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Tiempo de lectura: 5 minutos

No puedo negar que he montado suficientes hombres en mi vida como para que nada me sorprendiera, hasta que lo conocí a él. Delgado, pero con una espalda ancha y brazos fuertes. Sus piernas largas y manos grandes me llamaban la atención cada vez que lo veía en el café, siempre tomando lo mismo, intercambiando miradas sin hablar mucho. Rubio, con los ojos grandes y verdes, barba a veces desalineada. Su ropa cambiaba poco: solo el color del suéter.

Un día, la dinámica cambió. Abrí la puerta justo cuando él salía. El choque fue inevitable, y su café terminó derramado en su suéter azul.

—¡Oh, disculpa! —dije de inmediato.

—No, todo bien, fue mi culpa. No te vi venir. ¿Estás bien? —preguntó, su voz tranquila.

—Sí, gracias —respondí, ofreciéndole un pañuelo mientras intentaba limpiarlo instintivamente.

Él tomó mi mano.

—No te apures, me lo quitaré —dijo, mientras se sacaba el suéter, dejándome ver su torso firme y trabajado. Sin darme cuenta, estaba sosteniéndolo, y él lo tomó con una sonrisa.

—Gracias. Bueno, me voy. ¿Te veré por aquí mañana?

—Sí, claro —contesté, tratando de no sonar demasiado ansiosa. Pero todo el día estuve esperando ese “mañana”. Ya no era solo curiosidad, era una necesidad creciente de volver a verlo.

Cuando llegó el día siguiente, no pude ir. Mi agenda estaba ocupada. Dos días después, lo encontré de nuevo en el café. Esta vez, fue él quien me vio primero.

—¡Hey, bella! Te esperé ayer. ¿Todo bien?

—¡Qué gusto verte! Sí, todo bien. ¿Tú qué tal?

—Normal. Oye, ¿te gustaría tomar algo más tarde? ¿O qué te gusta hacer?

—Me gusta correr —respondí, sin pensarlo mucho.

—¡Wow! ¿Y lo haces cerca de aquí?

—Sí.

Intercambiamos teléfonos y quedamos para correr el fin de semana. Así comenzó todo. Corrimos juntos por casi cuatro meses, y cada día me gustaba más. La simple atracción física se había convertido en algo más: una adicción. Necesitaba su compañía, su presencia, y, sobre todo, su contacto. Pero todo seguía igual: risas, bromas, conversaciones, sin que ocurriera lo que realmente deseaba. Cada día me sentía más desesperada.

Hasta que una mañana no apareció para correr. Me intrigaba su ausencia, ningún mensaje, ninguna llamada. Decidí correr sola. Casi al final de mi recorrido, sentí un tirón en la cintura. Al voltear, ahí estaba él.

—Hoy no vengo a fingir que vine a correr —dijo, antes de besarme profundamente. Su mano me tomó de la cintura, apretando fuerte, mientras su boca se apoderaba de la mía. Me empujó contra un árbol, sus labios firmes sobre los míos.

—Quiero follarte, no aguanto más. Vamos a mi casa.

Me tomó de la mano y me llevó hasta su coche. Iba excitada, con la mente completamente nublada. Apenas subimos al coche, sus manos encontraron mis senos. Los apretaba mientras me besaba, sus dedos ya buscando más. Bajó el tirante de mi top y, sin dudarlo, lamió mis pezones con lentitud, cada lamida me hacía temblar.

—Tienes unas tetas deliciosas —murmuró—. Quiero hacerte mía, no puedo esperar más.

En cuanto llegamos, estacionó el coche y me llevó dentro. Me pidió que me pusiera cómoda mientras él ponía música. Me sentía sucia después de correr, así que aproveché para ducharme. Al salir, envuelta en una toalla, encontré dos Bloody Marys y frutas frescas en una bandeja.

—Ven, siéntate a mi lado —dijo, mirándome con deseo.

Me ofreció una fresa, deslizando la fruta por mis labios antes de colocarla en mi boca. Mordimos juntos, el jugo resbalaba por nuestras bocas mientras me besaba y mordía mis labios. Lamió mis tetas de nuevo, tomando uvas y pasándolas por mis pezones mientras sus labios recorrían mi piel. Yo solo podía responder con besos, dejándome llevar por el juego erótico.

Entonces alzó mis brazos y sujetó mis manos con una de las suyas. Con la otra, empezó a acariciar mi clítoris con suavidad. Su lengua trazaba un camino desde mi cintura hasta mi ombligo, bajando despacio hasta detenerse en mis muslos. Pero sus labios nunca tocaron mi coño, y eso me volvía loca. Mi cuerpo pedía más, jadeaba de puro deseo.

—Tómame… —le rogué—. Quiero sentirte adentro, ya no aguanto más.

Con una sonrisa, tomó mi cabeza entre sus manos y me guio hacia su miembro. Cuando lo vi, me quedé sin aliento. Era el pene más grueso y venoso que había visto. Su glande hinchado y rojo me tenía extasiada. Me moría por sentirlo en mi boca y montarlo de una vez.

Pero justo cuando estaba a punto de tenerlo dentro, cambió de idea. Me recostó, abrió mis piernas y comenzó a comerme. Sus manos agarraban mis senos con fuerza mientras movía mi cuerpo hacia él con cada lamida. El orgasmo llegó sin aviso, fuerte, haciéndome temblar. Pero antes de que pudiera recuperarme, me penetró con intensidad, llenándome de una sola embestida.

Sus ojos me miraban con una mezcla de lujuria y poder.

—Puta… —susurró—. Te encanta mi verga. Llevas meses corriendo junto a mí, fingiendo que querías otra cosa, cuando lo único que querías era que te la metiera.

Sus palabras, crudas, solo me excitaban más mientras seguía follándome despacio, disfrutando de cada segundo. Lo miraba con hambre, totalmente rendida a lo que estaba haciendo conmigo.

Sus palabras sucias me hacían jadear como una gatita desesperada, sonriendo mientras lo miraba con esa mezcla de inocencia y lujuria. No necesitaba decir nada, mi cuerpo lo decía todo: sí, esto era lo que deseaba. Sentirlo dentro de esa manera, intenso, profundo, fuerte. Había estado ganándome este momento durante meses, y ahora, al fin, lo tenía.

Sus manos apretaron mis caderas con más fuerza mientras me follaba con un ritmo salvaje, mi cuerpo subiendo y bajando sobre su duro miembro. De repente, su mirada se volvió más oscura, su respiración más pesada.

—Voy a azotarte ese culo —dijo con una sonrisa sucia, sus manos recorriendo mis nalgas, acariciándolas primero para luego levantarlas y dejarlas caer con fuerza sobre su verga. Cada golpe resonaba en mi piel, y el placer mezclado con el dolor solo me hacía jadear más fuerte.

Me tenía completamente a su merced, y yo no podía hacer más que gemir y aferrarme a él, esperando el próximo azote mientras mi cuerpo se rendía al placer brutal que me estaba dando.

—Chúpamela, cómetela toda —ordenó, y yo me arrodillé junto a él, dispuesta a complacerlo por completo. Lo tomé con las manos y lo metí lo más profundo que pude en mi garganta. Sentía que me lo merecía, esa verga erecta que me había provocado tanto placer necesitaba estar en mi boca. Lo lamí generosamente, recorriéndolo entero, y bajé hasta sus bolas, acariciándolas con mi lengua, sintiendo su piel suave, hasta llegar a su perineo. Él jadeaba de placer, su respiración cada vez más rápida.

Me tomó por la cara y me besó de nuevo, pero esta vez fue diferente. Me giró, poniéndome en cuatro, y con una calma casi tortuosa me penetró lentamente, hundiéndose en mí mientras se montaba sobre mi espalda. Su pecho pegado a mi piel, el calor de su cuerpo haciéndome sentir completamente suya. Agarró mi cintura con fuerza y comenzó a bombearme rítmicamente, metiendo cada centímetro de su verga dentro de mí, una y otra vez.

Sus manos alcanzaron mi rostro, y me arqueó hacia atrás para besarme profundamente mientras seguía embistiéndome, cada empujón más fuerte que el anterior. Mi cuerpo temblaba, completamente entregada al placer que me daba con cada movimiento.

—Voy a chorrearme en ti, quiero que sientas toda mi leche adentro —gruñó, mientras empezaba a embestirme cada vez más rápido, metiéndola con fuerza, sin detenerse. Sentía su verga llenándome por completo, hasta que, de repente, lo noté: su cuerpo se tensó, y en un instante, comenzó a derramar su semen dentro de mí, cada pulsación llenándome con su leche caliente. Mi cuerpo temblaba de placer, sintiendo cómo me inyectaba cada gota, mientras él jadeaba con fuerza, hundiéndose en mí hasta el fondo.

Antes de terminar, me tomó de los hombros y me arrodilló frente a él, ofreciéndome las últimas gotas. Las tomé con avidez, lamiendo suavemente su glande, disfrutando de cada pulsación final. Bebí cada gota, asegurándome de que no quedara nada, mientras mi lengua recorría cada rincón de su verga, saboreando su sabor y la sensación de tenerlo completamente.

Él jadeaba, su cuerpo relajado pero su mirada aún fija en mí. Me besó de nuevo, lento pero profundo, mientras sus dedos recorrían mi cuerpo, acariciando mi piel con suavidad. Sus manos bajaron hasta mi entrepierna, acariciando mi vagina despacio, como si la estuviera consolando después de todo el placer que le había provocado.

—Me encantas, eres una mujer deliciosa —murmuró contra mis labios, sonriendo con esa satisfacción que solo viene después de haber compartido algo tan intenso.

Después de unos minutos de calma, se incorporó lentamente y me miró, aún con esa sonrisa satisfecha.

—¿Te dejo en tu casa? Debo trabajar —dijo, volviendo a la realidad, pero sin perder esa chispa en sus ojos.

Me llevó de vuelta al café donde siempre nos encontrábamos. Al despedirse, me besó una última vez, pero esta vez había algo distinto en sus palabras, como si esa adicción que había crecido entre nosotros fuera imposible de ignorar.

—Avísame cuando podamos volver a follar… y a correr de vez en cuando. Quiero volver a llenarte de mí otro día.

Lo observé mientras se alejaba, sabiendo que no podría resistirme mucho tiempo.

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3 COMENTARIOS

  1. Hola hermosa hiciste que salieran esas gotitas se me puso bien duro felicidades que rico te hizo el amor que ago para meteser

  2. Joder Loorna me ha encantado y calentado tu historia, acabas de ganar un fan….para lo que quieras. También tengo relatos publicados, sería estupendo si leyeras alguno y me comentas que te parece. Gracias

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