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La cena
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Después de la intensa sesión de cine que nos dejó temblando a los cuatro, sobre todo a nuestro amigo “A” que se llevó una agradable sorpresa con nuestro juego, y sobre todo con la mamada con que le regaló mi esposa, aun tardamos unos días en volver a vernos, y no fue por falta de ganas, pero una de las reglas principales que nos habíamos impuesto, era no abusar demasiado de nuestros encuentros, pues todo llega a ser tedioso si se practica con frecuencia, y sobre todo no queríamos en ningún momento desentendernos de nuestras obligaciones familiares, esa era la primera regla, y la segunda (el sexo) se consumaría cuando tuviéramos tiempo para ello, que no ganas, pues precisamente eso, el morbo de la espera era lo que más nos motivaba mientras llegaba el momento y ciertamente, esa espera era la que potenciaba en todos nosotros un deseo sexual inusitado.

En casa por las noches, mientras follábamos y comentábamos los detalles de lo que habíamos vivido y experimentado con la otra pareja, mi mujer y yo sentíamos como un agradable temblor de deseo irresistible nos invadía a ambos y eso nos hacía disfrutar enormemente en la cama. Así nos lo contaban nuestros amigos también.

Bueno, como decía, después de pasados unos días, que parecieron años, quedamos con Mari y su marido para cenar en un restaurante de la ciudad, era un martes, que es el único día en que mi esposa y yo podemos hacer fiesta debido a que nuestro negocio de hostelería no nos permite hacerlo de otra forma, así que con gran ilusión y también excitación, cómo no, nos dirigimos al local elegido para esperar la llegada de nuestros amigos.

Como era un día entre semana, no había muchos clientes, así que tuvimos la suerte de poder escoger mesa, y lógicamente, buscamos un rincón donde estaríamos fuera del alcance de cualquier mirada curiosa por si durante la cena surgía algún juego poco “convencional”, claro.

Nos sentamos sin quitarnos los abrigos y nos dispusimos a esperar a la pareja. Mi zorrita me comentaba lo excitadísima que estaba, pues tenía verdaderas ganas de hacer algo, lo que fuera, tenía la libido a unos niveles excepcionales, igual que yo, y me confesaba que no le importaba follar allí mismo. Me agarró el “paquete” que la verdad, ya estaba bastante duro y tuve que apartarla pues estaba tan cachonda que quería hacerme una mamada en aquél mismo momento.

Después de una espera que pareció eterna, llegaron Mari y el nuevo miembro del club, su esposo, sonrientes y contentos. Por supuesto, todos sabíamos lo que se avecinaba y el morbo ya se podía respirar en el ambiente.

Para empezar el juego de aquél día, y darle más misterio y expectación, debo decir que previamente habíamos acordado que las dos mujeres debían venir vestidas de forma provocativa, pero debían darnos la sorpresa en el restaurante, es decir, hasta que no se quitaron los abrigos, ni el marido de Mari ni yo sabíamos qué llevaban puesto (o mejor dicho, quitado), así que cuando se desprendieron de las gabardinas, nuestros ojos se abrieron como platos ante el espectáculo que nos ofrecieron.

No me entretendré en detallarlo todo para no extenderme demasiado, pero básicamente hablaré de faldas cortas, medias, ligueros y tangas, toda una exhibición para los dos hombres que ante tal panorama ya nos pusimos en aquel mismo momento como verdaderas motos.

Se sentaron, Mari a mi lado y su marido junto a mi esposa, cuidándose, con mucho descaro de dejar al descubierto sus bonitas piernas adornadas con las medias de rejilla y los ligueros que las sujetaban, tapándose ambas, después de mostrarnos todos sus encantos, con el mantel de la mesa para evitar miradas indiscretas del camarero que nos iba a servir la cena. Pedimos cada uno nuestro plato e iniciamos la cena con toda la naturalidad que pudimos, cosa difícil dada la situación, pero así lo intentamos.

Durante la cena hubo toqueteos por parte de todos, algún beso fugaz con lengua y alguna caricia “profunda” bajo la mesa; el nerviosismo nos hacía vibrar de placer, así que como estábamos los cuatro tan calientes como sartenes, propuse acabar la cena cuanto antes y como a Mari le encantaba “mirar” como se lo montaban los demás, (eso nos había confesado), mi idea era que entre los dos hombres nos folláramos a mi mujer para que mientras, Mari disfrutara observándonos e hiciera lo que quisiera, mirar, masturbarse o intervenir en el juego.

Les pareció una idea estupenda, sobre todo a su marido pues aquello era como un regalo; iba a follarse a mi mujer por primera vez, y Mari, mordiéndose los labios, asintió con nerviosismo. Mi mujer ni qué decir tiene que ante tal proposición, y como adelanto a lo que vendría más tarde, propinó al marido de su amiga tal morreo que tuvimos que cortarles para no llamar la atención.

Tomamos el postre, la nata pasó de boca a boca mientras las lenguas de unos o unas empujaban la crema y relamían los labios del otro. Observé como mi mujer disfrutaba lamiendo el postre en la boca de “A”, incluso cogió con el dedo un poco de nata, se lo pasó por los húmedos y sensuales labios mirando fijamente a los ojos de “A” y luego se lo ofreció a nuestro cachondo amigo que no dudó en chupar el dedo de mi zorra y no dejar ni una gota de nata.

Mi polla dura como una piedra pugnaba por salir, así que apremié para tomar el café e irnos de aquél lugar antes de cometer una indiscreción delante del camarero.

Salimos del restaurante y había comenzado a llover copiosamente, el cielo estaba ennegrecido y parecía que íbamos a tener lluvia para un buen rato, así que los cuatro corrimos hacia mi automóvil, para entrar y refugiarnos de la violenta lluvia. En unos instantes, los cristales del vehículo quedaron empañados por dentro sin posibilidad de que desde fuera nos pudiera ver alguien, y aquello fue como una señal de inicio para nuestro juego, ya que sin dar tiempo ni a hablar, “A” ya estaba encima de mi mujer metiéndole mano por todos los rincones imaginables mientras sus lenguas luchaban por ver cuál lamía más fuerte al otro.

Fuerte, muy fuerte, la verdad. Mari y yo nos miramos divertidos ante la situación, a ella le encantaba observar a su marido mientras se trabajaba a su mejor amiga, y yo, la verdad… como también soy un poco “mirón”, me limité a observar y no perder detalle, tal como hacía Mari, de lo que en los asientos de atrás de mi coche estaba ocurriendo.

Para estar más cómoda en la contemplación de la pareja de atrás, Mari se puso de rodillas en su asiento y rodeando con los brazos el cabezal, miraba y animaba a su marido y a mi esposa a que siguieran con aquella “lucha”, susurrándoles palabras tan calientes que al ser oídas por los dos amantes les ponía todavía más calientes. Al tomar Mari aquella posición, y dada la diminuta dimensión de su falda, dejó al descubierto su hermoso trasero, que adornado solamente con la tira del tanga, se ofrecía como una fruta apetitosa que yo no dudé en manosear y sobar con verdadero vicio.

Mari no me dejó continuar, me indicó que me pasara a la parte trasera del coche con mi mujer y su marido para realizar lo que yo había propuesto, estaba ansiosa por vernos a los tres en acción así que sin salir del vehículo para no mojarme ya que no paraba de llover, me deslicé hasta la pareja, donde fui recibido por mi esposa con un efusivo morreo. Sus pupilas estaban dilatadas, sus labios temblaban y eran mordidos por ella misma, indicativo que yo ya conocía y que significaba que estaba dispuesta sin ningún reparo a cualquier cosa que le quisiéramos hacer entre los dos hombres.

Nos desnudamos los dos y seguidamente la desvestimos a ella hasta dejarla totalmente desnuda. La hicimos colocarse sobre el asiento a cuatro patas, nuestro amigo se situó detrás de ella, con la polla en la mano, palpitante y ansioso por follársela y yo, me coloqué de rodillas frente a mi mujer, con el miembro también apuntando hacia su boca que no tardó en engullir y comenzar a mamar con verdadero vicio.

Cuando “A” dirigió su dura verga y entró en el coño de mi mujer, ésta soltó un gruñido de aprobación que a él le animó a comenzar con su hasta ahora por mi mujer y por mi, desconocida forma de follar, así que inició un mete y saca rítmico, sin pausas, agarrado a las caderas de la zorra de mi mujer que ante sus embestidas devoraba mi polla loca por el placer que estaba recibiendo. “A” permanecía agarrado a ella pero sin quitar ojo de su trasero que vibraba con sus embestidas, propinándole de vez en cuando un cachete que la ponía más perra todavía.

Mari, la mirona, se masturbaba mientras nos veía a los tres trabajando en la parte trasera, se mordía los labios y suspiraba y gemía, demostrando que también estaba al límite. Yo que la veía disfrutar de aquella manera, alcancé a alargar mi brazo y ofrecerle mi mano, que agarró con fuerza indicándome que el orgasmo la iba a alcanzar de un momento a otro, como a los demás, ya que no éramos capaces de controlar nuestros impulsos para hacer aquella sesión más duradera, era tal el ansia por aquél encuentro, que nos dejamos llevar por el calentón que arrastrábamos desde nuestro primer encuentro en el cine.

Cuando el clímax se acercaba, “A” cambió el ritmo e inició una feroz follada. Sin soltarse de las caderas de mi mujer, su polla entraba y salía de su coño con furia, produciendo el sonido que a mí tanto me gusta, el inconfundible chasquido de los cojones al chocar contra el coño de la zorra, Mi esposa soltó mi polla y se agarró a mis hombros, concentrándose en los empujones de nuestro amigo, que estaba demostrando ser un buen follador. Me miraba con los ojos muy abiertos y con una mueca que definía sin palabras cómo estaba disfrutando de aquellos momentos, así que yo permanecí expectante, no quise intervenir más y la dejé que se deleitase con las potentes acometidas que hacían estremecer todo su cuerpo.

Después de unos cuantos y duros embates más por parte del amante, mi mujer estalló en un orgasmo formidable, me abrazó con fuerza mientras su cuerpo se sacudía violentamente y le gritaba a “A” rogándole que no parara de follársela. Éste, atendiendo a su suplica, siguió bombeando en su coño hasta que finalmente se puso tensa y cayó sobre mi entrepierna jadeando y sudando copiosamente, agotada por la tremenda corrida que había soportado. Nuestro amigo, incapaz de aguantar más, se agarró la polla y meneándosela con verdadero furor, también detonó en una violenta eyaculación, soltando un copioso chorro de leche caliente que se extendió sobre el culo y la espalda de la zorra que al notar la tibieza del líquido, se dio la vuelta y girándose hacia él, agarró la verga todavía dura para introducírsela en la boca y limpiarla de los últimos restos de leche que aun emergían.

Yo, con la polla como un palo todavía, y a punto también de caramelo, me deslicé nuevamente al asiento delantero del coche donde Mari permanecía en la misma posición, arrodillada y observado a los dos amantes de atrás, temblorosa como un flan, muy excitada por el espectáculo que había tenido unos momentos antes y frotando su clítoris a punto de experimentar ella también un orgasmo que tenía visos de ser muy intenso.

Mi intención, viendo su hermoso culo allí, pidiendo guerra, fue de follármela por detrás tal como estaba colocada pues yo a ella todavía no me la había trabajado, pero debo confesar que no pude llegar ni a apartarle el tanga, ya que cuando me disponía a ello, su cuerpo sufrió un estremecimiento y el orgasmo le vino súbitamente, dejándola también deshecha. Mientras se corría, se deslizó por el asiento y quedó tumbada boca arriba, jadeando, con sus enormes tetas moviéndose al ritmo de su agitada respiración, así que como el que quedaba allí por correrse era yo, me situé a horcajadas sobre su vientre y coloqué mi polla entre sus pechos. Mari, agarrándolas, las apretó contra mi verga e inició un frotamiento que en pocos segundos acabó con mi resistencia, haciéndome descargar a mí también toda mi leche sobre sus pechos y cuello.

Pasaron unos minutos de silencio total, solo interrumpido por la fuerte lluvia que caía en el exterior y por la pausada respiración de los cuatro mientras nos recuperábamos del esfuerzo que habíamos realizado, porque… las cosas claras… cuando tienes entre cuarenta y muchos y cincuenta y pocos años, por muy caliente que seas, el cuerpo tiene sus límites, aunque eso no quiere decir que no disfrutemos del sexo… creo que lo que os cuento lo evidencia claramente.

Ah, Mari sigue sin ser capaz de comerse una polla… le siguen dando arcadas… pero tenemos alternativas para eso.

 

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