… y en eso entró Marga
Ahí estaba yo, tumbado en la cama, con los cojines en la espalda, desnudo de cintura para abajo, con el cipote tieso, enorme, el capullo violáceo de tensión, con el puño de la mano apretando el ardiente mástil de mi tranca, las venas gruesas y los huevos tersos, llenos de leche a punto de eyacular; con la película porno en volumen bajo y las piernas abiertas.
— ¡Pablo!, ¡Pero, Pablo! —chilló desde el ámbito de la puerta. Aún llevaba la chaquetita de piel marrón y el bolso a juego colgado del hombro. Los ojos de asombro, la boca abierta, los ojos como platos, los puños crispados, ligeramente encorvada no sé si de rabia o fruto de la inesperada imagen con que sorprendió uno de mis habituales juegos masturbatorios.
Yo no supe bien cómo reaccionar. Un calor irresistible subió desde mi estómago hasta mi pecho, mi cuello, mis mejillas y mis orejas. Noté la boca seca. Mi tranca se fue aflojando rápidamente y la dejé caer sobre el muslo con la leve mucosidad preseminal impregnando el vello de mi pierna. De repente apareció en mi mente la imagen de la portada del diccionario del diablo, de Ambrose Bierce que me había hecho reír tanto de adolescente: un sátiro demoníaco, con sus patas de carnero, su cínica barbita y sus cuernecillos, retorciéndose de risa…
Me quedé así, mientras Marga entraba en el dormitorio y paseaba su mirada de mi cara a mi sexo desnudo y viceversa.
— ¿Qué estás haciendo? Pero ¿qué te pasa?
Yo balbuceé algunas palabras inconexas, me levanté y comencé a ponerme el bóxer.
Marga se paró frente al televisor, en cuya pantalla una rubia sinuosa jadeaba mientras un chico negro la empalaba por detrás y agarraba la polla empalmada de un robusto latino. Se volvió rabiosa y dijo:
— ¿Haces esto a menudo? ¿Es esto lo que haces cuando te quedas solo?
El "esto' tenía un deje acusador, como si fuese un abominable acto criminal. Me senté en la cama y comencé a reaccionar al fin.
— No —respondí—, no, solo lo hago a veces…
Marga dejó caer el bolso y lo aposentó a los pies de la cama, deslizó la cazadora y cruzó los brazos.
— Pero, ¿por qué, Pablo?
Encogí los hombros tontamente y bajé la cabeza con la mirada perdida. Un leve sonido salió de mis labios.
— ¿No estás satisfecho conmigo? ¿Necesitas a otra?
Otro sonido ininterpretable y respondí:
— No, Marga, no es eso; no es eso. Es que… yo… a veces quisiera algo más, otra cosa, otras cosas…
Se giró hacia la pantalla y señalando dijo:
— ¿Cómo… cómo eso?
Recuperado tras el inicial estupor, pensé que era el momento no de excusarse o buscar salidas a la emboscada de la vida, sino de reivindicar los vacíos, las carencias, los deseos frustrados, la necesidad de dejar que la cascada de pasión contenida y los placeres perdidos corrieran libremente, vivos y puros, no aprisionados por la esterilidad de un sexo plano, rebaja calidad emocional, sin sensualidad, poco honrado. Yo siempre había sido fiel a Marga. Jamás había estado con otra; nunca había visitado un prostíbulo ni había perseguido aventuras con otras. Marga me gustaba, pero ya no me atraía. No sentía atracción o deseo por desatar con ella la pasión y el juego, las fantasías lúbricas, mi concupiscencia. El ritual de un sexo convencional había matado todo deseo vital. Cuando intenté con ella, al principio, un sexo vivo, llameante y ardiente fue inútil: me encontré con una respuesta fría y una pasividad destrempante; un par de ocasiones más me enseñaron que era un camino inútil. Y así, adquirí consciencia de que debía canalizar mis necesidades y fantasías de otra manera. Ni siquiera podía ser calificado de deslealtad un comportamiento que sólo a mí me atañía, realizado en soledad, un sexo paliativo, un lenitivo a mí desazón sexo-emocional.
— Esas imágenes me gustan, me excitan. Contigo yo … no puedo desatar mi deseo.
Me miró cómo sin entender mis palabras. Enarcó las cejas.
— Así —repuso— ¿No te excito yo; no te gustó?
— No, no. No va por ahí, Marga. Es que… quiero "eso" —ahora fui yo quien remarcó la palabra— , pero a ti no te gusta nada que salga de la penetración, de la posición tradicional de la cópula. Y yo necesito más cosas para satisfacerme plenamente.
Pareció entender al fin. Se sentó en la cama y me observo un instante. Luego, dijo:
— Tú quieres hacer esas cosas, Pablo?
— Sí —asentí.
— ¿Conmigo…?
— Ajá.
— Yo —comenzó— no sé… No sé si… podría. No siento necesidad de ellos. Me basta con hacer el amor como hasta ahora. No sé…
La miré detenidamente.
— Bien, podríamos seguir como hasta ahora, si tú quieres. No te pido nada. Para mí es sencillamente un complemento. Siento mucho placer con ello y no quiero dejar de sentirlo.
Ella se quedó pensativa. En el televisor la rubia estaba haciéndole una manada muy placentera al negro que gemía de gusto; el otro por detrás follaba el coño de la chica agarrado a su grupa. El negro se corrió en una imagen frontal de gran calidad. La rubia sorbía la gran cantidad de leche espesa que discurría desde el falo enorme hasta sus labios. Abrió la boca y mostró la cucharada de semen; se lo tragó y relamió el mástil y el agujero de la negra polla que seguía goteando. El otro hombre, a punto de correrse, dio la vuelta y le puso la pija en la boca a la rubia, que se afanó en una mamada bien sonora. También el latino se vino y entre empujones vertió si jugó en la linda boca de la chica. Marga atraída por los jadeos y gemidos, por los sonidos miró la imagen detenidamente.
— Haces esto muchas veces, Pablo?
— Ocasionalmente, sí. Cuando me apetece.
— ¿Y tienes una eyaculación mirando las películas? ¿Te masturbas hasta correrte?
— Ajá.
— Y después ¿tienes ganas de follar conmigo? —siguió interrogando interesada. Decidí ser absolutamente sincero — ¿Piensas en hacer todo esto entre nosotros?
— Sí, Marga, pero a ti esto no te motiva, no te interesa…
Ahora, en el monitor, la rubia ponía las dos pollas tiesas de nuevo con su manoseó. Uno de los chicos, el latino, sobaba el trasero de ella. Le hizo chupar un dedo y lo llevó al ojo del culo de la rubia, que acarició circularmente antes de presionar el agujero estriado e introducirlo en el hueco. Volvió a llevar la mano a la boca y la rubia, que seguía meneando la tranca negra, engulló dos dedos. El hombre acarició con un dedo el ojito y metió el dedo; lo sacó y lo metió hasta que se agrandó hasta que con uno dentro, comenzó a follar el ojete con el otro; final ente introdujo los dos y comenzó a joder el culo de la rubia que con un ronroneo se dejó penetrar. El negro se deslizó por debajo de las tetas grandes de la rubia y mientras la besaba metió el cipote en el chocho de la mujer. Los dos estaban follando a la mujer que gemía muy sonoramente. Marga miraba atentamente. Me miró y con una semisonrisa me dijo:
— ¿Todo eso… te gusta? ¿Sueñas con hacerlo así? ¿Te hace tener una erección y masturbarte hasta que te corres?
— Bueno, no sé —comencé. Después hice un gesto afirmativo con la cabeza y admití—. Sí, me excita mucho, muchísimo. Y me tocó hasta correrme viéndolo, sí.
— ¿Te da más gusto que follar de verdad, que cuando lo haces conmigo?
— Bueno… es diferente. Es otra cosa. Siento mucho placer hasta que me vengo.
— Entiendo —dijo—. Yo no he visto pornografía; no la necesito… Bueno, he visto algunas veces, y una sentí un cosquilleo en el estómago; es cierto, noté humedad y algunas ganitas, ja, ja, ja.
Se acercó a mí y se puso a mirar. La rubia fue follada por los dos otra vez. La polla blanca la penetró por el culo y la negra por el coño. La imagen mostró el semen cayendo desde la vulva y desde el año.
La abracé y vimos el final de la película. A continuación siguió otra. Esta vez eran tres lesbianas. La llevé a la cabecera de la cama y le puse el cojín detrás de la espalda; yo me acomodé a su lado. Me empecé a sentir cada vez más excitado y le acaricié el cabello. Marga se acomodó y me besó apretada contra mí. Puso la mano en mi sexo y notó lo endurecido que estaba. Eso hizo que mi erección aumentará junto a mis pulsaciones. Marga se quitó la blusa y quedó en sujetador. En la escena una chica tocaba, acariciaba las tetas pequeñas de una de sus compañeras de cama; la tercera se tocaba la raja mostrándola a ambas.
Le bajé el pantalón y la braguita a Marga, que levantó el culito para facilitarme la tarea. Ella se quitó el sostencito rosa. Sus tetitas aureoladas quedaron al aire. Miré el manto de pelo rizado de su chochito. Tenía los muslos apretados.
Los chupetones de coño en trío emitían jadeos profundos en el televisor. Un consolador estaba acariciando ahora el coñito de una de las chicas; otra se frotaba el coño depilado sobre los senos de la tercera.
Acaricié los pezones de Marga, que se estremeció un poco. Bajé la mano al felpudo que cubría su raja y me arrodillé para manosear si sexo. Me sorprendió que ella comenzase a toquetearse las tetas y pellizcarse los pezones. Eso hizo que mi polla se pusiera tiesa.
Fui abriendo la hendidura de Marga, que abrió del todo los muslos. Estaba toda húmeda, la rajita tenía mucho flujo. Me aboqué al coñito abierto y comencé a besarlo a lo largo; abrí la ostrita y metí la lengua, acariciando los largos labios de la vulva y acariciando su interior. Noté su sabor y la capa de fluido. Mi tranca cimbreaba apretada y me bajé el bóxer para aliviar el dolor de la picha atrapada en él. Chupé y sorbí, lamí y besé el chocho de Marga. Ella competía con las tres chicas de la pantalla y sus jadeos y gemidos se mezclaban con los de ellas tres. Me sentí en la gloria paradisíaca de la sensualidad. Mamaba el flujo de Marga y notaba su calor y su aroma femenino. Me concentré en el clítoris y arranqué gemidos y grititos de placer de Marga hasta que violentamente se corrió entre mis labios. Se estiró y lanzó unos ruditos de gusto. Después me agarró la polla y la acarició. Yo sentía que la punta del glande estaba mojada. Ella se agachó y la probó, probó el flujo y fue besando todo el glande. Nunca lo había hecho. Se lo metió entre los labios y succionó. Se la fue tragado y me hizo una mamada increíble, virginal para su boca. Con un grito de placer absoluto me fui dentro de su boca. Mi leche ardiente no paraba de sir a chorros. Y, para mí sorpresa final, Marga la sorbió toda y se la tragó. Me miró y paladeó los labios.
Nos tomamos exhaustos y nos abrazamos.
— ¡Qué rico, Pablo! ¡Esto va a ser genial!