Quiero aprovechar que escribo de manera anónima para contarles un relato que le ha venido dando vueltas a mi cabeza desde hace un par de semanas.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía tres años, y quien se quedó con mi custodia fue mi madre, porque según el juez: mi madre ganaba más en su trabajo y podía darme una buena calidad de vida. El asunto es que ella no pasaba mucho tiempo conmigo por lo mismo: por su trabajo. Mi padre nunca se desentendió de mí, me costeó los estudios y cuando entré a estudiar a la universidad, él pagó el alquiler del piso.
Bueno, el asunto es que cuando yo tenía ocho años, mi madre, que en ese entonces tenía veintisiete, comenzó una relación con un hombre cuatro años menor que ella. Vamos a llamarle Christian. A mí nunca me trató mal ni me rechazó, pero jamás intentó comportarse como un padre.
Recuerdo que cuando él estaba sentado en el sofá, viendo una película o alguna serie, yo me acercaba y me sentaba junto a él, lo abrazaba y me recargaba en su brazo. Siempre lo llamé por su nombre y él siempre me llamó por el mío. Nunca utilizamos los sobrenombres de “papá” o de “hija”. Christian fue muy tolerante con mi madre; había ocasiones en donde ella se ausentaba por semanas debido a su trabajo y a él no le quedaba más que encargarse de mí y enviarme al colegio.
Yo crecí y él continuó su vida con mi madre, pero no fue hasta mi adolescencia que comencé a verlo de otra manera. Christian era alto, medía un metro con ochenta, era de piel blanca, le gustaba hacer ejercicio y tenía sus ojos de color verde. Quizá estaba en mi momento más hormonal, pero solo deseaba estar pegada a él. No entiendo cómo no me dio culpa por sentirme atraída por el novio de mi madre, pero me gustaba y no había forma de frenarlo.
Unos años después, cuando Christian llegó a tener treinta y cuatro, las amigas que yo tenía en el bachillerato me comentaban lo guapo que era, pero yo nunca les dije que también me sentía atraída por él. Lo mantuve como un secreto, algo que ni siquiera a él pensé decirle o demostrarle. No fue hasta cierto tiempo después, luego de que descubriera la masturbación y mi cuerpo pidiera a gritos experimentar la sensación de una primera penetración.
Christian estaba en la sala, viendo un partido de beisbol. Mi madre había tenido una reunión y no regresaría hasta mañana en la tarde, y cuando ella regresara yo me iría unos días de visita a la casa de mi padre y de su nueva esposa.
El punto es que, me sentía extremadamente cachonda, mis dedos ya no lograban satisfacerme y me daba algo de miedo comprar consoladores y que mi madre me descubriera. Tenía diecinueve años y pronto me iría a la universidad, así que decidí arriesgarme. Por aquel entonces solo tenía un pedazo de lencería que consistía en una tanguita negra y un sostén transparente. Recuerdo que solía ponérmela para masturbarme en mi cuarto. Había algo en eso que me hacía sentir sexy.
Me puse una faldita corta, una blusa de tirantes y tras soltarme el cabello bajé a la sala. Christian estaba tan atento a la televisión que ni siquiera me vio llegar. Yo me senté junto a él, me acerqué y me recargué en su brazo. De pronto, y yo creo que sorprendido por mi comportamiento, se da la vuelta y me mira. Primero me miró el escote de mis senos y de inmediato su mirada viajó a mi rostro.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó un poco confundido.
—Quiero estar aquí.
—¿No tienes deberes?
—Ya los terminé.
—Está bien —no dijo más y volvió a posar su mirada en la pantalla.
No estaba segura de cómo actuar, pues ir demasiado rápido podría provocar que se molestara y definitivamente me llevase a mi cuarto. Opté por recostar mi cabeza en su hombro y frotarle con las yemas de mis dedos su brazo. De pronto, Christian estiró su mano y me rascó la cabeza. El gesto me pareció excesivamente tierno, y no era eso lo que yo estaba buscando. Para alejarme y romper las intenciones que él tenía, me puse de pie y fui a la cocina con la intención de buscar un poco de helado, pero cuando pasé frente a él, vi perfectamente cómo su mirada viajó hacia mi trasero, el cual seguramente estaba casi descubierto debido a lo corto de la falda.
Regresé con el bote y me volví a sentar. Ya para entonces, Christian se había puesto un poco tenso y me dijo:
—Deberías acostarte ya, ya está anocheciendo.
—Es temprano todavía —“accidentalmente” se me cayó un poco de helado sobre mis senos y aproveché para limpiármelo, de tal forma que él me estuviese viendo.
—Sarah, vete a tu habitación.
—¿Por qué? Yo quiero estar aquí.
—Porque yo ya me voy a dormir, estoy muy cansado y mañana tengo que irme al trabajo.
—Solo un momento más —y para evitar que pudiera levantarse, me abracé a él.
—Sarah, estás muy rara. ¿Qué tienes?
—Si te lo digo te vas a molestar.
—¿Qué hiciste? —pero cuando preguntó esto, acosté mi espalda completamente en su regazo. La energía de mi cuerpo hizo que los pezones se remarcaran en mi blusa.
—¿Extrañas a mi madre? —comencé a preguntarle para llegar al tema que necesitaba— Ella nunca está en casa, y no te culparía si deseas engañarla.
—¿Me estás preguntando si estoy engañando a tu madre? Porque si es eso, no, no la estoy engañando.
—Pero ¿lo desearías? —le acaricié el mentón y después subí hasta su mejilla.
—No.
—¿Seguro? —finalmente le froté el labio. Que no me retirara la mano ya comenzaba a darme una esperanza.
—¿A qué viene la pregunta?
—A nada en especial —con mi mano libre tomé una de sus manos de él y la acerqué a mis tetas. Si no deseaba nada conmigo, este era el momento de frenarme, pero tampoco lo hizo.
Christian devolvió su mirada al televisor y no dijo nada, tampoco cuando tiré un poco más su mano y esta se posó sobre mis tetas. Sabía que él no buscaría avanzar en nada, así que decidí ser yo quien tomara la iniciativa. Me erguí, él pensó que me levantaría para marcharme, pero en lugar de eso, me senté sobre sus piernas y me abracé a su cuerpo.
—Sarah…
—¿Vas a decirme que me vaya?
—Voy a preguntarte, ¿qué es lo que quieres?
Hundí mi rostro entre el hueco de su cuello y su hombro y entonces comencé a besarle la piel que dejaba libre su polera.
—Sarah…
—Me gustas.
—Ostia, cómo puedes decir eso cuando yo te crie.
—Nunca nos hemos tratado como familia.
—Si tu padre se entera, me arrancaría la cabeza.
—¿Se lo piensas decir? —por un momento me sentí aterrada.
—No, desde luego que no. Si tú no deseas meterte en problemas, tampoco yo. Sarah, ¿no tienes novio?
—Sabes que no.
—Búscate uno.
—No quiero uno —volví a tenderme sobre él; con mi estómago sobre sus rodillas.
Él sonrió, puso su mano sobre mi cintura y comenzó a acariciármela. Pensé que ya no pasaría nada porque permanecimos así durante un largo rato hasta que terminó el partido; cuando de pronto, sentí que su mano comenzaba a viajar al sur de mi cuerpo, hacia mis nalgas y después el final de la falda.
—Christian.
—¿Ummm?
Christian me tocó la piel de las nalgas y me las estuvo sobando durante unos segundos, quizá para ver cómo reaccionaba. Al escuchar que yo gruñía con gusto, sus dedos acariciaron la división de mis nalgas: despacio, suave hasta que bajó a mi coñito y me lo tocó.
—¿En secreto? —preguntó bastante nervioso.
Asentí de inmediato. Christian estuvo tocándome el coñito durante un minuto, pasando su dedo sobre la tela y presionando de vez en cuando. Yo comencé a mojarme muy rápido, ya que era la primera vez que alguien, que no fuera yo misma, me estaba tocando. Necesitaba más, experimentar todo. Me puse de pie, me arrodillé frente a él y mis manos se dirigieron hacia el botón de sus pantalones.
—¿Lo has hecho alguna vez? —él me acarició la cabeza.
—Solo una vez, y casi me vomito.
—No te la metas de golpe, poco a poco hasta que te acostumbres.
Me ayudó a bajarle el pantalón y el bóxer. Es verdad, no era la primera vez que me chupaba una polla, pero ver la de él me tomó por sorpresa. Estaba larga y delgada, rosa y con bastante vello. Me apresuré a llevármela a la boca, pero él me detuvo.
—Saca la lengua —me indicó y entonces me acarició con ella la lengua. Tenía un sabor salado, un sabor al que no estaba acostumbrada.
Se la estuve chupando un par de minutos mientras él intercalaba sus miradas entre la televisión y yo.
—¿Sarah?
—Dime.
—¿Eres virgen?
—Sí —pero al no responderme, decidí preguntar—: ¿Vas a follarme?
—¿Quieres que te folle?
—Sí.
—¿De verdad quieres que yo sea tu primera vez?
Dejé de chuparle la polla y me senté sobre sus piernas.
—Sí.
—Entonces… veamos qué podemos hacer —luego de acariciarme las piernas, me dio un azote en el culo.
No me llevó a su cuarto en donde dormía con mi madre, sino al mío, pero antes de entrar pasó a su cuarto para ir por un condón. Cuando entramos a mi recámara cerré la puerta con pestillo aun sabiendo que estábamos solos en la casa.
—¿Me desnudo? —pero no me dejó hacerlo y comenzó a quitarme la ropa. Mis tetas quedaron al aire, con el pezón bien durito. No las tenía tan grandes como las tengo ahora, pero tampoco estaban pequeñas.
Había adquirido la costumbre de rasurarme el coñito, no porque alguien me lo viera, sino porque me gustaba hacerlo, ya que según yo, se sentía más rico cuando me masturbaba. Christian también hizo lo propio, se retiró la ropa y solo se quedó en bóxer. Estaba guapísimo; no tenía los abdominales marcados pero su cuerpo estaba duro y perfecto para cabalgar sobre él.
—Abre las piernas —me ordenó cuando me tumbé en la cama.
—No te vayas a reír, todavía no aprendo a rasurarme bien.
—Abre que quiero ver esa conchita nueva —y cuando me vio, una sonrisa enorme le hizo brillar los ojos. Comenzó a tocarme, a explorarme el mejillón con sus dedos—. Estás hermosa. Mira esa conchita rica, nueva. Uy hermosa, no tienes idea de cómo voy a disfrutarte. Dime, ¿te han hecho alguna vez un oral?
—No.
—No te preocupes, te lo haré yo.
Christian se arrodilló entre mis piernas, acercó su rostro a mi coñito y tras olerme me dio el primer lengüetazo. Fue una sensación explosiva que me removió todo. Agradecí que nunca le gustara usar barba, porque no deseaba sentir cosquillas y reírme mientras él me comía el coño.
Christian me chupó todo, me metió su lengüita y presionó con sus labios mi campanita del clítoris. Uno de sus dedos se coló en mi interior y me sacó más juguito; rico juguito que se terminó bebiendo. Con sus succiones hizo una especie de ruido que me erizó toda la piel, su lengua entraba y salía, lambía de arriba abajo, adentro, afuera, excitándome mientras me decía frases que no hacían más que ponerme más y más cachonda.
—Que rico sabes… Te lo voy a comer todo antes de que alguien más lo haga… Estás muy apretada… Preciosa, tienes un coñito bastante delicioso… Ese culito rosa también pide a gritos que le meta mi verga…
Me llevé los dedos a mis tetas y me presioné los pezones. Ya desde ahí estaba experimentando el dolor como un buen placer que me incendiaba la sangre. Mi cuerpo se retorció, gemí de gusto y experimenté mi primer acercamiento al orgasmo causado por un hombre, un hombre que aparte me encantaba.
—Ven, princesa, te quiero reventar ese dulcecito —cuando Christian se bajó el bóxer, me di cuenta de que su erección había agrandado su tamaño.
—Despacio —le pedí. Mis jugos mezclados con su saliva escurrían sobre las sábanas de mi cama.
—No te preocupes, te la iré metiendo poco a poco.
Christian me acercó su polla y frotó su punta sobre mi conchita, arriba y abajo, después cogió el preservativo que había dejado sobre la cama y se lo colocó. La puntita de su rica verga entró en mi agujerito virgen, despacio como él lo había dicho. Pero entre más entraba, el dolor comenzaba a sacarme lágrimas.
—Espera, me duele.
—Respira y trata de tranquilizarte. Te duele, pero te gusta… Se va abriendo tu coñito, se está estrenando.
Su verga entraba más y más, mi coñito se abrazaba a ella, prieto, palpitante y adolorido. La sangre comenzó a cubrir el condón, mi estómago dolía, pero entre más dolor experimentaba, más me gustaba.
Christian se acomodó, me apretó un pezón con una de sus manos y continuó introduciéndose en mí hasta que la mayor parte de su polla estuvo dentro.
—Qué rica… Deliciosa… —comenzó a moverse, y si bien al principio el dolor me hizo llorar, pronto me fui acostumbrando.
—Quiero montarte —le dije, tocándole el pecho duro.
—Espera, es tu primera vez, te va a doler.
—Yo quiero montarte.
—Vale pues.
Christian salió de mí, se acostó en mi cama, y vaya que sí era un hombrón, ya que debajo de él mi cama se veía pequeña. Me subí sobre su regazo, me dolía el coño y el estómago pero en lugar de molestarme y detenerme, el dolor me estaba excitando.
—No te la metas —me dijo—, frótate contra mi cuerpo. Ven, yo te enseño.
Me agarró de la cadera y me puso delante de su polla. A su vez, su verga me la recargó en las nalgas, frotándomela entre la división de mi colita. Sentí la textura del condón, como se arrugaba y se pegaba en mi piel.
—Frota tu coñito aquí —tras chuparse el dedo pulgar de su mano, comenzó a frotarme el clítoris. Yo agarré su mano libre y me la llevé a una teta para que él me la apretara— ¿Estás bien, Sarah?
—Bastante bien.
—Buena chica… muy buena —dejó mi clítoris y me acarició el culo.
Seguí frotándome contra su cuerpo, su verga seguía entre mis nalgas, rozándome el ano y provocándome una sensación bastante rica.
—¿Te has masturbado, Sarah?
—Sí, muchas veces.
—Me gustaría verte algún día. Quiero ver cómo te mojas y ese coñito expulsa su orgasmo.
—¿Esto te está gustando?
—Mucho. Tu olor virgen es delicioso. Que gusto poder estrenarme ese coñito, retirarte la tapita.
No supe si era la excitación lo que le hacía decir todo eso, pero entre más hablaba, más me gustaba. Su voz sonaba ronca, en sus manos se le remarcaron las venas y sus ojitos le brillaban.
Intenté acercarme para darle un beso en la boca, esa boca que deseaba probar, pero no me lo permitió.
—No, princesa, te besaré todo lo que quieras, menos los labios—me agarró del cabello y me atrajo hacia él, llenándome de besos y lengüetazos el cuello.
—Siento que voy a correrme…. ¡Ah!… me corro… Qué rico… ¡Ah!…
—Vamos, córrete para mí… Córrete en mí… —volvió a frotarme la campanita y entonces mi orgasmo explotó.
Fue violento; me hizo gritar, gemir como una loca, me dejó tendida sobre él, sudada, adolorida.
En cuanto se nos pasó el orgasmo, Christian se puso de pie, tomó su ropa y se retiró el sudor de la frente con su playera.
—Cambia tu ropa de cama —señaló las manchas de sangre—. Y recuerda que esto es un secreto.
Entonces se fue y yo me quedé así, desnuda y con su aroma todavía en mis recuerdos.
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Tuvimos solo dos veces sexo antes de que me fuera a la universidad. Duró tres años más con mi madre hasta que se separaron, después de eso nunca lo volví a ver, pero cuando me casé con mi esposo Keev, sí le conté lo que había sucedido. Más que nada porque no deseaba secretos en nuestro matrimonio. Y cuando se lo conté, me dijo:
—Qué bueno que ya no está con tu madre, no me sentiría bien al tener que convivir con él.
Ufff todavía quien fue q te saco de virgen y tú quien querías y te hizo el favor ufff se ve q lo disfrutaste y el tmb quería probar tu culito pero no te lo pidió por respeto quizás o por algub motivo saludos
Me gustó. Mucho realmente me hiciste sentir excitado caliente y con ganas de estar contigo.