Mi experiencia sexual en la cárcel (2)

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Más tarde llegó Elián. No voy a contar cómo fue la charla, porque escapa al objeto de este relato y no pretendo aburrir. Sólo diré que fue muy emotivo e intenso. Tanto que me hizo olvidar la humillación de la que acababa de ser objeto. Lo noté muy dolido y temeroso. Dormía poco y lo trataban mal. Traté de darle todo mi apoyo y le dejé dinero, que le podía servir.

Cuando llegué a mi casa y me estaba bañando no podía olvidarme de la cara hedionda de ese petiso. Me daba mucho asco. Me lavé bien la concha y ano. Me metí la esponja, incluso. Después me afeite, aunque ya lo estaba, como si eso fuera a borrar semejante afrenta. Me hice un hondo lavado en el bidet, también. Estaba furiosa. Quería hacer una denuncia, ir a los medios de comunicación. Quería hacer algo, pero no quería perjudicar a mi hijito ahí adentro.

Al otro día fui a hacer masajes. Estaba el “gordo Pablo”, un remisero obeso con el pene muy chiquito. Le gustaba que me lo ponga entre mis dientes cuando estaba flácido, me tocaba la cola y se le paraba mientras estaba en mi boca. Pero tenía que ser siempre con la ropa puesta. Eso lo calentaba. Que se la chupara con la ropa puesta. Pero esa vez me dijo:

-¿Sabés qué negrita? Te quiero ver la concha, hoy

-Ay no, gordo, no. No me depilé, no está presentable. No insistas, por favor

-Dale, sólo por esta vez. Déjamela ver. Porque siempre me la imagino en casa cuando me hago la paja, y quiero ver cómo es.

Insistió un poco más y cedí. Me bajé el jean y sin sacarme la bombacha, me la corrí a un costado y se la mostré. Por supuesto, la cosa no terminó ahí. Él estaba acostado con su voluminosa barriga en la camilla. Me pidió que me acercara a su cara.

-Acercate, acércate un poquito con ese papo riquísimo – Yo me arrimé y le apoyé mi almeja en la cara. Me la chupó. Estuvo lejos de hacerme acabar. Daba lengüetazos aleatorios, imprecisos.

-Ahh, sí! Tiene olor a pescado, como me gusta a mí – dijo eso y por suerte acabó. Mientras le limpiaba la leche, como siempre, me agarraba el culo y miraba como la sacaba la leche de ese falo gordito y pequeño.

-Negra, ¿te puedo pedir algo?

-¿Qué?

-Me regalás tu tanga. Me la quiero llevar. Llego a casa y me pajeo. Hasta la voy a guardar en una bolsa ziploc.

-¡Ay no, Pablo! ¿Pero estás enfermo? ¿Cómo vuelvo a mi casa? ¿Sin bombacha?

-Dale, que me gusta. Si estás viuda, nadie te va a decir nada si estás sin calzón. Tengo más plata para darte, dólares

-¿Cuánto tenés?

-La tarifa habitual y… 300 dólares

-¿De dónde sacaste esa plata, vos?

-No importa eso ¿me la das?

-Si de verdad te gusta, te la doy

-Sí, pero pasátela bien por la concha, antes. Que le quede bien el flujo y tu olor.

-Pero está llena de tu baba, gordo.

-Dale, metétela un poco adentro de la concha… -y me pasó el pulgar por la zanja.

Me bajé el jean y me saqué la bombacha. Era rosa con líneas blancas horizontales. Me la refregué como me pidió, la hice un bollo y me la metí, y se la di. Al fin, se fue con mi prenda interior en su bolsillo. Tuve un par de clientes más que sólo querían una paja. Llegué a casa y me tiré al sillón. Estaba por dormirme cuando sonó el celular. Era un número desconocido. Atendí

-¿Vos sos la mamá de Elián, el que robó un súper?

-¿Quién habla?

-Hoola mamita ¿cómo estás? ¿No te acordás de mí? Yo sí me acuerdo de vos, de esas tetas… Nos vimos ayer

-¡Pero ¿quién habla?! –sabía muy bien quién era pero quería pensar en alguna estratagema para sacármelo de encima

-No, no te hagas la pelotuda, porque estoy al lado de alguien que te quiere saludar…

-Mamá…

-¡No! ¡¡Elián!! ¡Dejalo, hijo de puta!

-Tranquila, que está acá y está bien, haciendo rancho ¿o no pibe? Pero mirá que me aburro rápido. Acá somos siete. Y nos aburrimos muy rápido. Y éste, tu nene, está nuevito. Debe estar apretado.

-¡Pero ¿qué decís por favor?!

-Mirá, te la hago corta. Me tenés que entretener. Vení el viernes y hablamos. Si no, ya sabés. Vení el viernes a verlo al trolín éste y después te quedás, y hablamos.

Cortó. Estaba anonadada. No sabía qué hacer. No podía dejar que lo violen a mi hijo, pero tampoco quería acostarme con ese ser inmundo. Tenía que pensar algo, pero no se me ocurría. Pensé que algo se me iba a ocurrir en la semana. Y fue una semana complicada. Me tocaron todos clientes complicados. Pensé en pediré ayuda a alguno de ellos, pero ninguno lo iba a hacer. En esa situación, nadie lo iba a hacer. Iba a hablar con el director penitenciario, ese viejo pelado que estaba peleando con Segovia la vez pasada. Sí, eso. Él me iba a ayudar.

Como dije, fue una semana complicada. No me podía sacar el tema de la cabeza. El único momentáneo lapso de alivio fue Marcos. Creo que les dije que sólo me cojo a un cliente, Marcos. Marcos me encanta. Es instructor en un gimnasio, lo cual me ahorra describirles su cuerpo. Compitió más de una vez en concursos de fisicoculturismo y llegó a ganar uno. Ahora, a sus 39 años, se dedica a su gimnasio. Yo lo conocí cuando competía. Él necesitaba que masajeara esa ingente masa de músculos; los atletas necesitan eso, sobre todo después de tanto esfuerzo.

Ya me lo cogí la primera vez que vino. Me acuerdo que yo estaba impresionada. Mis clientes tienen por lo general cuerpos horribles y éste era escultural. Encima estaba cerca de una fase de competición y más marcado e irrigado que nunca. Me pidió que haga especial énfasis en sus piernas y glúteos, porque los había trabajado mucho. Nunca había visto una pierna con tantas venas y tantas rugosidades. Los músculos dibujaban muchas formas, ninguna de las cuales se fue sin mi toque. Estaba con un slip rojo. Me acuerdo que le pedí que abriera un poco las piernas, así llegaba al abductor. Ya había visto su erección.

-¿Querés que me lo saque? –me preguntó, agarrándose el slip

-Como vos quieras. Si te sentís más cómodo…

No hesitó y se lo sacó. Le vi la pija hermosa. Es de tamaño normal, torcida a la izquierda, pero hermosa. Tiene dos huevos grandes. Estaba perfectamente depilado y en el abdomen inferior tenía impreso un delta de venas que confluían en una gran vena que surcaba el tronco. Yo seguí en el abductor derecho, pasando mi mano muy cerca de sus huevos. Pero cuando fui a la pierna izquierda, le dije:

-Disculpame, te la tengo que correr -refiriéndome a la verga, que estaba descansando sobre ese lado

-Sí, claro.

Se al corrí, pero como estaba dura, volvía al costado izquierdo. Lo hice dos o tres veces. Nos empezamos a reír y me tocó el culo.

-Capaza que haya que dejarla ahí –me dijo, mientras encontró mi ano con su dedo. Le puse más aceite y le descubrí el glande. Lo empecé a masturbar. Él me bajó el pantalón y comenzó a manosearme. No nos dijimos mucho. Yo seguí hasta que en un momento me la cuse en la boca. Estaba lleno de aceite, pero no me importó. Le apretaba las bolas. Me encantaba. Me bajó la tanga, se retorció un poco (lo que, por otro lado, me hizo atragantar) y me chupó las nalgas.

-Subite –me dijo. Al principio pensé que quería coger, pero me di cuenta que quería hacer el “69”. Me subí a la camilla, como para montarlo:

-No, no. Subite por acá, en mi cara.

-Mmm ¿sí? – Dije y cuidadosamente ubiqué mis rodillas a los costados de su cabeza, sin dejar nunca de aferrarme a su palo aceitado. Yo estaba mojadísima. Apenas bajé mi culo en su rostro, sentí cómo me la devoraba. La comía muy bien, con un ritmo regular, parejo, con mucha saliva; no se cansaba, ejercía la presión justa; daba los giros que tenía que dar. Tiene una forma de comérmela que me encanta, como ningún otro: me abre las nalgas y mientras me lame el clítoris me penetra con su nariz puntiaguda, por la que no puede respirar. Respira por la boca; aprovecha sus movimientos en mi clítoris para respirar. Mete y saca la nariz, mientras me estruja toda la chuchi.

Esa primera vez tardé minutos en acabar. Me acuerdo que por los latigazos orgásmicos de su lengua, me tuve que desprender de suchota, que tenía en la boca y me quedé esperando extasiada, gimiendo. Ahí me senté literalmente sobre su cara y la pinté toda con mis jugos. A veces me queda.

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