¿Es posible enamorarse de una polla?
–¿Cuántos? –te pregunté nada más coger el teléfono.
–Once, tengo las fotos –me contestaste.
–No quiero fotos. Toma lápiz y papel.
Dejé cinco segundos de espera.
–¿Ya? –insistí
–Sí.
–Norma 1. No me pueden tocar. Las manos a la espalda.
Norma 2. Deben estar totalmente depilados. Los huevos y el culo también.
Norma 3. No puede caer ni una gota fuera de mi boca. Eso es importante. Ponlo en mayúsculas. Quiero hartarme a semen.
Norma 4. No me pueden hablar. Lo único que pueden hacer con sus cuerdas vocales es gemir.
Norma 5. Se la chuparé por orden a todos. Y una vez terminen, los que quieran, pueden repetir.
Norma 6. Intentar no masturbarse tres días, o más, antes. Como te he dicho, quiero hartarme a semen.
Y te la chupo a ti primero para los demás tomen ejemplo.
–Apuntado. Se lo mando por mail.
Esas fueron las instrucciones. Simples de cumplir. Pero no pudo ser.
El día “D” entré en la habitación. Yo llevaba un antifaz. Tú me guiaste. Iba totalmente desnuda. El culo lubricado, como siempre que salgo de casa, pero no tenía intención de que nadie metiera dentro su polla.
Una vez que imaginé que estaba en el centro de la habitación, me puse de rodillas y abrí la boca.
Como habíamos quedado, la primera polla fue la tuya . La conozco a conciencia. Podría dibujar cada una de sus venas. El capullo y el desvío que tiene hacia la derecha y sobre todo, su sabor.
Me la metiste todavía blanda, pero enseguida endureció. La chupé con muchas ganas, aunque sabía que me quedaban al menos otras 11. Tu semen me supo a gloria. Directo a la garganta. Me lo tragué y no cayó ni una sola gota. Lo que me quedó en los labios lo dejé ahí, me gusta tenerlos mojados de lefa.
Después paso el segundo. Una polla algo pequeña, pero dura como una piedra. Me la metí hasta la garganta y conseguí lamerle los huevos con la punta de la lengua. Tres o cuatro buenos chorros de lefa. Uno que había cumplido la norma de la no masturbación.
Al cuarto se le cayó una gota sobre mis tetas. Lo noté.
–Recógela con la punta de tu polla y dámelo en la boca –le dije. Y el obedeció.
El siguiente; demasiada polla para tan poca lefa. Además, empujaba como un toro y tuve que abrir la garganta al máximo.
Y cuando esperaba de rodillas y con la boca abierta a que la próxima polla entrara en mi boca, noté el olor.
Era un olor a canela, o a sexo con canela, no puedo describirlo, pero enseguida comencé a chorrear como una cerda y los pezones se me pusieron de punta.
¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo era posible? No era capaz de ver nada y ni siquiera me había tocado.
Y metió su polla en mi boca. Dios mío. Era perfecta. Suave, pero fuerte, de un tamaño ideal. El capullo hinchado y notaba su punta algo abultada. Tenía vida por si sola. Notaba los latidos de su corazón, tal vez la polla tenía un corazón propio. Era como un caballo pura sangre.
Me salté las normas. Todas las normas.
Le agarré el culo y apreté mi cabeza. Mi garganta, como por arte de magia, la dejó pasar. Nadie me la había metido tan adentro. ¡Qué maravilla!
Y claro que la quería dentro de mi coño. No podía dejarlo pasar.
Le empujé para que se tumbara. Oí un murmullo en la habitación. Me daba igual las normas. Me senté encima de golpe. ¡Madre mía! ¡Como entró!. Parecía hecha a medida.
Cabalgué como si fuera el último polvo de mi vida. Le besé, le tiré del pelo, le arañé. Y nos corrimos juntos. Todavía al escribirlo siento como los chorros de su semen me impulsaron hacia arriba, o eso me pareció a mí.
Quedé tendida sobre su pecho. Con el antifaz puesto. No quise quitármelo. Seguramente la realidad lo estropearía todo. Tú me ayudaste a ponerme de rodillas de nuevo. Me hice otra coleta, el pelo se me había alborotado, y abrí la boca.
Todavía me quedaban unas cuantas pollas que chupar.