo se sentiría deslizar la punta de mi lengua por la comisura de sus labios, trazar el contorno con mis dientes, probar su sabor.

No pude evitar acercarme y, sin pensarlo demasiado, le hablé en su idioma. Su sorpresa se convirtió en una sonrisa cómplice. Hicimos clic de inmediato. Intercambiamos tarjetas de presentación. Apolo… Así lo llamé en mi mente.

—Tomémonos una foto —dije sin darle tiempo a reaccionar.

Posamos juntos, y por un segundo imaginé su aliento en mi cuello.

La idea me distraía, me volvía torpe, incapaz de concentrarme en otra cosa que no fuera ese punto exacto donde su boca se curvaba sutilmente al hablar. ¿Serían sus labios suaves o firmes contra los míos? ¿Temblarían al contacto, o me sorprendería con un beso decidido? Un fuego lento se encendía en mi interior solo de pensarlo.

Me presentó a sus colegas. Nos reímos, jugamos con los silencios cargados de intención. Pero la conferencia debía comenzar. Me senté en mi puesto y, mientras otros exponían, mi mente divagaba.

Las mesas, cubiertas con manteles largos, me brindaban el refugio perfecto para un instante de escape. Con movimientos lentos y discretos, subí mi vestido y deslicé mis dedos sobre mis rodillas, recorriendo su contorno con una caricia que apenas que me imaginaba no era mía. Un escalofrío delicioso me recorrió la piel, transformándose en un calor creciente entre mis muslos.

Mis rodillas siempre han sido mi punto débil, un portal secreto hacia el placer. Cada roce despierta en mí una lascivia inexplicable, una necesidad ardiente que se enciende con el más mínimo estímulo. Cuando me las toco, cuando las beso, es como si mi propio cuerpo me respondiera con un susurro de deseo, invitándome a perderme en la sensación.

Saqué mi teléfono y miré nuestra foto. Nos veíamos increíblemente bien juntos.

Un mensaje entró en la pantalla:

“¿Me envías la foto, por favor?”

Sonreí y la envié de inmediato.

Minutos después, llegó mi turno de hablar. Me dirigí al podio con el corazón latiendo rápido. Evité mirar a la audiencia, fijé la vista en mis notas. Sabía que todos me observaban, pero solo me importaba uno.

Cuando volví a mi asiento, mi cuerpo se relajó, pero mi mente siguió jugueteando con la idea de Apolo. Su turno de hablar se acercaba. Quería saber de qué trataría su presentación, qué tono usaría, qué gestos haría.

Cuando por fin lo escuché, quedé hipnotizada. Su inglés fluía con una elocuencia impecable, pero era su presencia lo que me atrapaba. Era el tipo de hombre que, sin esfuerzo, podía capturar una sala entera con su voz.

Llegó la hora del almuerzo y me propuso sentarnos juntos. Conversamos, nos reímos, jugamos con los silencios. La tensión era palpable.

Me despedí con la excusa de que tomaría una siesta, pero en realidad, tenía otro plan.

Siempre que viajo por trabajo, llevo mis juguetes sexuales. Son mi secreto para liberar la tensión acumulada del día.

Llené la bañera, puse música suave y dejé que el agua acariciara mi piel.

Justo cuando estaba a punto de relajarme por completo, mi teléfono vibró.

Un mensaje de Apolo.

Me envió un paper científico que había escrito.

“Espero no haberte despertado.”

Sonreí, sabiendo exactamente cómo responder.

Grabé un mensaje de voz, con un tono cargado de sensualidad:

—No aún no… Es todo un ritual…

De fondo, el sonido del agua, el eco de mi respiración entrecortada. Sabía que ese mensaje lo pondría a prueba.

Para ser sincera, mientras hablábamos, mis dedos se deslizaban por mi piel, descubriendo cuánto me encendía la idea de él.

Nos vimos en la sesión de la tarde. Cenamos juntos. Cada día el juego se intensificaba. Los mensajes se volvían más explícitos y más cargados de deseo.

El último día, recibí un mensaje inesperado:

“Te espero en el lobby, junto al piano.”

Lo encontré apoyado en el piano negro brillante, con una expresión serena, pero expectante.

—Me gusta el jazz —me dijo—. Antes tocaba piano ahora toco la guitarra.

Me lo imaginé y mordí mi labio.

—Seguramente eres un romántico… pero también estoico.

Él sonrió.

Saqué unas páginas y le entregué mi teléfono, invitándolo a usar una aplicación de traducción. Mientras la pantalla reflejaba las palabras en su idioma, lo observé detenidamente, anticipando su reacción.

—Ayer te hablé de esto… —susurré.

Era el Contrato de la Sensualidad del que le había hablado la noche anterior cuando nos comentábamos sobre algunas películas.

Apolo lo tomó y comenzó a leer.

Mientras pasaba cada página, su respiración se volvía más densa. Yo lo miraba fijamente, sintiendo mi propia humedad crecer entre mis piernas.

Cuando llegó al final, lo miré a los ojos.

—¿Qué opinas? ¿Te parece… completo?

Un leve rubor cubrió sus mejillas.

—Yo agregaría algunas cositas más —murmuró, con una expresión indescifrable.

Parpadeé, confundida. No sabía exactamente a qué se refería.

Él sonrió, mirando fijamente mi pecho y mi respiración se detuvo un segundo.

Nos miramos. En ese instante, algo cambió.

Pedimos algo de tomar al camarero. Necesitábamos calmar la creciente temperatura entre nosotros.

—Jamás habría pensado que llegaríamos a algo así… —dije, sintiendo una nueva ola de excitación.

—De hecho… me gustaría hacer muchas cosas contigo.

Nos miramos fijamente. Su mano se deslizó sobre la mesita que nos separaba y tocó la mía.

—Es una pena que tenga que irme ya… pero con mucho gusto haría realidad nuestras fantasías. Te propongo algo… —se inclinó hacia mí—. Firmemos hoy y prolonguemos el tiempo del contrato hasta nuestro próximo encuentro. Así nos da tiempo de hacernos los exámenes médicos que pide el contrato.

Tomé su bolígrafo y lo llevé lentamente a mis labios, rozándolos con la punta antes de deslizar la tinta sobre el papel. Mientras firmaba, una idea juguetona cruzó mi mente.

Con un movimiento calculado, saqué de mi cartera un pintalabios y un pequeño espejo. Sin prisa, deslicé el color sobre mis carnosos labios, delineando cada curva con precisión sensual, sabiendo que él no apartaba la mirada. Luego, incliné el rostro y presioné suavemente mi boca sobre el papel, dejando una marca vibrante junto a mi firma, como un sello de tentación.

Le devolví el bolígrafo con una sonrisa traviesa, no sin antes pasármelo por el escote. Apolo lo tomó sin apartar la vista de mis labios, y con un gesto instintivo, pasó sus dedos por ellos, sintiendo la textura aún húmeda del labial. Se llevó la yema a la nariz, inhalando el rastro de mi esencia, mientras sus ojos reflejaban un deseo contenido.

Disimuladamente, eché un vistazo a nuestro alrededor. Nadie nos observaba. El juego apenas comenzaba.

Me acomodé en el sillón con aparente despreocupación, dejando que la tensión en el aire se hiciera palpable. Lentamente, crucé y descrucé las piernas, revelando un atisbo de mi lencería de encaje negro. Las pantimedias, sujetas por un delicado liguero, realzaban cada movimiento, convirtiéndolo en una provocación silenciosa. Mis ojos se clavaron en los suyos, desafiantes, esperando su reacción.

—Me encantaría cerrar este negocio —susurré.

Él tragó saliva.

Las luces tenues del lugar creaban sombras alargadas en las cortinas, y el aire estaba cargado de deseo contenido. Apolo estaba recostado en la butaca, su camisa entreabierta revelaba su pecho, y su respiración era lenta, expectante. Me acomodé frente a él, me quité las zapatillas, dejando que mis piernas se deslizaran sobre la alfombra con una elegancia provocadora.

Sin apartar mi mirada de la suya, levanté un pie y, con la punta de mis dedos, rocé la tela de su pantalón, sintiendo la dureza latente bajo la tela. Apolo exhaló un suspiro contenido, y sus ojos se oscurecieron con la promesa de placer. Despacio, deslicé mi pie sobre su erección, aplicando una presión juguetona mientras mordía mi labio, disfrutando del control que tenía sobre él.

Abrí los botones de mi vestido dejando ver mi pecho, su respiración se volvió más profunda, sus pupilas dilatadas seguían cada uno de mis movimientos. Sabía que me deseaba, que luchaba contra el instinto de tocarme, pero el peligro de ser descubiertos hacía que el juego fuera aún más intenso.

Deslicé mis dedos por mi cuello, dejando un rastro de calor que descendía hasta el encaje que temblaba con cada caricia, y mis pezones endurecidos rozaban la tela, enviando una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.

—No sabes cuánto deseo arrancarte ese vestido —susurró con la mandíbula tensa.

Lo dejé disfrutar del espectáculo sin concederle más que la vista. Lo estaba torturando, y eso me excitaba aún más.

Con un movimiento lento, deslicé la tela del vestido un poco más abajo, revelando el inicio de mis caderas. Sabía que no podía seguir demasiado… pero la idea de provocarlo, de mantenerlo al borde del abismo, me hacía sentir poderosa.

Deslicé un dedo por mi humedad y, sin apartar la mirada de sus ojos ardientes, lo llevé a mi boca. Saboreé mi propio deseo mientras él contenía un gemido, apretando los puños sobre sus rodillas.

Apolo se inclinó ligeramente hacia mí, pero lo detuve con una mirada.

—Ni un paso más —susurré con una sonrisa traviesa—. Nos pueden ver.

Se reclinó de nuevo en su asiento, su pecho subiendo y bajando con pesadas respiraciones. Era un hombre de control, pero yo lo estaba destrozando desde dentro.

—Eres un tormento.

Sus manos se aferraron a los brazos del sillón cuando mis movimientos con el pie se hicieron más decididos. Entreabrí los labios y solté un gemido suave cuando la calidez de su piel se hizo evidente. Él abrió el zipper de su pantalón, liberando su miembro y mis pies lo rodearon, acariciándolo con una mezcla de ternura y dominio, variando la presión, jugando con su resistencia.

Apolo jadeó, sus músculos tensos, su mirada atrapada entre mis piernas y el espectáculo que le ofrecía. Cada caricia era un arte, una danza de provocación calculada. Su cuerpo hablaba más que sus palabras, cada estremecimiento me decía cuánto lo estaba llevando al límite.

Me incliné hacia atrás, él tomó mi pie dejando que su aliento cálido rozara mi piel mientras lo veía perderse en la marea del placer, sus caderas temblando bajo el toque de mi empeine, mi nombre escapándose de sus labios en un gemido quebrado.

Desde su perspectiva, vio al mesero acercarse y, en un movimiento instintivo, se enderezó de inmediato, intentando disimular su agitación. Su reacción me divirtió. Con un gesto casual, le lancé la servilleta, una invitación silenciosa para recomponerse.

Desabroché lentamente el liguero, disfrutando del sutil chasquido del encaje al soltarse. Él intentó besarme el pie, pero al notar que era muy arriesgado, deslizó una de mis medias con delicadeza, retirándola por completo. La sostuvo por un instante entre sus dedos antes de guardarla en su bolsillo, como un trofeo… o quizá, como una promesa de que el último obstáculo entre nosotros había desaparecido.

Me incliné apenas hacia él, mi aliento rozando su oído.

—¿Acaso estamos preparados para continuar?… Quiero llevarte a la Luna —sonreí.

Sin decir más, ajusté mi vestido y me acomodé como si nada hubiera pasado. Pero ambos sabíamos que, después de eso, ya no habría vuelta atrás.

—Tendré que traducir y estudiar este contrato… con mucho detalle.

Nos dimos un apretón de manos para sellar el acuerdo y disimular. Pude sentir su palma húmeda, igual que la mía.

Y entonces, sin previo aviso, se levantó y me jaló hacia sí.

Apartó mis cabellos, inclinó su rostro y, en lugar de besarme en los labios, depositó un beso ardiente en mi frente.

Fue más íntimo que cualquier caricia.

Nos abrazamos.

Al levantarnos nos dimos cuenta de que había muchas personas a nuestro alrededor, pero en ese momento, el mundo desapareció.

Regresamos a nuestras vidas, a nuestras ciudades, a nuestras estoicas agendas ocupadas.

Pero entre nosotros, las ganas solo se hicieron más intensas.

Y el contrato… solo era el comienzo.

Anexo:

Contrato de exploración sensual y consensuada:

A día… de 20… («Fecha de inicio»)

Entre… (Él)… (Ella)…

Las partes acuerdan lo siguiente:

  1. Objeto del contrato

1.1. El propósito de este contrato es permitir que ambas partes exploren su sensualidad, deseos y límites de manera segura, consensuada y respetuosa.

1.2. Todo lo que ocurra bajo este acuerdo será confidencial y estará basado en el consentimiento mutuo.

  1. Requisitos de salud y seguridad

2.1. Ambas partes garantizan que se han realizado pruebas médicas recientes (máximo tres meses) para detectar enfermedades de transmisión sexual y que los resultados han sido compartidos con la otra parte.

2.2. Si cualquiera de las partes contrae una ETS o sufre algún problema de salud que pueda afectar la relación íntima, se compromete a informarlo de inmediato antes de cualquier contacto sexual.

2.3. Las partes siempre utilizaran dispositivos de protección sexual.

  1. Duración y revisión del contrato

3.1. Este contrato tendrá una vigencia de… meses desde la fecha de inicio.

3.2. Al finalizar este periodo, ambas partes evaluarán si desean continuar, renegociar términos o dar por concluido el acuerdo.

  1. Acuerdos de participación

Cada parte marcará Sí / No / Tal vez para cada práctica. “Tal vez” indica disposición a discutirlo más adelante.

Práctica “Sí” “No” “Tal vez”

Besos apasionados:

Sexo oral (dar):

Sexo oral (recibir):

Penetración vaginal:

Penetración anal:

Uso de juguetes eróticos:

Uso de esposas o ataduras:

Venda en los ojos:

Mordiscos:

Azotes con la mano:

Azotes con objetos:

Juegos con cera caliente:

Juegos con hielo:

Dominación / sumisión ligera:

Roleplay (juegos de rol):

Presencia de terceros (mirando):

Tríos:

Footjob:

  1. Palabras de seguridad y consentimiento

5.1. Se acuerda el uso de palabras de seguridad para garantizar que ambas partes se sientan cómodas en todo momento:

  • “Verde”: Todo está bien, se puede continuar.
  • “Amarillo”: Se necesita bajar la intensidad o hacer una pausa.
  • “Rojo”: Detenerse inmediatamente.

5.2. Ninguna actividad podrá realizarse si una de las partes se encuentra bajo el efecto de alcohol, drogas o en un estado emocional alterado.

  1. Confidencialidad y respeto

6.1. Todo lo que ocurra dentro de este acuerdo será estrictamente privado y no se compartirá con terceros.

6.2. Se garantiza el respeto mutuo, evitando comentarios degradantes o prácticas no consentidas.

Firmado en conformidad:  … (Él) … (Ella)

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