He tratado de responderme esa pregunta tantas veces. Cuando estoy sereno, no puedo evitar llenarme de culpa e incluso sentir remordimiento por las cosas que le pido que haga. Me repito una y otra vez que a ella también le gusta, y que no la estoy obligando a nada. Es el único mantra que me ayuda a estar en paz. Pero, cuando ya estamos jugando o excitados, ese impulso sale solo de mi boca, y el hambre de saber más y más es devastadora. Es como una adicción a consumir esos relatos de infidelidad que me hacen hervir la sangre y me dejan la verga a punto de explotar.
Ayer estaba ya por dormir, soñoliento y viendo de reojo una serie animada en mi celular. Cuando mi mujer entró en la habitación, me invadió de inmediato ese aroma fresco que deja una ducha reciente. Noté que traía puesta esa pijama corta que me gusta, y que se había recogido el cabello en una cola de caballo, lo que me dejaba apreciar el contorno de su cuello y hombros. Sin decir mucho, se recostó a mi lado y comenzó a lamer mi cuello y oreja.
De inmediato, mi estado cambió y mi cuerpo se desperezó. Yo trataba de quitarme la camisa y el pantalón, algo desesperado por comenzar, pero ella me detuvo. Comenzó a bajarme los pantalones lentamente y me dijo con su voz calmada: “Despacio, tengo algo que confesarte”.
De inmediato, sentí ese calor recorrer todo mi cuerpo. Yo sabía lo que estaba por venir, pero esta vez era serio, no uno de esos relatos surgidos de mis fantasías más perversas, donde le pido que me cuente infidelidades ficticias, siempre al calor de mi verga inflamada. Esta vez era ella quien comenzaba la travesura, y los celos me abrumaban. ¿Esto sería otro juego para complacerme? ¿O será que de verdad lo hizo? No pude más, y de repente mi boca se abrió de nuevo y le exigí: “Dímelo todo, ¡perra!”.
Mi mujer saboreaba la punta de mi verga ya erecta y dura como piedra. Me miraba traviesa, la sacó de su boca, comenzó a masajearla lentamente, pero con un ritmo constante, y empezó su relato:
“Ya sabes que llevamos meses fantaseando con ver al vecino dándome verga. Pues hoy, después de que te fuiste, tomé valor y lo llamé con la excusa tonta de que me ayudara a mover algunas cosas en la casa. Ya estando aquí, le propuse que me cogiera. Le dije que sabía que no podíamos tardar, o en su casa se armaría un problema. El tipo me miró dudoso por unos segundos, y sin mediar más palabras, solo se acercó a mí mientras se quitaba la camisa.
Me tomó con fuerza por la cintura mientras me besaba. Sentí su mano firme agarrando mis nalgas bajo la falda, mientras sus besos bajaban a mi cuello y mi escote. Sin darme cuenta bien de cómo, ya me había retirado el vestido y me hizo recostarme contra la mesa mientras él se bajaba los pantalones. Yo le saqué su verga dura y brillante de los bóxers. Lo detuve por un segundo y me incliné a chupársela.
Tal como lo habíamos imaginado, era grande y gruesa, acorde con su cuerpo y sus brazos fuertes. Me tomó de la cabeza y se movía rítmicamente mientras yo recibía su pene erecto. Lo mojé mucho, sentía mi propia saliva goteando de mi boca a mis tetas. La saqué de mi boca y le chupé las bolas mientras lo masturbaba con mis manos.
Me levantó con algo de violencia y me dio vuelta contra la mesa, me posicionó para recibir su verga. Yo ya estaba mojada y su verga, bien lubricada con mi saliva. Me agaché un poco para facilitarlo, y comenzó a penetrarme. Me embestía con fuerza, y yo trataba de contener mis gemidos para no alertar a los vecinos. Me bombeó su verga por unos minutos hasta que no pudo más y se vino. Lo miré y su cara era una mezcla de placer y vergüenza. Solo me moví para sacarla y alcancé a besarlo en los labios. Le dije: ‘Vete antes de que tu mujer venga a buscarte’, y él se fue, subiendo su pantalón, buscando su camisa y saliendo rápido de la casa.”
Para ese momento yo estaba extasiado, al borde de enloquecer de celos y placer. Solo pude tomarla con fuerza y hacerle el amor como cuando éramos novios, explorando su cuerpo de nuevo y demostrándole que yo la disfrutaría más que él”.
El placer más sublime, la extraña pasión que sucede después de mirar a tu mujer con otro y que el rico y extasiante placer de saber que ella, tu linda y flamante esposa te a echo un cornudo, pero muy contento.
No hay nada más delicioso que el placer y los fuertes celos de pensar que otro seduce a tu mujer y la hace suya, más aun si le hace el amor y la vuelve loca de placer…