Estaba aún recuperando el aire cuando me besó con pasión y se acostó sobre mi cuerpo, rozando sus senos con mi pecho. Esa caricia hizo que gimiera en su boca. Me sonrió y siguió besándome, aunque en forma un poco más romántica. Se separó unos centímetros y, mirándome a los ojos, agarró despacio mi miembro. Se introdujo solo la punta y sin soltarme empezó a moverse en círculos. Intenté mover mi cadera para penetrarla, pero me lo impidió.
-Todavía no te lo ganaste, jefecito –dijo ante mi cara de sorpresa– ¿qué estás dispuesto a hacer para metérmela?
-Todo –contesté cegado por la calentura. Micaela mordió su labio inferior y bajó un poco más, haciéndome gemir con fuerza.
-Esa es una respuesta un poco vaga
-Lo que haga falta.
-Mmmm –descendió otro poco– mejor, pero todavía no es suficiente.
-Lo que quieras –mi subordinada sonrió de felicidad y terminó de penetrarse
-¿No lo decís solo para cogerme? –subió y bajó despacio y después dejó quieta su cadera y me mordió el cuello esperando mi respuesta
-No Mica –contesté agitado
-¿Cualquier cosa que yo te pida? –volvió a moverse lentamente, pero esta vez no se detuvo.
-Ahhh si –aumentó su ritmo y empezó a moverse en círculos. Me estaba volviendo loco de placer y estaba a punto de explotar.
Justo antes de que eyaculara se sacó mi pene de su interior. Gemí frustrado y le rogué que me dejara terminar, que estaba a punto de hacerlo. Me acarició con dulzura y me dio un beso corto en los labios.
-¿Confiás en mi? –la pregunta me pareció extraña dada la situación, pero asentí– Bien. Vas a tener el orgasmo más intenso de tu vida, te va a salir una cantidad de leche que ni siquiera imaginaste que fueras capaz de producir. Pero para eso vas a tener que hacer exactamente lo que te diga. Sin ningún cuestionamiento. ¿Estás de acuerdo jefecito?
-Si –asentí sin pensarlo, preso de la excitación. Micaela sonrió ante mi respuesta. Me besó y desató mis manos.
-Las manos siempre en la cintura –dijo antes que pudiera llevarlas a sus tetas o su cola.
-Mmmm pero que obediente que resultó mi jefecito –dijo Micaela al ver que cumplía con su petición. Después volvió a amordazarme con la corbata y la enrolló con fuerza sobre su mano derecha– Vas a moverte solo como te lo indique con la corbata –tiró fuerte, atrayéndome hacia ella. Yo gruñí entre mis labios sin soltar su cadera, a pesar de las ganas que tenía de mover mis manos más arriba.
Micaela sonrió y acomodó sus rodillas al costado de mi cuerpo. Tenía sus tetas a centímetros de mis ojos e instintivamente me acerqué a besarlas. Un fuerte tirón en mis labios me hizo levantar la vista, encontrándome con la severa mirada de mi subordinada– sólo podés tocarme como, donde y cuando yo te lo diga. ¿Está claro?
-ji, coo odehes –contesté bajando la cabeza.
No me di cuenta del significado que mis palabras habían tenido hasta que sentí aflojar la presión en mi boca y al mirar a Micaela verla sonreír ampliamente. Acarició despacio mi pecho y mordisqueó mi cuello. “Muy bien jefecito. Así me gusta” susurró melosa a mi oído. “llevame a nuestra habitación, vamos a estar más cómodos” completó. El hecho que dijera “nuestra habitación” encendió mis alarmas e hizo que demorara en levantarme
-Si. Dije “nuestra habitación” –dijo remarcando el “nuestra” y leyendo otra vez mi mente– no me tomé más de un año seduciéndote para que sea solo por una noche. Te tengo en mis manos y no voy a dejarte escapar –un escalofrío recorrió mi espalda– pero te aseguro que después de hoy –se introdujo mi pene hasta la mitad y empezó a moverse en círculos– no vas a querer que lo haga.
Inmediatamente bajó mi corbata y me comió la boca. La voracidad de sus besos contrastaba con la lentitud del movimiento de su cintura. El continúo roce de sus pezones al subir y bajar por mi cuerpo me estaban llevando a estar otra vez a punto de correrme. Micaela se detuvo de nuevo antes de que lo hiciera, aunque esta vez no le rogué que me dejara hacerlo. “Vamos” fue lo único que dijo después de sonreírme. La tomé con firmeza de la cintura y me paré con esfuerzo. Ella me rodeó con sus piernas y me besó.
Apenas pude llegar hasta mi cama. La apoyé de espaldas sin dejar de besarla. Inmediatamente giró para quedar encima de mí. Sin soltar su cadera me acomodé sobre la almohada. Micaela sonrió al notar que, a pesar de ser lo que cualquiera hubiera hecho en ese momento, no la agarré de la cola. Después pegó mis brazos a la cabecera de la cama y volvió a atarlos con mi cinturón que al día de hoy no sé cómo lo llevó con ella. Finalmente cubrió otra vez mis labios con la corbata y empezó a descender a besos por mi cuerpo.
Yo gemía y me retorcía sobre el colchón cada vez que sus labios, su lengua o sus dientes rozaban mi piel. Cuando alcanzó la altura de mi pene este ya me dolía de la excitación. Se lo introdujo en la boca despacio y sin sacárselo se dio vuelta, quedando su cola y su concha a pocos centímetros de mi boca. Acerqué mi rostro y acaricié el exterior de su vagina con mi nariz. Mientras succionaba con parsimonia volvió a correr su falda y su bombacha y llevó un pie a tientas hasta la corbata, el cual mordisqueé en cuanto alcanzó su objetivo.
-Lamé jefecito –ordenó dejando su planta sobre mi boca. Aún dudaba si obedecerle o no cuando volvió a meterse mi miembro por completo en su boca y masajeó la punta con su lengua– exactamente lo que diga sin cuestionarlo –dijo antes de volver a ocuparse de mí, sabiendo que esa muestra y su recordatorio serían suficiente para que le hiciera caso.
La primera lamida fue algo tímida, pero el suave gemido de Micaela me animó a seguir. El sabor salado de los pies transpirados me resultó menos desagradable de lo que imaginaba. Ya más confiado di el siguiente lengüetazo, que fue respondido con un beso en mi tronco. De a poco fui ampliando la superficie que recorría cada vez. Esto fue premiado con besos de mayor intensidad y pequeños lametones en mi miembro. Al darme cuenta de esta relación puse mayor ahínco en cada lamida.
-Mmmm que rápido que aprende mi jefecito –dijo cuando pasé mi lengua entre su pie y sus dedos y antes de volver a lamer todo mi tronco y llevarlo entero adentro de su boca.
Empezó a subir y bajar mientras yo besaba, chupaba y lamía sus deditos. Después de unos minutos empezó a masturbarse, metiendo y sacando rápidamente primero uno y más tarde dos dedos de su empapada conchita. A medida que aumentaba la velocidad de su penetración también aceleraba sus movimientos sobre mi pene. La succión que hacía con sus labios estaba llevando cada vez más rápido el semen hasta la punta. Finalmente su necesidad de gritar por el placer que recibía fue demasiado intensa y se separó de mi miembro aullando como poseída.
Contrario a lo que pensé en ese momento su estado de éxtasis no la hizo olvidarse de mí y llevó su mano libre a mi tronco, rodeándolo con firmeza. Sin dejar de gritar empezó a jalarlo como si quisiera arrancármelo. A pesar del dolor que me provocaba yo empecé también a gritar de placer, dejando desatendidos sus pies. Como respuesta llenó mi boca con sus dedos, obligándome a expresarme con estos dentro de mi “mmm jefecitooo seguí chupando”, “si, asi. Así”, “mordeme el pie y correte” fueron las palabras que logré entender de todo lo que vociferó. La última frase estuvo acompañada de una nueva aceleración de su masturbación.
En cuanto apoyé mis dientes sobre su pulgar me relajé y supe que había alcanzado el punto de no retorno. Antes de que el primer chorro escapara de mi cuerpo Micaela sacó su pie y colocó hábilmente su sexo sobre mis labios. Tenía su cola rozando mi nariz y seguía tirando de mi pene con fuerza. “Chuparme el clítoris” me ordenó, dirigiendo mis esfuerzos a dónde más placer recibiría. A pesar de tener la boca llena mi grito liberatorio sonó con fuerza en la habitación, solo tapado por los de mi subordinada, quien una vez que mis dientes atraparon su objetivo empezó además a balancearse sobre mi rostro.
No se cuanto tiempo estuvimos corriéndonos. Después de terminar de eyacular Micaela seguía frotándose encima de mí mientras me exigía a gritos que no parara. Luego de un largo y último gemido su balanceo rápido se transformó en movimientos circulares más lentos. Yo seguía lamiéndola como podía mientras dulces gemiditos llenaban mis oídos. Uno o dos minutos después suspiró satisfecha y se bajó de mi rostro. Sin darme tiempo a respirar me besó con pasión, logrando que mi aparato retornara a la vida. Cuando sintió mi incipiente erección sonrió y se separó de mí.
-Que grata sorpresa jefecito –dijo sopesando mis testículos con una de sus manos– pero me gusta que mis hombres estén llenos de leche cuando los cojo y después de lo de recién vas a tardar en estar listo –me dio un beso corto en los labios– pero quizás más tarde podamos hacerlo –se levantó de la cama– ahora vuelvo. No te vayas a ningún lado –sonrió con malicia sabiendo que era imposible mientras caminaba hacia el baño.
Verla alejarse con la falda por la cintura y el pelo cayendo a su espalda y la promesa de volver a tener relaciones ese día hicieron que mi pene terminara de despertarse, pero sabía que no servía de nada en ese momento.
Regresó del baño ya vestida y arreglada, aunque todavía descalza. Me besó y desató con cariño, reacomodando la corbata alrededor de mi cuello. Nos quedamos abrazados unos minutos hasta que nuestros estómagos rugieron juntos, recordándonos las horas que hacía que no comíamos. Iba a sacarme la corbata para ponerme más cómodo, pero Micaela me lo impidió agarrándola con suavidad.
-Dejátela puesta, jefecito –dijo casi rogando mirándome a los ojos, aunque ya sabía que más que un pedido era una orden.
Me vestí con ropa de entrecasa y nos levantamos de la cama. Tener la corbata debajo de una remera se me hizo algo incómodo al principio, pero luego de unos minutos me olvidé que la tenía.
Cenamos sentados uno frente al otro. Hablamos de temas profundos y mundanos, sorprendiéndome por lo formadas que estaban sus opiniones para alguien de su edad. Tácitamente evitamos mencionar como cambiaría desde ese momento nuestra relación profesional.
Después de tragar su último bocado se levantó hambrienta de algo más. Se sentó en mis piernas y empezó a besarme, con sus manos atrapando mi rostro. Nos dimos cariño sin ningún apuro. Nuestras manos recorrían el cuerpo del otro sin dejar de besarnos. Cuando la intensidad de las caricias aumentó se levantó y me ofreció su mano. Nos dirigió hasta el sofá. Me empujó suavemente sobre este y se desabrochó con sensualidad su camisa. En ese momento descubrí que además de su calzado tampoco se había repuesto el sujetador. Quise agarrarle las tetas pero me frenó sujetando mis muñecas con gracia.
-No, no ,no –dijo sonriendo– Solo cuando te lo indique.
-Pero… –intenté responder sorprendido, aunque sin mucha fuerza de voluntad para oponerme.
-Sin peros jefecito –contestó seria– mmm así está mejor –finalizó cuando mis manos se posaron en su cintura antes de volver a besarme.
Me desnudó sin ninguna prisa. Después se paró y me dio la espalda. Terminó de sacar su camisa y la arrojó sobre el sofá. Continuó con su falda, bailando al ritmo de una música imaginaria. Cubrió sus pechos con una mano y se sentó sobre mí, agarrándose de mi cuello con la otra. La tome de la cintura, dándole el equilibrio necesario para levantarse y bajar su bombacha. Agarró y me puso un preservativo que había preparado sobre el sillón antes de volver a sentarse. Luego acarició mi pecho casi rasguñándome.
Después empezó a enrollar la corbata en una mano y llevó la otra a mi mejilla. Me besó con dulzura y acercó su cuerpo hasta rozarme con sus pechos. Gimió al notar mi pene totalmente erecto y palpitante. Al separar nuestros labios tiró de la corbata hacia abajo con suavidad. Con mi rostro a la altura de sus senos la miré suplicante. Me tomó de la cabeza llevando mi boca a su teta derecha. Lamí y chupé despacio. Conmigo pegado a su piel se penetró y empezó a moverse en círculos lentamente. El contacto de mi miembro con el suyo hizo que la mordiera suavemente cuando un gemido intentó escapar desde lo más profundo de mis entrañas.
“Aahhh” gritó con sorpresa y placer mi subordinada al sentir el contacto de mis dientes, mientras aumentaba momentáneamente su ritmo presa del gozo. Pocos segundos más tarde retomó su velocidad anterior. “Seguí lamiendo jefecito” dijo una vez recuperado el control sobre su cuerpo. “Chupame el pezón”. A pesar de no verla pude sentir la sonrisa de satisfacción de Micaela cuando cumplía sus órdenes. “Mmmm mordeme despacio”. Cada deseo satisfecho fue acompañado de un gemido y una leve aceleración de sus movimientos.
Una vez alcanzada la cadencia adecuada para su gozo me separó de ella y empujó contra el sillón. Volvió a amordazarme y tomó mi rostro con sus dos manos, acercando nuestros labios a pocos centímetros. Me besó sonriente sobre la corbata, mi barbilla y mi cuello. Mis manos seguían aferradas a su cintura. Apoyó sus manos en mis hombros y alejó levemente su cuerpo. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Aproveché la oportunidad para contemplar el bamboleo de sus senos. Quería apretarlos con mis dos manos, pero había sido muy clara en que no lo hiciera.
Abrió los ojos y me sonrió un segundo antes de empezar a moverse a toda velocidad. Mi pene entraba y salía de su concha completamente. “ay así si jefecito” “un poco más” “no pares ahora” fueron las pocas frases que logré entender que gritó entre sus gemidos. Yo también estaba al límite y me concentraba en no acabar.
Después de que tuviera un orgasmo intenso pensé que era mi turno, y me relajé dejando fluir las sensaciones de mi entrepierna. Todavía montándome, aunque ya más calmada Micaela me miró y me dijo “todavía no jefecito. Quiero disfrutarte un poco más”. No sé cómo hice para evitar mi explosión eyaculatoria, pero logré hacerlo. El ritmo pausado con el que mi subordinada se movía seguramente haya contribuido. Apoyó sus manos en mi pecho y empezó a moverse en círculos. Yo mordía la corbata con fuerza y la miraba con los ojos abiertos de par en par.
-¿Te gusta jefecito? –me susurró con la respiración entrecortada.
-Ji Mica –Contesté también jadeando.
-¿Es cómo te lo imaginabas?
-Mejod –sonrió ante mi respuesta. Agarró mis dos manos y las colocó en mis hombros
-Me encanta tenerte así –susurró acercando su rostro hasta que nuestras narices se rozaron– no sabés hace cuánto que lo deseaba –me besó suavemente sobre la corbata y se penetró con mayor profundidad.
Gemimos al unísono cuando mis huevos chocaron con el exterior de su vagina. Se alejó lo suficiente para que pudiera contemplarla entera. Tenía su mano izquierda aun sosteniendo mi mano derecha, la boca entreabierta y los ojos cerrados. La corbata daba una vuelta sobre su mano derecha la cual mantenía al lado de su cabeza.
Estaba completamente estirada y me obligaba a mantener la cabeza levantada. Micaela se hamacaba despacio sobre mí, haciendo sus pechos bambolear al mismo ritmo. Las penetraciones eran largas y profundas. Me sonrió al notar como la observaba cuando abrió los ojos. De repente empecé a sentir su sexo contraerse sobre el mío. Lo envolvía con una cálida caricia. Sus gemidos se hicieron más intensos.
“Acabá conmigo jefecito” llegó a decirme antes de que le llegara su orgasmo. En ese momento relajé mi próstata y sentí la explosión de placer partir de la punta de mi miembro. Bufaba mordiendo con todas mis fuerzas la corbata mientras sentía como uno tras otro chorro escapaba de mi cuerpo. De a poco el fluido empezó a demorar más su escape y lo hacía cada vez en menor cantidad. Finalmente di una última sacudida y me desplomé agotado en el sillón.
Micaela tampoco tenía más energía y se dejó caer encima de mí. El último gemido escapó de sus labios cuando se sacó mi pene de su interior. De los míos cuando me retiró el preservativo. Me bajó la corbata y me besó con dulzura. Nos abrazamos en silencio unos minutos. Cuando la miré estaba dormida. La contemplé descansar unos instantes y luego la cargué hasta la cama. La tapé y me acosté a su lado, sin siquiera sacarme la corbata. En menos de un minuto ya estaba completamente dormido.
Cuando me desperté Micaela ya se había levantado y preparado el desayuno. Estaba vestida y arreglada. Me dio los buenos días y me dejó alistarme. Quise volver a tener intimidad, pero me dijo que ya era tarde y teníamos todo el fin de semana para no salir de la cama. El viaje al trabajo fue animado. Una vez en la oficina empecé a sentirme extraño. Me costaba mirar o hablar con Micaela. Me sentía raro estando a solas con ella. Por su parte mi subordinada no dejaba de lanzarme miradas. En cuanto todos se fueron Micaela se colgó de mi cuello y me comió la boca, lo que ayudó a que no pensara tanto y me sintiera más tranquilo.