Narro como al fin me penetran por primera vez en esta segunda parte del relato “El placer de ser seducida y que te conviertan en una princesa”. Puedes también deleitarte con la primera parte.
Incrédulo lo vi a los ojos, ambos desnudos y yo con mi rostro aún untado de su semen salado que sabía a gloria y formaba una densa capa ligosa deliciosa en mi paladar. Esteban bien sabía que el yo haberle mamado su hermosa y gran verga significaba su primera victoria ante mi cuerpo. Si bien hace unos minutos me resistía a abandonar mi masculinidad, allí, en ese momento supe que deseaba ardientemente verme convertido al fin en una princesa, en una mujer a quien pronto destaparían y desvirgarían del agujero anal el cual de hoy en adelante se transformaría en la vagina de mi cuerpo de hombre.
Me tomó de la mano y paseamos desnudos por su apartamento. Su miembro, enorme, se columpiaba como trompa de elefante de un lado a otro de sus piernas. El mío, como siempre, era apenas una miseria que se escondía. A cada paso, me vi y sentí más hermosa, más mujer. Imaginé mis muslos y pantorrillas depiladas y torneadas, mis nalgas redondas bien formadas, mi cintura coqueta en forma de reloj de arena y mis pechos pequeños pero bellos.
Me condujo a una habitación donde solo había una silla y un closet. Tomó una llave y abrió la puerta, permitiéndome ver toda clase de ropa preciosa de mujer. Me emocioné. Tomó un vestido blanco corto sin mangas y lo puso frente a mi cuerpo.
“Quiero verte vestida con este, ponte el sostén y la pantaleta que consideres más seductora y elige unas sandalias muy femeninas planas que no tengan cinta atrás. Quiero escuchar el golpeteo de las suelas contra las plantas de tus talones acercándose a mi cuarto que está enfrente, te espero”.
Cuando él salió de la habitación me apresuré a ir al baño y asearme lo mejor que pude, me introduje un poco el dedo con jabón en el recto para que estuviera listo. Luego, me vestí y me calcé como él me indicó. En efecto las sandalias blancas de meter golpeaban mis talones muy placenteramente al caminar.
Tembloroso y nervioso llegué a su cuarto. Él me esperaba recostado en su cama, seguía desnudo. La luz era tenue, se escuchaba música romántica y con la mano palmeó la sábana pidiéndome que me acercara a él. Me acurruqué a su par, boca arriba, él se colocó sobre mí y me besó muy románticamente. Lo abracé, sentí su miembro crecer duro sobre el mío, que se ocultaba bajo el encaje de la pantaleta.
Me separé de su boca. Nos vimos a los ojos. “¿Quieres que te convierta en mujer?” me preguntó “no temas, solo será cada vez que estemos solos aquí, bien sé que quieres guardar las apariencias ante tus amigos”. Me sentí reconfortado, una fantasía hecha realidad. Decidí entregarme y abandonarme absolutamente. “Te lo ruego”, le supliqué, “estoy temblando de nervios, quiero que al fin me hagas mujer. Como bien me has dicho, mi verga es una miseria que no solo es una vergüenza, sino que no sirve de nada. Penétrame, hazme tuya, soy tu esclava, te lo ruego… conviérteme en una princesa sin virginidad, desflórame, mi cuerpo y especialmente mi ano y recto son tuyos”.
Me besó de nuevo, se acomodó sobre mi cuerpo, pecho contra pecho, abdomen contra abdomen, pelvis contra pelvis. Mientras nuestros ojos estaban cerrados tomó mis piernas y las dobló, luego con sus fuertes manos agarró mis pantorrillas y las puso en sus hombros. Me quitó la pantaleta, abrió los botones de mi vestido y quitó el cierre delantero de mi sostén. Me besó, mordió y succionó los pezones. Mi ano estaba totalmente empapado de deseo. Separó un poco nuestras cinturas, sin dejar de verme a los ojos noté como maniobraba su miembro colocándole lubricante. Sentí la punta de su larga y cilíndrica verga en la puerta de mi ano.
“mírame a los ojos, no quites tu vista” me ordenó delicadamente.
El momento llegó repentinamente. Gemí de dolor. Resoplé exhalando aire por la boca agitadamente, por un segundo quise cerrar la mirada, pero recordé su instrucción y seguí viéndolo a los ojos. Su enorme pene comenzó a hacerse camino dentro de mí, lentamente y con fuerza desgarró cada músculo que cerraba mi ano. Sentí correr la sangre caliente de mi virginidad anal y a mi recto expandirse como la boca de un globo de látex que se estira hasta casi romperse. Entraba poco a poco cada vez más. Era un tubo de hierro ardiente quemándome el ano ingresando despacio.
Vi su rostro de gozo sabiendo que se estaba llevando mi virginidad y estaba borrando lo último que quedaba de mi hombría. Instintivamente mi garganta comenzó a emitir gemidos y lamentos hasta que al fin sentí el vello de sus testículos chocar contra mis nalgas.
“Ya eres mujer, nena” me dijo “la tienes toda adentro” y sentí como se hinchaba y deshinchaba su miembro dentro de mí”. Me estremecí de delirio de felicidad. Sonreí de gozo y placer. “Al fin soy una princesa, soy una nena” le respondí agradecido y lo besé alocando mi lengua dentro de su boca.
Comenzó a salir de mí. Sentí como mi recto se relajaba queriendo tomar de nuevo su forma, pero le era difícil pues estaba ya muy abierto. Noté la cabeza gorda de su pene en la puerta de mi culo, aún dentro de mí y tomando un segundo de suspenso, esta vez me penetró salvajemente, duro, hasta adentro. Mi ano sangró más y el dolor fue insoportable, pero deseaba más de esa delicia. Gemí abrazándolo. Salió de nuevo y por tercera vez me penetró hasta adentro, al fondo de mi intestino.
Así, deliciosamente, comenzó a entrar y salir con mayor velocidad. Acurrucó su cabeza a la par de la mía y me dio con su lengua en la oreja. Hice lo mismo. No me alcanzaba el aire. Suspiraba cada vez más rápido y nuestros quejidos se sincronizaron. Procuré sonar lo más femenino posible.
Entraba y salía cada vez más y más y más rápido. Mi recto y mi ano estaban totalmente expandidos. Abrí más las piernas hasta donde me fue posible. La fricción me quemaba por dentro y por fuera. El ardor era desgarrante pero delicioso. Noté que su verga se hinchaba dentro de mí. La velocidad de sus penetraciones era impresionante.
Luego de un tiempo que pareció eterno, los gemidos cada vez más fuertes y desde lo profundo “Me corro” me anunció triunfante y aceleró aún más. Mi miseria de verga estaba apenas flácida atestiguando el festín cuando decidió expulsar su semen y tuve mi orgasmo.
Un calambre electrizante conmovió todo mi cuerpo. Convulsioné alocadamente, pero perdí real y absolutamente la razón cuando por fin Esteban se corrió dentro de mí y allí fue que experimenté mi primer orgasmo anal. Mi cuerpo estaba loco, convulsionaba cada vez más en la cama sin control. Sentí siete chorros hirvientes de leche de su verga dentro de mi culo, cada uno acompañado de una penetración más brutal. Potentes, fuertes, varoniles, deliciosos. La última vez, me penetró hasta muy adentro de mí y al expeler su último chorro se desplomó sobre mi cuerpo. Sudorosos ambos, cansados, sin aire, respirando por la boca agitadamente.
Aún dentro, sentí como se iba poniendo flácido, me vio a los ojos “mi mujercita” me dijo. Me sentí ruborizada. “soy tuya”, le dije “tu travesti privado, tu mujercita, gracias por desvirgarme el culo y darme al fin el placer que escondí por tantos años y hacerme mujer”. Lo abracé y sonreí ya desflorada.