Una luna de miel para el olvido (2)

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T. Lectura: 6 min.

Ese día decidí salir con mis nuevas amigas a un día de spa para relajarme. Pasamos casi toda la tarde disfrutando de masajes, saunas y tratamientos rejuvenecedores. Luego, nos fuimos a tomar unos tragos al hotel. Durante todo el día, no vi a Álvaro por ningún lado, lo cual me pareció extraño, pero no le di mayor importancia. Sin embargo, al regresar a mi habitación, entendí por qué no lo había visto: estaba en el pasillo, comiéndose la boca con otra chica.

Al ver esa escena, decidí no mirar y pasé rápidamente a mi cuarto. Una vez dentro, me tomé una ducha bien fría, intentando calmar mis pensamientos, pero era imposible. La imagen de Álvaro con esa chica, sumada a la frustración de no tener a mi marido cerca, me tenía al borde. Salí del baño y vi un mensaje de mi esposo: no llegaría esa noche, sino tal vez al día siguiente por la noche, pero ya venía en cualquier momento.

Eso fue un alivio, pero también una tortura. No podía contener más las ganas de estar con Álvaro. Para calmarme un poco, decidí masturbarme, escuchando los gemidos que venían de la habitación de al lado. Álvaro tenía una habilidad increíble para hacer que cada mujer que llevaba viviera una experiencia única. Esa noche, mientras me tocaba, no pude evitar imaginar que era yo la que estaba con él.

Al día siguiente, decidí esperar a mi marido en el hotel, lista para recibirlo con todo. Me puse una tanga de encaje negro con tirantes que llegaban hasta mis muslos, un corpiño de encaje negro y, encima, una bata de baño de encaje negra. Para cuando llegara, planeaba sorprenderlo quitándome la bata blanca que llevaba puesta por encima, revelando la lencería sexy que escondía debajo. Tenía todo preparado para él, pero…

Recibí otro mensaje. Esta vez decía que no llegaría ese día, sino que estaría seguro a la mañana siguiente. La frustración y las ganas me consumían por completo. Ya no podía aguantar más. Necesitaba salir a tomar aire. Así que me vestí con la bata blanca y salí de mi habitación, solo para encontrarme cara a cara con Álvaro.

—¿Te encuentras bien? —Dijo Álvaro acercándose

—Sí, solo que mi marido no regresa hasta mañana y tenía una sorpresa preparada. Además, lo extraño mucho.

—Oh, Alma, tranquila. No estés triste —me dijo mientras me abrazaba, su cuerpo cálido y firme contra el mío.

—Es que tenía un regalo para él y muchas ganas de dárselo —le respondí, sintiendo su miembro rozar mi cuerpo a través de la tela de su pantalón. El roce me provocó un escalofrío de deseo.

—¿Puedo saber qué regalo es? —preguntó, separándose un poco, sus ojos oscuros fijos en los míos.

—Mmm, está en mi habitación. ¿Quieres verlo? —le dije, tomando su mano y guiándolo hacia mi dormitorio. La calidez de su piel contra la mía me hizo sentir un cosquilleo en el estómago.

—Después de usted, señorita —respondió con una sonrisa pícara, sus ojos brillando con anticipación.

Lo llevé a mi habitación, el aire cargado de tensión sexual. La puerta se cerró tras nosotros con un clic suave, creando un espacio íntimo y privado. Ya no podía contener las ganas, así que me dejé llevar, dispuesta a complacerme y complacerlo:

—¿Dónde está el regalo? —preguntó Álvaro, su voz ronca y cargada de deseo.

—Aquí mismo, mira —respondí, dejando caer mi bata blanca, revelando el conjunto de lencería de encaje negro que llevaba puesto. La luz tenue de la habitación resaltaba las curvas de mi cuerpo, invitándolo a tocar.

—Vaya, qué hermoso regalo. No vas a dejar que se desperdicie, ¿verdad? —dijo, acercándose más a mí, sus ojos devorando cada centímetro de mi piel.

—Por supuesto que no. Si quieres, puedes darle una probadita. ¿Te atreves? —le pregunté, mi voz un susurro cargado de promesa.

—Peeroo… ¿Y lo de casada?

—¿Mejor? —le pregunté, quitándome el anillo y dejándolo sobre la mesita de noche. El sonido metálico del anillo al caer resonó en el silencio de la habitación, marcando el inicio de nuestro encuentro.

Nos fundimos en un beso apasionado, nuestras lenguas danzando en un juego sensual. Sus manos exploraron mi cuerpo con deseo, acariciando mis curvas y encendiendo cada terminación nerviosa. Nos despojamos de nuestras prendas con urgencia, la impaciencia creciendo con cada centímetro de piel expuesta. Álvaro estaba completamente desnudo, y al ver su erección, no pude evitar exclamar:

—Es todo tuyo, mami —me susurró al oído, besando mi cuello con ternura y pasión.

—¡Oh, sí, papi! Es enorme —respondí, mi voz cargada de deseo.

Álvaro me levantó las piernas y me depositó suavemente sobre la cama. Luego, se inclinó y comenzó a besar y lamer mi vulva con una intensidad que nunca antes había experimentado. La sensación era electrizante, cada toque de su lengua me hacía arquear la espalda.

—¡Aaah sí, papi, qué rico! —grité, aferrando su cabeza entre mis manos, deseando que nunca se detuviera—. ¡Sí, papi, sí! ¡ah, ah, ah! ¡mmmm! ¡oooh, se siente tan bien!

De repente, introdujo toda su lengua dentro de mí, explorando cada rincón con destreza.

—¡Aagh! ¡Oh sí! ¡Tu lengua se siente tan bien dentro de mí! ¡Mmmm! —gemí, mis caderas moviéndose involuntariamente al ritmo de sus lametazos.

Continuó así durante un rato, llevándome al borde del abismo. Luego, separó mis piernas y, justo cuando creí que me penetraría, levantó la cabeza y me besó con pasión. El beso se intensificó, nuestras lenguas danzando en un torbellino de deseo. Sus manos acariciaron mis senos, apretándolos y amasándolos con delicadeza.

—Oh, mami, hueles tan bonito —susurró contra mi piel—. Quiero lamerte todo el cuerpo.

—Ah, soy toda tuya —respondí, mi voz un hilo de deseo.

La forma en que apretaba mis senos me hacía arder de deseo. Cada toque era una chispa que encendía un fuego en mi interior.

—Ven aquí, bebé —dijo con voz ronca—. Voy a darte el momento de tu vida.

—¡Oh, esto se siente increíble! ¡Ah, ah! ¡Sigue chupando mis tetas! —exclamé, mis pezones erectos rozando su lengua.

—Mmmm, tus tetas son tan ricas que podría estar chupándolas toda la noche —murmuró, su boca succionando mis pezones con fuerza.

Continuó estimulando mis senos durante un rato, hasta que finalmente me pidió que me pusiera encima de él.

—Parece que tu cuerpo está listo para lo que viene a continuación, bebé —dijo con una sonrisa pícara.

Luego, tomó su miembro entre sus dedos y lo acercó a mi entrada, rozando mi clítoris con la punta.

—Aquí viene, bebé. Tómalo profundo —susurró.

—¡Solo dámelo ya! ¡Deja de jugar! —exigí, mi cuerpo temblando de anticipación.

Cuando me penetró, sentí algo que nunca antes había experimentado… bueno, no con mi marido…

—¡Oh, sí! ¡Esto se siente tan bien! —grité, mis caderas moviéndose instintivamente.

—Realmente sabes cómo moverte, chica —jadeó Álvaro—. Sigue así, me tienes tan duro.

—¡Oh, bebé! Tu enorme pene me está estirando toda la concha, pero se siente increíble —gemí—. ¡Ah, ah!

—¡Ohh, esto es tan bueno! ¡Quiero mucho más de esto!

—Me tienes goteando como loco —gruñó Álvaro.

—¡Aaah sí!

De repente, me cambió de posición y me abrazó, succionando mis senos con avidez. Yo estaba completamente empapada, mi cuerpo vibrando con cada estocada.

—Puedo ver eso, bebé —murmuró Álvaro, su voz ronca de deseo—. Te secaré al final de la noche.

—¡Sí, sí! ¡No pares! ¡Ah, ah!

En ese momento, cambiamos de posición nuevamente y él se colocó encima de mí, su peso aplastándome contra el colchón.

—¡Ohh, sigue empujando, papi! ¡Sí! —exclamé, mis uñas arañando su espalda.

—¡Ah, sí, bebé! Tienes la piel más suave que jamás haya tocado —jadeó Álvaro, sus ojos oscuros fijos en los míos.

—¡Oh, bebé! Ya me he venido dos veces y todavía estás duro como una roca —le dije, asombrada.

—Acostúmbrate, nena —gruñó Álvaro—. Toda la noche vas a ser mi marioneta sexual.

—¡Oh, sí, sí! ¡Ah, ah, ah!

—¡Qué culo más bonito tienes, nena! —murmuró Álvaro, apretando mis nalgas con fuerza y besándome con pasión.

—Date la vuelta, nena —ordenó con voz ronca—. Quiero ver ese culo enorme de cerca.

En ese momento, me puse en cuatro y, apenas me giré, agarró mis nalgas y comenzó a penetrarme con fuerza.

—¡Aaah, sí! Me encanta tu culo, nena —gruñó Álvaro.

—¡Aaah, sí! ¡Sigue, papi, sí! —grité, mis caderas moviéndose al ritmo de sus embestidas.

—Esta es la mejor noche de mi vida —jadeé.

—¡Jaja! ¡Mmmm! ¡Ah, ah, sí, nena!

—¡Oh, mierda! ¡Sí, bebé, sí!

—¡Oooh, bebé! Vas a hacer que me venga… ¡Ah, mmm!

—¡Más, por favor! No pares, papi —supliqué.

—¡Ah, ah! Me voy a correr otra vez… ¡Ah, ah, ah!

—Te dije que te iba a dar algo para recordar por el resto de tu vida —gruñó Álvaro—. Volverás por más, perra, ten seguridad de eso.

—¡Sí! ¡Quiero más de esto! ¡que me cojas toda la noche! ¡Sí! ¡Ah, ah!

—¡Mmm, sí, mami, sí! ¡Oh, mierda!

No dejaba de agarrar mis nalgas y masajearlas con fuerza, como nunca antes lo habían hecho.

—Me encanta tu culo tan gordo y grueso —murmuró Álvaro.

—¿Te gusta? Es todo tuyo, papi —le dije, arqueando la espalda para ofrecerle mejor acceso.

Me folló sin piedad durante toda la noche, hasta que finalmente se vino dentro de mí, llenándome por completo.

—¡Oooh! ¡Realmente me estás llenando! ¡Qué rico!

—¡Oh, bebé! Eres magnífica —jadeó Álvaro—. Espero verte otra vez.

—Mmm, no lo sé, bebé… ¡Ah, ah!

—Tranquila, que nadie se va a enterar de esto —me aseguró.

Al terminar, nos quedamos besándonos y esa noche dormí con él. Pero, por suerte, me levanté temprano y lo desperté.

—Álvaro, ya va a llegar mi marido —le dije, empujándolo suavemente.

—Ya voy, ya voy —murmuró, levantándose y poniéndose su bata.

—No te olvides de mí, eres increíble, hermosa —me dijo Álvaro.

—Nunca —le respondí, dándole un beso.

—¿No da tiempo para un último? —preguntó, mostrándome su erección.

Me mordí los labios y le acaricié el miembro un poco, pero le dije:

—No, no, te comería toda la mañana, pero en cualquier momento llega mi marido, así que vete, porfa.

—Okey, te entiendo, Alma —dijo Álvaro—. Ya sabes dónde buscarme. Fuiste la mejor —me dio un último beso y se fue.

Cuando Álvaro salió de mi habitación, me aseguré de que nadie lo viera. Cerré la puerta, abrí las ventanas y rocié un poco de perfume para disipar el aroma a sexo que impregnaba el aire. Luego, arreglé la cama apresuradamente. Apenas unos minutos después, sonó el timbre y mi marido entró. Lo abracé con fuerza y nos besamos largamente, pero pronto decidimos bajar a almorzar y pasar el día juntos.

De vez en cuando, me cruzaba con Álvaro, y nuestras miradas se encontraban, cargadas de la nostalgia de esa noche de pasión. Cada vez que hacía el amor con mi marido y escuchaba a Álvaro con otra mujer, un escalofrío de deseo me recorría el cuerpo.

Y así concluyeron mis primeras aventuras de infidelidad. Después, me dediqué a mi esposo, tuve dos hijos y logré controlar mi lujuria… por ahora. La perra que llevo dentro ha vuelto a despertar, pero esa es una historia para otra ocasión.

Espero que hayas disfrutado de este relato y que te haya hecho sentir el calor de la pasión. ¡No dudes en dejarme tus comentarios!

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