No soporté más el impulso y comencé a caminar hasta la cama mientras la empujaba y la besaba. No tienen idea de cómo me volvía loca esa boca; sus labios y su lengua que no dejaba de mover dentro de la mía.
Cuando ella cayó de espaldas en las sábanas, aproveché para distanciarme y observar su cuerpo; ese rico cuerpo que adoraba besar y recorrer con mis labios. Se había teñido el cabello de rojo y lo llevaba un poco más abajo de la espalda. Su piel se veía todavía más pálida y sus ojos un poco más grandes. Ya no tenía ropa puesta más que un sujetador negro y una tanguita de hilo que se le metía entre sus nalgas y entre la raja de su vagina.
Sus caderas eran anchas y tenía unos muslos enormes que me volvían loca, sobre todo cuando me envolvía el cuello con ellos. Si conseguía tirar hacia arriba del triángulo que le cubría la zona íntima, podía escuchar sus gemidos cuando la tela se le metía entre su conchita y casi se la follaba con fuerza.
Becky era preciosa, y sabía lo mucho que me gustaba su cuerpo. Yo ya había tenido sexo con otras mujeres, pero sinceramente solo con ella me gustaba repetir.
Comencé a quitarme el short que tenía puesto y dejé a la vista una tanguita de color rojo. Después me quité la blusa y dejé a la vista mi sostén que apenas y podía cargar mis enormes senos. Mis pezones rositas estaban duros, deseosos de que mi amiga envolviera sus labios sobre ellos y los chupara.
Ella me sonrió, se llevó el dedo corazón a la boca y lo chupó.
El coño me estaba supurando a mares.
—Hoy luces deliciosa —me dijo.
Becky me esperó tumbada entre las sábanas, subí junto a ella y comencé a besarle el cuello mientras la escuchaba gemir. Sus uñas me rosaron la espalda, pero no me hicieron daño. Le llené de besos y saliva el cuello y después le besé la boca. Nuestras lenguas se movieron juntas y entonces ella me dio una suave mordida en el labio inferior. Aquello me causó un estremecimiento y no dudé en frotar mi coñito, cubierto todavía por el hilo de la tanga, sobre una de sus rodillas.
Regresé a besarle el cuello y después bajé por su pecho. Le quité por completo el sostén y me metí a la boca uno de sus pezones.
—Qué rico se siente, Sarah —escuché que me decía mientras se colocaba el cabello detrás de los oídos.
—¿Te gusta? —le pregunté pasándome al otro pezón y echándole saliva para que se pusiera más duro.
—Mucho, me tienes con el coño empapado.
Dejé sus senos y volví a bajar por su estómago, le besé el ombligo y se lo llené de saliva mientras mis manos subían y le apretaban los senos como dos pelotas suaves. Becky abrió sus piernas y las enredó atrás de mi espalda. Sus manos me agarraron por la cabeza y me inclinaron más hacia ella. Yo estaba segura de saber qué es lo que quería.
Quería que hundiera mi rostro entre sus piernas y le chupara el coño. Un coñito que a mí me encantaba. Podía vivir toda mi vida metida ahí, chupándole su campanita y follándomela con la lengua.
La hice que me soltara y agarré los dos extremos de su tanguita para quitársela. La llevé a mi nariz y la olí. Su aroma a perfume caro y a sus fluidos me inundó por completo.
Entonces me embarqué en la tarea que ella necesitaba.
Le abrí los labios vaginales con la ayuda de mis dedos y su florecita recibió el primer lengüetazo con un temblor de placer. Su clítoris vibró detrás de mi contacto y sus flujos comenzaron a salir lentamente. Hundí mi rostro y comencé a chuparla, a besarla y saborearla.
Su piel rosita en contacto con mi lengua era poesía. Volví a escupirle e introduje mi lengua hasta el fondo de ella mientras la sentía agitarse y revolcarse en la cama.
Los gemidos de Becky llenaron la habitación y sus pezones se pusieron todavía más duros. Mi lengua salió y entró un par de veces más y finalmente comencé a descender hasta encontrar el anillo de su anito.
—Oh… Dios… qué rico…
—¿Te gusta, zorrita preciosa?
—Sigue… por favor…. ¡Ah!… Qué bien se siente.
Volví a chuparla, la follé con mi lengua y después le metí un dedo en el coñito mientras mi lengua atacaba su esfínter. Afuera y a dentro mientras sus líquidos me escurrían por la mano.
Dejé dos dedos dentro de ella y vi cómo su vagina se contraía, deseosa de que me la follara. Mientras tanto, me dediqué a besarle la cara interna de los muslos y a recoger con la lengua los hilitos de flujo que escurrían hasta la sábana. No me importa que para algunos, o algunas, esto pueda sonar de asco, ya que cuando tienes la concha y el culo caliente, solo te concentras en el acto.
Subí a la cama, me coloqué sobre ella y pegué mi coñito al suyo.
—Dale mami, más rápido —me pidió.
Nuestros movimientos agitaron toda la cama. Nos besamos y yo le apreté los pezones. Nuestros flujos nos habían cubierto las piernas por completo y de repente, ambas estábamos llegando al orgasmo.
El clítoris me ardía de tanta fricción, todo me palpitaba, pero en el fondo solo estaba deseando repetir.
Pero que rico relato, tuve que parar mi jornada de trabajo por qué me ardía el coño por masturbarme