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Las apariencias engañan (4)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Después de levantar la mesa me dijo que me acomodara en el sillón, que iría a prepararse. Volvió a los pocos minutos y su atuendo hizo que me le tirara encima como un animal. Estaba vestida solamente con su delantal de trabajo.

-Pará un poco Santi –dijo riendo y frenándome con una mano en el pecho– Viendo como te pusiste creo que va a resultar más fácil de lo que pensé –la miré extrañado– Quiero que te resistas. Vamos a hacer de cuenta que estamos en la oficina y a suponer que tenés novia. Yo voy a tratar de seducirte, vos vas a negarte. Si aguantas más de una hora ganás, sino gano yo

-¿Y cuál va a ser mi premio si gano?

-Vas a poder cogerme el culo

-¿Y si pierdo?

-No vas a acabar por las próxima 24hs –A pesar de las contundentes evidencias de lo contrario creí que podía ganar, cegado por la carnada que hábilmente me había lanzado– ¿aceptás?

-Si, acepto.

-Antes de empeza vamos a poner unas reglas. Yo puedo hacer todo excepto besarte en los labios y desnudarme. Se considera que gano si vos me sacás el delantal, te desvestis o me das más de dos besos. También si me agarrás la cola o las tetas

-Me parece bien Ani.

-Excelente –buscó su celular y me lo mostró. Acababa de encender la cuenta atrás en una hora– Empecemos.

Analía salió del living para que entrara en papel y me acomodara. No noté en ese momento que estaba tan segura de su victoria que me estaba dando uno o dos minutos de ventaja. Me senté en la mesa con mi computadora, fingiendo que trabajaba.

Volvió a ingresar calzada con unas sandalias chatas con suela de madera. El sonido de sus pasos lentos me hizo voltear a verla. Sonrió y se acercó a saludarme, dándome un beso muy cerca de mis labios. Se sentó en la mesa, al lado de mi notebook. El recuerdo de la comida de concha de la noche anterior vino a mi mente, poniéndome la piel de gallina. Sonrió coqueta.

Durante cerca de cuarentaicinco minutos creí firmemente que ganaría la apuesta. Sus avances eran interesantes, pero no hizo nada que pudiera hacerme perder la cordura. Era como si la magia con la que me había seducido durante los últimos días hubiera desaparecido. Sin embargo, en un momento dijo “deja de resistirte, que sé que me deseas” y mi cerebro se apagó. No pude seguir oponiéndome. Simplemente me paré, corrí su delantal y me dispuse a penetrarla agarrándome de sus caderas. Antes que pudiera hacerlo me miró sonriendo y me entregó un preservativo.

“Acordate que no podés acabar” me dijo después del primer gemido, con su torso aplastado contra la mesa y sus piernas estiradas y ligeramente abiertas. Yo la estaba cogiendo duro, casi hasta con enojo. Mis manos se sostenían al costado de su cuerpo mientras mi pene entraba y salía de su concha a toda velocidad.

Analía gemía poseída. Estábamos a punto de acabar los dos cuando me detuve. Me miró sobre su hombro derecho, sin despegar su cuerpo de la madera. Tenía un mechón de pelo pegado a su piel y cubriéndole un ojo.

-Seguí –alcanzó a rogarme

-Si sigo voy a correrme.

-No es mi problema bebé. Hacé algo que también estoy a punto.

Saqué mi pija y la reemplacé por cuatro dedos de mi mano derecha. El pulgar y mi mano izquierda me sirvieron de sostén. Después de empezar a moverme dentro de ella, estirando y retrayendo mis dedos me agaché y como pude intenté abrir sus nalgas. Analía me ayudó con una mano, sin separarse de la mesa. Busqué su ano sin preámbulos, metiendo mi lengua todo lo humanamente posible.

El doble estímulo la hizo gemir y apretarme con la misma fuerza. Sus cachetes apretaban levemente mi nariz, dificultando mi respiración. Aun así seguía esforzándome en complacerla. Podía escuchar el chapoteo que generaba mi mano dentro de su vagina mientras Analía luchaba por no gritar. Retorcía mi lengua en su ano al mismo tiempo que mis dedos hurgaban en su sexo. En más de una ocasión las dos partes se rozaron en el cuerpo de la chica de limpieza. En esos momentos sus gemidos aumentaban. Al notar esto centré mi atención en hacerlo la mayor cantidad de veces.

Su pugna por no elevar el tono de su voz llegó a su fin luego de las continuas caricias de mi lengua y mi mano en su interior. Para entonces ya estaba de pie, con una mano en mi cabeza y la otra apretando sus pechos. Un largo y sonoro grito me avisó que había comenzado a correrse.

Animado por las expresiones de gozo de la chica de limpieza continué dándole placer hasta que un último ronroneo escapó de sus labios y soltó mi cabeza. Inmediatamente se desplomó en mi silla con la respiración entrecortada. Yo la miraba desde abajo con mi pantalón y calzoncillo por los tobillos y mi pene totalmente erecto.

-Agradecé que tu lengua hace maravillas –dijo aún agitada– pero igualmente vas a tener que comprarme un consolador –me sorprendieron sus palabras pero no me atreví a contradecirla– no quiero volver a cortar una cogida, mucho menos como la que me estabas dando, porque no puedas contenerte.

-¿Pensás dejarme caliente seguido?

-No sé, a lo mejor. Me gusta verte caliente…

-Me calentás vos, no hace falta que me quede con las ganas

-Ya sé bebé. Pero cuando te dejo bien calentito tu acabada es más intensa, más animal. Además, me calienta mucho verte caliente pero que igualmente te ocupes de mi –No me animé a contestar, pero el rojo de mis mejillas debió ser suficiente respuesta– verte de rodillas, con la pija bien dura y muerto de ganas de metérmela o pajearte hasta acabar pero esperando que yo lo desee para hacerlo.

Mientras terminaba de hablar acarició mi cara. Yo tomé la mano con que me mimaba y le di un beso suave. Unos minutos más tarde me dijo que necesitaba bañarse y que podía seguirla si lo deseaba, pero si lo hacía sería solo para complacerla.

Pensando obviamente con la cabeza equivocada la seguí a la ducha. Mi excitación aún no había disminuido en su totalidad y la imagen de Analía bajo el agua volvió a endurecer mi miembro por completo. Estaba de espaldas a mí, con el pelo mojado y alisado por la humedad llegándole hasta el inicio de su cola. Las gotas resbalaban por su piel aumentando su sensualidad. Me pegué a ella, haciéndola gemir al apoyar mi paquete en sus nalgas, la abracé por la cintura y besé su cuello. Lavé su espalda dándole un suave masaje.

Cuando terminé con su espalda di un pequeño apretón a sus nalgas. En ese momento la chica de limpieza tomó mis manos y las guio una a sus pechos y la otra a su vagina. Juntó su cuerpo al mío y giró para besarme. Sin separar nuestros labios apretaba sus senos alternativamente mientras colaba mi mano en su órgano sexual. La dureza de mi miembro era tal que empezaba a dolerme. Adicionalmente el subibaja de su cola sobre el mismo a medida que la penetraba me acercaba más y más al prohibido final.

Sabiendo que por mayor voluntad que tuviera mi explosión era inminente busqué alejarme del estímulo que me la provocaría, llevando mi cadera hacia atrás. La posición era algo incómoda, pero me permitió seguir haciendo disfrutar a Analía sin riesgo de acabar. Concentrado solamente en su gozo apreté despacio un pezón y lo fui retorciendo cada vez con más fuerza. Al mismo tiempo introduje mis dedos en su vagina con mayor profundidad. Una vez alcanzada la mayor hondura con mi mano quieta empecé a abrir y cerrar mis falanges.

Analía gemía con los ojos cerrados. El agua caliente caía sobre su cabeza y resbalaba a sus pechos y a su espalda. En un momento dado se dio vuelta para besarme. A continuación, se sentó en el borde de la bañera con las piernas abierta y la ducha encima suyo. Me agaché mojándome en forma directa por primera vez. Antes de que llegara a hundirme en su chochito abrió el mismo con una mano. Lo besé bebiendo la humedad de su concha mezclada con la de la ducha que caía encima de mí. Lo hice despacio, sorbiendo su clítoris y mordisqueándolo ocasionalmente. Analía tenía sus manos apretando sus pechos y no dejaba de emitir dulces sonidos de placer.

Me dediqué sin prisas a comer su conchita. Analía intercambiaba gemidos con frases cortas que me mostraban mi buen trabajo oral. Lamia, mordía y chupaba su vagina y su clítoris sin aumentar el ritmo. A pesar de ser una intensidad distinta a la que había utilizado hasta entonces fue igualmente placentero. Poco a poco fui dedicándome más a recorrer su interior, sin dejar de sorber sus juguitos. Ocasionalmente apretaba su clítoris entre mis dientes. El volumen de voz de la chica de limpieza fue aumentando también lentamente. Pese a que la erección ya me resultaba dolorosa ni se me ocurrió dejar de complacerla. Mi único objetivo era seguir haciéndola gozar.

Después de unos minutos empezó a acariciar mi cabeza. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Sus pechos cubiertos de agua subían y bajaban rítmicamente. Con su mano sobre mi pelo o rozando mis mejillas mis penetraciones comenzaron a ser más largas. Seguía lamiéndola despacio, aunque trataba de acomodarme al ritmo de sus suspiros. Su mano libre recorría su cuerpo con sus dedos simulando ser pinceles. Su vientre, sus senos, su cuello para pasar a mi cabello y volver a empezar.

Sintiendo que le faltaban manos intenté apretar sus pechos con las mías. Me agarró con suavidad las muñecas para apartarlas antes que alcanzaran su destino.

-Mejor usa tus manitos para abrirme bien el chochito y ayudar a tu maravillosa lengua, que de mis tetas me ocupo yo solita –hice lo que me insinuó, tirando con mis dos pulgares de sus labios. Tenía mis párpados bajos, sintiendo el agua caer por mi rostro, saboreando su excitación y oliendo el adictivo aroma que emitía. Aún sin verla puedo asegurar que sonrió ante mis acciones antes de soltar mi cabeza.

Con sus manos masajeando sus pechos, las mías estirando sus labios y mi lengua recorriendo su parte más íntima pude sentir que estaba por alcanzar el clímax. Buscando aumentar más su placer coloqué un pulgar y un índice sobre su vagina y llevé la mano liberada a acompañar a mi lengüita. Alternaba penetraciones combinadas con succiones a su clítoris hasta que decidí dejar mis dedos solos en su interior y mis labios sobre su parte más sensible. Moviendo su cadera al ritmo de mis chupetones empezó a correrse. No tuvo ni por asomo la intensidad de sus otros orgasmos, pero fue definitivamente más largo. No paraba de gemir y balancearse. Y yo no detenía mis estímulos.

Con la noción del tiempo completamente alterada noté que de a poco se calmaba. Di una última y larga succión antes de separarme de su clítoris y buscar su boca con la mía. Fue un beso largo y cariñoso. Aún algo débil se incorporó y me pidió que la bañara. Recorrer su cuerpo con mis manos enjabonadas y ver la espuma formándose sobre su piel me hicieron acordar que aún no me había corrido y que me faltaban cerca de 22 horas más para poder hacerlo. Leyéndome la mente llevó su mano a mi duro miembro y me besó. “Guardame tu lechita bien caliente hasta mañana. Si lo hacés va a ser lo mejor que te pasó en la vida” dijo al separarse.

No sé cómo no largué todo mi contenido en ese instante; su mano aún apretándome despacio y Analía dada media vuelta mirándome a los ojos con cara de puta y su mirada chispeante. La confianza en que haciéndole caso todo había salido mucho mejor que lo que pude imaginar me hizo querer evitar tentar al destino y aparté su mano.

Después de vestirnos pedimos algo de comer y vimos una película. Esta vez no se quedó dormida entre mis brazos, pero a punto de hacerlo me pidió que la llevara a la cama como había hecho el otro día. No pude negarme a la ternura con lo que me lo suplicó y por segunda noche seguida la cargué en brazos hasta mi cama, donde, acostándome a su espalda, nos quedamos dormidos.

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El otro yo
El otro yo
Hay un yo que es reservado, callado, tímido. Y está el otro yo. El que nadie conoce e invito a que conozcan a través de mis escritos Soy un escritor de relatos eróticos. Intento que mis escritos sean realistas y me gusta dar un marco a lo que creo. Mis historias suelen ser largas, con una primera parte de introducción y presentación de los personajes.

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