Me llamo María, tengo 21 años y estudio literatura en la universidad. Las noches son mi refugio, cuando la casa está en silencio y puedo perderme entre las páginas de mis novelas de BDSM. Nunca pensé que alguien descubriría mi pequeño secreto, pero Carlos, mi hermano mayor de 25 años, lo hizo.
Nuestros padres decidieron tomarse unas vacaciones, dejándonos solos en casa. La ausencia de ellos no fue exactamente como esperaba: la nevera vacía, el olor a humedad en el aire, y el constante sonido de la televisión de Carlos retumbando en las paredes.
Sospechaba que Carlos había leído mi diario. Para descubrirlo, escribí una fantasía sobre ser dominada por él. Mi plan era avergonzarlo, pero Carlos es un rival astuto; me siguió el juego y dejó un contrato con todos los detalles de nuestra relación amo-sumisa dentro de mi diario.
Empiezo a leer el contrato, sintiendo una mezcla de vergüenza y rabia al ver las condiciones. Carlos tendría acceso a mi cuerpo cuando él lo deseara, sus castigos serían spanking, y nuestra relación terminaría cuando regresaran mis padres. Mi orgullo me impulsa a firmarlo como una muestra de que quiero devolverle la jugada psicológica, para ver hasta dónde está dispuesto a llegar. No me rendiré sin dar batalla en este juego psicológico, pues también percibo el miedo y la vergüenza en él al no poder mirarme a la cara y decirlo de frente.
Una vez lo firmé, mientras él veía la tele en la sala, tiré el contrato sobre la mesa dejándolo caer con impacto para ver su cara de vergüenza al sentir que yo soy capaz de jugar. Me retiré a mi cuarto creyendo que había ganado, al ver que Carlos se marchó a la calle.
Pasadas dos horas, Carlos regresó a la casa y abrió la puerta de mi cuarto, lanzando un paquete sobre mi cama. Me dijo que me esperaba en la sala en 10 minutos. Al abrir el paquete, descubrí ropa de lencería muy sexy, lo que me llenó de vergüenza. Pasaron unos veinte minutos de indecisión y finalmente decidí jugar; no lo dejaría ganar.
Llegué a la sala, diez minutos tarde, deliberadamente. Carlos estaba sentado en el sillón, su expresión oscura. Sin decir una palabra, señaló el reloj, la tensión palpable en el aire. Sentí un nudo en el estómago, pero mantuve mi postura desafiante. Quería ver si era capaz de seguir adelante con el castigo, si realmente estaba dispuesto a cumplir con su parte del contrato.
Carlos se levantó, sus pasos lentos y medidos. Me tomó del brazo y me llevó hacia el sofá, su mano firme. Sentí una mezcla de miedo y anticipación, la lencería rozando mi piel sensible. Me ordenó inclinarme, y dudé un segundo antes de obedecer. La vergüenza se mezclaba con la excitación, la tela suave contra mi piel desnuda.
Sentí su mano levantarse, y el primer golpe resonó en la habitación con un fuerte "¡plas!". El dolor era punzante, un ardor que se extendía rápidamente. Cada golpe siguiente intensificaba esa mezcla de sensaciones. "¡Plas! ¡Plas!", los sonidos llenaban el aire, y mi respiración se hacía más pesada. No pude contenerme más y rompí a llorar, lágrimas calientes corriendo por mis mejillas. El llanto no era solo de dolor, sino de liberación.
Las lágrimas caían silenciosas, mezclándose con el sudor que perlaba mi frente. Sentí una oleada de rabia mezclada con desesperación; sabía que aún no habíamos cruzado la línea del sexo, y esa iba a ser mi carta bajo la manga. Sabía que no era capaz, que solo trataba de hacerme perder. Empecé a creer que en ese momento él se iba a rendir.
Carlos me dejó tranquila por el resto de la tarde, pensativo y callado. Creo que meditaba lo ocurrido. Una oleada de victoria me invadió al ver que todo se mantuvo sin sexo. Decidí vestirme con una malla bien ajustada, haciendo énfasis en mi vagina, para provocar su deseo sexual. Mientras cenábamos en el comedor, lo miré a los ojos y, con voz desafiante y llena de poder y sexualidad, le dije: "Puedes renunciar si quieres".
Regresé a mi habitación, con el corazón aun latiendo por la intriga y la tensión sin resolver. Sabía que mi desafío no había sido respondido por Carlos; su temor ante el tabú parecía haberle paralizado. Sin embargo, no pude evitar sentir una oleada de enojo mezclada con una excitante sensación de poder. Conocía bien su terquedad y su competitividad; sabía que este juego estaba lejos de terminar.
Me recosté en la cama, sintiendo el peso de la incertidumbre sobre mis hombros. Aunque había provocado su ira, también había sembrado la semilla del desafío. Sabía que él respondería de alguna manera, quizás no de inmediato, pero estaba segura de que no dejaría pasar mi atrevimiento sin consecuencias. La idea me excitaba y me aterraba al mismo tiempo, pero estaba lista para lo que viniera.
La oscuridad de la habitación era sólo un reflejo de la tormenta emocional que se agitaba dentro de mí. Mis pensamientos daban vueltas, anticipando el próximo movimiento de Carlos, preguntándome qué forma tomaría su respuesta. A pesar de la tensión, una chispa de emoción se encendió en lo más profundo de mi ser, alimentando mi determinación de no retroceder en este juego de poder que habíamos comenzado
La tensión se corta en el aire cuando escucho un ligero golpe en mi puerta. Al no recibir respuesta, me incorporo en la cama y me acerco, notando que la puerta está entreabierta, sin seguro. "Pasa", murmuro, pero el silencio es la única respuesta que obtengo. Intrigada, me levanto y me acerco a la puerta, encontrando una nota escrita a mano en una hoja en blanco. Mis ojos siguen las palabras con una mezcla de sorpresa y miedo: "Te espero en mi habitación para hacerte mía".
Mi corazón comienza a latir con fuerza, la respiración se agita y el miedo se acrecienta. Este era su movimiento, su respuesta a mi desafío. Pero su debilidad al no entrar directamente en mi habitación me da una ventaja. Si piensa que con esta nota me rendiré, se equivoca. Es mi oportunidad de hacer que se rinda, de demostrarle que no soy tan fácilmente dominada como él cree. La decisión está tomada; no retrocederé en este juego de poder que hemos comenzado.
Decido confrontar la situación de frente, con una determinación fría palpable en mi mirada. Salgo de mi habitación y me dirijo hacia la suya con paso firme, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Golpeo su puerta con fuerza, sin darle tiempo para anticiparse.
La puerta se abre de golpe, revelando a Carlos en el umbral. Su expresión es una mezcla de desafío y expectativa mientras me observa con atención. Sin decir una palabra, me toma de la mano y me arrastra hacia su habitación, cerrando la puerta con un golpe seco detrás de nosotros.
Decidida a demostrar mi valentía y desafiar su autoridad, subo a la cama sin titubear. Sin mediar palabra, me bajo las bragas y adoptó una posición de cuatro patas, lista para ser penetrada. Sé que se va a rendir ante mi desafío.
Carlos acepta el desafío, su presencia llena la habitación con un aire de dominio. Me penetra, el sonido de nuestros cuerpos chocando y las sábanas crujientes se mezclan con mis gemidos y suspiros. Mis gritos retumban en la habitación, acompañados por el sonido de sus manos impactando mi trasero: "¡Plas! ¡Plas!". Cada embestida es salvaje, cada movimiento lleno de intensidad y pasión. Carlos ejerce su dominio sobre mi cuerpo con fuerza y determinación, llevándome al éxtasis con cada movimiento. En ese momento, me entrego por completo al placer, dejándome llevar por la vorágine de sensaciones.
Una vez que todo terminó, me levanté y volví a mi habitación. Cerré la puerta y me dejé caer en la cama. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro antes de que siquiera pudiera entender lo que estaba sintiendo. El silencio de la casa, solo roto por mis sollozos, era ensordecedor.
Me sentía miserable, como una puta barata. No podía creer lo que había hecho. El deseo de ganar ese juego estúpido había nublado mi juicio, llevándome a romper todas las barreras del decoro y la moral. Ahora, la culpa y la vergüenza me consumían. No podía dejar de pensar en la expresión de Carlos, en la intensidad de lo que habíamos compartido. Todo se sentía sucio, roto.
"¿Qué me pasa?" me pregunté en voz baja, mi voz temblando con el peso de las emociones. "¿Cómo pude caer tan bajo?"
Me acurruqué en posición fetal, abrazando mis rodillas con fuerza. Las lágrimas no dejaban de brotar, limpiando una parte de la suciedad que sentía dentro de mí. La habitación, que había sido mi refugio, ahora se sentía como una prisión. Cada rincón me recordaba lo que había sucedido en la habitación de Carlos, la intensidad del momento, el dolor y el placer mezclados en una danza retorcida.
Quería desaparecer, borrar ese momento de mi vida. Pero sabía que no podía. Tendría que vivir con las consecuencias de mis acciones, enfrentando la realidad de lo que había hecho. La batalla había dejado cicatrices, no solo en mi cuerpo, sino en mi alma.
Carlos me llevaba más y más adentro de su mundo oscuro. Cada día, me empujaba más allá de mis límites, poniendo a prueba mi resistencia y mi voluntad. Disfrutaba humillándome, encontrando placer en mi sumisión y en la sensación de poder absoluto que ejercía sobre mí. Uno de sus juegos consistía en la garganta profunda, obligándome a chupar y tragarme todo, convirtiéndome en su puta.
Me sometía a pruebas cada vez más degradantes, despojándome de mi dignidad y autoestima. Me obligaba a realizar actos de sumisión en privado, exponiéndome a su control y a la sensación de humillación constante. A pesar del dolor y la humillación, no renunciaba. Sin previo aviso, aparecía, me bajaba las bragas y me follaba. Me obligaba a estar siempre sin ropa interior, solo para su placer, para penetrarme cuando le diera la gana.
Me aferraba a mi orgullo herido, negándome a darle a Carlos la satisfacción de la rendición. Cada día que pasaba, mi odio hacia él crecía, pero también lo hacía mi determinación de no permitir que me quebrara. La batalla se volvía más intensa con el tiempo, y yo sabía que llegaría un punto en el que tendría que elegir entre mi dignidad y mi cordura.
Pero por ahora, seguía resistiendo, aferrándome a la esperanza de que algún día encontraría una forma de escapar de las cadenas que Carlos había puesto a mi alrededor.