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Cielo, estás en tu casa
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Marta acababa de terminar sus estudios en la universidad, y estaba dispuesta a buscar trabajo en la capital, donde Alicia, una buena amiga de su madre, se había ofrecido amablemente a acogerla durante el tiempo que tardase en encontrar su propio apartamento. Alicia recordaba a Marta como una niña inocente y cándida, algo que contrastaba con la mujer a la que recibió al abrir la puerta de su casa, un lujoso piso en el centro de la ciudad. Alicia era una ejecutiva de éxito, aunque seguía soltera, si bien era bien sabido que aprovechaba cada momento, saliendo casi todas las noches y asistiendo a fiestas como una jovencita más.

Marta se despertó con la luz del sol entrando por la gran ventana que daba a una calle principal, y decidió curiosear en el piso de Alicia. Llevaba un ligero camisón casi transparente, y mirando fotos de la mujer se dio cuenta de que había tenido una juventud imponente, había sido siempre muy guapa, y era evidente que tenía una vida envidiable. Marta se asomó a su vestidor y casi se cae de espaldas. Había miles de zapatos y vestidos preciosos, le encantaría poder probárselos todos, además eran casi de la misma talla, aunque ella tenía menos pecho.

Marta reprimió su tentación y se fue a desayunar, encontrándose una nota de su amable anfitriona:

-“Cielo, estás en tu casa, utiliza todo lo que necesites”.

Marta se tomó un buen desayuno y después se tumbó en el sofá, donde pensó que tal vez podría probarse ropa de la mujer sin que esta lo notase demasiado. Le apetecía vestirse como una cuarentona bien conservada como ella, con esa ropa tan elegante que siempre llevaba. Así que se metió en su cuarto y encontró sobre la cómoda la ropa que se había puesto el día anterior.

Era una minifalda gris y una blusa blanca muy fina. También había unos zapatos de tacón negros, que no pudo resistirse a probarse. Entonces sintió el deseo de desnudarse completamente, quitándose el camisón, e instintivamente se fue al servicio, donde rebuscó en el cesto de la ropa de lavar. Allí encontró un juego de braga y sujetador rojos, una preciosidad, y unos pantys blancos de los que acostumbraba a ponerse Alicia.

Impaciente como una niña con zapatos nuevos, Marta se fue hacia el salón, y sentándose en el largo sofá blanco, se puso las braguitas de Alicia, luego metió sus pechos en el sujetador y entonces sintió un deseo muy íntimo. Se bajó las bragas y se las llevó a la boca, aspirando el aroma y sintiendo cómo se le erizaban los pezones. A continuación se subió los pantys y se vistió con la ropa de su amiga. Se sentía un poco extraña, culpable tal vez, pero estuvo segura de que ella no lo notaría. Al fin y al cabo, sólo quería vestirse como ella durante unos instantes.

Se movía con facilidad sobre esos tacones, y entonces se dio un paseo por la casa, sintiéndose seductora como nunca, imaginando las miradas de los hombres hacia Alicia al vestir esa minifalda…

Entró al servicio y se cepilló el pelo, para después pintarse los labios con un lápiz de Alicia. Se volvió a tumbar en el sofá, donde no pudo reprimir deseos de tocarse los pechos, a través de ese sujetador rojo tan sexy. Con los pezones ya muy excitados, bajó la mano hacia su entrepierna y se empezó a recorrer el pubis a través de la minifalda, lo cual la sumió en un estado de excitación increíble.

Pensaba en la dueña de la casa seduciendo a algún afortunado en ese mismo sofá, posiblemente después de una botella de vino, contoneándose con ese mismo modelito. Exageró el momento sacando el culito en pompa, algo que seguro que hubiese puesto al invitado a mil por hora, por si no fuese suficiente la transparencia de la blusa.

Marta se imaginó siendo Alicia, y poniendo caliente a uno de sus ligues, con esa postura tan explícita. Por si fuese poco, se dio unas palmadas en el culo, cada vez más fuertes, imaginando que fuese el hombre quien lo hiciese. Para calmarse un poco, se levantó de nuevo y se fue hacia el dormitorio de su amiga. Aún estaba la cama deshecha, y se metió entre las sábanas, sin siquiera quitarse los zapatos de tacón. El tacto de las sábanas sobre sus piernas cubiertas de lycra era increíble, y se recreó durante un rato en el lugar donde seguramente Alicia había echado tantos polvos…

Tumbada boca arriba, Marta alargó la mano, chocando contra un cajón. Dudó un instante, y entonces lo abrió. Estaba repleto de bragas, ligueros, sujetadores, era el paraíso. Rebuscó y entonces tocó algo duro. Había encontrado un vibrador dorado, una auténtica delicia. Ella había tenido uno, pero era un pequeño pene de látex que tuvo durante muy poco tiempo. Éste le encantó, y se fue de nuevo al salón con la intención de jugar un poco con él. Al cabo de unos minutos, Marta ya se había quitado la blusa, y estaba en el sofá, tumbada y frotando el vibrador contra el rombo de los pantys, estaba muy caliente, y tuvo que frotarse las tetas con la otra mano, mientras empezaba a ahogar gemidos de placer…

Entonces Marta sintió que el juego se le iba de las manos, y sofocada por el estremecimiento que le producía el roce del pene sobre sus bragas, no pudo más, y sin tiempo para desnudarse, abrió un agujero en los pantys, y apartando la braguita, deslizó el vibrador dentro de su vulva ansiosa, y entre flujos que ya inundaban las bragas, sintió como su vagina tragaba todo el cilindro dorado. Marta sintió llegar el orgasmo y entonces activó el mecanismo de vibración, que provocó que la joven se corriese inmediatamente, mientras apretaba los dientes y se pellizcaba los pezones…

En ese mismo momento, Alicia, sentada sobre el WC de los servicios de señoras, esforzándose por permanecer en silencio, mientras su mano derecha frotaba desesperada su entrepierna, sujetaba con la otra mano su teléfono móvil, mientras observaba atentamente la imagen que le enviaba la cámara oculta que había colocado en su salón de su casa por motivos de seguridad. Al mismo tiempo que Marta se retorcía en su sofá con el vibrador dorado dentro de su vagina, ella sentía un fuerte orgasmo a la vez que decía entre dientes:

-“Qué cabrona, tía, me has hecho correrme…”.

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