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La influencer influenciada (cap. 3): Texturas
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Durante el trayecto, fueron conversando de tonterías. Del tiempo tan malo que les había tocado, de lo complicado que estaba el centro para aparcar y cosas por el estilo.

Lara le escuchaba hablar; y bien sea por la incapacidad que tenía Juan Ignacio de mirarla mientras conducía o por el devenir tan desinteresado de la conversación que mantenían, comenzó a sentirse mucho más tranquila, incluso relajada.

Notaba cómo le palpitaba el coño cada vez que regresaba mentalmente a su asiento y volvía a ser consciente de donde se hallaba. Incluso fue capaz de ignorar cuán lejos se encontraban, pues todo el recorrido lo hicieron hablando y distrayéndose.

Él vivía a las afueras, en un barrio de obra nueva que apenas haría seis o siete años de haberse construido.

Finalmente, tras internarse entre aquella maraña de pisos dispersos, localizó su bloque, metió el coche en el garaje y cuando lo hubo aparcado, apagó el motor.

En ese momento apoyó su mano derecha sobre la pierna de Lara, mientras acompañaba tal acto diciendo.

-Ya hemos llegado, pequeña-.

-¡Sí que vives lejos, eh! Pensé que íbamos a pasarnos la ciudad. -Dijo ella visiblemente sorprendida.

-Jejeje. -Rio Juan Ignacio.

-Tienes razón, pero es una zona mucho más tranquila que el centro. Ya lo has visto viniendo. Todo lo que hemos tardado en salir y poder coger la circunvalación-.

-Ya, eso sí. -Dijo una Lara que, a ojos de él, se apreciaba visiblemente más a gusto.

La guio por el garaje hasta que ambos se toparon con el ascensor. Una vez dentro, pulsó el número dos y subieron.

En el momento en que Juan Ignacio abrió la cerradura de su apartamento, se apartó con decisión, invitándola con un gesto a entrar en primer lugar.

Ella accedió al interior y, tras de sí, pudo escuchar el estridente golpe que propinó la puerta al cerrarse. Un estruendo que sintió en lo más profundo de su ser.

A penas comenzaba a asimilar ese acontecimiento cuando él, que recién acababa de desprenderse de su abrigo, ya la estaba dirigiendo hacia el salón, marcándole el camino con su mano apoyada en la parte baja de su espalda.

Una vez allí, le acompañó hasta el fondo, donde le hizo sentarse en un sofá de enormes dimensiones con la forma de una ”ele”.

En su afán por aparentar ser un buen anfitrión, le ofreció algo de beber.

Ella le pidió agua y, cuando regresó con el refrigerio, trajo su vaso en una mano mientras en la otra portaba un vaso solo con hielo.

Una vez los dispuso en la mesa, se acercó a un mueble bar situado a la izquierda de la habitación, y luego de extraer de la vitrina una botella de bourbon semivacía, volvió al sofá con ella.

-¿No quieres probar un poco? Tengo también Coca-Cola por ahí. -Le preguntó.

-No gracias. Es un poco pronto para beber-.

-¿Pronto? jejeje. Sí son casi las cuatro de la tarde. Seguro que los sábados empezáis a beber antes tú y tus amigas-.

-jaja. ¡Qué va! Cuando salíamos lo hacíamos más tarde. Pero a penas salgo ya. -Dijo ella.

-¡Pequeña! Tienes que disfrutar más de la vida, que estás en una edad muy bonita. ¿Cuántos años tienes, que no me acuerdo ahora?

-Veinte. ¡Oye, que sí que salgo! Pero cada día bebo menos, eso es verdad-.

-Bueno. Luego si te animas, bebes de mi copa y arreglado. -Indicó Juan Ignacio.

Lara observaba a su alrededor. Ya no se encontraba tan alterada, aunque le seguía costando mucho cruzar la vista con él, y sobre todo, poderla mantener el tiempo necesario antes de apartarla y volver a resultar esquiva.

Juan Ignacio se sentó junto a ella, a la izquierda, casi rozando su cadera con la suya.

Comenzó a hablarle en un tono distendido. Repasando un poco la historia que habían tenido desde el mismo momento en que se habían conocido en un chat, hasta toparse con el día que les abarcaba…

También estuvieron reviviendo anécdotas, y al final del todo, le confesó que siempre había tenido muchísimas ganas de conocerla. Algo que, por otro lado, Lara ya sabía, pues era un interés común que se daba entre todos los maduros con los que se relacionaba.

Para ese entonces, la confianza ya era mutua y atendía a las miradas con menos evasión. Se creía tan a gusto que incluso se atrevió varias veces a soltar algún que otro vacile o broma, que enseguida era respondida con otra todavía más intensa por parte de él.

-Eres una preciosidad, cielo. Seguro que te lo dicen mucho. ¡Y muchos! jejeje. -Concluyó, mientras emitía una breve carcajada.

-Qué bobo. ¿Quién me lo va a decir?

-¡Hombre que no! ¿O es que los chicos de tu entorno se han vuelto bobos? Si no, no lo entiendo-.

Ella rio. Visiblemente risueña por el cumplido.

A estas alturas, la mano de Juan Ignacio llevaba ya un rato bailando y dejándose posar a lo largo y ancho de toda la pierna de Lara.

Cuando se mantenía de pie, su vestido no alcanzaba a cubrir sus rodillas, pues su vuelo quedaba algo así como a un palmo de las mismas. Pero el estar sentados tanto tiempo había provocado que esa parte de la tela retrocediera lo suficiente para apreciarse con nitidez una gran parte de sus muslos.

En algunas ocasiones, subía con sutileza ese trocito de tela, que a su juicio, estorbaba completamente. Hasta llegar a un punto que era evidente si se comparaba lo descubierta que se mostraba esa pierna con la otra.

A Lara no parecía molestarle, pues no hizo amago alguno que indicase incomodidad.

Y así era. Se sentía sosegada y disfrutaba mucho haciéndose la tonta, mientras ese hombre maduro acariciaba su pierna y subía su vestido pensando que no se daba cuenta.

Mientras ella estaba hablando, él la interrumpió de repente.

-¡Oye! jejeje. Me acabo de acordar de una cosa. ¡Casi se me olvida!

-¿De qué? Miedo me das, jaja-.

jejeje. Pues de qué te dije que vinieras para darte un masajito en la tripa. Para ayudarte a ir al baño. ¿Te acuerdas?

Ella rio nerviosa, pero a esas alturas, ya quedaban bastante lejos aquellas sensaciones paralizantes que tanto temor le habían causado.

Reconvertida la inseguridad en una sensación más reconfortante y con la impresión de poder contar ahora con la fortaleza suficiente, se estimó preparada para dejarse llevar y encarar casi cualquier tipo de efeméride.

-¡Es verdad! Jaja. Yo tampoco me acordaba para nada, en serio-.

-Ven, ponte aquí. -Dijo Juan Ignacio, mientras juntaba las piernas y señalaba con la otra mano donde quería que se sentase ahora.

-¿Seguro? Igual te peso mucho. -Dijo Lara.

-Jejeje. -El rio amistosamente y corrió a corregirla.

-En absoluto, pequeña. Si eres muy delgadita. ¡No pesas nada! No entiendo cómo no se te ha llevado el viento antes-.

La mano que hasta ese momento había yacido sobre su pierna, pasó a alojarse ahora en su espalda, donde, a base de propinarle diversos golpecitos, logró que terminara de decidirse y se alzara del sofá.

Una vez que se levantó, la agarró de la cintura con ambas manos y la situó delante suyo, para a continuación girarla con ligereza y disponerla levemente sobre sus rodillas.

Era como una muñeca para sus ojos.

Debido a su altura, su peso actual y a sus prominentes brazos, podía manejarla casi como si fuese un cojín.

Eso le volvía loco, pero no valía propasarse antes de tiempo. Debía ser paciente y eso lo sabía. Iba poco a poco, pero sin detenerse nunca del todo.

En cuanto ella misma terminó de acomodarse, notó la presión que su culito ejercía sobre sus piernas.

Una vez la tuvo montada encima suyo, comenzó a separarlas poco a poco, hasta que el trasero de Lara hiciera contacto con el cojín del sofá, quedando abrazada entre los cuádriceps de Juan Ignacio.

-¿Estás a gusto? -Le preguntó al oído, empleando para ello un tono susurrante.

-Sí, estoy bien. -Fue lo único que ella alcanzó a articular.

En ese instante la abrazó, rodeándole el vientre con sus brazos. Mientras él hacía eso, ella poco a poco iba relajando el cuerpo, hasta terminar su espalda recostada sobre su barriga, esa que, a la hora de estar sentado, le costaba más trabajo disimular.

Cuando entendió que ya se encontraba preparada, empezó lentamente a levantarle el vestido por la parte delantera.

Pero el culo, apoyado sobre el sofá, impedía que pudiera seguir subiéndolo más arriba, por lo que le pidió que se inclinase un momento, para así retirar por completo esa parte de tela trasera que le impedía avanzar en el descubrimiento de su precioso abdomen.

Ella se escoró un poco hacia delante, circunstancia que él aprovechó para subir el vuelo del vestido hasta la altura de la cintura. Una vez hubo liberado ese trozo de tela, volvió a sentarse corriendo, como queriendo evitar así que su culo al desnudo, tan solo interrumpido por un ”culote”, pudiera ser visto por él.

Pero evidentemente, había sido testigo de su preciosa imagen. Estaba detrás, por lo que al inclinarse, durante unos breves instantes, pudo tenerlo justo delante de sus ojos; solo para él.

Cuando Lara retornó a su sitio, él continuó subiendo la tela del vestido. Esta vez logrando superar sin dificultades la zona de la pelvis, que alumbró a aquel ”culote” por su parte anterior.

Era un conjunto blanco y liso por ambas caras, a excepción de los laterales, que bordados con gran lindeza parecían describir formas florales.

Al rebasar esa altura, notó como Lara emitía un profundo jadeo, que hubiera sido imperceptible de no ser por el hecho, o más bien por el deleite, de tenerla apoyada sobre su pecho y barriga.

Eso le estimuló de una manera casi descontrolada, animándolo a seguir decididamente con su propósito. Sin distraerse demasiado prosiguió levantándoselo, para descubrir por primera vez su pequeño ombligo… Un ombligo que se esculpía sobre un vientre plano y tono de piel claro, carente de cualquier imperfección.

El ascenso concluyó cuando se aproximaba a escasos centímetros del sujetador.

Al ir a rebasar esa línea, Lara le detuvo.

-¡La tripa! No sigas, que te vas a pasar de ahí. -Dijo empleando un timbre de voz suave.

-Jejeje. Es verdad, pequeña. Es que me he despistado un poco-.

-Sí… claro. Solo un poco. -Sonrió finalmente Lara.

-Es que tienes un cuerpazo. Lo había visto en algunas de las fotos que me enviabas, pero siempre te tapabas la cara. No había podido verte en conjunto hasta ahora-.

-Ya… Lo hago por seguridad. Que luego esas imágenes terminan donde ya sabes. -Dijo ella.

-Jejeje. Es verdad. En páginas guarras. ¡Eh! -Apuntó Juan Ignacio de forma burlona.

Aquel comentario, tan espontáneo como atrevido, la hizo reír brevemente y asentir con empatía en señal de entendimiento. Risa que se vio alterada hasta su interrupción, al ser consciente de cómo, sin previo aviso, se había lanzado ya a acariciar su vientre, empleando para ello sus dos inabarcables manos.

Lo palpaba sin respetar un orden determinado, pero manteniendo cierta armonía en sus movimientos. De vez en cuando le rozaba la pelvis, dejando que la yema de alguno de sus dedos se deslizase unos milímetros por debajo de su ”culote”, para huir enseguida de allí como haría un chavalín después de haber cometido una travesura.

-Lara, para ser tan delgada, tienes unas caderas preciosas, muy marcaditas. -Dijo Juan Ignacio mientras aprovechaba para adherirse a ellas con ambas manos.

-Jaja. ¡Pues gracias! Es por genética, sobre todo, mi madre y mi hermana también tienen caderas anchas. -Le nació responder.

-Pero tú las tienes muy bonitas, ¡eh! Muy voluminosas. Te aseguro que para lo delgada que eres, sorprenden. -Apuntó él.

Algunos minutos después de empezar a ser manoseada por aquel hombre, fuese por eso, por los nervios o por la exposición directa al frío del salón al que su tripa estaba siendo sometida, comenzó a sentir algunos retortijones. Una especie de calambres que surgían en su bajo vientre, y que desde luego, no eran desconocidos para ella.

Lara se revolvió un poco, al tiempo que se llevaba las manos a esa zona del abdomen. En cuanto lo hizo, Juan Ignacio le preguntó, empleando para ello un tono dulce.

-¿Tienes ganas de ir al baño, princesa?

-Creo que sí… Un poco. -Respondió ella.

-Ven, levántate y vamos, te acompaño. -Le sugirió Juan Ignacio.

Ella se levantó, pero esta vez, lo llevó a cabo sin correr a ocultarse con urgencia tras su vestido.

Primero se puso en pie, y sólo entonces, dejó caer la tela con cierta parsimonia. Lo que a él le permitió poder presenciar su culo con más calma, y no tan solo durante unos instantes como hacía un rato.

La tomó de la mano y la dirigió hacia el baño, donde esperó a que entrase para, de inmediato, hacerlo también él.

-Siéntate en la taza, cariño-.

-Pero me da vergüenza que me veas y que estés aquí, delante de mí-.

-¡No digas tonterías, pequeña! No te voy a ver nada. Te bajas las bragas y el resto del vestido ya te cubre todo. -Expuso Juan Ignacio con la clara intención de calmarla.

-Ya… ¿Pero si huele o algo? Me da muchísima vergüenza que me veas haciéndolo-.

-Nada de ti me da asco, cariño. Eres una preciosidad, una monada. Me gusta todo de ti. ¿Me oyes? ¡Todo! -Reafirmó él.

-No sé…

Mientras ella dirimía con sus dubitaciones, él se giró para buscar algo con la mirada… Cuando lo encontró, se aproximó al váter y lo puso al lado. Era un pequeño taburete.

Se situó enfrente de Lara, cogiéndola de las caderas y susurrando directamente en sus oídos que no estaba ocurriendo nada. Casi al mismo tiempo, se disponía a moverla lo suficiente como para conseguir, gracias a un controlado empujón, sentarla sobre la taza del inodoro.

Una vez allí, hallándose delante, posó sus manos sobre sus rodillas.

-Tranquila, pequeña. Esto es de lo que habíamos estado hablando antes. De darte unos masajes y de que pudieras ir al baño-.

-Ya… Pero no sabía que ibas a estar conmigo-.

-Claro que sí, cielo. Yo lo que empiezo lo acabo. -Dijo Juan Ignacio sonriéndole, mientras buscaba hacer coincidir su mirada con la suya.

-Si quieres empiezo yo. ¡Venga, quita! Que me pongo. -Exclamó él, mientras una enorme mueca de corte pícaro deformaba su rostro.

Lara rio. Lo hizo de forma inconsciente y genuina. Le había conseguido extraer una pequeña carcajada, algo que sin duda contribuía a que se relajara y se acercase un poco más a él.

Juan Ignacio se volvió a sentar, y nada más hacerlo, volvió a insistirle con que se bajara las bragas.

-¿Seguro que quieres que lo haga? Última oportunidad. -Le avisó ella.

-Completamente, pequeña. Lo que empecemos juntos, juntitos lo terminaremos-.

Ese comentario suscitó cierta ternura en ella.

No veía otra salida; además, en el fondo de su ser, tampoco tenía del todo claro que tuviese la necesidad de encontrarla o de que existiera.

No estaba aterrada ni excesivamente incómoda. ¿Se estaría entonces volviendo totalmente loca? ¿Estaba a punto de ocurrir aquello?

Terminó sus reflexiones sin un punto y seguido.

Después de devolverle una sonrisa, algo menos rígida que al principio, simplemente comenzó a hacerlo. Se bajó las bragas y las soltó hasta que estas terminaron encontrando acomodo sobre sus botines.

Juan Ignacio saltó de su taburete, abalanzándose sobre ella con sumo cuidado y procediendo a retirarle el vestido por encima de la taza, con intención de que éste quedase arremangado de alguna forma alrededor de su cintura.

Una vez hecho esto, acercó su asiento todavía más, la cogió de ambas manos y le dijo.

-Vamos cariño. Ponle empeño. Estoy contigo-.

Alternaba gestos vivarachos con otros cuyo aspecto se tornaba más serio, algo que solía coincidir con las veces que la notaba haciendo fuerza. Esto enternecía a Juan Ignacio hasta unos extremos que no era capaz de omitir.

Acariciaba su cara mientras ella procuraba complacer de alguna manera sus exigencias.

Durante el impasse que existía entre aquellos momentos en los que apretaba y se relajaba, acariciaba su vientre con alguna de sus manos, para así poder sentir cómo este, al comenzar de nuevo el proceso, se endurecía y distendía al compás de sus intentos.

Al poco tiempo de comenzar, logró expulsar algunos gases. Pedos cuyo sonido, no solo golpeó sus caras, sino también todos y cada uno de los baldosines que cubrían ese baño.

Algo que ocasionó que Lara se ruborizase y se pusiera roja como un tomate.

Juan Ignacio acarició sus mofletes con cariño, mientras mirándole a los ojos procuraba tranquilizarla.

-Jejeje. Mi pequeña. Es algo natural. No te preocupes lo más mínimo. ¿Me oyes?

-Sí… -Exclamó.

Respuesta que, si bien no sonaba esplendorosa, lejos quedaba ya de asimilarse a aquel timbre, discreto y retraído, que la había caracterizado desde que se habían visto las caras por primera vez.

Cuanto más tiempo pasaba apretando, más pedos y con mayor frecuencia solía expeler. Evento del cual Juan Ignacio se vanagloriaba, tratándolo de demostrar acariciándole la cara o directamente verbalizando.

Lo que más le ponía, aparte de la coyuntura por sí misma, era poder conectar con alguien de una manera tan íntima como esa.

Poder conocer sus secretos, cada defecto, aprender a apreciar todos los olores, a amar y encariñarse con cada sabor de aquella persona a la que adorase, implicaba tal éxtasis para él, que desde hacía mucho tiempo, no podía pensar en otra cosa…

En un momento dado, se escuchó un sonido diferente que emergió del interior del váter. Similar al que hubiese hecho una piedra al caer sobre un estanque.

Lara lo había conseguido.

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