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Mis dudas sobre Adriana (capítulo 4)
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Yo era la mosca en la leche y, aparte tenía la suerte del subsidiado, yo era el que recibía las vaciadas, los reproches y las picaduras de los mosquitos; los demás se bronceaban mientras a mí el sol me quemaba y me dejaba manchas rojas en mi piel pálida; los demás lucían sus vidas como de revista mientras yo lucia mi vida como el barrendero que tenía que limpiar el desorden después. Tal vez por eso Adriana me estaba echando inconscientemente a un lado, porque entendía que mi sitio no era con ellos y que ese baile no era el mío; para ellos existía la discoteca y para mí la cantina de borrachos.

Cuando comenzaron a jugar a la pelota, me paré y me fui a buscar algo de mi altura, algún trapero o algunos calzoncillos para lavar que me distrajeran mientras ellos se divertían. Lo peor fue que se volvió cierto porque a los pocos minutos vi como Gabriela salía de la piscina y prendía la música mientras el resto aplaudían y celebraban ¡Valía más un puto parlante que yo!

A eso de las doce decidí darle una vuelta a la quinta, a familiarizarme con ese lugar tan lujoso para mí como extraño, quería por lo menos saber cómo era antes de que me sintiera menospreciado por todos sus detalles. Me metí a los cuartos. El cuarto de Sebastián y Julieta estaba completamente desordenado (y eso que apenas había pasado una noche), las sábanas revueltas, un par de latas de cerveza por el suelo, la ropa regada por todas partes y la tanga sucia de Julieta en un rincón de la cama. Miré atrás para saber si alguien estaba cerca, no había nadie, estaban gozando y riendo afuera. Agarré esa minúscula tanga con los dedos y con mucho cuidado me la llevé a la nariz. El aroma era de un coño joven, de las vitaminas de un corazón que latía a mil, de ese culito apretado que danzaba por ahí. Me la imaginé empelota, sin tanga ni nada, me la imaginé quitando esa prenda, ofreciéndose a su amante para que se la comiera; me la imaginé en cuatro patas mientras Sebastián le daba duro por detrás, me imaginé ese coño abriéndose y cerrándose a cada empujón. Volví a oler su tanga, si, olía a hembra, olía a sexo, olía a corrida, olía a que había pasado una noche tirando como perra y olía a que lo había gozado. Su aroma era dulce, delicado, pero presente, tan presente como ese par de tetas que me estaban volviendo loco.

La dejé por ahí, no era suficiente para ameritar una paja y menos para justificar mi ausencia durante tanto tiempo. Salí aun impregnado de su fragancia y de su deseo. Con disimulo fui a la cocina y me asomé por la ventana. Todos me saludaron desde la piscina mientras yo les dibujé mi mejor sonrisa, el crimen perfecto. Rápido ellos volvieron a lo suyo, a sus juegos y yo también a lo mío.

Con mucho cuidado, siendo muy sigiloso, entré al cuarto de Mauricio y de Gabriela, se notaba su rutina, se notaban sus tiempos y sus edades, la cama estaba tendida, las maletas estaban acomodadas, la ropa estaba en el armario y no había más cosas que las necesarias por ahí. Se notaba la experiencia, esa que dice que hay demasiado tiempo como para hacerlo todo en un solo día, había calma, había proceso, había método. Encontré la pijama de Gabriela, miré por encima y no encontré sus interiores, tampoco se trataba de buscarlos, con la pijama sería suficiente, era ligera, seguramente comprada para la ocasión, se veía nueva, apenas con el uso de la noche anterior, la blusa era una simple camiseta sin mangas y el pantalón un short que le cubriría el culo y poco más. Lo alcé con ambas manos contra la luz y me pareció notar algo en su entrepierna, una pequeña manchita, diminuta, pero suficiente para mis momentos. De nuevo miré a la puerta, nadie estaba detrás mío, ellos seguían afuera gozando y jugando, al igual que yo.

Acerqué el short a mi nariz ¡Si, era lo que esperaba! Una manchita provocada por su sexo lubricado. Seguramente habían follado esa misma mañana, se notaba la frescura de la evidencia, incluso algo húmeda todavía. Gabriela olía más a mujer, a experiencia, a costumbre, se notaba que —aunque no parecía tan loca como las otras— si se había comido a más machos que solo Mauricio, se sentía ese olor amargo de sus decepciones y ese deseo expuesto de sus buenos polvos; su aroma se mezclaba con su fragancia frutal, no era una fragancia pura como la de Julieta sino que su aroma estaba mezclado con su perfume, aun así, olía a maravillas, olía a que se quedaba satisfecha después de un polvo pero no extasiada, no saciada, olía a que le faltaba un poquito para ser feliz, para llegar a tocar el cielo; tal vez por eso se quitaba el brasier y luego se lo volvía a poner, porque le daba pena consigo misma aceptar su nuevo limite; olía a que se controlaba, a que todo en su vida tenía un método.

Me la imaginé tirando con Mauricio, primero suave, muchos besos, mucho juego, poco instinto, poca locura, me imaginé sus tetas un poco morenas y sus pezones más oscuros, duros, tiesos. Me la imaginé chupando vergas, despacio, acomodando su lengua al grosor de su invitado. Me la imaginé cabalgando, poniendo en práctica las horas de gimnasio y la rutina de piernas que hacía tan bien, debía ser delicioso tenerla encima, moviendo ese culo como si se tratara de una máquina automática que entraba y salía sin detenerse, con una constancia de profesionales. Me la imaginé en mil posiciones ¡Sí! Ella era de posiciones, ella era de métodos, de manuales, de pasar de chupar vergas a recibirlas con las piernas abiertas, de cabalgar a estar en cuatro patas, de estar de pie a estar sentada, de devorarse ese semen hasta sentirse agotada. Me la imaginé tragando, saboreando la leche de mi colega. La verga me dio un salto, la verdad, Gabriela olía mejor que Julieta, me gustaba más, me atraía más su flujo líquido y sus manchas descaradas, me imaginaba todas sus tangas mojadas, sucias, avergonzadas después de las locuras, pero sin llegar a arrepentirse.

Ahora si me dieron tremendas ganas de pajearme, de sacármela ahí mismo y acompañar mi ritmo con su intenso flujo. De nuevo salí a la cocina y me asomé para saludarlos y de nuevo hicieron una pequeña algarabía al verme.

—¿Cómo sigues? —me preguntó Gabriela desde su sitio en la piscina.

—Mejor —le contesté— tu crema es excelente.

—Sí, aplícate un poco más, en donde lo necesites, no te preocupes.

—Gracias —le contesté casi delirando— ya mismo me echo otro poquito.

La verdad ni siquiera paré a mirar a las otras mujeres, estaba tan embebido por el aroma de Gabriela que no dudé en hacerle caso y en volver a su cuarto para agarrar su short y hacerme una paja mientras su cremita me curaba.

Iba en camino cuando de reojo vi que Mauricio se acercaba. Me detuve en seco, pero no alcancé a evitar mostrar mi decisión de entrar en su cuarto, por fortuna, me acordé de mi comodín:

—Iba a entrar a tu cuarto a buscar la crema.

—Claro, dale, esa crema es maravillosa, esta mañana también amanecí con picaduras, pero ya se me pasaron, ya no molestan. Voy por unas cervezas porque está haciendo un calor tremendo.

—Claro —me quedé mirándolo, estaba todo mojado y estaba volviendo el piso una mierda, sin duda me tocaría trapear después para que nadie se fuera de narices y termináramos en el hospital, aunque eso no me importaba en ese momento, lo que me importaba era que recogiera rápido sus latas y se largara para que yo pudiera untarme la cremita de su esposa.

—¿Te ayudo? —le dije por cortesía.

—No, no hace falta, además no deberías salir con este sol, espera a que baje un poco y ahí si sales.

Estaba saliendo y volviendo a agarrar carrera a su cuarto cuando me llamo y me dijo en silencio:

—Oye ¿Qué tal las tetas de Julieta?

—Divinas —le dije sonriendo mientras él se acercaba.

—Me tiene como un palo —me dijo con un tono prudente— y cuando Gabriela estuvo en tetas, me puse como un burro ¿también la viste?

—No, estaba dormido, cuando salí ya se había puesto el bikini.

—De lo que te perdiste. Ahora solo falta tu mujer —me dijo sonriendo y volviendo a salir descomplicado, esta vez no se detuvo hasta que llegó con los otros.

¿Así que quería verle las tetas a mi mujer? ¿Así que había una especie de pacto en donde todos exponíamos las tetas de ellas y no nos sentíamos mal por ello? La verdad yo nunca había jugado con eso en mi vida, pero comenzaba a entender las conversaciones secretas entre ese par. Seguramente querían que Adriana también se quitara el brasier y, poco a poco, estaban ejerciendo presión para que ella aceptara. Las palabras de mi mujer coincidían con sus intenciones, ya le habían metido el bichito de quitarse el bikini y ese bichito estaba susurrando en su mente. Quise hacer algo, pero me acordé de la pistola que me hizo frente a todos ¡Que se jodiera! ¡Que las mostrara si así quería! “No soy tu esclava” me había dicho, entonces que se buscara otro y me dejara tranquilo porque mientras tanto yo estaba decidido a hacerme una paja con los calzones de su amiga.

Entré de nuevo al cuarto y agarré la crema de los mosquitos y me la metí al bolsillo por si alguien llegaba y tenía que justificarme, luego agarré el short de Gabriela y volví a llevármelo a la nariz, ahora olía más a fresco que antes, olía a teta en piscina, olía a comida de verga mientras me miraba desde el suelo, olía más a perra que antes. Me comencé a bajar la pantaloneta y mi polla salió de un salto como un payaso de sorpresas, comencé a halármela despacio, pero de repente apareció la imagen de Mauricio con sus cervezas en la mano y su sonrisita estúpida diciéndome que quería verle las tetas a mi mujer, eso me desconcentró, me sacó de onda. Cerré los ojos de nuevo y olí más profundo la fragancia de su esposa y ese olor volvió a trasladarme al paraíso, y volví a halármela con la suavidad de los primeros momentos, pero al fondo escuché un grito que venía de la piscina, no era un grito alegre de baile sino de algarabía de algo prohibido, y de nuevo abrí los ojos. Lo primero que se me vino a la mente fue que Adriana se había quitado el bikini y todos celebraban ver sus pezones oscuros.

Me acomodé la verga en la pantaloneta y salí a mirar por la ventana. Iba con el corazón a mil imaginándome a mi mujer exhibiéndose frente a todos ¿Y si lo estaba, que haría yo? Por fortuna cuando llegué me di cuenta que el ruido se debía a que ya todos estaban por fuera del agua, menos Sebastián y que Adriana estaba bailando al lado de Gabriela, pero ambas estaban vestidas. Suspiré hondo, había pasado el peor trago.

Sin querer me di cuenta que había sacado el short de Gabriela y lo tenía en la mano. Me devolví a dejarlo en su sitio antes de que se dieran cuenta de mi aventura. Me frustré al volverlo a dejar sobre la cama, mi paja se había estropeado, pero eso sí, pensaba echarle un buen polvo a Adriana apenas la oportunidad se presentará.

Salí y me di cuenta que ya todos estaban fuera de la piscina y que algunos bostezaban. Para mi poca fortuna el cielo se había cubierto un poco y pude salir por fin a disfrutar del ambiente, para mi máxima desgracia, Julieta ya se había puesto la parte de arriba y cuando salí no pude verle nada de sus delicias descubiertas. Todos me saludaron. Todos muy amables.

—¿Qué? —me dijo Mauricio alegre— ¿Hacemos el asado?

Antes de contestar todos aplaudieron y contestaron por mí. Para eso me habían llevado, para cocinarles mientras ellos se divertían. Con una sonrisa complaciente miré a las damas, me acordé que yo también era un bastardo que acababa de oler sus bragas sucias y acepté la propuesta.

Los hombres fuimos al asador, era realmente grande, cabía más carne de la que podíamos comer, pero eso no significaba que el proceso fuera a ser más rápido. De cualquier forma, había que traer el carbón, preparar la hoguera y cocinar todo. A ojo de experto les dije:

—Dos horas me demoro.

—¿Cuánto? —pregunto a lo lejos Adriana.

—¡Dos horas! —gritó Mauricio.

—Alcanzamos a broncearnos un poco —contestó ella.

Manos a la obra. Los hombres nos fuimos a traer el carbón al pueblo. En el camino aprovechamos tomarnos una cerveza y hablar de la quinta y del pueblo. Yo seguía siendo el más intruso del grupo, notaba que ellos se hacían comentarios y se lanzaban miradas en clave mientras yo me esforzaba por entenderlos. Cuando terminamos de comprar lo necesario, incluyendo unas empanadas para picar mientras tanto, Sebastián dijo:

—Vamos rápido, que estas ya deben estar con las tetas al aire y eso no me lo quiero perder.

Mauricio rio dándole la razón y yo tragué saliva suplicando que no estuviera pasando eso o, por lo menos, no con Adriana.

El camino de regreso fue más rápido que el ida, se notaba que Sebastián —que era el que manejaba— tenía prisa por descubrir si las tres bellezas ya estaban exhibiendo sus vergüenzas. La verdad era que todos estábamos igual, en el fondo yo también sentía un tremendo morbo por encontrarme con esa escena, mi paja arruinada comenzaba a tomar vuelo de nuevo.

—Entremos despacio —le dijo Sebastián a Mauricio que salió del carro para abrir la reja y meter el carro— no hay que asustarlas. Vamos de cacería.

Mauricio no aguantó la tentación y lo vimos corriendo a hurtadillas hasta donde se podía ver la piscina y todo lo que la rodeaba.

—Oye, Carlitos ¿Qué tal que Adriana este ya sin bikini? —me dijo sonriendo.

Yo no supe que contestarle, pero al parecer él notó mi incomodidad.

—No te preocupes, es un chiste. No es nada morboso o algo así. ¿te molesta? —me preguntó.

—No, la verdad es que es una decisión de ella. Si quiere hacerlo —dije yo tratando de disimular mis frustraciones— pues que lo haga.

—No te preocupes Carlitos, si quieres te prometo que, si la encontramos así, yo miró para otra parte. Además, ya vi estas mañanas las de Gabriela y no pasó nada.

Quise preguntarle por las tetas de Gabriela, pero mejor decidí actuar como si no me importara.

—No te preocupes, son unas tetas nada más —le dije tranquilo—. Todas las viejas tienen dos ¿no?

—Exacto —me contestó él sonriendo y sintiendo la satisfacción de haber conseguido mi permiso.

—Además, ustedes ya adelantaron tarea anoche ¿no?

—¿A qué te refieres? —me preguntó extrañado.

—Pues a que anoche ya se bañaron en la piscina y creo que hubo poca ropa —puse mi trampa.

—¿Adriana te contó eso? —dijo riendo animado y yo sorprendido por su aceptación— es que Julieta es una loca y tú sabes, como ella es modelo pues está acostumbrada a andar así frente a cualquiera y, pues bueno, mientras nada sea obligado pues no le veo el problema.

¿Y eso que significaba? Sin duda había pasado algo terrible, pero no podía parecer celoso o intenso, tenía que salir de esta con mucho tacto.

—¿Y entonces no se quitó el bikini?

—No, claro que para lo que tapaba, era como si no llevara nada.

—Tienes razón, ese bikini celeste es muy pequeño —le dije sonriendo.

—¿Celeste? No, yo me refiero al rojo. Tremendo cuerpo tiene tu mujer —me dijo sonriendo orgulloso.

¿Rojo? ¿Cuál bikini rojo? Yo no le había visto ninguno de ese color y menos tan chiquito como el que decía Sebastián; ella tampoco me había contado nada y ni siquiera lo había visto colgado en alguna parte. Iba a preguntarle cuando Mauricio asomó su cabezota y nos hizo unos gestos con las manos que indicaban que estaban en la piscina y estaban en topless. Sebastián casi se enloquece en el asiento, se notaba que le tenía muchas ganas a eso de verle las tetas a mi mujer. Yo, nervioso, le hice un gesto a Mauricio para saber si Adriana también estaba en topless, pero él no me entendió. Con el corazón en la mano, nos bajamos del carro y muy cautelosos nos movimos; Sebastián entró lo más silencioso que pudo, como reconociendo el terreno mientras yo iba detrás suyo. Mauricio apenas abrió la reja lo suficiente para que pasáramos y luego, sigilosos, como ladrones de bancos entramos en la casa a descubrir la gran sorpresa que nos tenían esas tres bellezas.

Yo iba detrás de ellos, con el pulso acelerado porque no quería que ese par le vieran las tetas a mi mujer, pero, por otro lado, me daba morbo si la encontraba acostada y tomando el sol casi desnuda. Mauricio nos llevó hasta el punto en donde se había parado antes. Sebastián hizo un gesto al asomarse, pero para mí sorpresa, no fue tan emotivo como yo lo esperaba, parecía un poco decepcionado. Yo fui el último en asomar la cabeza, temiendo lo peor y sintiendo ya mi humillación y mi derrota. Cuando las vi quedé de piedra.

Julieta y Gabriela lucían sus tetas de frente, pero Adriana estaba acostada de espaldas y no se le veía nada.

Mi verga dio un salto al ver las tetas de Gabriela, eran como me las había imaginado, grandes, mucho más que las de Julieta, aunque no tanto como las de Adriana, paradas a pesar de sus años y con unos pezones cafecitos y bien redondos. Se notaba que estaba algo caliente porque los tenía duros y apuntando hacia el infinito. Eran unas tetas hermosas y lo mejor era que —al bajar la mirada— se le había metido la braga en su entrepierna y se le dibujaba toda su rajita hambrienta. Se notaba que no estaba acostumbrada a ese tipo de exposición y la aventura la ponía nerviosa y cachonda al mismo tiempo y se notaba que ambas cosas las estaba disfrutando y la hacían sentir más caliente.

No sé cuánto tiempo pasó, no fue mucho, cuando Mauricio se incorporó y dijo casi resignado:

—Vamos, ya no va a pasar nada más.

Caminó hacia la entrada de la casa y nosotros lo seguimos, al hacerlo hizo algo de ruido y vimos como Gabriela asustada recogía su bikini y medio se lo colocaba como podía, al mismo tiempo, Adriana buscaba los lazos de su brasier y se los llevaba a la espalda para amarrarlos. Julieta ni siquiera se movió.

Sebastián salió ya sin tanto protocolo y volvió a subir al carro, Mauricio abrió la puerta por completo y luego recogimos todo lo que habíamos comprado. Cuando terminamos de rodear la casa y llegar a la piscina, Gabriela y Adriana ya estaban vestidas como las habíamos dejado. Julieta no se cubrió, no le importaba eso. Cuando pasé por su lado repartí las empanadas que llevábamos y ella y yo nos cruzamos las miradas.

—¿Te molesta que este así? —me preguntó con su mirada de inocente.

—Para nada —le contesté sonriendo y mirando a otra parte para no comprometerme.

—Que le va a molestar —dijo Adriana un poco seca— al contrario, está feliz viéndote las tetas.

Gabriela soltó la risa y, por supuesto, yo me sonrojé, pero mejor seguí mi camino para no involucrarme más.

Mientras alistaba la parrilla pensaba que, tal vez, Adriana ya se había quitado el bikini frente a sus amigas y solo había sido cuestión de suerte para no haberla encontrado así. Además, seguía con su tono fiero conmigo, como si le molestara que yo pudiera mirar a Julieta o, tal vez, como si yo le estorbara para no poder lucirse como quería. De cualquier forma, se notaba que la pareja que estaba menos cómoda era la nuestra. Apenas si nos habíamos dirigido la palabra en todo el paseo, aunque yo tenía la esperanza de recuperar la condición después del asado… que inocente era.

Me fui al asador y comencé a prepararlo todo. Al rato, llegaron a ayudarme Sebastián, Mauricio y Gabriela, al acercase ella pude notar ese olor tan delicioso que ya la caracterizaba en mi cabeza. No tengo que decir que me incomodó un poco tenerla a ella a un lado y a su marido al otro lado, me daba cierto remordimiento, aunque lo disimulé como mejor pude. Entre todos los presentes me ayudaron a preparar algunas cosas y a poner algunas ollas en el fuego, pero la verdad era que había muchas manos para las pocas tareas que se tenían que hacer.

—Bueno —dijo Mauricio— voy a broncearme un rato mientras esto esta ¿vienes? —le dijo para mi pesar a Gabriela.

—Espera termino —contestó ella acabando de alistar algo que no recuerdo.

—Aprovechemos y te quitas ese bikini para que quedes pareja —le dijo sonriendo Mauricio.

Ella lo miró con un gesto de desaprobación, como callándolo por ser tan imprudente, pero él no se contuvo y le lanzó el sablazo final.

—No te preocupes que Carlitos ya te vio las tetas cuando entramos.

Ella volteo de inmediato y se quedó mirándome como si fuera una fiera acabada de salir de su jaula para atacar a su minúscula presa, y ahora fui yo el que se puso rojo ante la evidencia.

—Fue sin querer, te lo juro, es que, fui por donde no tocaba y…

—¿Me viste las tetas? —interrumpió ella, yo no tuve más que aceptar moviendo mi cabeza y ella cerró los ojos de la ira que cargaba— eso me pasa por ponerte cuidado —le dijo regañando a Mauricio.

Y se fue un poco cabreada mientras Mauricio la perseguía como un perro regañado tratando de disculparse con su mujer.

—No te preocupes —dijo Sebastián— ¿si no quiere que se las veamos para que nos las muestra? Así son todas las viejas, te dicen que no, pero están que se corren por enseñar lo que tienen.

Yo sonreí mientras los veía llegando a la piscina y acomodándose junto a las otras, ella les comentaba algo y las otras contestaban, como calmándola o dándole consuelo.

La cosa pasó así y creí que todo iba a terminar en eso, cuando de repente, Sebastián me suelta:

—Que calor está haciendo. Me estoy ahogando. Voy a darme un bañito y de paso aprovechó para ver si puedo convencer a tu mujer que también nos las enseñe.

Continuará.

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