Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó a José que al verla, ya excitado en la mañana, su miembro alcanzara su máxima dureza, notándose debajo de su maya. Elena por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándolo, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
Cuanto mayor era mi esfuerzo de José, menor era el resultado y por eso durante un largo rato, tuvo la pija tiesa sin sacarles los ojos de encima a Elena. Hasta que salió corriendo a darse un chapuzón en el mar.
El agua estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en la piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos Elena y yo caminemos hacia donde estaba él los pechos al aire, y su verga volviera a salir de su letargo
-¡Está helada! Gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger, comprobamos que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era José, que viendo nuestros dos erectos botones decorando nuestros pechos no pude más que babear mientras miraba.
Elena estuvo nadando a nuestro alrededor, mientras yo debajo del agua comprobaba la erección de José apoyando mis nalgas, hasta que ya con frio decimos volver a la toalla. En vista que su pene seguía excitado, José juzgó mejor esperar a que se bajara. Durante casi media hora estuvo nadando hasta que se tranquilizó y entonces con su miembro ya normal, volvió donde estábamos con Elena.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
-¡Te has quemado! -para acto seguido recriminar como si fuera su madre por no haberse puesto crema.
No nos habíamos dado cuenta que estaba rojo como un camarón y como casi era oscuro volvimos al departamento, enseguida saco un frasco de crema hidratante y sin pedirme opinión, me exigió que me acostara para untarme. Incapaz de rebelarse, José se tumba boca abajo y con el erotismo que eso entrañaría hasta que sintió el frescor de la crema mientras Elena la esparcía por su espalda.
Noté que bajo un poco la malla y que sus yemas extendiendo el ungüento llegaban casi hasta el culo de José que no pudo evitar gemir de placer, con los ojos cerrados. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena.
Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que me di cuenta que lo que realmente estaba haciendo era meterle mano descaradamente. José entusiasmado, sentía como sus dedos recorrían la espalda de una forma especial, deteniéndose especialmente en sus nalgas.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, ella decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a caballo sobre él con una pierna a cada lado. Al hacerlo su concha quedó en contacto con la cola y espalda. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, salto y se fue a su sofá.
-¿Qué te ocurre? Pregunto José dándose la vuelta sin percatar que boca arriba, dejaba al descubierto su erección.
Gritó: -¡Qué estoy loca! ¡Que estoy caliente! Necesito una cogida
Tras su rotunda confesión, solo se le ocurrió, acostarse con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
-Si estás loca, yo también. Dijo José.
-¿Qué vamos a hacer? Dándose la vuelta y mirándonos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio, pidiendo que intentáramos algo, con en sus labios entreabiertos José no pudo reprimir sus ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras sus cuerpos se entrelazaban.
-Te deseo, Elena -susurró José en su oído.
-Esto no está bien, escuché que decía mientras sus labios se intentaban separar de los de José.
Al notar su urgencia llevó sus manos hasta su bikini, lo desabrochó para sentir la perfección de sus pechos. Elena, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras sus manos comenzaban un recorrido por toda su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con mi marido pero al notar sus caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencida que ella necesitaba un hombre y ahí me ofrecí para ayudar:
-¿Quiere que te bese yo también? Deja a un lado los prejuicios sociales.
-No Lau, nunca me gustaron las mujeres. Necesito un hombre.
Mientras ella no paraba de besar a José, él recorría con sus dedos uno de sus pezones acercándolo a su boca y sacando la lengua, para prenderse como un ternero.
-Por favor, para, chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar José siguió y bajando por su cuerpo, rozo sus dedos su tanga.
-No seas malo, rogó apretando sus mandíbulas al notar que la mano completa se habían apoderado de su vagina.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual las caricias. Su entrega me dio los arrestos suficientes arrimarme y sacarle por los pies su tanga, ante su asombro y descubrir que tenía una concha exquisitamente depilada.
-¡Qué maravilla de mujer!, exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, subí mis manos para encontrar las de José en su vulva.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que, ella abriera un segundo los ojos para mirarme y no dijera nada. Yo también a esa altura estaba mojada, y comencé a sacarme lo poco que tenía puesto. Entretanto José hundía su cabeza entre sus piernas para pasar su lengua por sus labios, esa mujer enloquecía, pegando gritos, gimiendo de placer. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó la habitación, con José recogiendo su flujo en su boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
-¡No sigan!, susurro otra vez.
Aunque verbalmente nos exigía que cesáramos, el resto de su cuerpo pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba mas sus rodillas y posando su mano en la cabeza de José, forzaba el contacto de su boca. Su doble discurso no consiguió desviarnos.
Sus gemidos informaron que estaba dispuesta y atrayéndola hacia él, puso la cabeza de su glande entre los labios de su sexo.
-Te voy a coger, balbuceo casi sin poder hablar por la lujuria José.
Con una sonrisa en sus labios, le respondió:
-Si, cógeme. ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito acabar! No aguanto más de calentura.
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su vagina con el pene. Al sentir la pija chocando contra la pared de su jugosa cueva, gritó presa del deseo y retorciéndose como poseída ponía sus ojos en blanco. José se apoderó de sus senos y usándolos como ancla, se afianzó con ellos antes de comenzar un suave trote con sus cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
-Sí, dame fuerte, que voy a acabar.
Entre gruñidos y respiraciones agitadas, incrementó la velocidad de sus penetraciones.
Elena respondió con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar era mi marido, era el marido de su amiga, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, acabo sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, y ver que el disfrute era solo de ellos, tomé mi negro y grande consolador para empezar una fuerte masturbación con él. Convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras Elena seguía disfrutando de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando José está a punto de sembrar su vientre le informé que se iba a correr, en vez de pedirle que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida, obligó a vaciar en su vagina toda la leche que cargaba, mientras me decía:
-La quiero toda.
Mientras seguía apuñalando su concha para explotar en su interior, yo junto con él llegue a mi feliz orgasmo, con mis típicos gritos y gemidos. Ellos se desplomaron en la cama. Fue entonces cuando Elena abrazándolo le dice:
-Soy feliz. Ya había perdido la esperanza de volver a llegar a un orgasmo un día.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, me acerqué a ellos, mientras José la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
-Este va a ser el primero de muchos que vas a tener.
Soltó una carcajada y mientras con sus manos se apoderaba de la pija, respondió:
-¿No hay nada más para mí?
-¡Claro, te voy hacer el culo! Rugió José, mientras entre sus dedos el pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, bajo a chuparle para que se endurezca y una vez que lo consiguió, se dio la vuelta y llevó la pija hasta su esfínter, susurró:
-Ya que eres tan desgraciado de haber cogido a la amiga de tu mujer, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!
Hermoso relato de una muy linda cogida clásica hasta que ella venciendo todo prejuicio pide ser ensartada por el culo.
El gozo de Elena fue completo. Volvió a sentirse una mujer deseada.!!!
Belu