Llegamos a la planta baja y nos dirigimos a la calle. El cielo es claro y todavía no se escucha demasiado ruido. Para haber entrado recientemente al verano, no ha llegado todavía el calor. Paseamos por el casco antiguo de la ciudad y por momentos, me toma de la cintura con su brazo. Es más que obvio como busca el frecuente contacto con mi cuerpo.
Vamos a visitar las iglesias, la catedral y las espectaculares ruinas romanas, algo que yo misma propongo. No me importa en absoluto visitar de nuevo estos preciosos lugares y todavía menos en su compañía. Le explico el contexto histórico, religioso y artístico de cada cosa que vemos, un conocimiento que controlo más yo que ella, que me escucha muy atentamente, mirándome bien a los ojos, entendiendo muy bien mi pasión por estos temas. Es interesante el intercambio de conocimientos que hemos hecho las dos, cada una con lo que más le apasiona, yo sobre esto, ella sobre salud, terapia y medicina.
–¡Ay, mi Clío! ¡Mi diosa, mi musa de la historia! Tienes un nombre realmente precioso, además de definirte a la perfección –me dice en un momento dado, saliendo de una de las ruinas romanas, el último lugar que visitamos.
–Sí, no eres la primera persona que me lo dice… Muchas gracias –le digo, sonriendo tímidamente.
Me ruborizo. La verdad es que me ha encantado en sobremanera que se haya referido a mí como «mi diosa» y «mi musa».
–Yo también era como tú de pequeña y de joven. Como ya te expliqué, yo, sin ser Asperger, también fui siempre un tanto fuera de lo común. Como tú, tenía muchas inquietudes y ansias de conocimiento y mientras mis compañeros de clase jugaban y socializaban, yo siempre estaba horas y horas en la biblioteca leyendo libros y revistas y viendo documentales, en mi caso de ciencias, biología, química, enfermería y medicina.
–Esto después lo agradeces con los años.
–Exactamente. Y cierras muchas bocas de quien te dice que eres rara y te hace la vida imposible –deja escapar un suspiro.
–Así es, Gunilda. Cuando la gente ve algo diferente en una persona ya va a por ella. Por lo que hablamos, ambas lo sabemos muy bien.
–Así es, cariño, así es.
Ya ha oscurecido bastante. Saliendo del anfiteatro, hemos recorrido el parque de al lado, que hace subida hasta llegar de nuevo a la calle. Después hemos pasado de nuevo por la zona del circo romano, los hoteles y la gran rotonda y nos hemos adentrado de nuevo al casco antiguo hasta llegar a la rambla principal de la ciudad, concretamente al extremo a tocar al mar, limitado por una barandilla al encontrarse en altura. Es en este lugar y en este preciso instante que escuchamos el fuerte y súbito sonido de tres petardos demasiado cerca de mí, casi tocando mi pie, con muchas voces y risas de fondo, tanto de hombres como de mujeres.
–¡Ah! ¡Dios mío!! –lanzo un fuerte grito, mientras me sobresalto de mala manera. Escucho un montón de risas a coro. Ni tan siquiera se han dignado a disculparse. ¡Asco de gentuza que llega a haber por la calle!
Sin pensarlo ni un instante, Gunilda me toma de la cintura y me abraza con fuerza. Siento mis latidos a mil por hora y empiezo a temblar entre sus imponentes brazos.
–Tranquila, tranquila, calma, calma… –me dice tiernamente.
Entonces, mientras me abraza, desvía la mirada hacia la gente que ha tirado los petardos sin miramiento alguno, a la que se dirige sin pensarlo y se encara con ellos. Me defiende.
–¿Se puede saber de qué cojones vais? ¡No tenéis vergüenza ninguna!!! ¡Os podéis meter los petardos por donde yo me sé! ¡A ver si reventáis, en todos los sentidos!!! ¡Panda de cobardes, desgraciados e hijos de mala madre!! ¿Sabéis lo que voy a hacer yo con estos petardos??? ¿Lo sabéis??! –les dice voz en grito, presa del enfado.
Yo me quedo detrás, presenciando asombrada como se encara a ellos. No me resultaba fácil imaginarme a Gunilda enfadada. Se la ve una persona muy noble, calmada, dulce y sensible, pero uy cuando se enfada… Entonces sí que sus demonios internos ven la luz. La verdad es que estoy alucinando mucho.
Acto seguido, presencio asombrada como a la fuerza les arrebata los petardos del banco y de las manos y como presa del enfado los lanza por la barandilla hacia la playa.
–¡Hala! ¡Ahora ya podéis correr a buscarlos, desgraciados!!! –les grita.
Entonces, empiezan a gritarla y a insultarla.
–¡Eh! ¡Cuidado conmigo, porque vais a ser los siguientes! ¡Mucho cuidado conmigo si no queréis vosotros también salir volando de una patada!! ¡A mí, si me buscan, me encuentran!! –les grita, con suma desfachatez– ¡Venga, vamos, Clío, cariño, son una panda de desgraciados!.–me dice, en medio de un suspiro y en un tono de voz dulce y dolorido al mismo tiempo mientras me toma de la cintura con su brazo.
–¡Jodidas lesbianas! –nos grita con desprecio una voz masculina de la misma muchedumbre.
–¡Eso, eso! ¡Seguro que tú eres la típica lesbiana que va de macho por la vida!!! –le grita a Gunilda una voz femenina.
–¡Cobardes desgraciados de mierda!! –les grita.
Mientras les responde, miro de reojo como estando ambas de espaldas a ellos, Gunilda les levanta el dedo del medio con desfachatez mientras que con el otro brazo y la otra mano continúa tomándome de la cintura y haciendo caso omiso a los comentarios, nos alejamos de la repulsiva muchedumbre que nos está importunando.
Conforme nos adentramos en la rambla, escuchamos en la lejanía como corren todos bajando hacia la playa para buscar los petardos que les ha lanzado Gunilda. Se nota que Gunilda les ha parado los pies a base de bien y que no se han atrevido a más. Aunque me encanta que me defienda y me proteja, no puedo evitar sentirme culpable y mal por ella.
–Ay, lo siento mucho. Siento mucho ser tan miedosa y no saber defenderme, de verdad. No quiero que te metas en líos con nadie por mi culpa, de verdad.
–¿Yo? ¿Meterme en líos? ¿Con esta gentuza cobarde? ¡Bah! Además, por defender lo que es justo y por alguien a quien quiero no me importa meterme en líos. Sobre todo, nunca te disculpes por ser tú, de verdad.
Pese a que estos comentarios han sido hechos con toda la mala fe, en el fondo no he podido evitar ruborizarme y sentir como mi piel se erizaba y mi estómago se contraía al escucharlos. En pocas palabras, debo reconocer que me han gustado. La verdad es que no solo la veo yo esta química y atracción mutua. Llegadas a este punto, es demasiado obvia.
Caminamos rambla arriba tomándome ella de la cintura, hasta llegar casi al centro de la ciudad, donde tiene el coche aparcado. Un coche negro bastante grande pero sencillo. Toma las llaves y abre los seguros. Acto seguido, se dirige al lado del copiloto y me abre la puerta.
–Ya puedes entrar –me dice, sonriéndome. Alucinando estoy.
–Muchas gracias –le digo, ruborizada.
Se sube ella y arranca. Me encanta verla conduciendo. Ver sus manazas al volante. Vamos rumbo a su casa, que se encuentra en una urbanización en las afueras de la ciudad, situada en la montaña.
Después de haber recorrido casi toda la ciudad y una subida bastante pronunciada, llegamos a su casa. Aparca el coche, nos bajamos y entramos. Una casa de dos pisos, sencilla y bonita, sin lujos ni pretensiones. Al entrar por el portal, la casa tiene un jardín bastante sencillo y una piscina de cubo. Ya dentro de la vivienda, en la planta inferior hay la cocina junto al salón comedor y un baño y en la planta superior, otro baño, su cuarto y el de su hijo.
–Esta es mi casa, de mi propiedad. Mi poder adquisitivo me permitiría tener algo más grande y caro, pero yo soy una persona muy minimalista y sencilla, no me gustan los lujos, ni vivir de aparentar ni presumir de nada.
Me encanta escuchar esto de ella.
–No sabes cuánto te entiendo. Nunca entenderé a la gente materialista y amante del dinero y del lujo. Se vive mucho mejor con menos y con lo mínimo.
–Así es, Clío, cariño. Más que amantes del lujo, son amantes de vivir de cara a la galería y de creerse los reyes del mambo. Y envidia cero, que quede claro. ¡Todo lo contrario! –me dice, mientras se va quitando la ropa.
Se desprende botón a botón de la camisa marrón con topos blancos. Puedo ver más y más sus grandes y preciosas tetas cubiertas con un sujetador de rayas marrones y negras en forma de top. Acto seguido, se baja lentamente los pantalones vaqueros. Puedo ver más y más su gordita barriga, sus colosales piernas y muslos, sus anchas caderas y sus grandes y preciosas nalgas, cubiertas con unas braguitas a conjunto, en forma de culotte y con partes de colores marrón y negro separadas por franjas.
Conforme su hermoso cuerpo de abundantes curvas se desprende de la ropa, prenda a prenda, mis mejillas se sonrojan y mi respiración se entrecorta más y más. Su sexy conjunto, totalmente a juego con su cabellera castaña, sus preciosos ojos cafés y sus seductoras botas marrones de cuero, plataforma y tacón. Se queda sin nada más ni nada menos que con este conjunto y con las botas. Está tremendamente sexy y poderosa. Acto seguido, se quita las botas y las medias dejando ver por primera vez sus grandes y bonitos pies poniéndose unas atrevidas chanclas de cuero y plataforma.
Siento ganas de oler y besar sus pies y esos calzados. ¡Uf! Estoy salivando y más ruborizada que nunca, en todos los sentidos.
Me siento tremendamente en tensión y empapada. La miro disimuladamente con deseo, con morbo. Ella parece que se percata de mi perturbación, se sonroja y me lanza una mirada felina con los ojos entreabiertos y una discreta sonrisa, deliciosa y ardiente al mismo tiempo. Mmmm… Siento unas tremendas ganas de amar su cuerpo como si no existiera un mañana.
Acto seguido, se pone una camiseta ancha negra de manga corta, muy sencilla y de estar por casa. Nos sentamos en el sofá. Entonces, partiendo de lo que estábamos hablando sobre gente materialista, ambiciosa y narcisista, fluye entre nosotras una interesante conversación reflexionando sobre la vida y la sociedad modernas en la que tocamos temas de lo más variopintos pero al mismo tiempo muy relacionados entre si: psicología sobre la sociedad y las relaciones líquidas, filosofía, religiones, política, ideologías, de como han cambiado la vida y la sociedad en cuestión de pocas décadas, de como puede llegar a ser la gente, entre más cosas.
Irónicamente, ella tiene una visión de la vida tal vez más moderna y yo más conservadora pese a ser más joven, aunque coincidimos en muchas cosas.
A base de conversar, descubrimos más y más que ambas somos personas sencillas, nobles, sensibles y que pese a los duros golpes que nos ha dado la vida no perdemos ni perderemos nunca nuestra esencia, nuestro verdadero ser. Conforme avanza la conversación, me percato de como ella me abre su corazón más y más, mostrándose también vulnerable, sobre todo cuando me explica todo el acoso escolar que sufrió y como le afectó, hasta el punto de terminar ambas llorando abrazadas. Es por esta razón que Gunilda es la mujer más noble, sensible y cariñosa que puede alguien encontrar y al mismo tiempo la mujer más brava y temida cuando la atacan a ella o a lo que más quiere.
Entonces pasamos a reflexionar sobre las relaciones personales: la amistad, el amor de familia, el enamoramiento, el amor de pareja. Tocando estos dos últimos temas, me habla de cómo se siente ella cuando se enamora. Lentamente sus pupilas se dilatan, sus ojos brillan y sus mejillas se sonrojan. La verdad es que se nota demasiado que en este momento está enamorada.
Entonces, yo le hablo con más detalle de todo lo que llegué a sentir hacia Yolanda, la otra mujer de la que estuve enfermizamente enamorada y le enseño fotos suyas, concretamente su perfil en una red social. En cuanto las ve, pone una cara un tanto extraña, ruborizada. ¿Habrá notado un gran parecido físico con ella?
–Pero a ver –me mira y me sonríe tierna y pícaramente– ¿Eres de fijarte en mujeres muy diferentes entre si o de no gustarte en general sino de tener tu concreto prototipo?
Siento como discretamente empieza a acercarse más y más a mí tomándome de la cintura, acariciándome el cabello, el cuello y la espalda con su grande brazo y su manaza. Empiezo a ponerme tensa y me sonrojo. Es más que obvio que me está poniendo dulcemente contra las cuerdas.
–Pues tengo mi concreto prototipo, sí –le respondo, agachando la mirada con gran timidez.
–Por todo lo que me has explicado de ella, se nota que te gustaba mucho –me dice, mientras continúa acariciándome.
–Sí, aunque fuera muy tóxico, nunca antes de ella me había enamorado de nadie.
–¿Y después de ella? –me pregunta con una voz muy sensual mientras que sus caricias se centran más en mi cuello, mi mejilla y mi cabello y acerca más y más su rostro al mío.
–Pues yo… –respondo sonriendo con gran timidez y tremendamente sonrojada, agachando más y más la mirada.
Y no hace falta decir nada más.
Continuará.