“Oigan, basta. ¿Qué es este plan? ¡Este no era nuestro plan, Ana!” exclamé, intentando recuperar algo de la cordura que parecía haberse desvanecido desde el inicio de aquel viaje.
Ana me tomó de las manos, y debo decir que ella siempre ha sido hermosa. Rubia, de ojos verdes, con labios gruesos y sensuales. Siempre ha sido atractiva, y aunque nunca he tenido inclinación por las chicas, ella siempre ha sido una excepción en mi mente, algo que nunca me había atrevido a explorar. Se acercó a mí con una suavidad que desarmó cualquier intento de resistencia. Entregó una de mis manos a su tío y, entre los dos, me rodearon en un abrazo que me dejó sin aliento.
Ana, con un susurro que apenas se diferenciaba de un beso en mi cuello, me dijo: “Vamos a jugar… ¿Quieres? Él sabe hacerlo… Nos va a enseñar.”
El suspenso se tensaba en el aire, y cada palabra que Ana pronunciaba parecía invitarme a cruzar un umbral del que no habría retorno. El latido de mi corazón resonaba en mis oídos mientras me preguntaba en qué punto habíamos dejado atrás la normalidad. La idea de jugar, de explorar lo desconocido, se mezclaba con el miedo y la excitación que sentía al estar atrapada entre ellos dos.
Cada segundo parecía alargarse mientras mi mente luchaba entre el deseo de escapar y la irresistible atracción de lo prohibido.
Pero lo más alucinante era cómo se comunicaban sin decir una sola palabra, sus miradas lo decían todo. Tomás me apretó suavemente la mano y la colocó sobre su pecho. “Te prometo que nos vamos a divertir. Solo me quedaré hoy, mañana Ana será toda tuya,” dijo con una calma que solo aumentaba mi desconcierto.
Entramos a la habitación, y Ana, en un intento de contagiarme su entusiasmo, me mostraba todo con una emoción desmedida. Parecía que aquel lugar no era desconocido para ellos; se tumbaba en la cama, se revolcaba entre las sábanas, y me decía con una sonrisa: “¿No te encantan las almohadas?” Mientras tanto, Tomás desempacaba las maletas y se reía, como si todo fuera parte de un juego ya ensayado. Pero yo no tenía cabeza para nada de eso. Era la primera vez que sentía celos de verdad. No me estaban robando solo a mi amiga, sino también a la persona por la que, en ese momento, me daba cuenta de que sentía algo más profundo, algo que rozaba la atracción.
Ana sacó dos pareos y me los mostró con una sonrisa. “Vente, quítate la ropa, duchémonos y vamos a la playa,” me dijo, como si todo fuera la cosa más natural del mundo.
Así que ahí íbamos los tres, envueltos en pareos y con lentes de sol, hacia la playa. Nosotras encontramos un buen lugar mientras Tomás se ocupaba de pedir bebidas y comida al servicio. Todo era un trato de lujo, un festín que obviamente le iba a costar caro a Tomás. Tenía a dos chicas a su disposición, desnudas bajo el sol, y al menos una de ellas, Ana, claramente dispuesta a todo con él.
Música, playa, bronceador, comida, bebidas… las copas comenzaban a hacer efecto y mi mente, antes cargada de dudas, se sumergía en una especie de euforia. Ana, notando mi estado, me sacó a bailar. En ese momento, éramos las más felices del mundo, y por un instante, logré dejar atrás toda la tensión que me había estado atormentando. Decidí disfrutar del momento, abrazando la libertad del instante, aunque fuera efímera.
A pesar de la alegría del momento, había una certeza que no podía ignorar: no quería participar en su juego perverso. Sin embargo, Ana era mi amiga, y si para ella estar con un hombre que no solo le triplicaba en edad, sino también en experiencia, y que además era su tío, era lo que deseaba y la hacía feliz, ¿quién era yo para juzgarla? Si ella lo amaba, no tenía nada que opinar, aunque todo en mi interior gritara lo contrario.
Así que me dejé llevar por la música y el momento, aunque en el fondo sabía que estaba caminando sobre un delgado hilo, donde cada paso me acercaba más a un abismo del que no estaba segura si quería o podía escapar.
-“¿Bésame, quieres?”, me pidió Ana, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y picardía.
-“No, Ana, tranquila. Yo no te juzgo, si te gusta estar con tu tío, está bien. A mí déjame disfrutar a mi manera,” respondí, intentando mantener la calma. Pero Ana no se detuvo. Me tomó de las manos y me dio un beso rápido, un pico que dejó una risa suave en sus labios.
-“Jajaja, tú también me gustas mucho, ¿sabes?” dijo, juguetona.
Tomás, como si entendiera que no estaba del todo dispuesta a involucrarme, se acercó por detrás, me tomó por la cintura y me abrazó, susurrándole a Ana, “Deja que Brenda disfrute.” En ese abrazo, pude sentir su miembro erecto presionando contra mí, y aunque mi mente estaba en conflicto, comencé a dejarme llevar por la sensación mientras los tres bailábamos juntos.
Me giré y, sin pensarlo mucho, le di un beso rápido en los labios a Tomás. Pero algo en ese beso me gustó, y pronto nos encontramos inmersos en un pequeño juego de lenguas, suave y tentador.
Luego, me separé un momento y fui por otra bebida, dejándolos a ambos en la pista, bailando con una naturalidad que casi me hizo sentir como si lo que estaba sucediendo fuera completamente normal. El ambiente en ese hotel era intoxicante; todos parecían vivir sus fantasías más profundas sin reparos. No había vulgaridad, solo una sensualidad que impregnaba cada rincón, con parejas, tríos y grupos compartiendo momentos íntimos de maneras que desafiaban las convenciones.
Volví a unirme a ellos en la pista, y pronto nos tomamos de las manos, formando una rueda entre los tres. Los besos se hicieron más frecuentes, más naturales. Tomás besaba a Ana, luego la giraba con una sonrisa y se acercaba a mí para besarme también.
Ana, con un gesto cariñoso, me abrazaba por detrás, besando mi cuello y acariciando mi pelo. De repente, ella le hacía señas a Tomás, indicándole que nos regalara un beso. Él se acercaba, nos abrazaba a las dos, y nos besaba lentamente, jugando con nuestros labios mientras nos reíamos entre susurros y caricias.
Así estuvimos por un buen rato, sumergidos en un juego de besos, risas y una conexión que nos envolvía, haciendo que el tiempo pareciera detenerse en ese momento de pura lujuria compartida.
Ana desapareció sin que nos diéramos cuenta, y de repente me encontré a solas con Tomás, ambos inmersos en una pausa donde solo existían el baile lento y los besos, suaves pero cargados de una pasión creciente.
-“¿Vamos a la habitación? Seguro Ana se perdió y ya está ahí, ¿te parece?” me susurró Tomás, sin dejar de besarme.
-“Déjame recoger otra bebida,” respondí, aún con una sonrisa en los labios. Fuimos por nuestras copas, y entre risas, besos y bromas, terminamos en la habitación. Sin embargo, para nuestra sorpresa, Ana no estaba allí.
Entre la intriga y el calor de las copas, Tomás y yo no podíamos dejar de reírnos. Con la copa aún en la mano, me colgué de su cuello, y él me tomó de la cintura, levantándome un poco antes de penetrarme suavemente. Empezamos a movernos al ritmo de nuestro deseo, lentamente, mientras yo le daba un trago a la copa y luego se lo compartía a él, sin dejar de movernos. La sensación era exquisita; mi excitación crecía con cada movimiento, y su miembro llenaba cada rincón de mi cuerpo, haciéndome jadear con intensidad. En un momento, dejé caer el vaso y, besándolo apasionadamente, comencé a cabalgarlo con más fuerza.
-“Estás deliciosa, Brenda. Eres una mujer muy caliente,” me susurró al oído, mientras sus manos recorrían mi cuerpo.
De repente, Ana apareció en la puerta, riendo a carcajadas, y se unió a nosotros sin dudarlo. Se acercó y comenzó a besarme mientras yo seguía montada en la verga de Tomás, que me bombeaba cada vez más fuerte.
-“¿Te gusta? Te dije que él sabía cómo hacernos sentir de todo,” me dijo Ana, con una sonrisa traviesa.
Asentí con la cabeza, incapaz de hablar, solo jadeando por lo duro que sentía cómo los testículos de Tomás chocaban contra mí. Ana, mientras tanto, no dejaba de besarlo a él y a mí, sus caricias eran suaves pero firmes, y su ritmo se sincronizaba perfectamente con el nuestro.
Ana bajó sus manos hasta mi trasero y, lentamente, sacó el pene de Tomás de dentro de mí, llevándoselo a la boca.
-“Ven Bren, pruébalo, sabe muy rico… sabe a ti,” me dijo, ofreciéndome su gruesa virilidad.
Ambas comenzamos a lamerlo con cuidado y devoción, el placer que le proporcionábamos a Tomás era invaluable. Ana intensificó la estimulación, tomando el tronco y moviéndolo de arriba abajo, mientras lo introducía en mi boca con un ritmo suave pero segura de lo que hacía. Sentía cómo me llegaba hasta la garganta, casi ahogándome con su tamaño. Ana, entonces, se tumbó a un lado de su tío y le susurró:
-“Te dije que ella querría jugar. No es como las demás, ella es como yo… le encantas.”
Sus labios se encontraron con una intensidad casi celebratoria, como si estuvieran festejando que me uní a su juego sucio. Pero la verdad es que no me importaba en lo más mínimo; estaba disfrutando cada segundo de la perversión y la lujuria de estos dos cómplices en acción.
Luego Ana, con una sonrisa maliciosa, besó mi boca mientras se deslizaba suavemente sobre la verga ardiente de Tomás, guiándola con destreza hacia su puerta trasera. Sin decir una palabra, tomó mi cabeza entre sus manos, pidiéndome gentilmente que le comiera su vagina con la misma pasión con la que se entregaba a él.
Lo que más me excitaba eran los delicados gemidos y movimientos de Ana; parecía una hermosa sirena mientras disfrutaba y se estremecía con el falo de su tío. Su química enardecida era tan intensa que podría llegar a ser intimidante. Mientras tanto, yo exploraba sus labios vaginales, que se encontraban empapados, y su pequeño clítoris, duro y vibrante como un latido acelerado.
-“Voy a terminar en ti, Bren. ¿Me dejas?” —murmuró ella con voz ronca.
-“Sí, está bien” —respondí, mi voz apenas un susurro.
Ana derramó su placer en mi boca, llenándome de su esencia. Luego, con una mirada llena de deseo, tomó mi cabeza entre sus manos y me besó lentamente, saboreando cada segundo.
“Eres la mejor amiga,” —susurró Ana al separarse ligeramente— “ahora ven, tú disfruta y dame lo tuyo.”
Entre los dos me besaron, y Tomás, con un gesto suave pero decidido, volvió a entrar en mí. Esta vez, también en mi parte trasera, lo que provocó un escalofrío que me enloquecía. Como quien toma fuerza entre el bombeo, los suaves besos de Ana y la creciente excitación, le susurré con desesperación:
-“Ya no aguanto, Ana. Voy a chorrearme en ti.”
Ella descendió con dulzura, recogiendo cada gota de mis flujos explosivos, dejando mi sexo limpio y ardiente con su lengua. Mientras tanto, Tomás besaba lentamente mis hombros, intentando calmarme. Giré mi cuello y le di un profundo beso, sintiendo su respiración entrecortada, mientras Ana seguía recogiendo mis aguas con gusto.
Tomás nos tomó de las manos, y mientras nos besaba a cada una, nos indicó con una sonrisa lasciva que era su turno. Decidimos hacerlo terminar juntas, nuestras bocas desesperadas fundiéndose en él, entregándonos al placer de hacerle perder el control.
No recuerdo mucho de lo que pasó después, pero a las pocas horas, entre susurros, volví a descubrir a esos dos frenéticos, una vez más tumbados, mirándose profundamente mientras se tocaban a sí mismos. Sus cuerpos cercanos en una danza silenciosa, intercambiando suaves besos y murmullos apenas audibles.
-“¿Vas a seguir tardando en venir a verme?” —preguntó ella con voz temblorosa.
-“No, mi amor, esta vez será diferente” —respondió Tomás con determinación—.
-“Tengo a otra amiga en mente. Cada vez son mejores, y mientras eso suceda, vendrás a mí con más frecuencia.” verdad?
No respondía…
-“Te amo, tío. Te daré todo lo que me pidas, siempre” —susurró, sus palabras cargadas de una devoción que la hacía estremecer.
-“Ven, déjame hacerte el amor” —murmuró él, acercándose con una calma que solo intensificaba el fuego entre ambos.
Ella, con una lágrima rodando por su mejilla, lo abrazó como si no quisiera que jamás se fuera mientras él la poseía lentamente, cada movimiento profundo, cada beso lleno de una pasión que los consumía.
Ana no jadeaba esta vez; en su lugar, sus lágrimas eran de puro placer, y mientras se aferraba a él, no dejaba de repetir:
-“Te amo, Tomás… te amo.”