back to top
InicioHeteroEl leñador

El leñador
E

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 9 minutos

–“Maldita sea mi alma”, me dije puteándome a mí misma. “Esto es por el carácter de mierda que tenés”.

Estaba caminando por las montañas, intentando infructuosamente encontrar el camino de regreso. Había tenido una pelea con Jaime, mi novio/chongo/amante (o como quiera que se pueda definir nuestra relación), una de las tantas peleas inútiles que tenemos y yo, con mi acostumbrada autosuficiencia le dije que me dejara sola, que claro que yo podía regresar sin problema, que se vaya a la mierda. Y me fui caminando, segura de ir en la ruta de regreso a Villa Lago Rivadavia, el pueblo donde estábamos haciendo base para hacer treakking por los bosques andinos.

Los tres primeros días fuimos por las rutas normales y hoy habíamos tomado una ruta que un amigo de Jaime le había indicado. Yo sabía que habíamos salido en la 4 x 4 hacia Chile, que anduvimos unos quince minutos en auto y que después empezamos a subir caminando por las montañas boscosas camino (se suponía) a Lago Puelo, intentando hacer unas cuatro horas en esa senda y volver. Parecía fácil en el mapa, pero uno nunca entiende las dimensiones brutales de estos paisajes. A mitad de ese camino fue la pelea y mi intento de regreso a la villa.

A las dos horas de caminar tuve la seguridad que estaba totalmente perdida, no tenía ni la más pálida idea de para donde tenía que ir y empecé a asustarme. Si bien era apenas pasado el mediodía, sabía de lo peligroso de pasar la noche sin el equipo adecuado. Y todo el equipo estaba en la mochila sobre los hombros de Jaime. Lo único que se me ocurrió fue subir a un pico para ver si divisaba algo. Me llevó casi una hora llegar a la cima y cuando lo hice, lo único que vi eran montañas tras montañas llenas de alerces, pinos, abetos, colihues, pero ni la más puta señal de civilización.

Hasta que, muy a lo lejos, vi una columna de humo saliendo de entre los árboles. Esperé un rato largo hasta estar segura que no era un espejismo, sino que era una columna de humo permanente. Calculé que debía de ser una choza o algo así, tomé todas las referencias posibles para no confundirme y salí caminando hacia allí. Aunque parecía cercana, me llevó cuatro horas y media de caminata casi ininterrumpida llegar a ver de cerca el humo y otra hora más hasta golpear la puerta de una rústica cabaña en el medio de ese bosque, de la cual salía el humo que había divisado.

Yo estaba en estado calamitoso de cansancio y me empecé a poner nerviosa porque nadie salía. La única respuesta a mis llamados fueron los rebuznos de una mula que estaba en un corral. No era una cabaña tan grande, de seguro tenían que escuchar los golpes. Uní mis gritos a mis golpes hasta que sentí una voz detrás de mí.

–“¿Quién es? ¿Qué hace acá?”.

Me di vuelta y me encontré con un hombre barbudo, de gran estatura, de fuerte complexión y con un rifle que me apuntaba en su brazo izquierdo mientras en el derecho llevaba colgando de las orejas lo que me pareció un conejo enorme. Le conté mis peripecias y le rogué que me dejara descansar y llamar a alguien para que me vayan a buscar.

–“¿Llamar? ¿Cómo?”, preguntó

–“¿No tiene teléfono, handy, radio o algo así?”, pregunté extrañada.

–“No, nada.”, levantó el animal que traía y dijo “Comida si. Nada más”

Y sin agregar nada abrió la puerta de la cabaña entró, colgó el rifle sobre el hogar a leña, tomó una olla de hierro y salió pasando al lado mío hasta un tanque de donde llenó la olla y volvió a pasar al lado mio para entrar y poner la olla sobre la enorme salamandra causante del humo que me guió hasta ahí. Todo eso sin mirarme y menos aún sin decirme palabra,

–“Discúlpeme, pero no entiende. Necesito volver ya mismo a Villa Lago Rivadavia sino se van a preocupar y saldrán a buscarme”.-

Me miró mientras empezaba a despellejar el animal y tardó un largo rato antes de contestarme que no había modo de avisar a nadie y que él recién en una semana o algo más pensaba volver, pero para Chile. Intenté explicarle mi desesperación, la preocupación de mi novio, la necesidad de avisar que estaba bien. Y su única respuesta fue “Va a estar bien, no se haga problema”, sin dejar, en ningún momento de trabajar con el animal para limpiarlo y trocearlo. Cuando terminó, descolgó el rifle y salió dejándome sola.

Revisé toda la cabaña y no encontré nada que sirviera de comunicación. Varias hachas, poca ropa, un enorme catre lleno de quillangos y lanas de diversos animales, una mesa rústica y tres sillas haciendo juego y un aparador con los enseres mínimos de cocina. Y eso era todo. Creo que el rifle era el elemento más moderno de todo lo que había allí. Con gran dolor, entendí que estaba en un lugar desconectado del mundo y lejos de él, aislada en medio de los bosques y con escasas probabilidades que me encuentren rápidamente. Me senté y me puse a llorar silenciosa y amargamente.

El hombre volvió con algunas verduras y empezó a cocinar un guiso echando pedazos gruesos de verduras junto a las piezas del animal en la olla. Creo que ni me miró y cuando lo hizo y se dio cuenta de mi llanto, salió y volvió con un recipiente con agua, el cual me ofreció.

–“Gracias. Me llamo Sonia. Perdone pero estoy nerviosa, cansada y con la angustia de no poder avisar a nadie”.

–“No es grave. Tiene para comer, abrigarse y dormir. Que es lo importante En una o dos semanas llegamos a un lugar con comunicación. Me llamo Juan”

–“¿Una o dos semanas? Eso es una eternidad. No puedo esperar tanto”.

–“Va a tener que esperar. No tiene forma de ir sola a ningún lado. Conociendo bien el camino, son como unas 15 horas de caminata hasta la despensa del lago Cholila.”.

–“Léveme hasta ahí y le pago, por favor”.

–“No, no puedo. No me conviene acercarme a esa zona. Al menos por un tiempo”.

–“¿Tiene líos con la Policía?”

–“Digamos que es más sano que no aparezca por allí y punto”.

–“¿Y que voy a hacer acá ese tiempo?”.

–“¿No vino a pasear? Eso puede hacer. Eso si, sin alejarse mucho, por los pumas.

-”¿Pumas?”.

–“Si, hay una pareja de pumas por la zona. Normalmente no atacan porque les sobra la comida. Pero nunca hay que confiarse. Por eso no salgo sin el rifle”.

–“¿Hay un lugar donde bañarme?’”.

–“Si, por supuesto, mañana vamos al arroyo y ahí se puede bañar”.

–“¿Pero el agua no está helada?”

–“Podemos calentar agua en la olla y con eso se baña en la zona de la cocina. Allí el piso no tiene cerradas las juntas y el agua se escurre. Ahí tiene jabón y una toalla.”.

–“Y dónde voy a dormir”

–“No hay más que el catre. Tendremos que entrar los dos”

–“¿Dormir juntos?”.-

–“No queda otra. O si no, tira unos quillangos en el piso, pero se va a morir de frío. Bueno, después decide, ahora vamos a comer”.-

No sé si era el cansancio, el hambre o qué, pero el guiso estaba delicioso. Después de comer dos platos llenos, los ojos se me cerraban solitos. Intenté discutir sobre como dormir, pero el sueño era tan grande que me dormí tirada en el catre mientras intentaba discutir. A la mañana me desperté bajo una pila de pieles y mantas, vestida como había llegado. Busqué por toda la cabaña pero ni señas de Juan. Salí y el fresco de la mañana andina me terminó de sacar el sueño. Escuché unos golpes rítmicos a alguna distancia y fui a ver, pensando que estaría hachando.

Y efectivamente eso estaba haciendo. Con el torso desnudo, todo transpirado, estaba dándole hachazos en forma persistente y continúa, llevando un ritmo constante de golpes, cambiando la forma de entrar con el filo en la madera y haciendo el típico corte en cuña. Me quedé varios minutos mirándolo. Era un verdadero monumento de hombre, musculoso, sin un gramo de grasa extra, fibroso, robusto. Me deleite con un erótico placer de verlo hasta que dejó de golpear y se cambió para pegarle al árbol del lado opuesto para voltearlo. En ese momento me vio.

–“Venga atrás mío. Cuando el árbol caiga ni sé que puede arrastrar con las ramas. Póngase a mi espalda”

Dicho lo cual volvió al ritmo de hachazos. Cinco minutos después, el crujido de la madera anunció la inminente caída. Juan pegó un grito que me sobresaltó -”¡¡Árbol!!” y le dio los tres golpes finales que hicieron que los seis metros del alerce cayeran con un estrépito de ramas crujientes y un golpe final que retumbó hasta donde estaba.

–“Venga que le hago el desayuno”, dijo mientras recogía su camisa y se la ponía a la par que caminaba hacia la cabaña

Con una habilidad que no suponía posible en sus toscas manos, amasó una masa que puso en una parrilla al costado de la salamandra mientras calentaba la pava con agua sobre la misma. Veinte minutos después estaba tomando un mate cocido con un pan casero riquísimo untado con mermelada de grosella. Tenía frascos de varias mermeladas que, después supe, eran de las frutas del lugar como arándanos, frambuesas, rosa mosqueta y otras. Cuando terminé ese desayuno, mi estado de ánimo había mejorado mucho. Bueno, para que mentir, la visión de Juan hachando ayudaba a mi bienestar anímico.

Me pasé el día ordenando la cabaña y limpiando. Si me vieran mis amigas se desmayan. Le escapo a las tareas de la casa pero acá, un poco por no tener otra cosa para hacer y un poco para agradecerle a Juan, me entusiasmé con el orden y la limpieza. Creo que los platos y la vajilla cambiaron de color después de lavarlos. Cuando vino Juan yo ya había puesto la olla con el guiso sobrante de ayer, contenta por mis logros.

–“¡¡Qué hiciste!!”, me dijo en un tono para nada de alegría.

–“Limpié todo”, dije cohibida y sin entender. “Trataba de ayudar”.-

–“Está bien, está bien. Pero el jabón tiene que durar para dos semanas para los dos.”.-

Me dijo que se lavaba con tierra, algo que había escuchado de charlas de campamento, pero creía que eran bolazos de los tipos para parecer mas rudos y machazos. Después de comer fuimos al arroyo, que estaba a dos cuadras maso, y me mostró como se limpiaba con tierra. Y debo decir que quedaban bastante bien.

–“Perdón”, dije mientras me salía un pucherito al sentirme tan inútil.-

–“No es para tanto”, dijo Juan, mostrando la primera sonrisa que le conocía. “No hagas eso que si no, no te puedo retar”

Me reí con ganas y le pedí que me dejara acompañarlo a cazar. Me mostró el lugar, los árboles, las frutas, los animales de la zona, bajamos al valle y me obligó a guardar silencio por media hora (a mí, que nunca me callo) hasta que cazó un guanaco. Cuando volvimos le pedí que tardara en traer las verduras y calenté agua y me limpié lo más decentemente que pude y lavé mi ropa interior que era la única que tenía. También le pedí a él que se bañara, si no le molestaba. Salí a la puerta mientras lo hizo. Después trozó una parte del animal y colgó la otra en una especie de red que tenía para que no lo invadan los insectos y volvió a cocinar guiso de guanaco. Delicioso.

Comimos y de sobremesa casi se puede decir que charlamos, pese a que Juan no decía más de dos frases por minuto como mucho. Es decir, yo hablé hasta por los codos y el metió algunos bocados. Cuando llegó la hora de dormir, me dijo que no convenía que durmiera vestida si quería descansar y lograr el calor corporal necesario.

–“¡¡Ni loca!! Lavé mi ropa interior y no tengo otra”.-

–“Quedate de tu lado en la cama y yo hago lo mismo”, dijo y se acostó.

Dudé un rato largo hasta que transé en dejarme el jogging liviano que llevaba debajo del pantalón de montaña y la remerita. El problema es que yo no me quedo quieta de noche y, ni sé a qué hora, me desperté pegada a Juan, el cual roncaba tranquilamente.

En medio de la penumbra descubrí que solo tenía un calzón de esos viejos, anatómicos y me pareció que el bulto estaba acorde a sus músculos. Luché con mi conciencia sobre que hacer, pero mi conciencia es muy frágil pobrecita y mis deseos son siempre más fuertes y decididos. Haciéndome la dormida, me pegué a él, esperé un rato y pasé mi brazo por arriba de su cuerpo apoyando mi mano sobre su miembro (¡¡Que sí era grandote como había pensado!!) y me hice la dormida.

Al calor de mi mano, empezó a endurecerse y Juan empezó a moverse, creo que aún dormido. Pero al rato levantó la cabeza y me miró. Yo cerré los ojos e intenté tener una respiración lenta y regular. Él tomó mi muñeca e intentó sacarla. En ese momento hice como que me despertaba y nos quedamos así un rato. Yo volví a apoyar mi cabeza en su pecho y mi mano en su miembro.

Él no sabía bien que hacer. Yo sí. Cuando su erección ya era importante, bajé mi cabeza, levanté su calzoncillo y empecé a lamerlo suave y lentamente. Después matizaba las mamadas con besitos y lamidas hasta que sentí que casi explotaba. Me levanté para ir a mi mochila y volver con un preservativo y se lo coloqué mientras me dejaba hacer.

Me saqué la remera y tomé su cabeza para llevarla a mis pezones y mientras los chupaba y besaba, contorsionándome, fui sacándome el jogging. Él se sacó el calzoncillo, me tomó las muñecas con una mano y las llevó arriba de mi cabeza, me rodeó la cintura con su otro brazo y, poniéndose sobre mí empezó a jugar con su pene en mi conchita. Un minuto después tenía todo su miembro dentro mío. ¡¡Guau!! me llenaba entera.

Con sus musculosos brazos me sostenía y me abrazaba con una fuerza enorme. Me sentía totalmente sujeta y dominada por esa bestia de hombre. Y me gustó. Estuvo un largo rato disfrutando mi vagina en esa posición para después salir, darme vuelta como una muñeca sin peso, ponerme en cuatro y tomarme dese atrás. Ni hablaba, sencillamente me poseía en la más clara forma posible. Delicada pero férreamente.

Volcó su peso sobre mí obligándome a acostarme, me levantó las caderas y metió una almohada para levantarme la cola, se acostó sobre mí y empezó a cogerme mientras jadeaba en mi oído mientras seguía sosteniendo mis manos como si tuvieran esposas. Grité y gemí cuando acabé y él se quedó quieto. Esperó un rato, me dio varios besos en el cuello y la mejilla y volvió a bombearme despacito. Recién ahí habló

-”Levantame la cola”.-

Así lo hice, el separó su plexo de mí y empezó a meterla con fuerza y rapidez, obligándome a un vaivén de todo el cuerpo con sus embestidas. Al rato empezó a emitir gemidos y ayes, sin parar de cogerme. Cuando lo sentí tensarse y vibrar me llevo puesta y acabé por segunda vez. Nunca me habían sentido tan inerme en brazos de alguien en el sexo y nunca pensé que me gustaría. Siempre creí que cuando un tipo intentara hacer la suya sin tomar en cuenta mis gustos lo mandaría a la mierda. Pero me encantó sentirme totalmente sometida a Juan. Él seguía dentro mío, intentando recobrar el aliento. Al rato cayó de costado.

Yo lo acaricié y fui a su miembro, le saqué el forro y empecé a besarlo y chuparlo. El acarició mis cabellos mientras lo mamaba y lo lamía y de a poco volvió a endurecerse. Seguí jugando con su pija hasta que empezó a ponerse dura, le puse otro preservativo y me subí a él, lo monté y comencé a subir y bajar para que su pija acaricie mi clítoris y mi vagina. Dos manos de hierro me tomaron de la cadera y me llevaron en un subibaja suave y metódico mientras sentía como se ponía al palo dentro mío. Otra vez me llevaba como quería. Y me sentía bien.

Me tomó de las nalgas y continúo marcándome el ritmo de ida y vuelta sobre su falo. Entraba y salía de mi vagina y después me llevaba de atrás para adelante, frotando y excitándome el clítoris. Después de un largo rato en esa posición, en total silencio me levantó en el aire y me apoyó en la cama. Se puso de pie, me volvió a tomar para levantarme pegada a él.

Lo abracé mientras el bajaba las manos para tomarme de las nalgas y penetrarme otra vez. Así, parado, me movía como si no pesara nada y hacía profundas penetraciones en mi vagina. Yo estaba totalmente entregada y disfrutaba de ser acariciada, penetrada, cogida y poseída. En un momento me separó de él, me dio vuelta, me apoyó contra la pared, me abrió las piernas, con la mano me obligó a agacharme y me penetró así.

–“Agarrate fuerte”, dijo mientras empezaba a dar violentas arremetidas con un ritmo intenso.

Yo no paraba de gemir y de jadear, solo sentía ese miembro penetrándome y la enorme calentura que tenía. En un momento grité cuando acababa y sentí un líquido caliente en mi pierna cuando Juan retiraba su miembro flácido de dentro mío. Nos acostamos, pegados en cucharita. Juan nos tapó con las pieles, me abrazó con sus brazos de oso y, por primera vez me dio vuelta la cara y me dio un beso. Sin pedir permiso, separó mis brazos para agarrar mi teta izquierda con su brazo y poco después escuché sus sueves ronquidos. Yo me dormí con una sonrisa en la cara pensando que no iban a estar tan mal esos días en la montaña.

Loading

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.