La vida, a veces, afortunadamente, te sorprende. Llevo toda la vida teniendo fantasías en las que mantengo relaciones sexuales con hombres. En estas fantasías, me gusta sentirme pasivo (e incluso algo sumiso y un punto femenino). Mi personaje, en esas fantasías, contrasta con la personalidad del hombre que está conmigo: masculino, viril, vicioso, dominante, machista, muy activo y nada vergonzoso.
Por desgracia, no sé el por qué, nunca he dado el paso: nunca he quedado con un hombre. Me da mucha vergüenza y miedo. No se… es algo casi irracional, cojo cómo un miedo escénico que me paraliza y bloquea, y nunca he conseguido dar el paso. Soy sensible y muy vergonzoso, eso no ayuda.
Vivo en un pueblo que se encuentra a unos 70 km de una gran ciudad (Barcelona). Es una gran suerte poder vivir fuera de la ciudad. El entorno te ayuda a desconectar y a vivir más tranquilo.
Una de las actividades que te permite vivir en un sitio así es ir a caminar. Lo hago menos de lo que debería, pero de vez en cuando, salgo a caminar por el campo. Hay gente, sin embargo, que parece que se pasa el día paseando: siempre te los encuentras aunque tus salidas sean poco frecuentes, y con horarios y trayectos dispares.
Estaba pasando una época en la que cada fin de semana salía. Era verano, y me resultaba más apetecible salir a caminar (a pesar del calor). A veces salía muy temprano por la mañana, y en otras ocasiones, salía al atardecer. Se dio la circunstancia de que si salí 10 veces, vi al mismo señor caminando 7. Ya lo había visto otras veces (antes de esta última periodo de salida), pero con tanta frecuencia como esta última no.
Tenía pinta de ser el típico señor mayor obsesionado con salir a caminar. Se le veía muy en forma. La gente de esa edad (parecía tener entre 60 y 70), en algunas ocasiones, no tiene demasiado cuidado con la vestimenta: siempre llevaba los mismos pantalones cortos marrones (de medio muslo) tipo safari/Coronel Tapioca (se notaban ya gastados). Llevaba botas igual de gastadas y usadas de la marca Quechua. Los calcetines no siempre eran del mismo color, pero siempre eran algo largos. De arriba, que yo recuerde, nunca llevaba nada; siempre iba a pecho descubierto.
Estaba muy bronceado. No estaba gordo, más bien lo contrario. Eso sí, la edad no perdona, y a pesar de su delgadez y su excelente estado físico, se notaba que no era joven (su cuerpo ya no se veía fibroso, sus carnes en alguna parte se veían algo caídas, arrugas inoportunas…). Debía haber sido un hombre peludo porque todavía algo de bello corporal. Su bello era mayoritariamente blanco y al contraste con el bronceado, le daba un aspecto viril. Todavía tenía cabello. Su cabello era entre gris y blanco.
Aunque no estaba calvo, se notaba una pérdida de densidad notable. No tenía aspecto de pasar frecuentemente por el peluquero. Su cabello estaba algo pasado de longitud y desordenado (sobre todo la parte del flequillo, que se levantaba con facilidad). Eso sí, como la gran mayoría de los hombres de esa generación, con la cara perfectamente afeitada. Siempre que lo vi caminando, siempre blandía un palo o vara de pastor.
La característica que más definía a este hombre, era el rictus serio que tenía. Siempre caminaba rápido y concentrado (como en tensión). Debía salir mucho a caminar y se notaba en forma.
Cuando me encontraba con él, saludaba (sin demasiadas ganas, pero saludaba).
Hubo un día en el que el calor apretaba de forma notable. Aunque era al atardecer, el bochorno era notable, y el sol todavía picaba. Al lado del camino había un conjunto de árboles que conformaban un pequeño bosque. Decidí ir bajo ellos para descansar. Me senté en el tronco de un árbol que alguien había talado y dejado allí. Al poco de estar allí, apareció de nuevo aquel señor caminando con su vara (increíble, allí estaba de nuevo). Me vio, y noté que desaceleró la marcha. La piel le brillaba, supongo que del calor y del esfuerzo realizado. Una pátina de sudor cubría su torso moreno.
Con el brillo, parecía más moreno todavía. Desacelero y se le notó dubitativo, finalmente se dirigió a dónde yo estaba. Mientras venía, de vez en cuando, levantaba la cabeza y me miraba. Lo observe mientras venía hacía mi con el rictus serio (cómo siempre). Me pareció extraño que viniera a dónde yo estaba (siempre había sido parco en palabras).
Lo primero que dijo fue: -¡Que calor hace hoy, joder!
Yo con amabilidad le dije que sí. Que era un día muy caluroso que hasta a mí me había pillado desprevenido.
Después dijo: -El sol todavía quema.
Una vez dicho esto me pregunto: -¿No tendrás algo de agua?
Ahora que pienso, este señor siempre iba a pelo, sin mochila ni botella de agua. Supuse que le había sorprendido la dureza climatológica del día y sentía la necesidad de beber.
Yo siempre llevo dos botellas de agua de medio litro y le ofrecí una. De una atacada, a pesar de estar caliente, se bebió la mitad. Bebió con mucha avidez. Le dije que se la podía acabar. No insistió, con la misma urgencia, se bebió el resto. Debía estar apurado.
Me devolvió la botella vacía. Sin que yo le hubiera preguntado nada me dijo: -¡Me cago en las putas pastillas de la diabetes! Desde que las he empezado a tomar no hago más que mear.
Interpreté que hacía poco que se las tomaba y que ese era el motivo de su estado de deshidratación.
Sin más, se acercó a un árbol cercano a dónde yo me encontraba y dejando su palo apoyado en unos arbustos, se dispuso a hacer aquello que era más que evidente; ponerse a orinar. Se bajó la bragueta y hurgando dentro del pantalón se sacó el miembro. Casi de inmediatamente, un chorro caudaloso salió chocando con el suelo.
La verdad es que ese hombre no debía ser excesivamente vergonzoso. Que le hubiera costado apartarse un poco para orinar. Se puso a no más de 5 metros, de perfil a mear la base de un árbol. Lo seguí con la mirada, sin intenciones morbosas. Cómo mínimo se podría haber puesto de espalda. Hay que ser animalito, pensé yo.
Intente dirigir mi mirada a otro sitio. Pero el ruido del chorro al tocar el suelo y la imagen de perfil de ese hombre meando me resultaron hipnóticas. Era difícil valorar el tamaño de su miembro (así de perfil, con la polla saliendo del pantalón). Si que era cierto que le colgaba de forma flácida una longitud considerable por fuera del pantalón. Él la cogía cómo de la base manteniéndola en posición horizontal, pero a partir de dónde la sujetaba caía para abajo unos 8 centímetros. Sin exageraciones, pero no parecía tenerla pequeña. Los que si puede precisar desde mi posición, es que la tenía descapullada: se delineaba de forma exacta el perfil de su glande (de buen tamaño también).
En un momento dado el ladeo la cabeza y pudo ver que lo miraba mientras miccionaba.
No se podía negar: tenía ganas de orinar, estuvo un rato interminable expulsando un sostenido y caudaloso chorro de orina.
La situación se me antojó tensa. El silencio solo se cortaba por el ruido de su chorro chocando contra el suelo.
En varias ocasiones fue mirándome y observando mientras mingitaba. Siempre me enganchaba mirándole.
En un momento dado, la cantidad de orina empezó a disminuir. Disminuyo hasta el momento en el que solo ya caían unas gotas. Finalmente, se la meneo para desprender las últimas gotas de orina. Zarandeó con insistencia su badajo hasta que quedó satisfecho. Giro su cabeza hacía dónde estaba yo y me volvió a enganchar mirándolo (que casualidad…). Después de dirigir su mirada hacia mí, miro hacía varias direcciones como oteando el horizonte (cómo si quisiese saber si había alguien alrededor).
Al hacerlo él, no sé muy bien porque (cómo reflejo o por curiosidad), yo también comprobé si venía alguien. No había nadie por allí.
Mientras todavía reconocía visualmente los alrededores, introdujo lentamente su miembro dentro del pantalón. Era todo algo extraño. Dejó de mirar en todas direcciones y clavo la mirada en mí. Se dirigió hacia mí. Yo me puse algo nervioso; no entendía lo que estaba sucediendo. Camino hasta dónde yo estaba sentado y se colocó frente a mí. El me miraba desde arriba y yo sentado lo miraba desde abajo.
Eso situación/posición me hacía sentir, no sé cómo decirlo, empequeñecido. Bajé algo la mirada y pude ver que no se había subido la bragueta. Se podía ver cómo asomaba el nacimiento de su polla junto a sus vellos púbicos. Me quede entre helado y bloqueado. En ese mismo momento fui consciente de que él podía tener alguna motivación sexual. Hasta ese momento, no lo había visto venir.
Me extendió su mano cómo para que yo le diera la mía. No sé muy bien el porqué (supongo que estaba nervioso y me salió cómo acto reflejo) pero se la di. Para que me entendáis: me sentí cómo una damisela a la cual sacan a bailar. Con tono serio pero sereno me dijo: -¡Ven!
Me levanté y él se puso a caminar hacia el interior del pequeño bosque dónde nos encontrábamos. El caminaba con paso seguro y yo iba detrás siguiéndolo cogido de su mano. No sabía lo que hacía, estaba cómo bloqueado y lo seguía cómo un corderito.
Es una hipótesis que ahora me hago: creo que no me revelé y huí en el mismo momento que percibí sus intenciones, porqué sentí una extraña forma de amabilidad y caballerosidad en su manera de proceder. Me hizo sentir cómo a una señorita seducida y deseada. Creo que eso fue lo que me hizo seguirlo. Sin ser consciente, este hombre, había tocado la tecla exacta para desbloquearme (no se… todo sucedió tan repentino). Fue serpenteando por entre el bosque.
Caminaba sorteando la vegetación como con urgencia y de forma nerviosa, con rapidez. Yo lo seguía, cogido de su mano, conducido por él como si fuera un niño. Llegó a una zona del bosque dónde empezó a aligerar la marcha. Empezó entonces a mirar en todas las direcciones. Supuse que debió ver algo que le gustó, porque se paró. Imagino que había encontrado el nivel de invisibilidad que buscaba. Aunque yo estaba muy sobrepasado por todo lo que sucedía, si que pude percibir que dónde nos habíamos parado, era un lugar muy aislado y tupido.
No tuve tiempo de pensar mucho (afortunadamente), después de hacer una última revisión del entorno, él se fue acercando hasta ponerse en frente de mí. Todavía él tenía mi mano cogida. Aunque estaba totalmente bloqueado y desbordado por la situación, pensé en lo extraño que era el hecho de que tuviera sujetara mi mano. No sé cómo explicarlo; me daba tranquilidad y a la vez me hacía sentir deseado. Aunque, ese gesto de sujetarme la mano, no cuadraba demasiado con las características que ese hombre transmitía: serio, rudo, primitivo…
Se acercó a mí mirándome fijamente y, sorprendentemente, extendió su otra mano libre para que le entregara yo la mía libre también. Se la di. Inmediatamente después de dársela, se acercó pasando sus dos brazos por detrás de mí. Me abrazó colocando sus manos por la zona de mis riñones (justo encima de mi culo). Cómo sus manos llevaban sujetas las mías, me quede como maniatado y ofrecido. Me sentía cómo si me hubiera esposado. En esa posición, se acercó a mí lentamente y me dio un piquito en los labios. Eso tampoco me lo esperaba.
No parecía ese perfil de hombre al que le gustan esas cosas. Este hombre era una continua caja de sorpresas. Me fue dando delicados y suaves piquitos en los labios hasta que en uno de esos piquitos noté la humedad de su lengua pasando fugazmente por entre mis labios. Era increíble cómo este hombre iba haciendo avances con determinación pero con cautela. Eso hacía que yo no quisiera huir o me bloqueara. Me tenía cómo medio anestesiado. Todo lo que hacía me mantenía subyugado.
Sus besos cada vez eran más invasivos. Su lengua cada vez se introducía más en mi boca acariciando interiormente mis labios. Ese contacto me daba placer, me excitaba, me hacía vibrar y me aflojaba. De manera casi involuntaria, con el deseo y la excitación que sentía, mi boca se fue abriendo. Era ya yo el que deseaba más contacto íntimo y húmedo durante nuestro beso. Supongo que él lo notó, porque no tardó ni medio segundo en introducir por completo su lengua dentro de la mía. Fue un momento delicioso cuando nuestras dos lenguas se pusieron en contacto. Inmediatamente, yo empecé a respirar fuerte y a casi gemir.
Me metía su lengua en mi boca de forma pasional y cómo lleno de necesidad de contactar con la mía. Enseguida quede atrapado por lo sexual de la situación y por el sabor de su boca. Ya no pensaba en nada más que en disfrutar de su boca y en el contacto de nuestras húmedas lenguas. Ya era yo también quien metía mi lengua dentro de su cavidad bucal buscando más humedad y contacto. Los dos gemíamos ostensiblemente.
La posición en la que él me mantenía creo que ayudaba a la erótica de la situación (mis manos apresadas en mi zona lumbar por las suyas). Supongo que debido a la excitación que sentía, cada vez apretaba más fuerte mis manos y cada vez me empujaba más hacia él. Yo sentía que sus manos empujaban mi culo y que nuestros vientre cada vez estaban más enganchados.
Notaba el calor de su torso desnudo en contacto con el mío. Su cuerpo despedía mucho calor. También desprendía olor. No es fácil explicar; su cuerpo desprendía olor, un olor a cuerpo pero que no resultaba ofensivo (todo lo contrario). Era un olor a cuerpo de hombre que lleva unas horas sin ducharse (sin oler a sudor ni nada que se le parezca). Era un efluvio muy particular, creo que muy suyo, cómo muy viril: un aroma que me gustaba y me excitaba. De vez en cuando también percibía el olor dulzón de su after shave.
En un momento dado, libero mis manos. Lo hizo para poder meter sus dos manos por dentro de mi pantalón y poder tener acceso a mis glúteos. Las palmas de sus manos empezaron a acariciar mis nalgas. Alternaba las caricias con poderosos estrujamientos en mis glúteos que me provocaban un desconocido placer. Apretaba y amasaba tan fuerte mis nalgas que, de alguna forma, ese desplazamiento llega a mover las paredes de mi esfínter; produciéndome unas punzas de placer en mi agujerito (estaba descubriendo cosas que en mi vida había conocido y que desconocía que pudiera experimentar).
Me gustaban mucho sus caricias, pero anhelaba desesperadamente sus apretones para sentir de nuevo ese placer indescriptible que sentía en mi interior a través de mi esfínter. Juro que sentía como si mi culito se mojara y si abriese con esas caricias que realizaba en mis nalgas y que resonaban en mi agujerito. Arrancaba de mi un gemido cada vez que asía y apretaba mis nalgas. A medida que lo iba haciendo, aumentaba mi hipersensibilidad en la zona anal hasta el punto que, cuando lo hacía, yo empezaba a temblar y a contraerme de placer.
Él lo notó. Dejó de besar y chupar mi cuello (que era lo que hacía en ese momento). Supongo que quiso saber que pasaba y se incorporó un poco para coger perspectiva y poder observar mis reacciones. Me miró y me sentí cohibido y algo avergonzado. Apretó mis nalgas con fuerza a la vez que me las abría. ¡Ufff! Esa combinación me mató. A pesar de la vergüenza que sentía por sentirme observado no pude evitar pegar un respingo y empezar a temblar y gemir estentóreamente. Él no dejaba de hacerlo y yo me retorcía de placer. Él me miraba con cara de sorpresa. Yo intentaba evitar su mirada. Supongo que le sorprendió mi sensibilidad anal.
Antes de enviar la segunda parte de la historia, os quiero comentar (confesar) una cosa. Creo que, mi principal motivación para escribir relatos, es la de contactar con hombres mayores, exclusivamente activos. Quiero decir con ello que: me encantaría encontrar un hombre mayor con el que poder escribirme para explicarnos nuestros deseos, secretos y confidencias de tipo sexual.
Me encantaría tener un amigo que fuera masculino, dominante, viril, fogoso y exclusivamente activo (al 100%). Este hombre ha de ser paciente y no le ha de dar pereza escribir. Nunca he estado antes con un hombre a pesar de llevar años fantaseando con ello (tengo mucho deseo acumulado). Me gustaría que fuera de la zona de Cataluña/España (quién sabe lo que el futuro nos puede deparar). Yo, me siento exclusivamente pasivo.