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El deseo oculto
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Iván había empezado a trabajar en la empresa hacía solo un mes, pero rápidamente se había ganado la atención de todos. Era joven, alto, de hombros anchos y una sonrisa fácil que desarmaba a cualquiera a pesar de su apariencia dejada, con algo de barriga. El típico geek. Su manera de caminar, segura y relajada, hacía que algunos se giraran para observarlo cuando cruzaba el pasillo, y no era raro que los comentarios sobre él fluyeran en las conversaciones de la oficina. A Iván le gustaba bromear con todos, especialmente con Raúl, un compañero de más experiencia que lo había tomado bajo su ala desde el primer día.

Raúl era un hombre reservado, de unos 40 años, siempre bien vestido, con el cabello oscuro apenas salpicado de canas. Su atractivo residía en su elegancia, su forma de hablar pausada y su mirada intensa que parecía atravesar a cualquiera que osara sostenerla.

Iván, desde el primer día, había sentido una atracción inexplicable hacia él, casi paternal. No era solo admiración profesional, había algo más. Una tensión que se instalaba en el aire cada vez que se quedaban a solas en la sala de reuniones o en la pequeña cocina de la oficina.

Lo más extraño era que, aunque Raúl siempre se mostraba profesional, Iván sentía que esa atracción era mutua. Había notado los destellos en los ojos de Raúl, cómo a veces sus miradas se encontraban durante más tiempo del necesario, o cómo en una reunión, los dedos de Raúl se habían rozado con los suyos mientras le pasaba unos documentos. No eran cosas que parecieran casuales, pero ninguno de los dos había mencionado nunca nada.

Todo cambió un viernes por la tarde. La oficina estaba casi vacía, la mayoría de los compañeros ya habían salido, algunos para empezar el fin de semana, otros para reuniones externas. Iván había decidido quedarse a terminar un par de cosas, y Raúl también estaba en su despacho. La tensión entre ellos ese día había sido más palpable que nunca. Desde la mañana, los cruces de miradas habían sido más intensos, más cargados de algo que ambos parecían querer ignorar.

Iván se levantó de su escritorio y se dirigió al baño. Necesitaba refrescarse, despejarse un poco antes de continuar. El espejo reflejaba su rostro ligeramente sonrojado mientras se echaba agua fría en la cara. Se desabotonó su camisa hasta casi la mitad y dejó al descubierto su pecho peludo para mojarlo también con el agua fría que salía. De repente, la puerta se abrió, y Raúl entró.

Iván se quedó congelado por un segundo, mirándolo a través del espejo. Raúl no dijo nada, solo caminó lentamente hasta colocarse junto a él, como si fuera lo más normal del mundo. Podían oírse sus respiraciones en el pequeño baño, el ruido de la oficina al otro lado de la puerta parecía tan lejano como si estuvieran en otro lugar, solos en su propio universo. Iván comenzó a abotonarse la camisa con calma, intentando disimular que estaba algo nervioso por verlo así.

—¿Todo bien? —preguntó Raúl, con una voz más grave de lo habitual.

Iván asintió, incapaz de encontrar las palabras. Sentía una presión en el pecho, una mezcla de excitación y vergüenza. Raúl dio un paso más cerca y su brazo rozó ligeramente el de Iván, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda. Iván giró el rostro para mirarlo directamente. La tensión entre ellos, que había estado latente durante semanas, se sentía a punto de estallar.

—No puedes seguir mirándome así, y menos con la camisa abierta. Es raro —murmuró Raúl, con sus labios a pocos centímetros de los de Iván.

—¿Mirarte cómo? ¿Así? —respondió Iván en un susurro, aunque ambos sabían exactamente a qué se refería.

Raúl no respondió con palabras. En lugar de eso, levantó una mano y la colocó en la nuca de Iván, atrayéndolo hacia sí, hasta que sus labios se encontraron en un beso cargado de deseo reprimido. Fue un beso hambriento, intenso, como si ambos hubieran estado esperando ese momento desde hacía semanas. Iván respondió con la misma urgencia, buscando con sus manos el cuerpo de Raúl, acariciando su espalda, sintiendo los músculos tensos bajo la tela de su camisa.

El pequeño baño, con su luz blanca y fría, se convirtió en el escenario de algo que parecía inevitable. Raúl lo empujó suavemente contra la pared, sin dejar de besarlo. Sus manos empezaron a desabrochar la camisa de Iván hasta abrirla por completo, y sus dedos acariciaron su piel caliente, jugueteando con el pelo de su pecho entre los dedos. Los gemidos apenas contenidos llenaban el espacio, mientras ambos se perdían en el deseo.

Iván deslizó sus manos por el cuello ancho de Raúl, desabotonando su camisa también, revelando su piel ligeramente oscura. Sentía el bombeo de la entrepierna de Raúl latiendo con fuerza bajo sus dedos, lo que lo excitaba aún más. Se besaron con más intensidad, las manos explorando, descubriendo, mientras la respiración de ambos se volvía más rápida, más entrecortada.

—No deberíamos estar haciendo esto —murmuró Raúl entre besos, aunque su cuerpo decía lo contrario—. Estoy a punto de reventar.

—Ya es tarde para eso —respondió Iván, con voz ronca por la excitación—. ¿Quieres que te la chupe?

Raúl dejó escapar una risa suave, casi nerviosa, antes de que su boca volviera a buscar la de Iván con más deseo que antes. Las manos de Raúl bajaron por el torso de Iván, acariciando cada centímetro de su piel antes de llegar a su cinturón. Desabrochó con destreza y lo dejó caer al suelo, seguido del pantalón. Iván jadeó al sentir el contacto directo de las manos de Raúl sobre su piel y su cuerpo reaccionando inmediatamente bajo el bóxer como él también estaba.

Ambos sabían lo que querían. Lo que necesitaban. Iván se agachó lentamente, besando el abdomen de Iván, descendiendo hasta que sus labios encontraron su punto más sensible. Raúl lanzó un gemido ahogado al sentir el calor de la boca de Raúl envolviéndolo, su espalda se arqueó contra la pared fría del baño ante lo que iba a pasar.

El ritmo era lento al principio, casi torturante, pero rápidamente se convirtió en algo más urgente, más demandante. Raúl no pudo evitar agarrar el cabello de Iván, enredándose sus dedos en las hebras oscuras de su pelo, mientras su cuerpo se tensaba de placer. El ambiente en el baño era sofocante, con el eco de los jadeos, los gemidos y el sonido de piel contra piel llenando el pequeño espacio.

Iván se introdujo la polla de Raúl de un solo movimiento, notando lo hinchado que tenía su rabo en su boca y miró hacia arriba cruzándose sus miradas por el deseo. La mamada fue fuerte, potente y tras unos instantes de placer, sin decir una palabra, lo giró contra la pared. Iván podía sentir la dureza de Raúl contra su culo, lo que solo aumentaba su excitación. Sentía cómo las manos de Raúl lo acariciaban, lo preparaban, antes de que ambos se fundieran en un movimiento lento y profundo que haría que Iván soltara un gemido grave.

La cabeza de su polla entró con facilidad dentro de Iván y el ritmo aumentó rápidamente, ambos perdidos en el placer. La sensación de estar haciendo algo en un lugar prohibido, el peligro de ser descubiertos, solo hacía que todo fuera aún más intenso. Sus cuerpos se movían al unísono, cada embestida más fuerte que la anterior, hasta que un sonido ronco salió de la boca de Raúl.

—Me voy a correr —dijo jadeante.

—Córrete dentro.

Raúl alcanzó el clímax, dejando lo más profundo posible su polla en Iván. Sintió cada bombeó de sus eyaculaciones como caían en su interior, lo que hizo que se corriera Iván sin manos, extasiado por la mejor de las folladas jamás experimentadas.

Cuando finalmente recuperaron el aliento, se separaron lentamente. Iván se apoyó contra la pared, todavía recuperándose, mientras Raúl recogía su ropa del suelo y comenzaba a vestirse. Ninguno de los dos dijo una palabra más, pero la complicidad entre ellos era innegable.

—Deberíamos volver antes de que alguien note nuestra ausencia —dijo Raúl finalmente, con una sonrisa apenas visible.

Iván asintió, sonriendo también, mientras se vestía. Antes de salir, Raúl se acercó una vez más y le dio un beso rápido en los labios, como una promesa de que esto no sería la última vez.

Ambos salieron del baño, intentando actuar con normalidad. Pero sabían que, a partir de ese momento, nada volvería a ser igual.

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