La pareja de perros

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La pareja.

21:30 horas de un día crudo de invierno. Se acercan las luces de un vehículo al lugar donde habíamos quedado. Ráfagas de luces haciendo la señal acordada, a lo que les devuelvo con la otra ráfaga de seguridad, como señal de que soy yo. Se acerca y estaciona junto a mi. Paran el coche y se bajan sus dos ocupantes.

A mi señal se acerca un hombre y se arrodilla con la mirada al suelo y las manos en la espalda, delante de uno de los faros de mi coche. Hago otra señal y se acerca una mujer que permanece de pie, con la mirada al suelo, delante del otro faro.

El, sobre los 50 años, pelo canoso, estatura y complexión normal. Viste camisa, vaqueros y zapatillas deportivas.

Ella aparenta ser un poco más joven que él. Viene envuelta en un abrigo hasta las rodillas, que se quita al detenerse. Viste body de encaje que deja entrever sus pechos a través de la tela. Medias negras de encaje a media pierna y zapatos de tacón.

Desde el interior de mi coche, cojo el móvil para llamarlos. Suena el móvil de él, levanta la cabeza, y espera mi aprobación. Descuelga y pone el móvil en manos libres.

Ahora seguiréis mis indicaciones. Pon el móvil en el suelo, y seguid las instrucciones que os iré dando.

Pedro, así se llamaba él, desnúdate lentamente, arroja toda tu ropa y tus zapatillas junto a mi puerta y vuelve a ponerte como estabas.

El frío comenzaba a hacer sus efectos sobre sus cuerpos. Pedro se levantó y siguió las indicaciones al pie de la letra volviéndose a arrodillar delante del faro del coche con la mirada al suelo. Junto a su cara se podía observar como el vaho se dispersaba por el ambiente, y cómo su cuerpo empezaba a tiritar haciéndose cada vez más visibles sus temblores.

Sofía, ése era su nombre, recoge lo que te voy a lanzar. Os iré lanzando paquetes que recogeréis y haréis según os vaya diciendo. Cuando lo hayas cogido, colócate detrás de él. Ábrelo y espera a que te diga lo que hacer.

La mantuve un rato inmóvil detrás de Pedro, después de que se hiciera con el paquete, dejándolos que el frío exterior castigara sus cuerpos. El paquete que le lancé a Sofía contenía una mordaza en anillo, del que colgaban dos cadenas con unas pinzas en su extremos.

Ajústale la mordaza bien en su boca, y asegúrate que no se sale. Después pínzale sus pezones y tira unas cuantas veces de las cadenas. Cuando termines, colócate donde estabas con las piernas separadas y los brazos detrás de la cabeza.

El vaho, salía por las bocas de los dos, donde me atrevería a decir, que de la boca de Pedro emanaba más cantidad. Los temblores en sus cuerpos eran cada vez más perceptibles, lo que me daba a entender que sus movimientos serían cada vez más lentos y menos precisos.

Pedro, levanta, recoge el paquete, sitúate detrás de ella y espera indicaciones.

Tal y como intuía, sus movimientos fueron menos precisos de lo que deberían haber sido en otro tipo de climatología. El temblor de sus manos, sus músculos tensados junto a los temblores que Sofía también manifestaba, me hacían sentirme superior, disfrutar de ellos, sabedor de ser su Amo, el poder hacer lo que quisiera y como quisiera, me empezaba a hacer sentir orgulloso de ellos. Pero quería hacerlos sufrir, que pidiesen, rogaran benevolencia hacia ellos.

Deja el paquete en el suelo, junto a ella, y rásgale sus ropas. Descálzala y arroja lo que quede de sus ropas junto a mi puerta. Y Sofía, permanece en la posición en la que estás mientras te desnudan.

Pedro se afanaba en romper toda la ropa que llevaba puesta, con más o menos trabajo. Cuando terminó, la descalzó y arrojó su ropa y zapatos tal y como le indiqué.

Ya puedes abrir el paquete. Saca lo que hay en su interior.

De la caja salió una pala de madera de unos 30 cm de longitud, junto con una fusta de cuero plana en su extremo.

Perra, dije dirigiéndome hacia Sofía, elije artículo. Perro, dirigiéndome hacia Pedro, elige el lugar. El número lo pondré yo cuando vea vuestras elecciones.

Sofía eligió primero la fusta, no sé bien por cual motivo, y Pedro eligió su sexo.

  1. Ese es el número de golpes que le darás. Perra, los contarás de uno en uno, y si te equivocas, empezará de nuevo la cuenta.

Tras recibir, los 50 fustazos en su sexo, no sin antes haberse equivocado en unas pocas ocasiones, su sexo se mostraba de un rojo intenso. Las lágrimas que le brotaban de sus ojos, y se deslizaban por sus mejillas, dejaban una serpenteante línea negra, del maquillaje.

Bien, Perra, espero que hayas disfrutado como yo hasta ahora. Es el turno de la pala. Pero ahora elegiré yo. Mientras, mantén tus piernas separadas para que pueda ver lo bien que luce tu coño y lo caliente que me pones. Mantén también la cabeza mirando hacia arriba y tu boquita bien abierta, mientras tus manos se entrelazan por detrás de tu cuello y bajo ningún concepto se te ocurra cerrar los ojos. Perro, coloca la fusta entre sus manos y colócate de rodillas junto a ella, piernas separadas y los brazos tras tu cabeza.

El frío y gélido aire azotaba los ya desnudos, temblorosos y desprotegidos cuerpos de mis acompañantes. Sus pieles se erizaban, los pezones se endurecían y el vaho incesante de sus cavidades respiratorias se condensaba en el aire helado. El termómetro del coche indicaba los -3 grados que había en el exterior, un verdadero infierno, mientras yo disfrutaba de su sufrimiento en el acogedor calor que me proporcionaba la calefacción de mi coche.

Cornudo de mierda, dije dirigiéndome hacia Pedro, con voz autoritaria. Ahora serás mis manos frente a esa Perra cachonda que tienes junto a ti. Coje la pala y comienza a disciplinarla de abajo hacia arriba con 15 azotes en cada parte de su cuerpo. Sus gemelos, su culo, la cara interna y externa, anterior y posterior de sus muslos, su vientre así como su espalda, y cuando llegues a sus pechos, quiero que toda esa baba que te sale de la boca y riega tu cuerpo hasta tu polla, la restriegues por ellos. Se la expandas amasándolos, estrujándolos, quiero que le agarres sus pezones y la hagas gritar, retorcerse, y después los lamerás, y a mi señal, comenzarás a azotar cada uno de ellos alternativamente hasta que te diga que te detengas.

El espectáculo no se hizo esperar. Cada golpe que se clavaba en su cuerpo, su aliento se condensaba más y más en el aire gélido que le rodeaba, formando una neblina que se disipaba con cada nuevo impacto hacia el infinito, mientras que un nuevo golpe, volvía a iniciar el proceso. Sus ojos, llenos de terror, se perdían en la nada, mientras la agonía, se apoderaba de ella. Su respiración se hacía cada vez más superficial, un jadeo entrecortado aguardando lo inevitable, el siguiente golpe… se abatía… sobre su cuerpo… cada vez… más… afligido.

Doscientos diez golpes resonaron en el aire gélido, un eco de la crueldad que le rodeaba. Algunos certeros, otros erráticos, producto del infierno helado que entumecían sus manos y nublaban su puntería. La tarea encomendada se convertía en una lucha contra el frío, una batalla contra la propia precisión.

El cuerpo de Sofía era todo un lienzo de dolor. Un abanico de rojos, desde el rosa pálido hasta el morado intenso, marcaban cada golpe de la pala y la fusta por donde habían pasado en su cuerpo.

Algunas líneas irregulares como trazos infantiles, dibujaban senderos rompiendo la composición de color, recorriendo su piel, testimonio de la crueldad a la que había sido sometida.

Las lágrimas, mezcladas con el rímel corrido, dibujaban un sendero de sufrimiento por su rostro. Un sendero que se extendía hacia abajo, hacia sus pechos, hacia la parte de su cuerpo que aún quedaba por ser tocada.

Sus pechos blancos y tersos, como esculpidos en mármol por el frío, resaltaban sobre los colores rosáceos, rojos y morados del resto de su cuerpo. Un contraste brutal entre la pureza de su cuerpo y la violencia de su amo. Era como si la brutalidad se hubiera detenido en el borde de su cuerpo, dejando intacta esa última parte, como un santuario de inocencia en medio del gélido frío.

La piel de sus pechos, blanca y tersa como un lienzo, parecía esperar un nuevo golpe, un nuevo color que la manchara y la convirtiera en parte del caos que la rodeaba.

Un miedo helador le recorría, mezclado con la impotencia de saber que no podía escapar, que aún le quedaba otro infierno por soportar.

¡¡Deténte Cabrón!! Deposita la pala y la fusta en su caja y acércate a la puerta del coche. Y tú, Perra de mierda, espero sepas agradecer mi acto de benevolencia al perdonarte castigar tus pechos, que resaltan más aún sobre tu colorido cuerpo, y me complazcas debidamente.

Pedro con su cuerpo mojado por las babas que no paraba de segregar, se acercó temblando. Su polla, de la que tanto alardeaba en las fotos, era ahora una masa chorreante y fría. Dejó la caja en el suelo junto al coche, como si fuese una carga que no podía soportar más.

Ahora cornudo, te pondrás de pie delante de mi perra, a la que mirarás sin levantar la cabeza. Quiero ver como la babeas mientras te chupa esa polla que tienes a la vez que la mezcla con tus babas. Tus manos estarán detrás de tu espalda, y no la podrás tocar. Fóllale esa boca, métesela hasta lo más profundo de su garganta, que se atragante, que tosa, y que tu semen chorree sobre sus pechos. Por cierto, perra, de rodillas y las manos en la espalda también. Quiero verlo gemir, correrse y que te folle esa boca. ¡¡Empezad!!

Arrodillada delante de él y con sus manos en la espalda, comenzó lamiendo su polla flácida y húmeda. El poco calor que salía de su boca, le provocaba pequeños espasmos, que iban haciendo junto con la lengua de Sofía, que fuese aumentando de tamaño y grosor. Mientras tanto, Sofía alternaba la lengua con sus labios y la iba recorriendo desde su base hasta su glande, y lubricaba bien sus huevos.

La boca de Sofía, y la saliva que caía de Pedro, mostraban una polla reluciente al reflejo de los faros. Sofía comenzó a introducirse el miembro de Pedro en su boca. Lo lamía con gusto, deseo, y lentamente comenzó a hacerle una mamada preciosa. Se podía observar cómo jugaba con su glande, lo envolvía con su lengua, y jugaba con la mezcla de la saliva de los dos. Lentamente fue aumentando el ritmo, a la par que Pedro comenzaba a penetrarla oralmente, cada vez con más intensidad y violencia.

Sofía, se atragantaba, tosía, pero hacía hincapié en que se corriera lo antes posible, y sentir algo de calor en su boca. El vaho que emitían, reflejaba que todo estaba a punto de acabar.

Perra, ahora cuando se corra en tu boca, lo mantendrás en ella y a mi orden se lo depositarás en su boca al cornudo ese.

Momento después, Pedro no tardó en correrse en la boca de Sofía, llevaba semanas sin tocarse ni correrse, aguardando la cita de ese día, lo que provocó una copiosa corrida en la boca de su mujer.

Saboréalo y deposítalo en su boca. Después acércate al coche y recoge otro paquete.

Abrí la puerta y le indiqué que recogiese el paquete que estaba depositado en el asiento junto a mí. La sensación del calor del habitáculo le hizo permanecer encima de mí, con su coño depilado y congelado a la altura de mi mano. Momento que aproveché para acariciarlo y ver que, a pesar de todo, estaba mojado. Le introduje dos dedos y la comencé a masturbar.

Ella gozaba, mientras que el cabrón permanecía fuera con evidentes signos de estar pasándolo realmente mal.

¡ya basta!

Y dicho eso le retire de golpe los dedos de su interior dando unas cachetadas sobre su colorido culo, provocando unos gemidos de dolor.

Vuelve junto a ese cornudo, arrodíllate de nuevo, abre la caja y pon lo que hay en su interior en el lugar que le corresponde.

La caja contenía una jaula de castidad para la polla de Pedro, junto a un cinturón que debería de colocarle alrededor de su cintura.

Bien, ahora, acercaros los dos al coche y colocaros las esposas que tenéis en los asientos, junto con los antifaces. Os tumbareis en el asiento de atrás en un perfecto 69, y como a él no se la vas a poder chupar en condiciones, alternaras los besos negros con lo que puedas lamerle la polla y sus huevos. Y tú, perro, quiero que se corra como lo que es, un puta perra en celo. Cómeme el coño y su culo. No pararéis hasta que lleguemos a destino…

Continuará.

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