Les pasaré a contar mi historia de mujer, que, por circunstancias de la vida, por allá en los años 80 le fui infiel a mi hombre que en realidad tenía pocas expectativas, mi esposo, el padre de nuestra hija.
La historia comienza así: Él trabajaba en una empresa de comunicaciones, por lo que pasaba mucho tiempo viajando a provincia, y fue en una de ellas que él visitaba todas las noches los recién inaugurados locales nocturnos llamados toples…, el problema era que cuando viajaba de regreso, no traía dinero, se despreocupó de nuestra hija, y me vi en la necesidad de pedir prestado dinero a mis amistades para mantener el hogar de provisiones y las necesidades de nuestra hija, y para mal de males, vivíamos con mi suegra, mujer dominante, quién tuvo a su hijo bajo sus pies por varios años, ella me hacía la vida imposible todo el día.
Mi esposo empezó a ser un golpeador y me faltaba el respeto continuamente. Un día hurgué en su velador en donde encuentro un documento bancario con una buena suma de dinero. Dinero que nunca vi ni un peso.
El problema mayor y grave, que brevemente les comento, es que me contagió con una de esas enfermedades sexuales. Mi agonía fue cuando tuve que comprobar mi estado de salud, recurriendo al hospital de la zona, y decepcionada me entero que todas las mujeres que estaban a mi alrededor eran prostitutas, me sentí morir, yo siendo una persona de buen vivir, dueña de casa y educada. Creo que ese fue el principal detonante para tomar en consideración tantas insinuaciones de hombres, y quería sentirme acogida por alguien que me tratara como me lo merecía y no seguir humillándome por la persona a quién amaba.
Me describo físicamente, soy bajita, de 1,6 de altura, buen culo, tetas proporcionadas, pelo corto de color negro, ojos cafés oscuro, facciones armoniosas y principalmente muy simpática y amorosa.
Un día con mis 26 años me sentía agobiada, bajé al centro de la ciudad a pasear y distraerme, iba vestida con bluyines apretados, una polera con algo de escote y mis tacos altos. Pasaba frente a una entidad de la Armada y siento que se me desprende uno de mis aros, y comienzo a buscarlo en el suelo. Cuando siento una voz a mi espalda que me pregunta:
-¿Se le perdió algo hermosa?
Es ahí cuando no pensé que se convertiría en mi perdición, mi martirio, mi dulce tormento y el autor intelectual de las culiadas más deliciosas que he recibido en toda mi vida.
Como decía, yo estaba de espaldas hacia él, semi agachada buscando mi aro perdido, hasta que una imponente y penetrante voz destruyó la conexión que tenía con mi búsqueda, por lo que me hizo voltear.
Como decía, siento esa voz diciendo: “¿Se le perdió algo hermosa?”.
Y ahí estaba, ese imponente hombre de unos 32 años, estatura de 1,8 de altura, de cabello castaño claro un poco corto, ojos verdes, barba de varios días, pero bien retocada, labios perfectamente dibujados y rosados, nariz perfilada y piel blanca. Lo vi como en cámara lenta y mis ojos café oscuros fueron dibujando y memorizando sus grandes y musculosas extremidades escondidas en un traje color negro con camisa blanca y corbata a juego.
Apenas y pude articular palabra, luego de que un fuerte pero delicioso corrientazo bajara desde mi cerebro, se apoderara de mis pezones hasta ponerlos duros como una piedra y se posesionara de mi entrepierna, creando una fiesta de sensaciones efervescentes en mi sexo.
Desde esa tarde no podía dejar de pensar en él, su nombre era Eduardo, y cada momento era el indicado para masturbarme en mi cuarto pensando en sus brazos apoderándose de mi pequeño cuerpo, sus manos masajeando mis tetas y lo mejor, disfrutando de la verga tan grande que estaba completamente segura que tenía (y más después de estar meses sin sexo por culpa de mi infiel esposo).
Eduardo me dio su número telefónico, y un día de la semana en la tarde que no tenía nada que hacer pues mi hija había salido con mi suegra a visitar una de sus aburridas amigas. Lo llamé, nos pusimos de acuerdo para juntarnos y tomar algunos tragos, pero ansiaba mi plato fuerte.
Salí a caminar por una calle que daba hacia una avenida y en ese instante apareció ante mis ojos Eduardo, quien acababa de estacionarse con su auto, me había venido a buscar según nuestro acuerdo, había recién terminado su entrenamiento en la Armada, creo que no mencioné que era de las fuerzas especiales, bueno, en fin. En un intento desesperado de hacerme creer a mí misma que no me importaba, esa octava maravilla que tenía ante mis ojos, le dije que saldríamos en una hora y que se preparara. Tomando un poco de valor me di media vuelta y moví mi culo lo más sexy que pude para que se dibujara en el vestido azul corto de tirantes que tenía puesto y que escasamente cubría mi piel color canela.
Ya en ruta hacia un restaurante, me sentía tan excitada y aún no podía creer lo que el destino me depara y me premiaba. Mientras él conducía el automóvil giré mi cabeza para dar una breve mirada hacia su entrepierna, creo que fue con una mirada lujuriosa, y observé una notoria erección en su pantalón.
No alcancé a retirar mi mirada y me sorprende, por lo que me dice “Esto me produces mi reina”, me dijo con una mirada divertida, atrevida y llena de deseo.
Aun no dando crédito a lo que mis ojos me mostraban, a duras penas pude contestar con un tímido “si”, mientras me incorporaba en el asiento del copiloto llena de vergüenza.
“Por favor, nena no te detengas… observa lo que quieras”. Sus palabras fueron como una llave que encendió mi motor y me obligaron a levantar la cabeza y a crear muchas fantasías sexuales sobre ese dios.
Por fin llegamos al restaurant, me pareció un viaje más extenso de lo que normalmente podría haber sido, en donde cenamos, bebimos y luego me propone ir a otro lugar para estar más en privado. Ya con la confianza que me habían dado algunas copas de mi licor favorito, la vaina, un compuesto principalmente por vino dulce añejo, y otros ingredientes, más los deseos de satisfacer mi revancha de mi esposo, le respondí muy segura “¡Vamos!”.
Veo que nuestro destino se había encaminado rumbo al camino internacional, zona de moteles. Como era mi primera vez en estas andanzas, sentía miedo, pero ya mis deseos se apoderaron de mí y había que asumir. Ingresamos a uno que fabulosamente se decoraba en su entrada. Ya en el interior, nos despojamos de algo de prenda y cuando salgo del tocador, me recibe con los brazos abiertos y me aprisionó contra la puerta. Me comió la boca con tanta fuerza y salvajismo, que en ocasiones nuestros dientes se chocaron. Sin piedad, Eduardo metió su lengua en mi boca y ambos músculos comenzaron una danza erótica que lo dejó con una firme erección en su pantalón, la cual podía sentir en mi vientre.
Eduardo me tiró en la cama, alzó mi vestido y dejó a su merced mi vagina húmeda por causa suya. “Ya te comí la boca y ahora tengo que comerme tu sexo”, me dijo muy decidido. Solo un segundo demoró en quitar mi ropa interior cuando sentí su cálida y húmeda lengua escarbando en mi clítoris.
A medida que aumentaban mis gritos y de placer, así era la potencia que impregnaba en su perfecto trabajo oral, el cual complementó con la misma cantidad de dedos que hacía tan solo un par de minutos, yo tenía dentro de mí. “No sabes todo lo que te deseaba… eres una joven muy dulce… sabes tan bien, podría embriagarme con tus deliciosos jugos”, me susurraban mientras yo disfrutaba de aquel oral, acariciaba su cabello con mis dedos y de vez en cuando miraba cómo devoraba mi vagina con su lengua.
Después de dos maravillosos orgasmos y con ganas de más, era mi turno de proporcionarle placer. Ahora siendo yo la que mandaba me subí a horcajadas sobre él, bajé su pantalón, su bóxer y vi la verga más grande que alguna vez me había clavado, eran 21 centímetros de amor. Estaba larga y lo mejor bien gruesa, con un color rosado y con una cabezota roja y palpitante, envuelta en un sinfín de venas. Con mucho cuidado la metí en mi boca y sentí como un orgasmo salió de su boca. En ese momento me propuse metérmela toda en mi pequeña boca hasta llegar a su base y después de tomar aire traté, pero no lo logré. “Wow Patricia, que placer producen tu labios y lengua”, me dijo mi Eduardo con la voz entre cortada y claramente extasiado.
Comencé a succionar y a chupar más rápido, haciendo caso al vaivén de sus caderas “vas a hacer que acabe en tu boca niña mala y mis planes para ti son otros”, dijo y me quitó enseguida de su miembro.
Eduardo rasgó mi baby-doll y liberó así mis desnudos pechos grandes e hinchados por tanto placer. “Qué tetas más ricas, pero tu culo fue lo primero que en que me fijé cuando te vi”, me reveló. “Chupa y muerde mis pezones, te lo suplico”, le imploré deseosa por sentir su boca. Así lo hizo, masajeó mis pechos y mordió mis pezones hasta que el placer invadió todo mi ser. “¡Quiero que me la metas ya! ¡No aguanto más!”, le grité casi como una orden y entre risas me complació.
Eduardo abrió mis piernas y me penetró suavemente al saber que su verga era grande y mi sexo pequeñito, pero que se fue acentuando al pasar los minutos, mi vagina se fue ensanchando y después de ya aceptarlo por completo, me dice, “¿Así querías que te cogiera?”, me preguntó después del desgarrador primer gemido que salió de mi boca al sentir cómo abría mis paredes vaginales con su gran trozo de carne.
Mi guardaespaldas me culeó tan duro en posición misionero, que sentía cómo derramaba lágrimas de placer, mientras acariciaba su pelo, besaba su cuello y clavaba mis uñas en su espalda. “Levántate, ahora te quiero en cuatro”, me ordenó. Esa fue la posición de mi delirio. De esta manera lo pude sentir tan profundo que me obsequió tres orgasmos y el mejor de los regalos, una acabada entre gruñidos de placer y semen calientito… delicioso dentro de mi vagina estrecha. “Podría hacer eso todos los días y no me cansaría”, afirmó después de bajarse de mí y descansar a mi lado besando mi espalda.
Tengo que confesar que acabé muchas veces, era un manjar de los dioses. Lo hicimos en todas las poses, y la que más me satisfacía era yo encima de ese gran trozo de carne, ya que me hacía gozar demasiado y acabar varias veces. Como lo mencioné anteriormente, tengo un buen culo y apetitosos pechos los cuales saboreaba y se los comía, apretándolas con sus grandes manos, y con esas mismas manos me recorría todo mi cuerpo, yo bajita, y él, ese enorme macho, me cubría todo mi pequeño cuerpo, a lo cual me sentía dichosa. Hicimos de todo, éramos unos amantes desencadenados.
Fueron buenas y arriesgadas escapadas, algunas, en realidad pocas noches me quedaba afuera con él. Donde aprovechábamos el momento y teníamos sexo toda la noche. Nunca me imaginé tener un macho alfa, con grandes dotes. Recorrimos moteles, descubrí el llamado “champañazo” en donde me vierte una botella de champan sobre mi cuerpo, desde mi cabeza y mi macho besándome y lamiéndome desde mi norte hasta mi sur, nos juntamos dos llamas ardientes.
Por otra parte, mi esposo llegaba los viernes y regresaba a trabajar a la capital los domingos, pero esos fines de semana cuando él me penetraba siempre él notaba que mi vagina estaba demasiado dilatada. Eso lo hizo dudar en más de una ocasión. Creo que pensaba… ¿Acaso tiene un hombre con un miembro así de grande? Tal vez solo era otra de sus paranoias. Pensar en eso lo ponía como loco y que esas ideas tan peligrosas hubieran invadido su mente…
Y así fue, porque durante todo un año mi satisfacción y mis deseos con mi guardaespaldas, fueron en su cama, la cocina, su habitación, el garaje y cada rincón de su casa fueron testigos de nuestras memorables culiadas clandestinas. Hasta el día de hoy nadie conocía mi historia con mi guardaespaldas… hasta ahora.
Lo hice y no me arrepiento, y finalizo diciendo: ¿por qué yo no?, ¿y ellos sí?
Increíble mi fantasía es hacerlo con un militar