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La influencer influenciada (cap. 4): Profundidad
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Juan Ignacio colocó una de sus manos sobre su estómago, y mientras lo acariciaba, la miraba totalmente obnubilado. Sentía un enorme orgullo hacia ella por lo que acababa de lograr hacer, y sobre todo, por haberlo compartido con él.

-¿Ya has acabado, pequeña?-.

-Sí, yo creo que sí. -Respondió, mientras se frotaba las rodillas en señal de timidez y nerviosismo.

Sin dar lugar a que se lo pidiera o a que pudiera ser ella misma quien lo hiciera, reaccionó inmediatamente alargando su brazo y cogiendo un poco de papel del rollo que se localizaba justo al lado.

Aproximó la mano con intención de dárselo, gesto que ella entendió perfectamente y que no dudó mucho en aceptar, para de forma seguida, insertarlo a través del hueco que había entre la taza y su pelvis y comenzar a limpiarse.

Lo llevó a cabo con tal delicadeza, de una manera tan significada y cuidadosa, que podía llevar a pensar que en lugar de limpiarse el culo, estuviese acariciando a una mascota.

Le siguió ofreciendo papel hasta que entendió que se encontraba a punto de terminar, pero justo antes de que Lara pudiese agarrar el último trozo, echó su mano hacia atrás, con la clara intención de que no fuese capaz de alcanzarlo.

Su ceño adquirió un aspecto bastante sibilino para, instantes después, irrumpir en el ambiente con su tersa voz.

-¿Me dejas hacerlo a mí? -Preguntó Juan Ignacio, empleando para ello un tono juguetón y divertido que procuró evidenciar.

-¿Limpiarme? Pues… No sé-.

-Me gustaría mucho, pequeña. Anda, déjame solo esta, la última-.

Lara no contestó. Se limitó a bajar su mano, dando a entender así su conformidad.

Él reaccionó con la velocidad de un medallista olímpico, encaminándose a acceder por el mismo lugar por el que antes lo había estado haciendo ella.

Introdujo sus dedos con sumo cuidado por debajo de su coño y continuó avanzando, hasta calcular hallarse a la altura de su ano.

Una vez se cercioró de haberlo encontrado, lo frotó con calma, ayudado por el papel que traía entre sus dedos. Procurando disfrutar de aquel momento como si fuese a ser el último que afrontara en su vida.

Era inevitable que la parte posterior de su antebrazo tuviera contacto con la vagina. Algo que, sí cabe, incrementaba más aún la intensidad de su excitación, sumiéndose en un mar de erotismo y receptividad.

Cuando determinó que ya llevaba el suficiente tiempo frotándolo, soltó el papel, pero tras hacerlo no hizo amago alguno por retirar su mano, que ahora, sin un propósito por el que seguir en el interior del váter, se vio envuelta en otra misión un tanto más atrevida.

Escasos segundos después de haber arrojado la tira de papel, uno de sus dedos comenzó poco a poco a palparle el ano con extremo celo. Al tiempo que lo llevaba a cabo, dirigía sus ojos a los de ella y le preguntaba.

-¿Te gusta?

-Sí… Me da gustito. -Murmuró.

Respondió ella sonriéndole, lo que le otorgó la confianza necesaria para seguir acariciándolo, a la vez que depositaba la otra mano en su cara, agarrándole el moflete.

Se mantuvo concentrado en aquella labor por varios minutos hasta que, en un momento dado, comenzó a hurgarle el recto de una forma diferente a como lo había llevado a cabo hasta ese entonces.

Colocó la punta de su falange en la apertura de su ano, y luego de acariciarlo una última vez, comenzó a empujarlo con la firme intención de introducir en su interior una parte de su dedo índice. Pero cuando el primer tramo de uña apenas se disponía a desaparecer en el interior de su cavidad, Lara le detuvo sosteniéndolo del brazo.

Sin decir nada retiró lo poco que había introducido de su dedo y, finalmente, apartó su mano del retrete, llevándola rápidamente hacia a la cara de Lara, donde ya tenía colocada la otra mano, viéndose de esa manera tomada por completo.

Juan Ignacio se le acercó y depositó un dulce beso sobre su frente.

Ella le observaba con las pupilas temblorosas y antes de que pudiera decir nada o manifestarse de algún modo, percibió cómo aquella mano, que segundos antes había tenido alojada entre sus nalgas, comenzaba a deslizarse unos centímetros hasta cubrir sus labios haciendo uso de ese mismo dedo.

No lo tuvo quieto mucho tiempo. Enseguida se empleó a fondo en recorrerlos y acariciarlos como si los estuviese embadurnando de cacao.

Le hacía cosquillas y él lo sabía. Se le notaba en el rostro lo singulares que tales situaciones le resultaban. Pero no se apreciaba abatida, más bien lo contrario. Parecía que se integraba y que lo hacía con más expectación que rechazo, a pesar de la estrambótica experiencia que estaban compartiendo.

Tras restregar su huella dactilar sobre toda la superficie de sus labios, y ante la falta de reacciones opuestas por su parte, Juan Ignacio se atrevió a meterle el dedo dentro de la boca.

Para su sorpresa, la abrió sin demorarse lo más mínimo ni mostrar signo de repugnancia alguna; incluso una vez que lo hubo introducido entero, comenzó a lamerlo por sí misma a la par que lo recorría con su lengua y degustaba paulatinamente.

Se conectaban a través de la mirada. Cuando él le sonreía, ella reaccionaba de alguna forma y viceversa.

Mantuvo el dedo en su interior, jugando con su lengua y su paladar durante un periodo indeterminado, que solo se vio interrumpido por la tos de Lara, cuando al ir a tragar saliva una de las veces se atragantó.

Aprovechando este lapso, Juan Ignacio extrajo el dedo de su boca, y mientras que continuaba con la tos, él se agachó con determinación para enfrentar sus labios con los de su pequeña, culminando el acto en un beso que resultó tan inesperado para ella como sugerente para él.

Notar esos espasmos en su misma piel le produjo un éxtasis exorbitante. Necesitaba profundizar todo lo que fuera posible tanto en su mente como en su cuerpo, y hacerlo durante el tiempo que sus fuerzas tuvieran a bien concederle. Lara se estaba portando muy bien, por lo que se sentía extraordinariamente ilusionado por poder seguir ahondando en sus estratos y deshojándola como si se tratara de una margarita.

Dejó de besarla en cuanto notó que su tos había concluido. De inmediato, se puso de pie y apartó el taburete a una esquina del cuarto de baño.

Al verle reaccionar de ese modo, casi por acto reflejo se dispuso a hacerlo mismo, inclinándose para agarrar su ”culote”, con la voluntad de ponérselo y levantarse posteriormente.

Pero Juan Ignacio la detuvo en el acto.

-¡Pequeña! No te lo pongas, déjalo ahí-.

-¿Qué quieres decir?

-Pues que lo dejes dónde está. -Aseveró, empleando para ello un tono de voz robusto.

-… Pero me da como cosa ir sin llevarlo puesto-.

-No te preocupes, cielo. Si además, con ese vestido que llevas no se te ve nada, te tapa todo.

Vamos, dame el capricho-. Imperó él. Esta vez modulando un poco el sonido y mostrándose más empático.

-Bueno… Si insistes. -Respondió Lara.

En cuanto terminó de soltar esas últimas palabras, se volvió a agachar; pero esta vez no fue para subirlo si no para, ayudándose de sus manos, sortear esos botines con más facilidad y retirarlo del todo. Una vez que se hubo desprendido del ”culote”, hizo ademán de ir a apoyarlo sobre el borde de la bañera que se encontraba al lado.

Pero presto la detuvo, arrebatándoselo en el acto y dejándolo caer al lado del váter.

-Déjalo ahí. Que de allí no se lo va a llevar nadie. -Dijo él en un tono atrevido.

Llegados a este punto, Juan Ignacio tenía claro que ya habían cruzado un umbral difícil de desandar.

Habían compartido intimidades, se habían besado, ¡Rayos, si hasta le había tocado el ano!. Se habían terminado ya las conversaciones banales, los interludios y todos los preliminares.

Iba a disfrutar de esa chavalita, que Dios o cualquier otra deidad habían tenido a bien concederle. Suerte, que ya tendría tiempo de agradecerles hasta la descoyuntura si hiciera falta, pero no ahora. Ahora solo importaba una cosa y se acababa de quitar las bragas.

Se inclinó hacia Lara, que seguía de pie delante del retrete y, tomándola de la cintura, volvió a besarla. Esta vez, una de sus manos fue directa al culo, qué a pesar del vestido, podía notar ahora con mayor transparencia.

Le encantaba pegarse a ella, sentir cómo su moderada barriga la presionaba cuando se juntaban de esa forma… Podía notar el latir de su corazón, no solo mediante la boca, si no a través del propio pecho de Lara, el mismo que ahora descansaba apoyado contra él.

De pronto dejó de besarla, la tomó de la mano y le sugirió que se fuesen de vuelta al salón. Lo dijo sin esperar respuesta, obviamente, pues en ningún momento tal proposición estuvo sujeta a debate ni a réplica que sirviese.

Antes de que ella traspasara la puerta, le recordó una cosa.

-¿No te olvidas de algo, corazón?

-¿De qué? -Exclamó algo desconcertada.

-jejeje. De que tienes que tirar de la cisterna. No vas a dejar eso ahí. -Le espetó Juan Ignacio.

Ella sonrió, a la vez que apeaba un poco la mirada mientras, al unísono, retrocedía unos pasos hacia atrás y pulsaba el botón que había sobre el váter.

Cuando llegaron al salón, Lara se dirigió al sofá, a sentarse en el mismo lugar donde antes había estado. Pero Juan Ignacio no hizo lo mismo.

Tomó un trago de su copa, y mientras apoyaba un segundo la palma de su mano sobre la parte del muslo desprovista del vestido, le indicó que iba a ponerse cómodo. Luego de esas palabras y de dirigirse hacia el pasillo, desapareció al fondo del mismo.

Durante el tiempo que pasó sola, se resistió con todas sus fuerzas a perder ese estado de exaltación que logró alcanzar en aquel cuarto de baño, y por medio del cual se advertía desinhibida como nunca antes lo había estado con él. Se negaba a sentir desafección por ella misma y a extraviarse por ello en un océano donde podría ahogarse, cuando precisamente se hallaba tan cerca de tomar la orilla.

Casi sin pensarlo, alargó la mano y le dio un buen trago a la copa de bourbon.

Nada más llevarlo a término le entró un tremendo escalofrío, y no ayudaba en absoluto que los pocos cubitos de hielo que quedaban lucharan a duras penas por poder sobrevivir.

Pero al margen del sabor, le sentó bien.

Todavía se estaba recuperando del sorbo cuando el sonido de una puerta estrellándose contra el marco la sorprendió de repente. Después de unos segundos de total silencio, Juan Ignacio apareció de nuevo en la estancia.

Venía ataviado con un ligero albornoz, de un color gris claro que le alcanzaría a llegar más o menos por la zona de los gemelos. Además de calzar unas mullidas zapatillas de casa que también le cubrían los dedos de los pies.

-¡Pues sí que te has puesto cómodo! -Dijo ella sonriéndole, empleando un timbre coloquial para la ocasión.

-Jejeje. Ya lo ves, princesa. De aquí a desfilar por Cibeles directamente-.

-¡Si!. Jaja, pero en la fuente. -Rio Lara.

Jejeje. ¡Ui! ¡Pero qué mala eres!

-¿Yo? Muchísimo. -Respondió ella.

-Ummm. ¿Cuánto de mala eres, pequeña?

-Mucho-. Respondió, esta vez intentando cambiar de tema… o de aires. Lo que antes funcionara.

Alargó su mano y volvió a coger el vaso, esta vez con Juan Ignacio delante.

Antes de llevárselo a la boca le preguntó si podía beber un poco, algo a lo que él accedió encantado.

-¡Espera! Voy a preparar dos nuevos vasos, que este se ha quedado ya aguachirri-.

Ella asintió, pues por muy malo que supiese ese brebaje, siempre sería mejor eso que correr el riesgo de perder aquella relajación de la que ahora disfrutaba, y que tanto le convenía mantener para no padecer algún ataque de ansiedad.

Pocos minutos después ya había regresado con los vasos preparados. Antes de efectuar el primer trago, brindaron por algunas tonterías y comenzaron a beber.

Después de degustar sus copas varias veces, Juan Ignacio le hizo saber que había hecho como ella. Cuando esta reaccionó preguntándole a qué se refería, él le contestó que también se había quitado la ropa interior, llevándose la mano al paquete para terminar de indicarlo.

Ella forzó una mueca de aprobación, mientras añadía que había hecho muy bien. Que seguro que así se encontraría más a gusto.

Él reía mientras se levantaba de nuevo para alcanzar su vaso. Tras hacerlo retornó a su sitio, pero esta vez, apegándose mucho más a ella.

Volvieron a brindar, esa vez por la paz mundial. Un clásico que les hizo gracia y del que quisieron formar parte.

Poco a poco el alcohol iba ejerciendo su efecto en Lara, debido a las atípicas horas que eran para ingerirlo, pero sobre todo, porque hacía un considerable tiempo que no salía de fiesta.

Si bien es cierto que acudía a eventos con cierta asiduidad, su voluntad nunca era desmadrarse ni perder el juicio. Formaban parte de su trabajo, por lo que una vez allí procuraba ser sociable y ponerle buena cara a todo el mundo. Si se daba la circunstancia de que hubiera organizada una fiesta privada para otros influencers como ella, decidía no ir, a menos que fuese importante asistir por algún motivo, en cuyo caso lo hacía durante unas pocas horas, eligiendo siempre Red Bull u otras bebidas del estilo, que garantizaran poder mantenerla activa sin correr el riesgo de comprometerla…

El mundo del ”famoseo” de internet es más retorcido y revanchista de lo que pueda parecer desde el exterior, y no pocas individuas estarían encantadas de hacerle daño a Lara, o a quien fuera, con tal de poder ocupar ellas su lugar.

Cuando el contenido de su vaso había bajado hasta la mitad, empezaba a ser evidente el efecto que aquel brebaje infundía en ella.

Su aspecto, que anteriormente solía mostrar ciertos rasgos de suspicacia y recelo, proyectaba ahora una apaciguada semblanza, permitiéndole hacer gala de un talante mucho más risueño.

Juan Ignacio reparó en ello. De hecho, decidió aguardar hasta que Lara hubiese bebido lo conveniente, como para que su desinhibición y la suya se alinearan en el mismo punto. Esperó paciente a que se diera la ocasión ideal de precipitarse sobre su ”pequeña”, como la llamaba él, y en cuanto percibió la más mínima oportunidad, la aprovechó.

Valiéndose de la necesidad que tenía ella, debido a su achicada complexión, de incorporarse un poco cada vez que quería tomar el vaso de la mesa, extendió su brazo derecho aprovechando uno de esos momentos en los que volvía a dejarse caer sobre el respaldo. Una vez hubo rodeado su espalda, se apresuró a mirarla y a ofrecerle una sonrisa, interacción a la que ella reaccionó obsequiándole también con otra amable gesticulación.

Sin perder un segundo, Juan Ignacio se pronunció,

-¿Sabes de qué me están entrando ganas otra vez?

-No. ¿De qué cosa? -Dijo Lara manifestando interés.

-Pues de volver a tocarte la tripita como antes. Me ha encandilado lo hermosa que la tienes, lo lisa que es. Es una preciosidad, cariño-. Le contestó él.

-Jaja. ¿En serio? ¿Aún te han quedado ganas?

-¡Muchas! No me cansaría nunca de tocártela. Es como acariciar un almohadón de terciopelo-.

-¡Pero ahora no llevo bragas!. Si me subes el vestido como antes se me va a ver todo-.

-Jejeje. Mejor. -Acuñó Juan Ignacio, empleando para ello una actitud guasona.

Rio algo agitada, luego de lo cual, ambos permanecieron en silencio durante unos instantes. Durante este periodo, se afanó en esquivar aquella penetrante mirada que Juan Ignacio tenía depositada en ella, alternando sutiles sacudidas de cabeza que inconscientemente le delataban.

En cuanto logró recomponerse un poco, dejó de ponerse excusas. Todo a su alrededor le gritaba que se fuese; que ya había descontrolado lo necesario como para lograr saciar su sed de nuevas experiencias por una buena temporada. Su nivel de tolerancia se encontraba realmente cerca de alcanzar la cúspide, un pico que resultaba tan alto que cualquier observador que otease desde su cima se encontraría con serias dificultades para poder reconocerla.

Lara interrumpió el silencio, pero no lo hizo contestando de inmediato. Primero, se inclinó de nuevo hacia la mesa y acabó de un largo sorbo con el contenido que aún quedaba en su vaso. Lo apoyó con bravura sobre el cristal, impacto que reverberó con estridencia a lo largo y ancho de toda la estancia.

Se giró de nuevo hacia Juan Ignacio, a la par que empleaba la muñeca para secarse los labios con discreción, y mientras elevaba lentamente sus ojos buscando conectar con los de él, lo hizo.

-Vale, si quieres-.

-Por supuesto que quiero, pequeña. ¡Ven! Siéntate de nuevo aquí. -Dijo Juan Ignacio, mientras se daba dos golpecitos en la pierna, indicando donde se debía instalar.

Había sido vencida por una mezcla de circunstancias, de las que quizás el alcohol tuvo un papel destacado, pero desde luego, en lo absoluto capital. Aquello que de verdad condicionó su decisión de persistir, enfrentándose a una situación que comprendía de sobras que escalaba, fueron las inabarcables palpitaciones en su coño, que debido a los eventos acaecidos llevaban un tiempo estimulándola.

Y no tanto en un sentido figurado, pues era el receptor físico de todo aquel torrente de oxitocinas, que una vez recorrido cada rincón de su cuerpo, venían a estallar en él como un volcán escondido bajo el océano.

Estaba profundamente cachonda, pese a que su desempeño hasta ese lapso hubiese sido algo retraído, viéndose opacado por sus razones. Motivos que, sobre todo, atendían a una intensa timidez que, gracias al bourbon, poco a poco iba desapareciendo.

Aquel hombre, que a cualquier chica de su edad causaría un total rechazo, a ella le atraía. No tenía muy claro el porqué. Tal vez fuese el carácter, su físico depauperado o el afecto y la fascinación que provocaba en ella un varón provecto.

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