Tercer día.
La mañana del día siguiente la pasamos con unos amigos de mi padre en el pueblo mientras Sara se quedó en casa.
Al volver, me apartó en su cuarto y me dijo:
–He hablado con Lucía. ¿Parece que ayer todo fue muy rápido no?
Me sonrojé de vergüenza…
–Sí… fatal, Sara…
Sara me sonrió.
–¿Tu primera vez? ¡¡No te preocupes!! ¡Me ha dicho que quiere intentarlo hoy de nuevo! Algo habrás aprendido, ¿no?, o eso me ha dicho.
Nos tomamos la cena en familia. Una gran barbacoa cocinada por mi tío en el patio. Aunque no la miraba, notaba cómo Sara clavaba sus ojos en mí toda la cena. Estaba seria. Y eso era raro en ella. Algo le ocurría.
–¡Venga chicos! ¿No vais a la verbena? –dijo mi tío– Esta juventud no aguanta ni tres días de fiesta. Aprended de los mayores.
Nuestros padres se fueron a la plaza a disfrutar de la música en directo de la orquesta. Nosotros nos quedamos un poco más en la casa. Sara tardó una infinidad en prepararse para esa noche: ducha larga, peinado, maquillaje, cremas… Yo me desesperaba en el sofá intentando matar el tiempo con la baja calidad de la programación de la televisión.
Finalmente apareció portando una minifalda ajustada de cuero y una camisa roja que luchaba por no reventar los botones a la altura del pecho.
Esa noche teníamos un sitio reservado tras la orquesta, en donde sus amigos ya habían traído las provisiones de alcohol para pasar la fiesta bailando. Comenzamos a bailar y a beber. Pero yo traté de no ingerir mucho alcohol, quería estar lo más sereno posible para mi segundo round con Lucía, que extrañamente apenas me miraba ni mediaba palabra.
“Una cosa ese que no quiera que la vea desnuda, y otra pasar de mí en público”
Pero no me importó, sabía que a ella le gustaba. Los fluidos de su vagina delataban su deseo hacia mí.
Mientras mantenía una conversación con Amparo, Sara y Jonathan se alejaron un poco y comenzaron a discutir de nuevo. La situación se alteró tanto que él acabó dándole un fuerte empujón.
En ese momento, actué sin pensarlo. La sangre llegó a mis ojos y no pude retenerme. Como un instinto animal. Me acerqué corriendo y le propiné un golpe en el estómago. Me alteré al ver que tocaban a Sara.
Él se cayó arrodillado al suelo casi sin poder respirar y me miró con odio.
–¡Hijo de puta! ¡Estás muerto chaval! Voy a…
No pudo terminar la frase, mi rodilla impactó en su nariz dejándole noqueado. Todos se quedaron mirándome paralizados. Ninguno se esperaba eso.
Yo estaba harto de que tratase a mi prima como un trapo.
Ella levantó a su novio y le limpió la sangre de la nariz con su pañuelo, a lo que él respondió empujándola de nuevo. Yo me estaba acercando otra vez para dejarle claro que eso no lo iba a permitir, pero Sara levantó la palma de su mano hacia mí, indicándome que me frenase.
–Hemos terminado Jonathan.
Él se fue de la fiesta y nos quedamos un rato más con el resto. Amparo, Borja y Lucía solo tragaban a su ya exnovio porque Sara lo había invitado al grupo. Todos lo despreciaban. Siempre estaba buscando pelea y sintiéndose superior al resto.
Cuando la orquesta finalizó el primer pase, hubo unos minutos de descanso en los que fuimos saludar a nuestros padres que estaban exhaustos de tanto bailar.
–¡La noche es joven chicos! ¡Vamos a seguir dándole a las caderas! –decía mi padre con el cubata en la mano.
Sara y yo nos despedimos de ellos y nos dirigimos a casa:
–Menudo capullo tu…
–Prefiero no hablar de eso, primito –me interrumpió.
Caminamos en silencio hasta llegar.
–Segunda prueba con tu amorcito, primo. ¿Recuerdas las normas?
–Sí. ¡Gracias, Sara!
Sonaron los dos golpes. Me desnudé. Me puse la venda. Y esperé.
A los pocos minutos entró Lucía. De un salto se tumbó encima de mí de nuevo. Para mi estupefacción, agarró mis manos y las ató a las barras metálicas del cabecero de la cama con una cuerda. En su mano tenía un cubito de hielo que fue pasando muy despacio por mi cuello, bajando al ombligo y terminando en mis testículos. Mi polla ya estaba totalmente erecta, de nuevo, y el contraste del calor de mi miembro con ese hielo hizo que me extasiase de placer.
Oí como tiraba el hielo al suelo.
Esta vez no se entretuvo masturbando mi polla. Seguramente no querría que acabase todo antes de empezar (otra vez). Cogió mi mano e hizo que frotase su clítoris un buen rato. La sentía gemir. Como no pronunciaba palabra, el “mmmm” “mmmm” “mmmm” que salía de sus adentros me excitaba aún más, si eso era posible.
Prosiguió cogiendo mi polla que por unos segundos hizo rozar con su sexo, para introducírsela dentro. Comenzó un baile de caderas que seguía el ritmo de la música que a lo lejos se escuchaba tocando en la plaza.
Paró tras varios movimientos. Me abofeteó. Bastante fuerte la verdad. Y sacó mi sexo afuera.
Sentí cómo se abría la tapa de un bote. Y entendí que era gel lubricante cuando un generoso chorro cayó en la punta de mi glande. Lo untó bien por toda la punta se elevó. Esta vez había cambiado el agujero, porque lo sentía más prieto y costaba más que entrase. Fue poco a poco introduciendo y sacando cada vez más centímetros de mi polla hasta que por fin llegó al fondo y se sentó con sus nalgas encima.
Comenzó a subir y a bajar lentamente mientras, con su mano, agarraba por detrás de su culo mis testículos y los apretaba, masajeaba y volvía a apretar.
Yo estaba a punto de correrme. Pero no podía hablar, asique gemí fuerte para que lo entendiera.
Y así lo hizo. Se detuvo y se levantó muy deprisa. Yo no estaba entendiendo nada.
Me desató las manos y sentí cómo salía.
Tres golpes en la puerta.
“¿Pero qué cojones? ¿Me ha dejado a medias?”
Me incorporé y acabé la función con mi mano. La cantidad de semen acumulado por la excitación me sorprendió.
Cuarto día.
Me levanté el primero la mañana siguiente. Me serví un café y me salí al patio a disfrutar del aire fresco matinal. A los minutos apareció Sara.
–Nuestros padres están muertos ¿eh? Han llegado a las 7 de la mañana… para que luego digan…
Hice una mueca simulando una sonrisa y me quedé callado. Ella se sirvió otro café y se sentó a mi lado.
–Estoy cansada de estar en el pueblo, primito. –dijo soplando la taza de café.
–¿Por qué? Aquí es todo tan verde, tan puro. No hay prisas… la gente es acogedora… vivir en una gran ciudad te priva de estas cosas.
–Exactamente por eso, no quiero que la gente sea tan “acogedora”. No puedo hacer nada sin que se entere todo el pueblo. Quiero irme a estudiar una carrera, sentirme libre.
–¡Vente a Madrid! A nuestra casa ¿Por qué no? Al menos una temporada mientras te aclaras. ¡Mis padres seguro que están encantados!
–Suena bien, primito.
Me miró con unos ojos que jamás le había visto. Se le iluminaron al mirarme a mí.
–Pero dejemos de hablar de mí. ¿Qué tal te fue ayer con Lucía? ¡Cuéntamelo!
–Pues me quedé a medias… cuando más excitado estaba, paró y se fue…
Se rio a carcajadas.
–Ya lo sé.
–¿Cómo?
–Sí. Al terminar me lo contó todo por teléfono.
–No os guardáis secretos por lo que veo…
–¡No! Nos lo contamos todo. Con todo lujo de detalles. Y por eso sé que esta noche quiere terminar lo que empezasteis. Esta vez te dejará a gusto. Por lo que parece estáis empatados en orgasmos, ¿verdad?
–Visto así…
El último día de fiestas en Sierraniebla comenzó sus actos con la misa patronal a las 12 de la mañana a la que tuvimos que asistir todos (algunos obligados) para después ir a comer al restaurante (el único del pueblo) en donde nos tomamos una enorme paella. Entre todos dejamos la paellera limpia.
El calor apretaba de nuevo esa tarde, y decidí esa tarde dormir un poco. Ya no estaba tan nervioso y pude descansar a pierna suelta durante mi siesta.
Nuestros padres estaban medio zombis, pero estaban decididos a terminar la última noche bailando. Se fueron y nosotros tras ellos.
Nos tomamos algo en la barra improvisada de la plaza. Los amigos de Sara no aparecían.
–Estarán reventados. Mejor vámonos a casa, primito. Lucía me ha dicho que aparecerá allí directamente.
Regresamos y cumplimos el ritual por última vez.
Dos golpes. Venda. Desnudo. Cama. Entra…
Esta vez no me ató, se tumbó a mi lado y me besó con fervor. Con su mano dirigió la mía para que la masturbase. Con mis dedos recorría toda su vagina distribuyendo uniformemente sus fluidos a lo largo de su coño, introduje mis dedos medio y anular varias veces con suavidad mientras en mi oreja escuchaba directamente sus gemidos que penetraban calientes a través de su aliento. Noté cómo se corría: su mano apretó mi pecho mientras la intensidad de sus suspiros aumentaba. No se pudo contener y abrió la boca para soltar un “aaahhm” al ritmo que su cadera se movía y frotaba contra la mía.
Tocó mi turno. Se situó entre mis piernas y comenzó suavemente a descapullar mi polla, dejó caer saliva encima y se puso a lamerla.
¡Era la primera vez que me la mamaban! Se sentía el paraíso.
Fue bajando sus labios hasta rozar con mi vello púbico. Su mano acariciaba mis testículos durante la felación. Se animó y empezó más fuerte, desde el principio al final de mi miembro, apretando labios.
“Glup glup glup” es lo que escuchaba. Notaba toda la zona empapada con babas.
En ese momento rompí una de las reglas, lo creía necesario:
–¡Me voy a correr!
Ella no pareció disgustarse por romper nuestro pacto. Al contrario. Aumentó su ritmo sin sacar mi polla de dentro, hasta que ocurrió, desde la base hasta la punta un desbordante chorro de semen recorrió mi polla hasta vaciarse en el interior de su boca. Ella no paraba, cada vez más rápido. ¡Yo estaba sufriendo de gusto! Sentí cómo una segunda remesa de semen salía disparada, ella no paraba. Una tercera mini explosión hizo que ella abriese un poco los labios para dejar caer el semen recorriendo el tronco de mi polla. Y así terminamos, al fin nos habíamos corrido a gusto los dos.
Se acercó a mí y me acarició la cara. Yo por mi parte subí con mi mano por su cadera hasta rozar su pecho, lo agarré con mi mano y ahí descubrí todo. ¡Ese pecho que no me cabía en la mano no podía ser de Lucía! Lucía no los tenía tan grandes… ¡era de Sara! ¡Todo este tiempo había sido ella!
Se levantó y se fue.
Tres golpes.
Me quité la venda y para mis adentros sonreí con felicidad. Esa sonrisa refleja me dejó confuso. Lo había entendido todo ahora. Sara estaba enamorada de mí. Y algo en mi interior había germinado y brotando en sentimientos por ella también.
Quinto día.
A la mañana siguiente desayunamos toda la familia juntos. Esta vez yo no podía parar de mirar a Sara. De admirar su cuerpo, sus pechos, su sonrisa, sus pecas…
Mis padres cargaron el coche de nuevo y nos despedimos. Abracé a mis tíos y me acerqué a Sara, le di un abrazo y le susurré al oído: nos vemos pronto en Madrid, Lucía.