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La influencer influenciada
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Hacía poco tiempo que acababa de superar los cien mil seguidores en Instagram. Estaba emocionada, pero sobre todo, muy orgullosa de sí misma.

Habían sido muchos años de perseverancia y trabajo, que finalmente y contra todo pronóstico, se veían de cierta manera recompensados.

Contra todo pronóstico porque, si de algo había ido sobrada, era de faltas de apoyo, una ausencia total de confianza que la venía acompañando desde siempre a lo largo de todo su periplo…

Ni sus amigas de entonces, ni sus compañeros de instituto cuando recién comenzaba esta aventura, ni siquiera sus familiares; nadie creyó en ella.

Años después de eso, y gracias a la democratización de un internet bastante más maduro y asentado en la vida de todos de lo que lo estaba muy a principios de los 2000′, permitieron que una chica, provista solo de su imaginación y de los pocos medios materiales de los que disponía, lograra obtener una reputación en la red y asentar una comunidad bastante fiel, que le fueron allanando el camino hasta el momento presente.

Si bien, de cara a la galería, procuraba mostrarse segura en todos los sentidos, y siempre orientar sus post e imágenes desde un punto de vista positivo y rebosante de optimismo y belleza. Así como cuando colaboraba con otras influencers o acudía a eventos, se dejaba percibir como una chica abierta y repleta de vida social, con más interacciones de las que muchos, ni disponiendo de dos vidas, podríamos alcanzar a experimentar.

En el fondo, como en casi todo lo que nos rodea, se hallaba una verdad bastante más mundana y simplificada de su realidad.

Había dado tanto por su pasión, que durante mucho tiempo se vio obligada a apartar a todas esas personas, que por no creer en ella, consideraba tóxicas; hasta tal punto que su personalidad llegó a verse implicada, desvelándose hoy como un ser significativamente más cerrado e introvertido de lo que lo había sido, cuando aún comenzaba con todo esto.

En sus ratos libres, que eran bastantes, solía entrar a chats de forma anónima para distraerse.

Si bien, a principios del 2000′, estas salas disponían de un torrente de usuarios casi ilimitado, de todas las edades y casi a cualquier hora. Hoy, en pleno 2024, la cosa es bastante diferente.

Lo que habían sido salas repletas de dinamismo, genuina intención por sociabilizar y una variedad de temas y personas que parecía casi inagotable. Dieron paso a un lugar más parecido a la sala de espera de un tanatorio.

Por suerte, o por desgracia, cuando Lara, nuestra influencer, entró por primera vez a uno de estos chats, la cosa ya había decaído bastante. Y lo que una vez fueron salas repletas de juventud y vigor, habían ido dejando paso a una serie de acólitos, cuya media de edad no había dejado de aumentar dramáticamente con el paso de los años.

Por lo tanto, a falta de referencias con las que compararlo, su decadente estado actual fue siempre para ella lo habitual.

Ya estaba acostumbrada a hablar con maduros. Pasaba gran parte de su tiempo libre tratando casi en su totalidad con hombres de cierta edad. Interactuando con ellos y riendo, contándoles sus penas, distrayendo su atención, en definitiva, pasando el tiempo con ellos.

Nunca desvelaba su identidad, por supuesto. Pues si bien no era el perfil de influencer más popular, ni su contenido iba dirigido a personas con ese rango de edad, siempre cabía la posibilidad de que pudieran reconocerla, por lo que se cuidaba mucho de no revelar quién era realmente.

En el apartado ”mensajes privados” de sus redes sociales, se acumulaban cientos de ellos. La mayoría eran de chicas preguntándole de dónde era tal o cual outfit, si iba a ir a tal evento o si conocía a esta u otra influencer, etc. Parecían muchos de ellos un corta y pega. Las preguntas y comentarios que recibía eran propios de chicas de corta edad, pues eran casi en su totalidad el tipo de perfil de seguidoras que tenía.

Pero de vez en cuando, y casi desde el mismo comienzo de su andadura en las redes, recibía de tanto en cuanto algún que otro comentario proveniente de un perfil muy diferente.

Hombres de cierta madurez, que por algún extraño motivo, el algoritmo había tenido a bien llevarlos hasta ella.

No fueron nunca una constante, pero sí como un goteo, pues iba recibiendo mensajes así periódicamente, desde que tenía memoria para recordarlo.

Nunca es fácil relacionar dos hechos, por muchos puntos en común que tengan o por más aristas que se toquen.

Quizás, si la soledad no hubiera sido una constante en su vida, no se hubiese visto impulsada a buscar una vía de escape a través de ese entorno, el mismo que precisamente le resultaba tan familiar y estaba tan unido a ella, la red.

Puede que, de haber nacido antes y gracias a ello, poder conocer el entorno de los chats en su momento álgido, antes de que todos esos jóvenes huyeran despavoridos de un día para otro, atendiendo a la llamada del surgimiento de las redes sociales, hubiese valido para mostrarle un lugar, que en ese entonces resultaba completamente diferente.

Tal vez fuera por costumbre o por esa frialdad que hemos adquirido todos para lograr normalizar sin dificultades aspectos tales como lo insólito, lo oculto, lo disparatado o lo prohibido.

El resultado final fue la consecuencia de una serie de elementos aleatorios, que una vez dispuestos todos sobre la mesa, decidieron encajar así.

Como sea, Lara se acostumbró a confraternizar con hombres más maduros desde que era bien joven. Algo que, en muchos casos, le ayudó a adoptar una perspectiva más profunda y elaborada; así como unas formas de proceder más trabajadas y creativas cuando se trataba de enfrentar y resolver toda clase de conflictos.

El balance de su experiencia, habiendo tenido contacto habitual con hombres de avanzada edad, lo encontraba positivo.

No solo por todos los consejos útiles que recibió de muchos de ellos, ni por el apoyo incondicional que obtuvo siempre por parte de la mayoría de aquellos que podría describir como ”amigos”.

Sobre todo, por haberse sentido tan acompañada durante aquellos períodos oscuros que le tocaron vivir, y por distraerla hasta un punto que, verdaderamente, le llenaba de esperanza, cariño, y aunque resultase contradictorio por su posición; atención.

Lara, de cara al mundo, parecía una chica transparente. Transmitía, de forma natural y totalmente inconsciente, una enorme aura de inocencia que lo abarcaba todo. Algo que provocaba que se desvaneciera cualquier tipo de sospecha de engaño o actuación por su parte; lo que le otorgaba mucha fiabilidad y un buen ”feedback” cada vez que promocionaba un producto con el que estaba contenta o una marca de ropa que decía gustarle.

Pero de puertas hacia dentro, las mismas que separaban su pequeño apartamento, ubicado no muy lejos del centro de su ciudad, del resto del mundo. Se mostraba, a veces, como una chica bien distinta.

No siempre aquellos hombres que le escribían por los chats buscaban animarla o compartir con ella pequeños momentos de distensión. En muchas ocasiones, las conversaciones derivaban en situaciones algo más juguetonas de lo que cualquiera de sus seguidoras sería capaz de imaginar.

Cuando buscaba provocar esos momentos, solía elegir para ello un Nick que llevase su edad adherida, por ejemplo ”Aburrida20” o ”Viajera20”, de ese estilo.

Abría varias salas, y no tardaban en llegarle los primeros mensajes. Que casi siempre eran los mismos, “hola, ¿qué tal?, de donde eres?” …

Pero después de un rato y de llevar a cabo una pequeña criba, solía quedarse solo con 2 o 3. Aquellos con los que hubiese congeniado mejor o que tuviesen más labia y capacidad de conversación.

Las más de las veces, solía dejar que las circunstancias tomaran el control, sin adoptar un rol claro. Aunque, personalmente, prefería que le marcaran el camino y que fuesen ellos los que dominaran la situación.

Algo de lo que no tardaba en percatarse la mayoría, y que, a poco tardar, corrían a explotar de ella.

La mayor parte de las conversaciones terminaban ahí. Morían en la página. Pero, de vez en cuando, si con alguno de ellos disfrutaba de una charla interesante, y gracias a ello, lograr una conexión especial antes de pasar a tratar temas más ”candentes”, podía llegar a acceder a las continuas peticiones de ”mantener el contacto” con las que continuamente le increpaban, y, en contadas ocasiones, darles su Instagram. Uno distinto al profesional que tiempo atrás se había terminado haciendo para poder, así, mantener la relación otro día, sin necesidad de depender de la aleatoriedad del chat.

Con el tiempo, fue ampliando esta lista de contactos, hasta convertirse en su agenda de amistades principal.

Cada día, después de terminar de trabajar en su Instagram profesional, lo cerraba inmediatamente y abría el personal, que era donde realmente pasaba la mayor parte del tiempo.

Una mañana de un lunes de noviembre, veía amanecer a una Lara que, como era costumbre en ella, lo primero que hacía al despertarse era estirarse sobre su colchón y apartar con cuidado la cortina con su mano izquierda, para ver así el tiempo que hacía fuera.

Ese día resultó ser gris, lluvioso y con un cielo carente de cualquier color.

Eso significaba dos cosas; que la sesión de fotos que iba a hacer esa misma mañana con una amiga del ”mundillo”, quedaba anulada, y, por otro lado, que acababa de encontrarse con que el resto del día lo tenía solo para ella.

Después de pasarse un ratito tratando de despejarse bajo las sábanas y de escribir los ”Buenos Días” y un par de cosas más en sus redes, procedió a levantarse y a meterse en el baño, que, a los pies de su cama, le aguardaba enfrente.

Se sentó en la taza del váter y comenzó a hacer pis. Mientras, miraba a su alrededor, procurando esquivar la bombilla que, en el techo del baño y todavía a la intemperie, colgaba aún sin que aplique alguno la ocultase.

Cuando terminó de orinar, se limpió con un trocito de papel, y, tras tirar de la cisterna, se levantó y se aproximó al lavabo.

Se lavó la cara, los dientes, y después de secarse, se maquilló.

Cuando terminó, se fue directa a la cocina, y tras desayunar un bol de cereales con unas rodajas de kiwi, abandonó todo en la mesa sin recoger, y se marchó.

Dejó caer su culo sobre el sofá, algo de lo que se arrepintió al instante, pues, si bien la parte de arriba de su pijama era larga y mullida, su parte inferior era cortita, pues le agobiaba dormir con prendas largas.

El sofá estaba helado y todavía faltaban unas pocas horas para que prendieran la calefacción, por lo que agarró una de las muchas mantas de Ikea que yacían sobre un puff y la extendió sobre los esponjosos cojines. Acto seguido, se sentó y se cubrió con una manta más ancha, que llevaba allí desde el mismo día que se había mudado, cortesía de su abuela.

Luego de encender la tele y pasar un rato eligiendo qué canal dejar, arrojó el mando sobre la mesa y se puso inmediatamente a trastear con su móvil.

Después de comprobar que no había mensajes ni correos importantes ese día. Cerró su Instagram profesional y abrió el personal.

Enseguida, la bandeja de entrada le informó de que tenía 7 mensajes no leídos.

Saludó a todos con un ”Hola, que tal” de lo más genérico, y se centró en aquellos que la aplicación mostraba como conectados.

Juan_Ignacio le habló.

-¡Pero qué madrugadora! ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Lara? jejeje

-Jaja, calla, que me he despertado para nada. Tenía hoy una cosa que hacer y al final, ¡nada!, anulada.

-¿Y eso? ¿Por qué lo habéis anulado? Preguntó Juan Ignacio.

-Por nada. Lo hemos dejado para más adelante.

-Hace muy mal tiempo, hemos quedado otro día, añadió rápidamente Lara.

-¡Que faena! ¿Así que te has levantado para nada? Jejeje, pobrecita mía. Escribió él.

-jaja lo sé. Era lo único que tenía que hacer hoy. Ahora no sé a qué me dedicaré todo el día.

-Bueno, puedes ir estudiando y adelantando temario, que luego siempre te vienen las prisas y el ”ay ay ay” que no llegó. Jejeje. Le recordó Juan Ignacio.

-Sí, sí tienes razón. Pero aún voy sobrada de tiempo. Queda mucho para los exámenes de diciembre. ¡Tranquilo! Que voy bien, por el momento. Sentenció Lara.

Una de sus ”tapaderas”, podríamos decir, era decir que estudiaba, como contestación a esa pregunta que siempre terminaba llegando, la perenne ”¿Estudias o trabajas?”.

Para evitar dar más explicaciones de las necesarias, solía afirmar que estudiaba una carrera a través de la UNED, en concreto psicología.

Por ningún motivo en realidad. Elegiría esa en algún momento, al principio, y la mantuvo como respuesta fácil.

Tenía algunas conocidas de su edad que sí estaban estudiando de verdad, así que más o menos se conocía la ”jerga” estudiantil, y, sobre todo, los tiempos de exámenes.

No solía ahondar en ello más de lo necesario, ni tampoco el resto de hombres, que por conveniencia o desinterés, elegían aparcar el tema y centrarse en otros aspectos más interesantes e íntimos de la vida de Lara.

Permanecieron así, hablando durante un rato. Él se encontraba en el trabajo, en su oficina, y, exceptuando algunos momentos puntuales en los que llamadas o alguna secretaria que, por irrumpir en su despacho, les interrumpía, el resto del tiempo, lo pasaron haciéndose compañía el uno al otro.

Se conocían desde hacía año y pico. Era de los hombres con los que más hablaba, con el que tenía más confianza, o al menos, uno de los que más.

A pesar de rondar una edad considerable, en torno a los 56 años, y que, comparándose con los 20 de Lara, era como ver a dos mundos paralelos entrando en rumbo de colisión; su aspecto se veía bien cuidado. Era alto, con el pelo algo canoso, pero no del todo, pues un matiz oscuro parecía resistir por unos instantes una ofensiva, que, sin embargo, se presentaba perdida de antemano.

Se jactaba de conservar todavía una complexión atlética, gracias a haber llevado una vida relativamente sana y bastante apegada al deporte. Algo de lo que le encantaba hacer gala en sus redes sociales, subiendo fotos en bañador aquí y allá durante el verano.

Tenía los ojos oscuros como la boca de un túnel, o así salían reflejados en la mayoría de sus fotos, además de parecer tener un talento especial para mantener siempre perfecta su barba de tres días, algo que otorgaba un plus de atractivo en él.

Al terminar Juan Ignacio con una de esas llamadas, que solían cada tanto en cuanto detenerles la conversación, pudieron seguir hablando.

-¿Por cierto, has desayunado ya?

-Sí, dijo Lara.

-Me tomé hace un rato un tazón de leche con un poco de kiwi.

-¿Sigues yendo mal al baño, cariño?

-Sí… todavía no voy como me gustaría, le respondió Lara.

-Necesitas que vaya un día y te masajee la tripita, así verías como se te pasaba el estreñimiento, jejeje. Escribió Juan Ignacio con cierto tono de sorna.

-Jaja, mis padres están aquí, no sé si les haría gracia que viniera un extraño a acariciarme la tripa. Dijo Lara.

-¡Cierto!, cuando tienes la razón te la doy. Jejeje.

-Otra opción es que vinieras tú aquí. En mi casa vivo solo yo.

No era la primera vez que le invitaban a quedar en cualquiera de sus formas, colores, lugares, escenarios, etc. etc.

Siempre dejaba claro que le gustaba mantener las distancias y que solo buscaba amistad online. Algo que no quita que, los mismos a los que se lo repetía una y otra vez, pasado un tiempo, volvieran a insistirle con lo mismo una segunda y una tercera… De hecho, este solía ser uno de los principales motivos por los que, de vez en cuando, realizaba una poda, una limpia de su lista de contactos, eliminando a aquellos que, o bien por pesados, o si no por impertinentes, se habían ido ganando a pulso un bloqueo, y el aplauso del público.

Para poder evitar este tipo de situaciones, o más bien, para conseguir salir de ellas con rapidez y no dejar que las conversaciones se quedasen estancadas con ello, seguía diciendo que vivía con sus padres, algo que, gracias a Dios, hacía un año ya que había podido solventar.

En el caso de Juan Ignacio, el asunto era diferente. No solo controlaba mucho la periodicidad con la que se lo dejaba caer a Lara, sino que, además, sabía elegir bien esos momentos y no seguir insistiendo con ello de forma prolongada. Tenía cierta psicología, por así decirlo, un tacto especial.

Lara acostumbraba a esquivar esa bala, riéndose en la conversación, o sutilmente, cambiando de tema.

Pero esta vez, algo distinto pasó por su cabeza.

Quizás pudo deberse al madrugón. Es posible que se estuviese poniendo algo cachonda por algún motivo. Algo que ya le había ocurrido con anterioridad, pero que esta vez parecía atacarle de forma más profunda.

Mientras una de sus manos sostenía el móvil y la otra se encontraba debajo de su pantalón, comenzó a acariciar una idea. Un remanente que todavía carecía de forma alguna.

De poderse aproximar a algo, sería a una especie de disparador, sobre el que, si depositaba la más mínima atención, reaccionaba provocándole una cascada de palpitaciones difíciles de controlar.

Se manifestaba como una gota de aceite a la que, cuanto más interés prestaba, más rápido se extendía sobre la superficie.

Se quedó muda unos minutos, mirando la pantalla de su teléfono mientras colocaba su mano izquierda contra su coño y lo apretaba al ritmo de esa idea, la misma que hacía escasos minutos se presentaba solo de forma intermitente, pero que, poco a poco, iba tomando el control de su mente por completo.

De pronto, se la sacó del pantalón, agarró el móvil con las dos manos y escribió a continuación de las últimas palabras que había dejado puestas Juan Ignacio.

-Pues, si me invitas. Jajaja.

Sostuvo el dispositivo a escasos centímetros de su cara, todavía sin lograr enviar la frase, como si esperara a que algo en su interior pudiera emerger con la suficiente fuerza como para detenerla. Pero ya era tarde, ya era tarde para todo.

Su dedo pulgar se dirigió al pequeño botón azul que se encontraba en la parte inferior derecha de la pantalla, y lo pulsó.

Ya estaba hecho.

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