Se quedó varios minutos mirando aquel mensaje que acababa de enviar.
Todavía no era del todo consciente de lo que había hecho, ni de hasta qué punto podía tener implicaciones.
Al tiempo que una gran parte de ella entraba en pánico, de la otra sin embargo brotaba, con más fuerza aun si cabía, un torrente de adrenalina subcutánea que enfrentaba con fruición a su otro yo, hasta doblegarlo y someterlo contra el suelo sin apenas dificultad.
Había perdido completamente la batalla de la racionalidad y se había entregado al morbo más feroz y desatado, que hasta ese momento, había conocido nunca.
En realidad, ninguna excusa, llamada de atención o preocupación bien fundamentada, hubiesen sido suficientes para desalentarla.
Se acababa de arrojar a un vacío sin asomarse ni conocer su altura, ignorando si una vez alcanzara el fondo, existiría una red de seguridad que la salvase. Y precisamente era eso lo que más entusiasmo le suscitaba.
La dulce tentación de arañar el peligro y el innegable atractivo de sufrir las consecuencias le llevaron a no borrar ese mensaje, a quedarse observando durante unos instantes mientras se seguía presionando el coño con su mano izquierda.
Pasados unos minutos de haber enviado el texto, pudo ver como la aplicación le avisaba de que alguien estaba escribiendo. Juan Ignacio le estaba respondiendo.
Su cuerpo reaccionó como si se encontrase en la zona cero de una detonación, dejando caer el móvil a unos escasos centímetros de ella, sobre uno de los cojines del sofá.
La mente de Lara sufría un mar de interferencias que oscilaban entre el terror más abrasivo y el clímax más arrebatador que había experimentado jamás.
Cada pocos instantes miraba de reojo si seguía poniendo ”escribiendo” en la parte inferior de la aplicación, y preguntándose si una vez llegara la respuesta, sería capaz de afrontarla.
Al final el mensaje llegó. En cuanto lo hizo su smartphone sonó, emitiendo un sonido que a pesar de ser el mismo que habría escuchado miles de veces sin exagerar, esta vez se le antojaba totalmente distinto. -¿Me estaré volviendo loca? Pensó para sus adentros.
No podía coger su móvil, ni siquiera mirarlo, porque sabía que fuera lo que fuese que hubiera contestado Juan Ignacio, nada más leerlo tendría que enfrentarlo y hacerse cargo de su atrevimiento. Algo que la aterraba hasta el punto de lograr paralizarla.
Se levantó de golpe del sofá y se fue corriendo al baño. Desde siempre, desde que tenía memoria para recordar, todos sus nervios, ansiedad o presión de cualquier tipo los terminaba acumulando en el estómago. Personándose en forma de molestias en la tripa o calambres en su abdomen.
El suceso que estaba viviendo atendía a una de estas razones. A pesar de ser una chica de reacciones mesuradas e ímpetus contenidos, cuando algo escapaba de su control era fácil que le abordaran ese estrés, la ansiedad y posiblemente una visita corriendo al baño.
Llegó al servicio, levantó la tapa del inodoro, se bajó el pantalón del pijama y se dejó caer sobre él con brusquedad.
Contuvo esa postura durante unos minutos, pero nada. A pesar de los retortijones que le acababan de dar, tras un par de intentos no pudo lograr más que expulsar unos cuantos pedos, que al menos, consiguieron aliviar un poco la presión de su interior.
Se mantuvo unos minutos en ”babia”, con la mirada puesta en una pequeña repisa que tenía enfrente, pero sin pensar en nada en realidad. Mentalmente estaba exhausta. El altibajo de emociones que venía experimentando, así como su intensidad, eran nuevos para ella. Por lo que internamente, necesitaba unos instantes de desconexión; algo que logró en cierta manera, hasta que de pronto cayó en la cuenta.
Ya habría pasado un buen rato desde que Juan Ignacio le había respondido. De hecho, durante su estancia en el váter su móvil había estado propinando una serie de pitidos en señal de aviso.
Entendió que cuanto más tiempo tardara en contestar, más difícil lo tendría para justificarse, por lo que con cierta premura se puso en pie. No sin antes coger un poco de papel y pasarlo por su culo, papel que por otro lado se descubría estéril y carente de suciedad alguna.
Llegó a la altura del salón, y tras aguardar unos segundos, traspasó por fin el marco de la puerta. Lo hizo mostrando cierta cautela, como si esperase que al hacerlo, fuese a encontrar algo diferente a como lo dejó.
Allí frente a ella, se encontraba su smartphone, que todavía sobre un cojín emitía una parpadeante luz blanca por medio de un pequeño lec.
Lo hizo sin darse cuenta, pero antes de dar el paso de acercarse y desbloquearlo, inspiró con fuerza, colmando su pecho de aire, logrando conferir algo de serenidad a su espíritu y también, proveyendo a su corazón de cierta robustez.
Cuando la pantalla se iluminó ante ella, pudo leer los mensajes que le había dejado Juan Ignacio.
-¡No me lo digas dos veces! jejeje. No te imaginas las ganas que tengo de conocerte, pequeña. Te he invitado otras veces, pero nunca te venía bien-.
-Hoy salgo pronto de trabajar. ¿Qué te parece si paso a recogerte?
-Que… ¿Te animas?
Escribió Juan Ignacio, finalizando el texto con varios loguitos con caras sonrientes sacando la lengua.
Una vez que terminó de leerlo se tranquilizó bastante. Pudo deshacerse de todos esos fantasmas que revoloteaban por su cabeza al ver que no eran tan graves como vaticinaba que podrían serlo.
Poco a poco se fue dejando llevar hasta alcanzar de nuevo ese estado, aquel en el que sensaciones de todo tipo comenzaban a jugar con ella, ubicándola en un lugar del que no se quería ir, pero en el que tampoco quería estar.
Antes de ponerse a escribir, volvió a colocar de nuevo su mano izquierda sobre el coño, esta vez dejando que de manera sutil se internasen dentro las yemas de sus dedos índice y pulgar.
Recapacitó durante unos breves minutos y solo cuando lo tuvo más o menos claro, se puso a ello.
-Jaja. Sí, vale. Por mi bien. Pero prefiero que no me recojas en mi casa. Por mantener un poco de privacidad-.
-Entonces. ¿Cómo lo hacemos? -Preguntó Juan Ignacio.
Lara reflexionó durante unos segundos hasta ocurrírsele una idea.
-¿Por qué no salgo, camino un rato y luego te mando mi ubicación? ¿Te parece bien?
-Me parece perfecto. ¡Pero qué lista es mi niña!
-jaja anda calla -Exclamó Lara en todo burlón.
-¿A qué hora quedamos, cielo? Yo salgo de trabajar a las dos. Ahora son las doce y cuarto pasadas. ¿Te dará tiempo a arreglarte, maquillarte y eso?
-¡Si! Aún me tengo que duchar y tal, pero yo creo que si-.
-Perfecto, pequeña. ¿Vives más o menos por el centro no? Para hacerme una idea y calcular un poco el tiempo-.
-Sí. Por allí. Cuando ya esté abajo y te mande la ubicación, quiere decir que ya estoy. ¿Vale?
-¡Estupendo! Cielo, me has alegrado la mañana. Que digo la mañana. ¡El día! -Dijo él.
-Si, claro. El mes, no te digo jaja. Oye, voy a ir arreglándome y eso para ir más tranquila. ¡Un beso!
-¡Si, eso! Tú arréglate, que te quiero ver bien guapa. Jejeje. Un besito, pequeña-.
Inmediatamente después de despedirse Juan Ignacio, cerró Inst., así como todas las demás aplicaciones que tenía abiertas.
Se quedó pensativa durante un rato. Había sido, sin duda, lo más intento que había profesado nunca. Cuando se quiso dar cuenta, ya eran las doce y media pasadas. El tiempo volaba, pero lo hacía sin ella, así que se levantó de un brinco del sofá y se dirigió de nuevo al baño.
Cerró la puerta y acto seguido, dejó caer de nuevo su pequeño pantalón del pijama, esta vez para no volverlo a poner después.
Se arrebató la camiseta que quedó también tirada por el suelo y se metió en la ducha.
El agua salía caliente. Se empezó a frotar el cuerpo con sus propias manos, que con la ayuda de un poco de jabón recorrieron su piel siendo testigos de cada imperfección. Cada lunar, cada bello, cada centímetro de su cuerpo estaba siendo cubierto de espuma.
Después de aclararse el pelo, luego haberse aplicado un champú, utilizó un acondicionador especial que favorecía un pelo más liso tras el aclarado.
Le interesaba porque iba relativamente mal de tiempo y no quería perder aquel que no tenía después con la plancha.
Mientras hacía efecto, se embadurnó la piel con un gel que olía a aguas termales. Le encantaba.
Lo extendió por todo su cuerpo, haciendo hincapié en diversas zonas higiénicamente sensibles como lo eran el entorno de sus pechos, las axilas, también el coño y sobre todo, por la zona del culo, entre sus nalgas; para lo cual procuró agacharse, adquiriendo por momentos la postura de alguien que pareciera estar defecando en la calle.
Al terminar de extenderse el gel, comenzó a aclararse el pelo, aclarado al que le siguió el resto del cuerpo hasta hallarse desprovista de cualquier rastro de loción.
Cerró el grifo y procedió a salir, alcanzando y poniéndose un albornoz que tenía siempre a mano, en la misma mampara de la ducha.
Después de secar un poco su larga melena rubia con la toalla y tras pasar un rato cepillándose frente al espejo, decidió emplear el secador, que acompañado siempre por otro cepillo más fino permitía comprobar las virtudes del acondicionador ”Especial Cabello Liso”, que prometía el envase.
Cuando hubo acabado, se lavó los dientes y comenzó a maquillarse, para lo cual empleó buena parte del tiempo que disponía.
Cerrado el estuche y habiendo guardado todas las pinturas en su interior, agarró el móvil para ver la hora y -¡Madre mía!-. Se exaltó. Ya eran la una y media pasadas.
Salió el baño desnuda y se encaminó corriendo a su cuarto. Menos mal que durante la ducha y debido a que bañarse era para ella un acto monótono y bastante rutinario, pudo abstraerse e ir dándole vueltas a la cabeza sobre qué outfit escoger.
Aun así, no tenía muy claro que prendas de vestir iba a seleccionar. Hacia frío, llovía a ratos y aparte tendría que andar un buen rato por la calle.
Al final, su sentido de la moda se impuso sobre las vicisitudes climáticas. Lo cual no era extraño, pues dedicaba la mayor parte de su tiempo a eso, aparte de ser una pasión y hoy en día, su medio de vida.
Lara era bajita, mediría alrededor de un metro sesenta y poco. No está muy claro porque en realidad, nunca se había pronunciado sobre ello, así que su altura exacta era una incógnita; algo que se estimaba por comparación, sobre todo.
A pesar de su estatura y de poseer un cuerpo delgado para los estándares de las redes, solía encontrarse con diversos problemas a la hora de elegir conjuntos, vestidos u otro tipo de prendas. En concreto, que tuviesen una talla acorde con su cuerpo, porque a pesar de acertar con esta, debido a su pecho, no le terminaban nunca de encajar bien del todo.
Le ocurría algo similar con los sujetadores. Pues al ser delgada pero a su vez, haber desarrollado un pecho tan voluminoso en comparación con el resto de su constitución, solían quedarle muy desajustados. O acertaba con la copa pero se le quedaban flojos o si se le ajustaban a la espalda, estrujaban sus tetas como una panadera preparando masa madre.
Para la ocasión, se acabó decidiendo por un vestido blanco tipo ”smock” con flores amarillas dibujadas. Uno corto, más suelto y flojo que ceñido y que se unía a ella gracias a dos tirantes finitos que descansaban sobre sus clavículas.
Era bastante primaveral para la estación en la que se encontraban, pero iba verdaderamente mal de tiempo y no quería perder aún más teniendo que elegir entre vaqueros y camisetas, además de en cómo combinarlos.
Se puso un sujetador liso, también de color blanco, de confección sencilla y sin ningún tipo de relleno. Pero a pesar de no llevarlo y de que el vestido fuese holgado, no podía disimularlo del todo. Pues, aunque el escote que ofrecía su indumentaria era prácticamente inexistente, una considerable elevación bajo el mismo delataba aquello que tanto se esmeraba en ocultar.
Remató el look adhiriendo a sus pies unos botines de tacón bajo y lo finalizó con un bolso de mediano tamaño, fácil de cargar.
Por fin estaba lista.
Antes de atravesar la puerta de casa, se paró unos instantes frente a un enorme espejo que se encontraba en la entrada.
Se observó de arriba a abajo, iba preciosa y lo sabía. Era una verdadera conocedora del arte de gustar. Era consciente del poder que tenía cuando quería y del que secretamente solía disfrutar. Así que, verse tan arreglada, dispuesta a enfrentar aquella aventura, le proporcionó las últimas fuerzas y el empuje necesario para lograr salir, abrir la puerta y de un discreto portazo, cerrarla tras de sí.
En cuanto comenzó a caminar por la calle, en busca de aquel lugar en el que esperaría a Juan Ignacio, se percató de lo realmente enfurecido que se había vuelto el clima. No solo llovía, también la temperatura había descendido más de lo que creía, además un vendaval de considerables proporciones pareciera que en cualquier momento fuese a llevarse la ciudad con él.
Su paraguas a penas le conseguía cubrir, pues ante el más mínimo cambio en la dirección del viento, este se retorcía y deformaba, quedando expuesta y arrollada por las inclemencias que le azotaban sin piedad.
En cuanto pudo, corrió a refugiarse al amparo de unos soportales, los cuales acogían diversas tiendas de barrio y algunos bares.
Ya pasaban las dos de la tarde, por lo que iba siendo hora de enviarle su ubicación.
Se encontraba más cerca de casa de lo que hubiera querido estar, pero le era completamente imposible alejarse, no con semejante tormenta.
Por lo que, tras buscar en Maps y copiar la dirección de su situación, se dispuso a pegarla en la conversación que compartía con Juan Ignacio.
Tras hacerlo, se sentó fuera, en la mesa de una cafetería, y con un café descafeinado con sacarina como compañía, aguardó atenta su llegada.
Procuró pasar ese periodo lo más distraída posible. Lidiando con la continua impresión de estar siendo juzgada por el resto del mundo. Una multitud que no paraba de observarle y vedar su comportamiento.
Mientras miraba hacia la carretera y daba pequeños sorbitos al café con la actitud de quien pretende pasar desapercibido, noto de repente como un coche se detenía más o menos a su altura, quedándose en doble fila y colocando los intermitentes.
Tímidamente focalizó su atención sobre la ventanilla del vehículo, y observando a través del cristal del copiloto, pudo identificar quién iba a los mandos. No albergaba ninguna duda.
Unos nervios inconmensurables recorrieron todo su cuerpo como si un rayo de aquella tormenta le acabase de atravesar.
Se giró apresuradamente y rezó para que él no la hubiese visto. Disimuló tomando la taza que yacía en su mesa y dándole un buen sorbo, con más intención de ocultarse tras ella que de apreciar el suave matiz del grano.
Pero en el momento en que despegó sus labios de aquel recipiente, advirtió como un hombre alto y trajeado acababa de localizar su escondite. Sintiéndose intimidada hasta el grado de quedarse petrificada y no ser capaz ni de girarse, trató de fingir que ignoraba su existencia, mientras mantenía sus ojos fijos en algún lugar del horizonte.
Cuando de improviso, Juan Ignacio irrumpió en su divagar.
-Perdona. ¿Eres Lara?
-¡Si! -Profirió ella, empleando un tono algo desencajado. Acto seguido, se giró lentamente hacía él y lo miró.
Cuando sus ojos hicieron contacto, Juan Ignacio le sonrió.
Parecía ser más mayor en persona que en las fotos, para las cuales sin duda, se empleaba a fondo en mostrar siempre su mejor perfil. Si bien era alto, con el resto de su cuerpo pasaba algo parecido.
Aquel físico atlético que figuraba tener en los post que subía a sus redes, había dejado hace tiempo de corresponder con la realidad, evidenciando un deterioro propio de la edad y achacable también a la falta de ejercicio.
-Te he visto de milagro, pequeña-.
Dijo él a viva voz, o al menos así lo percibió una Lara que internamente, se descubría librando una batalla contra sí misma por no derrumbarse y mostrar cierta espontaneidad.
Mientras todo esto pasaba por su cabeza, Juan Ignacio proseguía hablando.
-Te he reconocido por tu melena rubia, ya que en tus fotos sales siempre desenfocada o de perfil. ¡Bribona! Que apenas te dejas ver-.
-Bueno. ¿No me das dos besos?-. Sentenció Juan Ignacio mientras apoyaba con sutileza su mano derecha sobre uno de sus hombros.
-¡Si! Claro. Perdona, espera que me levanto -Dijo ella algo sobresaltada, mientras fruncía el ceño procurando aparentar una especie de sonrisa.
Una vez que hubo incorporó se giró hacía él, y en ese instante pudo apreciar lo realmente alto que era, sobre todo en comparación.
Él se agachó un poco, la cogió de la cintura y procedió a saludarla, propinándole dos besos a escasos centímetros de sus mejillas.
Tras eso, Lara se retiró hacia atrás con cuidado, con la clara intención de volverse a sentar, pero Juan Ignacio intervino.
-Oye cielo, tengo el coche mal aparcado. ¿Qué tal si nos vamos ya? No quiero que la grúa se me lo acabe llevando-.
Expresó de forma directa, pero acompañando la frase en todo momento con un cierto aire de hilaridad.
-¡Es verdad! Perdona. Espera que coja el bolso y nos vamos-.
-¿Has pagado? -Dijo él, mientras se llevaba la mano al bolsillo.
-Sí, tranquilo, pagué a la hora de pedir. No te preocupes-.
Juan Ignacio caminó delante. Cuando estuvo a escasos metros del coche, activó las puertas con el mando y mostrando un bello acto de caballerosidad, se dispuso a abrir primero la suya, la del copiloto.
Una vez montados y puestos los cinturones, partieron hacia su casa.