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Aires cordilleranos
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Esto pasó en el verano del 2021. Había trascurrido casi un año de pandemia y con mi grupo de amigos nos arrancamos a la cordillera. Era principios de año así que fue un viaje que salió en una noche de carrete, nada de planificaciones y cosas por el estilo.

Mochilas con todo lo necesario, carpas, abrigo y cocinillas. Días de abundante de sol y naturaleza, acampando en medio de la nada junto al río, con cerveza, tabaco, música al gusto y amistad de toda la vida. Todo era un encanto.

Para beneficio mío, no estábamos solos, a unos metros de nuestras carpas había tres chicas acampando a las que saludamos amablemente. En esos momentos ni siquiera me percaté de ellas puesto que sólo estaba disfrutando de la escapada. Fue un entretenido día y llegó la noche. Mis amigas y amigos cantaban ya borrachos por el consumo de cervezas y vino tinto. Yo, por mi parte, igual de borracho en un momento me cansé de compartir y decidí apartarme al río a fumar un tabaco que procedí a enrolar.

Mientras fumo, me percato de una linda silueta de mujer en la oscuridad de inmensas montañas, aquella cintura y el agua como un anillo me invadió por dentro como una expresión de arte natural. Diminutos movimientos, como sacudiéndose, se levanta de su posición genuflexa y como una lámpara que ilumina enciende el fuego. Así la imaginaba y ella se limpiaba sus encantos. No pude ver nada, todo quedó como un secreto escondido en mi mente. Esa misma silueta después caminaba a su lugar de descanso sin linterna. En medio de la oscuridad, admiraba la osadía de caminar desnuda en medio de la noche de la imparable cordillera.

Al otro día tomaba un café por la mañana, me gusta despertar temprano por costumbre, además que no había bebido mucho. Compartía anécdotas con mi amiga que me acompañaba, cuando en un momento se acerca una de las chicas de la carpa próxima.

– Pregunte no más vecina, ¿qué necesita? – dijo amablemente mi amiga

– Hola cabros, disculpa que los moleste, quería pedirles un favor y es que si pudieran pasarme un cuchillo porfa

– Sipo amiga, ahí mi amiguito justo lo tiene al lado.

Le pasé el cuchillo y me dio las gracias. Todo muy cotidiano, con suerte la miré y a los minutos después me sentí como una persona muy tosca frente a su presencia. Estamos en verano y con poca ropa. Afortunadamente, como decimos en mi país, me puse vío’.

Por la tarde, ya todos disfrutaban de otro hermoso día de sol y río. El agua estaba riquísima y hacía mucho calor. Me dieron ganar de fumar y partir una piña que había llevado para hacer un ponche. Recordé que el cuchillo que llevé se lo había prestado a aquella mujer hasta ahora misteriosa para mí y lo fui a buscar. Me acerqué al lugar de su carpa y justamente estaba ella, la saludé.

– Hola vecina

– Hola – me sonrío.

Fue ahí que la miré, no era hermosa, pero me llamó la atención. Ojos negros, flequillo, pelo tomado, nariz fina, boca pequeña, dientes disparejemos, colmillos encaramados y tatuajes difusos en los brazos. Un bomboncito rico pensé. Tenía el presentimiento que algo bueno iba a pasar.

– ¿y tus amigas? – pregunté sutil

– Andan de caminata, por el monte del indio o una hueá parecida.

Prácticamente hacíamos lo mismo. Dos grupos de amigos y su escape a la cordillera en un día de verano. Lo que hace todo el mundo, lo que hacemos todos cuando nos escapamos de la jaula del zoológico social.

– Te puedo preguntar el nombre? – pregunté

– Que caballero… Dayanna, ¿y el tuyo?

Comenzamos a charlar mientras ella ordenaba su espacio; tazas, mochilas, platos sucios, tenedores, en realidad, eran puras fruslerías.

– ¿Me convidas un poco de eso? – me preguntó

Me fijé muy atento a sus ojos y estaban rojos, así que es muy probable que estuviera bajo el efecto de la mariajuana.

– Claro – se lo pasé para que fumara

– Que rico… ¿de qué es?

– De uva – respondí.

Ella aspiró y por un momento hubo un pequeño silencio. Aproveché para mirarla con su diminuto vestido veraniego. Ella hizo lo mismo, porque yo me encontraba con un short corto y camisa abierta. Totalmente entregado. Justo y preciso en ese momento supe que la linda silueta de la noche cordillerana era aquella mujer que tenía ante mis ojos.

– ¿Eras tú cierto? – preguntó ella.

No me anduve con tonteras de andar pidiendo que repita lo dicho, simplemente dije que sí.

– Pero si todavía no te preguntó qué- me dijo sorprendida y a la vez que reía – replicó Dayanna.

– Era yo, pero no te pude ver nada así que quédate tranquila – dije seguro.

– No, si eso no me preocupa, solo que no quería quedar como una ordinaria que se va a miar el río.

– Todo lo hemos alguna vez en la vida. Aparte era de noche, hay mucho río y solo es agüita que llega al mar.

Reímos y me pasó el tabaco. Ella volvió a ordenar no se qué cosa y fue cuando se me entregó. Dayanna se agachó a recoger una taza y el vestido se elevó por su espalda. Y es en ese momento que Dayanna me regala una de las mejores sorpresas que me han dado en la vida, todo el encanto de mujer que me gusta, a poto pelao se ofrecía, abundante vello desprendía esa rajita que ya se humedecía. Hasta su aroma de las piernas percibí y como un rayo dentro de mi cuerpo pude sentir desde el estómago hasta mi pene el llamado a la acción. Ni siquiera lo pensé y me acerqué por detrás. Ella gimió. La perreé unos segundos y me bajé el short hasta la mitad de mis muslos. Salió mi pene erecto y se la metí de una con la vista al río. No lo podía creer. Apenas la conocía y ya me la estaba culeando. Una facilona pensaba como drogado en mi mente. De hecho, algo lo estaba.

Así se la estuve metiendo muy lentamente por un rato. Ella con el culo empinado, piernas estiradas y manos en el piso me dice:

– Estoy incomoda, vamos a la carpa y te saco la leche.

Con un efecto retardado, reaccioné de una manera algo torpe. La nalgueé y le pedí que repitiera lo dicho.

En la carpa Dayanna me quitó los shorts y de piernas quedé completamente desnudo. Se posicionó y me la empezó a chupar. Lo hacía normal pero yo quería meterla. Me empecé a mover y me afirmaba de su cabeza. Llegó el momento que me cansé y la paré, levanté su cabeza y la miré a los ojos, con mis manos apretaba sus pómulos. En una actitud tierna puedo ver su sonrisa que con sus manos ocultaba. Yo solo besaba su cuello y sus pechos.

Le dije que se quitara el vestido que solo ocultaba su vientre y la ayudé. Una media vuelta y me dio la espalda. Brazos al cielo y como un ángel de una pintura renacentista tenía a esta putita como un lienzo en blanco. Así mismo acomodó mi pico con su mano entre medio de sus cachetes y se lo empinó. Entró todo y sentía todo su calor. De una manera muy suave me comenzó a montar.

– Circulito, circulito – le pedía como un esclavo.

Dayanna era obediente y gemía demasiado rico, era el sueño del nene, el video amateur perfecto. Solo procedí a acercarme y abrazarla, acariciar sus pezones, morder su cuello.

– ¿Dónde la quieres mi amor? – pregunté agitado.

– En la boca – sentenció.

Le di unas palmadas en el culo y le avisé que ya me venía. Ella se acomodó y como una leona me la empezó nuevamente a chupar hasta que me vine en su boca. Debido a la posición, no la pude mirar a los ojos y solo alcanzaba a ver su culito levantado, que la movía a mi petición.

Dayanna se levantó y de un bolso sacó un papel nova de cocina y se limpió la boca. En esos momentos la observaba y acariciaba su cabello.

– ¿Qué? – preguntó intrigada.

– Nada, solo te miro.

Otra vez reímos. Entre ella y yo había buen caldo.

– ¿Cuándo te vas? – pregunté entusiasta

– Mañana, ¿y tú?

– Mañana también, en la tarde.

Dentro de la carpa, desnudos, en un fulgor de calor y sexo sucio, entendí que esos días lo iba a disfrutar aún más.

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