Laura, con dieciocho años recién cumplidos, abrió los ojos y miró la esfera fluorescente del reloj de mesa.
No era todavía la una de la mañana.
Tratando de hacer el menor ruido posible se levantó de la cama y descalza, sin dar la luz, caminó con sigilo en dirección al cuarto de baño.
Tras una puerta a medio cerrar, al fondo del pasillo, oyó con claridad los golpes, e imaginó la escena. El cinturón de su padrastro impactando contra los apretados glúteos de su madre.
Laura se aproximó a la puerta y se atrevió a mirar por la rendija.
Su madre estaba tumbada boca abajo. Tras una pausa, los viejos muelles de la cama de matrimonio comenzaron a chirriar como quejándose al tiempo que una voz femenina, pedía en éxtasis más y más mientras los huevos de su marido golpeaban rítmicamente su trasero.
Más tarde, sentada en el retrete pensó en su madre. Estaba enferma. Cada día, a primera hora, desde hace una semana, su padrastro preparaba con precisión la medicina llenando con líquido blanco una gruesa inyección.
-¿Hoy toca en la derecha o en la izquierda?
-La nalga derecha.
La larga aguja se clavaba sin piedad y el líquido blanco, dolorosamente, penetraba en el cuerpo.
Su madre apretaba los dientes cada vez que la inyectaban.
Laura contrajo el culo durante un instante mientras revivía la escena, avergonzada de encontrar erotismo en el dolor. Luego, relajando el esfínter, dejó escapar el pis.
De vuelta en su cuarto pensó en otra mujer, la madre de su amiga.
Aquella dama que acababa de cumplir cuarenta tenía estilo y se cuidaba. Un día se habían quedado a solas y, para su sorpresa, la mujer le había dado un beso en la boca.
Esperó una disculpa, pero Paula, que así se llamaba la madre de su amiga, dijo.
-¿Te gustaría acostarte conmigo?
Aquello era inapropiado y sin embargo, quizás por curiosidad, Laura accedió.
Paula se quitó toda la ropa y la joven la imitó.
Luego se besaron con lengua.
Después Laura, siguiendo indicaciones de su compañera se tumbó boca abajo y Paula, arrodillándose sobre la cama, apartó las nalgas de la chica y hundió su rostro en el joven culo besando y lamiendo el ano.
Los pensamientos de Laura volvieron a su habitación. Miró de nuevo el reloj y constató que había pasado media hora.
La experiencia con Paula había estado bien, pero faltaba algo.
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La enfermedad de su madre pasó en unos días. La mujer madura, agradecida, siguió un tiempo con su marido. El sexo con él era bueno, muy bueno, sin embargo, el castigo físico, los azotes que precedían al paraíso dejaron de gustarle. Al principio, cuando estaba enferma, cuando tenía que convivir con un culo dolorido, el escozor de los azotes era bien recibido, quizás su enfermedad no fuese más que el resultado de desear pecar carnalmente. Esas nalgadas, ese cuero calentando sus maltrechas posaderas, actuaba en su mente como un elixir psicológico, era una chica mala, merecía ser castigada y con la ayuda de los dioses volvería a recuperar la salud.
La salud trajo la libertad y una mañana, la madre de la joven se despidió de su familia.
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Laura podía haberse ido, pero la universidad y los estudios no se pagan solos. Podía haberse puesto trabajar a tiempo parcial por un pírrico sueldo, pero eso no iba con ella. Le gustaba la vida nocturna, salir con amigas y, de vez en cuando, frotarse con la madre de su amiga.
Sin embargo, esos días de niñata mantenida estaban a punto de acabar. Su padrastro, una tarde, habló claro. Podía seguir en casa, pero había normas.
Laura se saltó las reglas y una noche, sin previo aviso, su padrastro la dio una nalgada con fuerza.
-Son las dos de la mañana. No has llamado y en esta casa hay unas normas. Si no cumples, vete.
Laura, algo achispada por el alcohol, protestó y dijo que hablarían por la mañana.
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A las nueve del día siguiente la puerta del cuarto de Laura se abrió de golpe. La chica abrió los ojos y vio al hombre con el que vivía. Pantalones vaqueros, camisa a cuadros arremangada y un cinturón en su mano.
La joven, en pijama, se sentó en la cama.
-¿Qué haces aquí?
-Vengo a calentarte el culo.
Laura notó un nudo en el estómago. Tenía miedo, pero también estaba excitada, su padrastro era un tipo atractivo a su modo.
-Perdóname, no lo volveré a hacer. -Suplicó.
-Eres libre, puedes largarte de esta casa o, como te dije, seguir las normas.
Laura tragó saliva. No tenía ganas de irse. Tampoco quería que la zurrasen.
-Oye, sabes que eres un tipo atractivo. ¿Qué tal si tú y yo lo pasamos bien?
Su padrastro se acercó a ella, le acarició la mejilla y acercándose a ella le susurró.
-Túmbate boca abajo y prepárate para una buena tunda.
Laura no reaccionó y el hombre la empujó sobre la cama.
-¡En posición, obedece o será peor para ti!
La chica, sin salida, adoptó la posición.
Su padrastro la miró con severidad y descargó el golpe de cinturón sobre el trasero.
Laura notó el ramalazo en sus carnes, pero apenas se movió.
Cinco nuevos azotes, muy seguidos, impactaron en las nalgas.
Dolían, pero se podían aguantar.
Laura, más por una rabieta que por otra cosa, respondió con un exabrupto
-Deja de pegar coño.
-Ah sí. Tu desvergonzada quieres dar órdenes… y besitos también. Ahora verás.
Y tirando del pantalón del pijama expuso el culo de su hijastra.
-Serás…
Un nuevo azote cayó sobre sus posaderas antes de que pudiera acabar la frase.
Laura notó como su respiración aumentaba. Sin pensar se llevó la mano a su sexo y mirando a su padrastro empezó a frotarse.
Un nuevo latigazo la hizo gritar y justo después empezó a gemir.
El hombre estaba empalmado y su rostro rojo era prueba de que todo aquello no le resultaba indiferente.
Laura se tumbó de lado sin dejar de frotarse con la mano. Estaba mojada y el deseo no paraba de crecer.
-Quítate los pantalones y fóllame como hacías con mamá
Su padrastro solo dudó unos segundos antes de desabrocharse los vaqueros y bajarse los calzoncillos dejando su pene crecido al aire.
Luego, besó con pasión a Laura en la boca. Manoseó sus pechos y finalmente, la penetró.
Laura estaba acostumbrada a hacer el amor con Paula. A veces habían usado juguetes, pero aquello, aquel pene henchido y palpitante era algo que nunca había experimentado.
El culo escocía, pero ese escozor, ese calor, se mezclaban con la sensación única de tener dentro a aquel hombre.
Se dejó llevar.
Luego, para acabar se puso a cuatro patas.
El pene entró por detrás mientras las manos varoniles agarraban sus pechos.
De alguna forma sus labios se encontraron, sus lenguas se tocaron y, entre embestida y embestida, entre gemidos y jadeos, ambos amantes alcanzaron el clímax.
Laura se quedó con su padrastro durante meses.
Muchas veces acabó sobre sus rodillas, con los azotes haciendo bailar sus nalgas.
Compartieron ducha y bañera y llegaron a probar el sexo anal.
Fin