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Pequeños placeres (bajitas y culonas)
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Desde adolescente me llamaban mucho la atención las bajitas y culonas. Esas mujeres siempre me gustan, así con sus nalgas redondas, ya sean paradas o caídas, o jóvenes o maduras, pero finalmente con nalgas amplias, llenas de vida, desbordantes de carne y de placer.

He tratado de encontrarle una explicación a esto. Lo que me ha llevado a hacer memoria de cuando comenzó este gusto y amor por estas mujeres.

Una de las primeras mujeres que me gustó fue una madura. Su nombre es Patricia. Yo tenía veinte años y estudiaba la universidad. Ella era secretaría y me llevaba como quince años. Medía casi 1.50, muy llenita, con unas piernas gruesas y una cadera muy amplia. No era delgada, pero tenía una cintura que contrastaba con sus nalgas. Me invitaba a todas partes: un viaje a Teotihuacan, a escuchar trova, a tomar un café.

Fue hasta que le di un beso que en ella se reactivaron todas las ganas, según no quería al inicio, pero, poco a poco, las ganas aparecieron en ella. Esa vez coincidimos en el estacionamiento de la escuela, se subió al auto y se estiró para ver algo. Pude ver su hermoso trasero que contrastaba con su cintura pequeña, era de origen maya. Me dieron ganas de penetrarla ahí mismo, pero en eso vino una tormenta y nos metimos al auto.

Fue delicioso besar su pequeña boca y sentir su lengua moviéndose llena de pasión, aunque lo que yo quería era cargarla de esas nalgas. Después de muchas vueltas no pudimos acostarnos, pero no dejo de pensar en su cuerpo pequeño, sus caderas redondas y su boca húmeda con esa lengua diminuta.

Otra se llamaba Celeste, hacía el aseo una vez a la semana en la casa de mis padres, era de origen mazahua y media 1.47. Me gustaba mucho por su cuerpo, pero también por su timidez y su cabello largo y negro, cada vez que le hablaba se sonrojaba, se ponía nerviosa. Me costó mucho ganar su confianza y que hablara conmigo. Le preguntaba por la traducción de palabras en su idioma.

Ella entre risas me traducía cosas como: “¡Qué linda eres!, sonrisa, amor, ¡hasta mañana!”. Alguna vez coincidió que fue mi cumpleaños y aproveché que no estaba mi familia para preguntarle por el regalo que me daría. Ella respondió que me daría lo que yo quisiera: “¿Y sí te pido un beso me lo das?” y ella asintió con la cabeza. Me acerqué y después de ese beso todo pasó: nos besamos con dulzura y luego con pasión, toqué su cuerpo, sus pezones obscuros y grandes, terminamos acostándonos.

Su cadera era suave, sus nalgas eran lindas y grandes por encima de las piernas. Su color de piel me volvía loco, pero sobre todo me encantó cargarla mientras la penetraba. Podía ver sus nalgas moviéndose de una lado a otro en el espejo. Su vagina era pequeña, podía apretármelo y eso me encantaba.

El día de hoy, al observar una mujer pequeña de nalgas lindas no puedo evitar la inquietud de querer sentirla, el deseo de acariciarles y estimularles, con ternura al inicio y después con rudeza, sus delicados hoyitos, besarles sus caderas y al final, hacerlas parar sus nalgas para después jalarles por la cintura para penetrarlas hasta que escuche sus tiernos gemidos y sus ricos orgasmos mientras que con la otro mano les acaricio el clítoris.

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Deukirne
Deukirne
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