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La asamblea de las madres ninfómanas (parte 2)
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Enrique decidió salir de la casa por un tiempo, después de haber visto eso necesitaba un descanso para que su cerebro terminara de procesar aquella escena que le parecería digna de una película pornográfica.

No podría creer la imagen de su adorada madre rogando por la verga del imbécil de Diego, a quien siempre había considerado su amigo.

Además, estaban hablando de cosas algo crípticas ¿número 4? ¿secreto? todo era demasiado sospechoso.

Después de haber pasado unos minutos acostado en la grama del parque del pueblo, escuchó una voz que le parecía familiar.

– Ay querido, ¿Qué te pasó Enrique?

Se trataba de la señora Paula, con quién había hablado más temprano. Ella se abalanzó para abrazarlo y besarlo en la frente.

Ahora que había terminado sus deberes en la tienda, usaba una camisa a tirantes que apretaba su cuerpo, resaltando más sus maravillosos pechos y el plano abdomen que tenía a consecuencia del ejercicio.

Después de la escena que había presenciado en su casa, la esencia y aura maternal que Paula emitía era cómo sentir la presencia de un ángel. Correspondió las muestras de cariño de aquella mujer que lo veía como un hijo, disfrutando el acogedor saludo que le daba.

– Nada, tía, sólo que he visto algo raro en la casa.

-Algo raro, ¿No será que tu mamá?

– Eh, no sé cómo decirlo

– Ven a cenar a mi casa hoy amor, preparé cena para dos, pero el vago de mi hijo no regresó y tampoco coge el teléfono.

Tras caminar unas cuantas cuadras para llegar a su casa, ambos se dirigieron al comedor, donde se sirvieron de unos camarones. Hablaron un poco hasta que por fin tomaron el tema por el que vinieron.

– Entonces, ¿Débora estaba cabalgando a Diego?

– Si tía, para mí fue una imagen demasiado impactante para digerirla en el momento.

– Gracias por contarme, cariño. Esto explica la distancia y las aventuras nocturnas del vago de mi hijo.

Paula se acercó a la silla de Enrique y le dio un abrazo, hundiendo la cabeza de este último dentro de sus bien formados pechos. Mientras tanto, el joven usó sus brazos para rodear la cintura de la mujer y pegarla a su cuerpo, no solo para sentir el cariño de la mujer, sino esos atributos que había admirado desde su adolescencia.

No obstante, resultó que el abrazo de Enrique fue demasiado brusco y provocó que Paula perdiese el equilibrio. Por suerte no cayó al suelo, pero llegó a parar al regazo de Enrique, en el cual digamos pudo sentir la dura situación en la que se sentía metido el pobre. Ella se limitó a dibujar una sonrisa pícara en su rostro.

– Vara cariño, no sé si es obvio, pero por el abandono de mi hijo yo me he sentido muy solita últimamente.

La mujer se quitó la camisa de tirantes que llevaba, dejando ver un corpiño rojo, cuyas copas de fina tela apenas contenían las dos voluminosas tetas maravillosas que se escondían detrás.

Enrique no apartaba la mirada de aquellos deliciosos pechos que había deseado en sus fantasías. Mientras tanto Paula se sentó en su regazo, restregando su delantera en su cara mientras frotaba la entrepierna de ambos.

– Tía, me vas a volver loco…

– Querido, yo he estado loca por ti desde hace un tiempo, no quedarás peor que yo.

Entonces, la madura con una gran agilidad de manos se deshizo del corpiño, quedando toda la parte superior de su cuerpo completamente expuesta ante el joven, quien admiraba la gracia de sus pezones erectos. La boca de Enrique se aferró a uno de sus pezones y empezó a mamar como si quisiera sacar la leche maternal que alimenta a todo niño, pasando después al otro y alternando el mismo tratamiento en ambos globos.

Ella gemía, se retorcía mientras sus caderas no dejaban de moverse para acariciar su miembro con su clítoris. Sus gemidos se iban haciendo más fuertes, iba a estallar en un orgasmo mientras mis manos acariciaban su culo, su boca mamaba sus tetas y su polla palpitaba bajo ella deseando soltar toda su carga.

– Mi amor, si solo tuviera unos quince años menos te seguiría hasta que me tomaras como tu mujer, siempre fuiste un muchacho tan lindo y trabajador.

– No diga eso tía, usted es hermosa y yo siempre la he deseado, como quisiera tenerla para mí…

– Ay, bebé, si te contara lo que hacemos en esa Asamblea, ninguno puede complacerme realmente, si sé que al único que quería es a ti.

Enrique se sintió más intrigado aún con la mención de la asamblea, sabía que ese lugar no daba tan buena espina en general, pero sospechaba que el tema de que era parte de la iglesia local ahora sonaba como que si fuera nada más una fachada para ocultar alguna otra cosa. No obstante, en el momento se abstuvo de preguntar.

– ¿Mi niño, eres virgen aún?

– La verdad es que sí, con todo lo que hago realmente no tengo tiempo para tontear con las chicas.

Se vio un gran brillo en los ojos de Paula, quería sin duda alguna tener la flor de ese joven y ahora nada impediría que ella la tomara.

– Querido, sígueme, quiero mostrarte algo.

Paula se levantó y tomó su mano, ambos caminaron un poco hasta llegar a la habitación de la madura.

Paula se adelantó y se colocó sobre la cama. Nada más llegar, se colocó boca abajo, dejando sus redondos glúteos, duros y trabajados a consecuencia del ejercicio, expuestos totalmente. Enrique se colocó en la cama, de rodillas entre ellas y empecé a acariciar su culo.

– ¿Vienes a darnos cariño?

– Claro tía, todo el cariño del mundo.

Enrique se acercó y comenzó a darle pequeños mordiscos en los cachetes de su culo. Agarró el filo de sus bragas y se las quitó. La giró y lamio su raja. Degustó durante varios minutos aquellos grandes y carnosos labios vaginales de paula, los cuales le parecieron hermosos.

Después de que el muchacho saboreara su jugos por un tiempo, Paula perdió la paciencia y no quería hacer nada más que no fuera copular con aquel mástil que estaba en frente de ella.

-¡Hijo deseo que me claves esa polla tan dura que tienes! – Su tono de voz mostraba la lujuria que la invadía.

Se colocó entre sus piernas y agarró su pene. Lo floté por su raja separando los labios. La respiración de la mujer se aceleró cuando empezó a empujar para penetrarla. Poco a poco su pene empezó a entrarle.

La respiración de la madre de su amigo se aceleró cuando empezó a empujar para penetrarla. Poco a poco su pene empezó a entrarle.

Miraba abajo y podía ver como su pene entraba sin dificultad en el húmedo coño de ella. Estaba sintiendo placer y gemía como posesa. Su mano se agarró a su brazo y sus uñas se clavaron en su piel. Sus ojos se abrieron y tuvo su primer orgasmo, lanzando un grito que probablemente se escuchó en toda la cuadra. Se estaba volviendo loca de placer y no podía dar muestras de ello. Enrique aceleró las penetraciones para darle más placer y ella se retorcía.

– Tía, si no es indiscreción, ¿Por qué mencionaste a la bendita asamblea? Realmente lo hiciste sonar de forma sospechosa.

– Enrique, mi amor, en esa asamblea en realidad pasan cosas que las mujeres prefieren mantener cómo secreto. Pero contigo puedo hacer una excepción, ¿Estás disponible esta semana?

– En el equipo de baseball, se han suspendido las prácticas porque el pronóstico del clima dice que lloverá la semana entera, dejándonos sin el campo en buenas condiciones. ¿Te parece bien que lo hagamos antes del viernes?

– Claro querido, pero debes prometerme que no soltarás una palabra de lo que verás ahí.

– Tienes mi palabra

– Gracias querido, pero por ahora por favor mírame a mí, te deseo y quiero que pasemos nosotros dos juntos.

Después de recuperarnos de aquello, se incorporó en la cama. Enrique levantó la cabeza para mirar a Paula. Allí estaba aquella madura mujer, caliente, se había dado la vuelta a ahora estaba deseando tenerle encima de ella y que le diera lo mismo que le había anteriormente pero ahora en la posición del misionero, su endurecido pene. Estaba totalmente desnuda y sus piernas abiertas le mostraban su sexo depilado. Sus dedos jugaban con los labios que custodiaban la entrada a su vagina. Sus pechos caían a ambos lados de su cuerpo y sus pezones erectos pedían ser acariciados. Cerró los ojos cuando empezó a sentir placer con su mano.

Se colocó entre las piernas de Maribel de rodilla. Ella abrió los ojos y separó los labios para mostrarle el rosado y brillante camino que me ofrecía para que su pene lo recorriera. Se inclinó y lamió un poco su húmeda raja.

-¡Eso es, mi niño! ¡Dale placer a tía Paula!

Su lengua jugó con su hombro y siguió camino hacia las dos montañas de oscuras cumbres que podía ver allá a lo lejos. Su lengua escaló una y mis labios envolvieron el endurecido pezón y empezó a mamarlo, pasando después al otro para darle ese tratamiento.

-¡La quiero dentro, la quiero dentro…! – Gimoteaba y se quejaba. – ¡Dásela a la tía! – Sus manos le flotaban la espalda con brusquedad, queriendo que su cuerpo subiera y su pene la penetrara.

Dejó sus sabrosos pechos y subió por su cuello hasta llegar a su boca que me recibió abierta, desesperada y mordiéndome suavemente los labios. Su pene estaba encima de su sexo y se flotaban el uno contra el otro.

-¡Ponla dentro, por favor! – le imploraba. – ¡Métemela entera!

Se movió y sintió como su glande cayó entre sus labios y empezaba a entrar en ella. Sus piernas movieron sus caderas hacia arriba y su pene entró casi por completo. Un gran suspiro de placer brotó de su boca al sentirse llena de su joven amante. Los dos se movían y gozaban de aquel sexo.

Enrique sintió la necesidad de lanzar su esperma y dejó la delicadeza a un lado, se convirtió en un animal y no podía parar sus caderas que se agitaban arrancando gemidos de la boca de Paula. No tardó más de dos minutos en sentir que me vaciaba dentro de ella. Mucho semen salió y cayó en la vagina de su amante que se retorcía.

A pesar del placer que sentía, estaba enojado por la traición de su amigo, pero era mayor su curiosidad por la asamblea, esa noche dormiría tranquilo, pero iría a investigar ese lugar misterioso.

Continuará…

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