Capítulo 1:
Hola, me llamo Mari Loli y si les cuento esto es porque si no le comento a alguien todo lo que me paso este fin de semana seguro que exploto. Y como por razones obvias no se lo puedo contar a mis amistades se lo cuento a ustedes que no me conocen y así me quedo tranquila. De antemano iba a ser un fin de semana ideal, pues aprovechando que papi y mamuchi se iban a ir al cortijo de los señores Gutiérrez (por llamarlos de algún modo) yo les había dado permiso a los criados. Pues pensaba montar un guateque para mis amigos y no quería tener testigos indiscretos.
A mis papis no les extraño nada que no quisiera ir con ellos, pues siempre me habían parecido sus nuevos amigos muy bastos y zafios. Sobre todo me daba un coraje tremendo cuando papuchi insistía en hablar como su amigo, con un lenguaje de lo más chabacano y vulgar.
Pero todo se estropeo el viernes a última hora cuando papi me llamo al chalet para decirme que aprovechando que iba a estar esos días ahí había encargado al capataz de una de sus constructoras que mandara algunos obreros para hacerme las reformas en el dormitorio que tantas veces le había pedido. Me dio mucha rabia que estropeara los planes que tenía hechos, pero me consolé pensando que por fin iba a poder poner el cuarto como yo quería.
Estoy tan acostumbrada a que la criada habrá la puerta que la mañana del sábado los obreros tuvieron que llamar al timbre un buen rato antes de que me despertara y me diera cuenta de que solo yo podía abrirles la entrada. Cuando caí en ello me dirigí apresurada al hall, sin percatarme de que solo llevaba puesto encima mi vaporoso camisoncito rosa. Por eso, cuando al fin les abrí la puerta no se quien se llevó mayor sorpresa si ellos o yo.
La mía lo fue por ver la pinta tan pobre y desaliñada que traían los tres. El que pulsaba el timbre sin descanso era un sujeto de treinta y tantos, moreno y muy grandote, que daba hasta repelús verlo. Si lo encuentro a solas en un callejón me muero del susto. A su lado venia un negro, pero negro de los de verdad, casi tanto como el betún. Era muy flaco y alto. Tenía el pelo rizado y una perenne sonrisa de oreja a oreja. Y detrás de ellos, llevando la mayoría de los bultos, un chico de pelito largo y carita de hambre, bastante guapito por cierto, intentando atisbarme por entre los otros dos.
Después de un embarazoso silencio por fin caí en la cuenta de porque me miraban tanto y con tanto interés. Pues mi liviano camisoncito de gasa apenas si velaba mis rotundas formas, ya que trasparentaba descaradamente mis abultados pechos, especialmente mis oscuros pezones. Y lo peor de todo es que a la luz del día se veía incluso la poblada espesura de mi intimidad.
Supongo que con otra chica quizás hubieran disimulado un poco mas su interés, pero es que yo soy algo especial. No es por presumir, pero todos me dicen que soy muy linda, con mi pelito caoba cortado a lo paje y mis ojos color miel resaltando en la blancura de mi cara. Pero la mayoría de los chicos no se fijan en eso, solo tienen ojos para mi cuerpo. Por suerte, o por desgracia, la madre naturaleza ha sido de lo mas generosa con mis medidas.
No les exagero nada, gasto una talla 110 de copa ancha de sujetador. Lo cual, a mis 19 años, solo me trae problemas. No solo me cuesta horrores encontrar alguna ropita que me sirva, sino que además tengo que lidiar con multitud de admiradores, mas o menos descarados, a diario.
Supongo que por eso sigo sin novio, por el recelo que le tengo a los hombres. Y eso que cuando meneo mi rotundo trasero por la calle, solo los ciegos se abstienen de mirarme. Pero cuando me miran con tanto deseo y descaro como me miraban aquellos tres obreros solo se reaccionar de una forma… avergonzándome.
Así que les pedí que me esperasen un momento en el recibidor mientras fui lo mas rápido posible a mi dormitorio a cambiarme. Como tenía prisa decidí ponerme el conjuntito nuevo de estar por casa que me había comprado la víspera. Este era una cucada verde monísima. Me puse el holgado pantaloncito corto sin nada debajo, por no perder mas tiempo, ya que al ser de suave algodón no me hacían falta las braguitas. La parte de arriba era una camisetita a juego también muy ancha y con un generoso escote. En teoría esta debía quedar rasada con el pantaloncito, pero en realidad mis enormes pechos hacían que la prenda quedara un palmo por encima, dejando mi ombliguito al aire.
Aun tenía la camisetita en la mano cuando vi, a través del espejo de la cómoda, como el hombre grandote me miraba con todo descaro a través de la puerta que yo, con las prisas, había dejado semiabierta. No pude dejar de preguntarme, mientras me ponía la camisetita a toda velocidad, en cuanto tiempo llevaría ese repelente sujeto espiándome, y en todo lo que habría visto de mi cuerpo sin mi permiso.
Aun así, cuando salí de mi cuarto, me sentí incapaz de recriminarle nada, pues me amedrentaba tanto su corpulencia como el desparpajo con que me sonreía cínicamente. Además, ahora que tenía al joven mas cerca, me encandilo su aspecto desaliñado, mezcla de bohemio y de perrito muerto de hambre. Y, puestos a confesarme, les diré que el negro me daba incluso algo de miedo.
El grosero era el jefe de los tres, así que me tuve que armar de valor y le empecé a decir como quería que hicieran la obra de mi cuarto. Este, en cuanto empecé a hablar, se pegó como si fuera una lapa detrás mío, restregando su rígido paquete contra mi trasero cada vez que dejaba de andar. Mi timidez me impedía reaccionar como hubiera querido, por lo que, en vista de mi pasividad, empezó a palmearme el culo con toda confianza.
Eso si, el tipo, a pesar de palmearme las nalgas cada dos por tres, no dejaba de decirme “señorita”, aunque me sonaba con un cierto retintín. Yo, muy a mi pesar, me limitaba a ruborizarme ante la audacia de su continuo acoso, dándole pie a que continuara sobándome. En un momento dado, aprovechando que estaba distraída, se me acerco sigilosamente por detrás, atrapándome un pecho con su manaza al tiempo que me preguntaba sobre donde colocar uno de los muebles que sacaba. Solo acerté a tartamudear la nueva ubicación, sin terminar de creerme lo que me acababa de hacer.
Pero tuve tiempo de hacerme a la idea, pues a lo largo de la mañana fueron varias las ocasiones en que se apodero de mi delantera, estrujándome los senos cada vez con mas soltura y confianza. Yo, acobardada, casi llegue a acostumbrarme a sus rudos toqueteos. Por eso en un par de ocasiones, a pesar de oírle llegar por detrás, permanecí quieta como si fuera una estatua, esperando el temido momento en que su mano se aferraría a mi pecho sin atreverme a reaccionar.
Con ello solo lograba que sus sobeteos se hicieran mas intensos y prolongados, llegando al extremo de jugar con mi rígido pezón durante varios minutos mientras me llamaba “señorita” y me preguntaba por alguna reforma en concreto. No era el único que se estaba divirtiendo a mi costa, pues mientras el jefe me consultaba y mostraba ciertos detalles de las cosas que iba modificando me hacía agacharme y colocarme en incomodas posturas que mostraban hasta lo mas oculto de mi anatomía a través de mis holgados escotes y perneras.
Capítulo 2:
A media mañana, cuando iban a sacar del cuarto la estantería sobre la que guardaba mi colección de muñecas antiguas de porcelana, temí por ellas. No acababa de fiarme de ellos, por lo que les pedí que me dejaran bajarlas a mi, para que los patanes no rompieran ninguna pieza. El grosero accedió encantado, acercándome una silla para que pudiera apoyarme en ella, mientras me indicaba en que parte de la repisa inferior debía colocar el otro pie para no caerme. En cuanto estuve en la posición adecuada se arremolinaron los tres debajo mía. Yo, en mi ingenuidad, pensé que era para ayudarme, pero nada mas lejos de su intención.
El grosero rápidamente se sitúo detrás mía, poniendo sus amplias manazas en mis nalgas para, según sus cínicas palabras, evitar que pudiera caerme. Ante mi pasividad sus dedos empezaron a explorar mi carne, estrujando y magreando mi pandero del modo mas descarado y ruin. Pero era un zorro generoso y, aprovechando la adecuada separación de mis piernas y la holgura de las perneras de mi pantaloncito, aparto la prenda lo justo para que sus dos compañeros pudieran ver cómodamente mi intimidad a tan solo un par de palmos de distancia.
Yo no lo sabía, pero cada vez que me movía un poco para alcanzar una nueva figura, les mostraba tanto el bostezo indecoroso de mi rosada rajita como gran parte de mi espeso bosquecillo íntimo. Y el grosero, mientras, con la otra mano, amasaba mis prietas nalgas.
El colmo fue que al acabar, mientras me ayudaba a bajar de la silla, deslizo esa mano por debajo de mi pantaloncito. Dejando que sus dedos resbalaran por mi sensible canalillo hasta que toparon con mi aún mas sensible entrada posterior. No pararon ahí, sino que continuaron hasta llegar a rozar mi flor virginal, provocando con ello tanto mi respingo como mi huida precipitada, aderezada por su coro de risas blasfemas. Por ello procure rehuirles durante las horas siguientes hasta que, al final, me llamaron los muy ladinos, para que les resolviera un problema.
Me dijeron que mi cama no pasaba a través de la puerta, y que no sabían como podían desmontarla para sacarla. ¡Mentira cochina! Yo, inocentona, aun recordaba donde estaban los pernos de sujeción debajo del somier y les dije que eran muy fáciles de soltar. Tanto hincapié hice que el grosero me pidió que lo hiciera yo, como ya tenían planeado de antemano.
No supe negarme, y me tumbé sobre la alfombrilla, con una ridícula llave de esas en la mano, mientras me empujaban por las rodillas y me metían debajo de la cama. Yo, enfrascada en acabar cuanto antes con una labor tan ignominiosa e impropia de mi, no me di cuenta de que mientras me sujetaban me habían separado las piernas casi por completo.
No podía saber de ningún modo que el grosero había apartado de nuevo mi pantaloncito a un lado, y que tenía a los tres obreros viendo, y hasta oliendo, mi flor mas preciada. Pues sus tres cabezas se turnaban a escasos centímetros de mi intimidad. Mis rosados pétalos separados enviaban su mágico olor a sus narizotas mientras sus ojos bizqueaban ante la belleza de la maravilla que tenían delante. Además, el suave tejido había cedido lo suficiente como para mostrarles la mayor parte de mi espeso triángulo de vello oscuro.
Estaban tan absortos contemplándome que tuve que insistir varias veces en que ya había acabado antes de que reaccionaran y me ayudaran a salir. Y entonces vino la segunda parte, los muy golfos no contentos con lo que ya habían visto trabaron de alguna forma la parte inferior de mi camisetita con los muelles. Por eso, cuando por fin tiraron de mi, esta se me enredo en el cuello, dejando al aire mis enormes globos.
Me quería morir. Ahí estaba yo, metida debajo de mi cama, con los brazos en alto por culpa de mi camiseta y con los pechos totalmente expuestos a la mirada de los tres odiosos obreros. Estaba tan sumamente cohibida por mi exposición e indefensión que solo podía musitar “por favor… por favor… soltadme” una y otra vez. Mientras ellos me decían palabras de calma y fingían trastear en mi camisa.
Yo sabía que lo estaban haciendo a propósito, pues no en vano sentía su cálido aliento en la cima de mis pechos, señal de que sus cabezas estaban a escasos centímetros de lo que ningún mortal había podido ver antes. Para colmo de males mis sensibles pezones reaccionaron ante la situación, endureciéndose y agrandándose tanto como de costumbre, provocando así nuevos murmullos de admiración ante su belleza y grosor. No se cuanto tiempo permanecí en tan humillante postura, pero seguro que fue demasiado. Cuando al fin me soltaron no sabía donde esconderme, y no sabía como comportarme ante sus explícitas e intensas miradas.
Capítulo 3:
Por eso les rehuí durante un buen rato, hasta que llegó la hora de comer y me llamaron para que compartiera con ellos lo que estaban saqueando de la nevera. Como estaba sin desayunar y tenía bastante hambre accedí a comer con ellos, a pesar de que sus modos en la mesa dejaban muchísimo que desear. Los obreros no usaban agua, sino que bebían el vino como si este lo fuera. Y yo, tonta de mi, dejaba que llenaran mi vaso una y otra vez, como hacían ellos con los suyos.
El resultado ya se lo pueden imaginar, pronto estaba diciendo tonterías y riéndome de las cosas que decían ellos. Les aseguro que todavía no sé como lo hicieron, pero el caso es que me sorprendí a mi misma confesándoles, entre risitas, lo mucho que me atraía el más joven. Y ese fue el principio de mi fin.
El grosero, aprovechando la oportunidad que les brindaba en bandeja, me animo a que le diera un beso ahí mismo, delante de todos. Cuando quise darme cuenta estábamos abrazados, y sus labios empezaban a saborear los míos. Me dejé llevar por el placer y respondí a sus besos con bastante timidez, recibiendo mas que dando, aunque también mi lengua se enroscaba con la suya cuando se tropezaban en nuestras bocas.
Yo, colgada de su cuello, deje que sus manos se adueñaran de mis pechos, suspirando como una boba mientras sus dedos exploraban mis enormes tetas hasta alcanzar las sensibles cimas. Una de ellas se quedo allí, extasiada, pellizcando y retorciendo el grueso y sensible fresón que casi le llenaba por completo la mano. La otra fue bajando lentamente, deslizándose por mi ombliguito, hasta introducirse al fin por debajo de mi pantaloncito, y sepultarse en mi ardiente intimidad.
Mis espasmos de placer iban en aumento mientras sus dedos, mucho mas dulces de lo que podía suponer, se iban abriendo paso en mi cálida y estrecha virginidad. No me di cuenta de que eran otras manos las que me estaban desnudando hasta que empezaron también a magrearme. Estas eran mucho mas ansiosas y estrujaban mis tetas y mi culo con demasiada rudeza, restando bastante placer a la deliciosa masturbación que me estaba haciendo el jovencito.
Yo, sentada desnuda en su regazo, tenía mi cabecita apoyada en su firme hombro, mientras le besaba sin descanso. El, que tenía una de las manos permanentemente ocupada con mi agradecido pezón, pugnaba por meter dos de sus dedos en mi intimidad. Alternándolos de tal modo que me estaba llevando al borde del orgasmo. No me importaba pues que el negro se hubiera adueñado al mismo tiempo de mi otro pecho, chupando y succionando mi pezón como si le fuera la vida en ello, mientras sus manazas amasaban y apretaban mi descomunal cántaro embelesadas.
El grosero, después de haber catado mis pechos durante un rato, se dedico a mordisquear y lamer mi trasero, estrujándolo a manos llenas. Su lengua se deslizaba una y otra vez por entre mis medias lunas, hasta localizar la sensible entrada de mi esfínter. Donde estuvo un buen rato.
Mis gemidos y jadeos delataban la inminencia de mi orgasmo por lo que el grosero se arrodillo frente a mí y uso su boca para ayudar a su joven amigo. Nada mas sentir su húmeda lengua buceando en mi cuevecita arranco el primero de mis orgasmos, siendo este tan fuerte que mis fluidos bañaron su cara. Al grosero no solo no le importo el baño, sino que siguió succionando con avidez en la almejita, hasta encontrar la gruesa pepita de mi clítoris; que, por la excitación, asomaba descarada.
El muy bestia la chupo de un modo tan brutal que consiguió llevarme al instante a las puertas de un nuevo orgasmo. Y en el preciso instante en que este empezaba a invadirme dulcemente el pedazo de animal me introdujo uno de sus enormes dedazos en el agujerito del culo. El orgasmo fue larguísimo, dándome la impresión de que iba a explotar por dentro. Al final quede floja y desmadejada como un muñeco de trapo. Entre los tres me llevaron en brazos hasta el comedor, donde me tumbaron sobre la mullida alfombra, sin dejar de besarme y manosearme todo el rato.
Cuando por fin abrí los ojos ya estaban todos desnudos y el grosero estaba situándose entre mis piernas con la intención de penetrarme con su largo y grueso cipote. Le llore, rogué y suplique para que no lo hiciera, pues no quería perder mi virginidad de un modo tan burdo. No llegue a conmoverle, pero acepto respetarme si yo le hacia una buena mamada al muchachito.
Capítulo 4:
Nunca había hecho una cosa así, pero acepte como mal menor. El chico se sentó en el sofá y separando sus piernas me dejo a la vista su largo y afilado estilete. Me arrodille ante él y, haciendo de tripas corazón, empecé a lamer como pude su punta roja y brillante. Pronto me acostumbre lo suficiente a su sabor como para meterme el extremo en la boca. Por ser tan larga no podía albergar mucho trozo en la boca, pero el movimiento de mi lengua debía de ser eficaz, porque el chico empezó a jadear de placer.
Los otros dos no permanecían ociosos y el negro pronto se había tumbado debajo de mí para apoderarse de mis pechos de nuevo. Les hacía de todo, y lo más raro es que empezaba a gustarme su obsesivo interés y el modo en que los maltrataba cariñosamente con su lengua, dientes y manos. Y el grosero, detrás de mí, no paraba de lamer mi trasero, chupando mi dulce almejita de vez en cuando. Sobre todo, cuando metía alguno de sus dedos en mi culito, supongo que para calmar el posible dolor. Pero el caso es que ya me había acostumbrado a esa rara sensación y no me molestaba demasiado sentir como algo se movía en mi interior.
No sé porque pero lo cierto es que empezó a gustarme eso de chupar algo tan cálido y vivo, pues hasta su sabor empezaba a resultarme agradable. Me hacía gracia ver como mis chupeteos y lamidas lograban que el muchachito se fuera convirtiendo poco a poco en un muñeco en mi poder. Estaba tan concentrada en estas nuevas y curiosas sensaciones que no me di cuenta de que algo enorme estaba intentando entrar en mi culito hasta que la dilatación empezó a ser dolorosa. Y entonces ya fue tarde.
El grosero solo tuvo que hacer un esfuerzo mas para que la gruesa punta de su miembro se acomodara completamente en mi estrecho interior. Solo pude gemir débilmente mis protestas mientras el jovencito apretaba mi cabeza contra su pene y el grosero introducía su candente hierro hasta el mismísimo fondo. Luego, aferrado a mis caderas, empezó un lento vaivén, que pensé que me iba a partir en dos. Sin embargo fue mano de santo, porque poco a poco fue mitigando mi dolor con sus empujes, haciendo que este se fuera convirtiendo en placer. Placer que me venía en oleadas cada vez que arremetía rudamente contra mi interior.
El grosero, al escuchar mis mugiditos de placer, fue aumentando su ritmo, haciendo que las embestidas fueran cada vez mas rápidas y violentas. Esto provocaba que el largo pene del mas joven se introdujera cada vez mas al fondo de mi boca, llegando casi hasta la garganta. Y que los dientes del negro se clavaran dolorosamente en mis senos, para que no se le escaparan mis pétreos pezones con el continuo bambolear. Los interminables jadeos de placer que provoco mi fuertísimo orgasmo fue el detonante que hizo que ambos eyacularan casi a la vez. Aun no sé como lo hice pero conseguí tragarme casi todo lo que mano de aquella manguera eterna antes de que asfixiara con su esperma.
No había terminado de salir el grosero de mi interior cuando el negro exigió su parte del pastel. Yo, al ver su descomunal aparato, tan grueso, tan largo y tan negro, palidecí, segura de que si intentaba meterme eso dentro me mataría. El grosero, al ver mi cara descompuesta, me tranquilizo, y me dijo que solo tenía que chupársela como al joven. No era lo mismo, pero trate de que no se notara el asco que me daba y me aplique con renovado interés, para acabar cuanto antes.
Así, mientras el joven y el grosero seguían sobándome, trate de meter toda esa barra de caoba en mi boca. Era imposible, por lo que me tuve que conformar con absorber la punta y lamer el resto del gigantesco miembro. Como eso no bastaba el grosero me dijo como debía usar mis grandes tetas para que el chisme se deslizara entre ellas, dándole así mayor placer. No sé si fue mi dedicación, o el manosear mi cuerpo, pero el caso es que los otros dos enseguida volvieron a estar empalmados.
El grosero siguió ejerciendo de maestro de ceremonias y sitúo al chico en la posición adecuada para que me penetrara por detrás. Así lo hizo, y he de reconocer que esta vez, no sé si por estar ya dilatada o por ser mas pequeña, pero el caso es que goce mucho mas desde el principio. Solo me molestaba que el grosero me palmeara el trasero, cada vez con mas ganas, mientras alentaba al chico a que incrementara la profundidad de sus embestidas.
El joven no aguanto mucho tiempo el frenético ritmo que imponía su compañero, por lo que eyaculo en cuanto yo empecé a correrme en otro interminable orgasmo. Este me dejo tan agotada que no tuve mas remedio que apartar mi cabeza de la gruesa y pétrea barra de caoba que me estaba asfixiando y apoyar la cabeza en el sofá, mientras jadeaba medio muerta.
Lo malo es que el negro, demasiado excitado ya para contenerse, salto del sofá como un resorte, y se sitúo detrás mía antes de que acertara siquiera a reaccionar. Cuando quise hacerlo ya no pude. Sus dos amigos, haciendo caso omiso de mis inútiles y débiles protestas me sujetaron con fuerza en la misma posición arrodillada en la que estaba. Así, el negro, aprovechando la cantidad de líquido que rezumaba ya mi sufrido agujerito, pudo apoyar la punta de su gigantesco rabo en la entrada.
Jamás había sufrido tanto en mi vida, cada centímetro de esa descomunal barra arrancaba destellos de dolor de mi interior. Solo la habilidad con la que el grosero empezó a hurgar con sus dedazos en mi intimidad mitigo una minúscula parte de mi agonía. Pero no tuvieron piedad, y hasta que sus peludos testículos no rozaron mis nalgas no quedaron satisfechos. Luego el vaivén, estrujando mis tetas con sus manazas para no resbalar.
Esta vez tardo mucho mas en llegar el placer, a pesar de que el grosero ya había localizado mi clítoris y me lo acariciaba con su destreza habitual. Eso si, a cambio, cuando llego el placer, lo hizo en oleadas interminables, que me hacían gritar de placer y jadear como una posesa. El negro acelero la furia de sus envites, llegando a creer que me sacaría su chisme por la boca. Estrujaba con tanta ansia mis pechos que muchas veces no llegaban ni mis manos ni mis rodillas al suelo, quedando suspendida por el inmenso aparato que me empalaba sin piedad.
Su orgasmo fue brutal, con una corrida tan salvaje que hasta me chorreo por los muslos mientras gritaba como un energúmeno. Y la mía aun fue mayor, pues por primera vez en mi vida el orgasmo fue múltiple, empalmándose un clímax detrás de otro hasta que pensé que toda yo iba a reventar de placer. Luego me arroparon sobre el sofá y me dejaron descansar varias horas.
Cuando por fin se marcharon aquella tarde apenas podía mantenerme en pie. Y cuando el grosero me dijo al salir, pellizcándome la barbilla, que procurara dormir a gusto, que al día siguiente aun sería mejor, mis piernas temblaron, sosteniéndome a duras penas.
Esa noche, cuando papi llamo para interesarse por el estado de la obra y me dijo, imitando el tono chabacano de su amigo “¿Qué, cariño? ¿te han dado mucho por culo los obreros?”. No pude por menos que ruborizarme y musitarle quedamente “Muchísimo más de lo que podrías imaginarte”.