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La secretaria y el diputado
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Joselyn despertó agitada. Eran las 7 am de un día de abril. Un poco de claridad otoñal entraba por la ventana. Su corazón latía rápido y su sexo estaba mojado. Había tenido otro sueño erótico, otro de los repetidos que tenía fantaseando con su jefe. Este había sido intenso en particular ¿Había llegado al orgasmo? A juzgar por la humedad de su ropa interior y por el rápido latido de su corazón seguramente sí.

Se había despertado en el momento del clímax. Se quedó en la cama, inmóvil, sintiendo aún la presencia de Liam, mientras las sábanas de seda acariciaban toda su piel, manteniendo el calor que de ella salía. Aunque hizo un esfuerzo, no pudo recordar el contenido del sueño. Sin embargo, aún seguía excitada. Hacía noches que no tenía un sueño húmedo, pero los anteriores habían sido con la misma persona: Liam, su jefe, diputado de la nación. Los escenarios eran diversos ¡y tan reales! Aunque siempre, por la mañana, las imágenes se desvanecían y solo quedaba el recuerdo de los intensos orgasmos, y las marcas de la excitación en su ropa interior y, a veces, en las sábanas.

Hacía 2 años que Joselyn trabajaba bajo la órbita de Liam. Era abogada, especialista en ciencias políticas y en leyes. Aunque sus jornadas eran extensas, su trabajo la apasionaba. La mayor parte del tiempo su tarea era redactar proyectos de leyes, que luego Liam presentaba en el congreso. Por supuesto que no trabajaba sola, sino que compartía sus labores con un equipo de asesores de los cuales estaba a cargo. Era ella la que se reunía, al menos una vez por semana, con el diputado, para discutir los proyectos que estaban en marcha o para planear los nuevos. Su novio, Jonathan, era parte del equipo de asesores. Se habían conocido en el congreso. Joselyn lo quería, aunque muchas veces se planteaba si lo amaba, o si estaba con él “solo porque así se habían dado las cosas”. Últimamente se veían poco, y el sexo que ambos disfrutaban al principio se había vuelto monótono.

Si bien Joselyn aún sentía cierta atracción física por su pareja, su deseo sexual hacía él iba en caída libre. No disfrutaba de sus besos, de sus caricias ni de sentirlo dentro. Muchas veces, mientras compartía la cama con él, solía pensar en Liam. Fantaseaba con que la poseía, con que la dominaba y con que era él quien realmente estaba adentro suyo. Era la única forma de llegar a los orgasmos. Jonathan ni siquiera lo percibía. Podría decirse que, en el último tiempo, el mundo imaginario sexual de Joselyn rondaba en torno a su jefe. Lo deseaba tan intensamente que solía tocarse pensando en él, y fantaseaba escenas sexuales mientras estaba despierta o dormida, mientras hacía sus actividades o no hacía nada.

Pero ella jamás lo diría. Su moralidad y su estructurado sistema de creencias no se lo permitía. Su jefe estaba felizmente casado. Liam Brest, diputado de la nación, 5 años mayor. Un hombre alto, musculoso. Ojos color miel. Pelo castaño prolijamente peinado, y barba a tono. Joselyn pensaba que en otra vida debió haber sido vikingo, o leñador. La prolijidad en su barba y en su pelo era algo impresionante. Siempre lucía como si recién hubiese salido de la barbería. Su ropa, perfectamente combinada con sus accesorios le daba un aspecto varonil único. La frutilla del postre era su perfume: una fragancia entre madera, tabaco y cuero lo volvía realmente irresistible. Ese perfume era especialmente excitante para Joselyn, ya que le hacía acordar a su adolescencia y a un profesor de la escuela con el que había fantaseado. La presencia de Liam generaba impacto, principalmente en el sexo femenino. Por donde pasaba dejaba una estela de feromonas, sexo y masculinidad que seguramente excitaba no solo a Joselyn. Era común escuchar murmullos y cotilleos cuando Liam entraba a la sala de redacción.

Aún con el corazón acelerado, Joselyn salió de su cama. A las 08 am tenía que estar en el congreso, y su agenda del día estaba repleta. Ella, su equipo y el diputado estaban trabajando en un importante proyecto de reforma de la ley de educación. Si todo iba bien, entraría a comisión la semana próxima. Estaban ultimando los detalles y corrigiendo las imperfecciones. Esa mañana ella y Liam se reunirían con el ministro de educación ¿Cómo iba a hacer para concentrarse?

Tomó ropa interior del primer cajón de la cómoda y se dispuso a darse una rápida ducha mientras se hacía el café. Mientras se duchaba, imágenes de su sueño la invadieron. No pudo evitar sentir el agua, que estaba a una temperatura particularmente ideal, cayendo por su cuerpo: primero la sintió en su cabeza y su pelo, después en su cuello, en sus tetas, en el ombligo y por último entre las piernas. La sensación del agua rozando su sexo le resultó muy placentera. Mientras pensaba en que así debían sentirse los besos de Liam, sintió como de a poco se humedecía de nuevo. Sus manos se le fueron de control. Se tomo del cuello con ambas, las palmas apretaban su garganta y los dedos la parte trasera de su cuello. Presionó, primero suave y después más fuerte, cortando el aire, mientras el agua seguía cayendo.

Se desconocía a sí misma, pero a la vez se gustaba. Se soltó el cuello y bajó las manos hasta sus tetas. Las presionó con fuerza y notó la erección de sus pezones que masajeó entre el pulgar y el índice. En su mente era Liam, siempre Liam, que la estaba agarrando por atrás y se frotaba contra ella. Pudo sentirlo, sentirlo adentro, como si fuera real. Se puso de frente a la pared, el agua caía ahora sobre su cara. Con una mano se afirmó en los azulejos y con la otra, después de acariciar su panza, empezó a tocarse entre las piernas. Primero pasó los dedos suavemente por sus labios, después sintió la erección de su clítoris. Se tocó, como nunca lo había hecho. Liam, siempre Liam. El agua seguía cayendo, sus dedos se movían al compás de su corazón acelerado. Disfrutaba tocarse, se conocía tanto.

Levanto la cola hacía atrás, como si Liam la estuviera levantando, y con los movimientos perfectos de sus dedos (y de su cuerpo) llegó rápidamente a un orgasmo, increíblemente intenso, como aquellos que vivió de adolescente, cuando se masturbaba a escondidas y todo era prohibido. Gimió, gimió, gimió. Sus piernas temblaban, fue perfecto. Tanto que soltó una carcajada, mientras se afirmaba ahora con las 2 manos a la pared que tenía enfrente. El agua seguía cayendo, la temperatura era perfecta.

Pasaron 20 minutos y el vapor del baño había empañado los vidrios de todo el departamento. Se puso la ropa interior, un conjunto nuevo de encaje blanco que le habían regalado para su cumpleaños. Miró por la ventana. Su piso daba al parque. Todavía no había amanecido, pero la primera claridad de la mañana dejaba ver los grandes tilos con sus hojas amarillentas y rojizas. Era una hermosa postal otoñal. Pronto llegaría el invierno, y el paisaje de la ventana cambiaria totalmente. Reflexionó sobre si ella cambiaría también, como los árboles, el parque y la ciudad. Se miró al espejo, mientras el aroma a café recién hecho se mezclaba con su olor de mujer. Joselyn sabía que era hermosa. Se gustaba a sí misma y sabía que podía tener a cualquier hombre que quisiera. Sin embargo, toda esa seguridad quedaba detrás del personaje que había asumido. Fue educada para ser tímida, respetuosa y cumplir con los mandatos sociales. Aunque muchas veces usó sus encantos para conseguir cosas, disfrazaba su intensa presencia sexual con un manto de dulce timidez. Sabía que esto excitaba más a los hombres. Lo sabía sí, pero no lo exploraba. Su mente se interponía continuamente en sus impulsos sexuales.

Se sirvió su café. La taza que Jonathan le había regalado le parecía insulsa, pero igualmente la usaba. Paso otra vez frente al espejo. Se detuvo a mirar lo bien que le quedaba ese conjunto de encaje. Como si hubiera sido hecho exactamente a su medida. Noto las transparencias del corpiño que dejaban entrever sus pezones, aún excitados. Se miró de frente, y después se dio vuelta para verse la cola. La parte de atrás del colaless se metía entre sus glúteos. Al verse sintió cosquillas, pero cuando los pensamientos sexuales intentaron invadirla de nuevo, los cortó de cuajo. Se hacía tarde, tenía que salir en 5 minutos.

Terminó de vestirse. La reunión con el ministro era muy importante, tenía que estar acorde. Eligió una pollera de gabardina elastizada color coral, bolso y zapatos a tono, y camisa blanca. La pollera se ceñía firmemente a su abdomen y se abría un poco a la altura a sus caderas, remarcando su magnífica silueta. La camisa era ajustada y de mangas largas. Decidió ponerla dentro de la pollera y dejar los primeros 2 botones desabrochados, para insinuar su escote. Mientras bebió su café, se maquilló y cuando terminó tomó su abrigo y partió hacía el congreso.

Joselyn era puntual. Siendo las 8 de la mañana estaba cruzando el control de seguridad. No pudo dejar de notar la mirada de los guardias, que la desnudaron con sus ojos perversos, llenos de lujuria. No iba a aceptarlo, pero esto la excitaba. Les devolvió una sonrisa, una sonrisa cómplice disfrazada de su dulce timidez. –Buenos días, fue todo lo que pudieron decir los guardias mientras la admiraban.

Los hombres la deseaban. No iba a aceptarlo, pero…

Piso 1, ala oeste, Honorable Congreso de la Nación. “Dr. Liam Brest, diputado de la Nación” decía el cartel de bronce pegado a la izquierda de la puerta tras la que se encontraba una gran oficina común con los escritorios del equipo de Joselyn. Liam había modernizado las instalaciones con plantas, cortinas y muebles. Eran las oficinas más modernas del congreso. Las ventanas izquierdas daban a la calle, y a la derecha se encontraba la oficina de Joselyn, también con toques modernos y sofisticados, separada del resto de los escritorios por una puerta y pared de vidrio. Al fondo de la sala común, frente a la puerta de ingreso, había 3 ventanas interiores y una puerta de vidrio. De las 3 ventanas, 2 correspondían a la sala de reuniones (donde se recibían las visitas) y 1 al despacho personal del diputado, que quedaba separado del resto de los escritorios por la puerta. Casi siempre las cortinas americanas de las 3 ventanas estaban abiertas, y desde los escritorios se podía ver tanto la sala de reuniones como el despacho. Esa mañana, las 3 estaban cerradas.

Joselyn entró a la sala, 8:10 de la mañana. Detrás suyo entró Jonathan, que la saludó apresuradamente. Jonathan no se detuvo ni un segundo. No la observó, no la olió, no la admiro. Le dio un corto beso, como quien no quiere la cosa, y siguió su camino. Joselyn no sintió frustración, de ninguna manera. Sintió ira. Sintió el peso de la rutina. Sintió el corto beso como un trámite más que había que hacer. Sintió que esa relación pronto iba a terminar, quizás con el invierno. Mientras Jonathan fue a su escritorio, Joselyn saludó al resto de su equipo. Habló brevemente de la importancia de ese día y mientras hablaba, mirando de frente al despacho del diputado, notó las corinas cerradas. Debía ser por la visita ¿Liam ya estaba allí? Liam…

–Concéntrate, se dijo.

Terminó con la oratoria y se dirigió a su oficina. Cuando abrió la puerta de vidrio lo sintió. Sintió su perfume, el perfume del diputado. Era inconfundible ¿Estaba alucinando? No. Era real. Ese perfume tan varonil. Madera, tabaco y cuero. Se parecía al de su profesor. Volvió a sentir cosquillas entre sus piernas y alrededor de su ombligo. Volvió cortar el pensamiento. – Puedo con esto, pensó.

Definitivamente el diputado había estado allí. Joselyn siguió el rastro del perfume, iba directo hacia su escritorio. La presencia de Liam estaba por todos lados. Todo parecía tal cual como la había dejado al irse el día anterior, salvo por la foto. Una foto de ella con sus amigas en una playa del caribe. – A ti no te dejé ahí, susurró. A juzgar por el perfume impregnado en la foto, Joselyn habría jurado que el diputado la había tenido entre sus manos, y no solo eso, llegó a pensar que incluso que podría haberse frotado con ella – ¿Por dónde?, la cruzó un perverso pensamiento. Otra vez las cosquillas. Otra vez el calor, recorriendo su cuerpo. No iba a poder, dudaba si iba a poder contenerse cuando lo tuviera en frente. Tomó la foto, volvió a olerla, cuando vio otro detalle: sobre el teclado de su computadora, había un memo amarillo de los que ella usaba, con un mensaje. La tinta roja con la inconfundible letra del diputado decía: “No quise molestarte a tu teléfono, te espero en mi oficina cuanto antes, para ultimar los detalles de la reunión con el ministro. L. B.” Liam ya estaba allí. Su perfume, de nuevo su perfume.

Jonathan se asomó por la puerta. – Dejé el proyecto final y los anexos I y III corregidos en el primer cajón… – dijo, con tono sobrio y aburrido. Joselyn escondió rápidamente la foto y el memo tras la pantalla de su computadora, abrió el cajón y solo respondió “Gracias”. Jonathan volvió a irse sin decir nada, sin notarla, sin sentirla. En ese momento ni siquiera la ira podía opacar la excitación de Joselyn, que tomó su agenda, su birome rojo, el proyecto de ley y sus anexos, y se partió a reunirse con el del diputado.

Dio 3 golpecitos en la puerta. 3, no iba a olvidarlo jamás. – Adelante – dijo Liam desde el interior. Joselyn abrió la puerta y el perfume, de nuevo, el perfume. Las cosquillas, el calor. Entró al despacho. El diputado estaba parado hablando por celular de frente a una ventana que daba a la calle y de espaldas a ella. Se dio vuelta y le hizo un gesto para que se sentase. Llevaba un pantalón azul, muy ajustado, que le marcaba los glúteos y… su hombría. Joselyn no pudo disimular, su mirada se fijó allí, justo entre las piernas del diputado. Él se dio cuenta – ¿Se dio cuenta?, se preguntó.

El corazón de Joselyn comenzó a acelerarse y, aunque quisiera cortar los pensamientos, su cuerpo hablaba por ella. Con solo ver el bulto que se mercaba en ese pantalón ajustado las cosquillas entre las piernas se convirtieron en un calor intenso que llegaba hasta su ombligo, sus pezones se pararon y sus partes se humedecieron. Ya no podía frenarlo. Mientras el diputado continuaba con su conversación caminaba por todo el despacho. Joselyn no pudo evitar seguir mirándolo. Llevaba una camisa blanca, de algodón, que le marcaba los brazos y los pectorales. De espalda realmente parecía un toro. Sus manos enormes, su barba y su pelo perfectamente acomodos, su virilidad, su sexual presencia. El diputado se paró nuevamente de frente a ella. Un cinturón marrón se ajustaba sobre su cintura y el pantalón le marcaba sus piernas, y de nuevo, su hombría. Joselyn notó que había cambiado de tamaño – Me miró el escote, se dijo. Se sonrojó. A esta altura, el calor en su cuerpo era fuego. Y su perfume, siempre su perfume.

El diputado siguió con la conversación telefónica. Mientras caminaba por el despacho, cerró las cortinas de la ventana que daba a la calle, dejando que una pequeña hendidura por la que entraba la tímida luz de la mañana de otoño. Después fue hacía la puerta y la trabó, suavemente. Abrió con los dedos la cortina americana de la ventana que daba a la sala común, miró hacia los escritorios y la volvió a cerrar. Volvió a caminar y se paró justo frente a de Joselyn, que estaba sentada en el sillón del escritorio. Su cara había quedado justo a la altura del creciente bulto en el pantalón ajustado del diputado. No pudo evitar sonrojarse. Se sintió mojada, excitada, caliente; y al mismo tiempo sucia, púdica e infiel. Bajó la cabeza y miro al suelo, tímidamente.

El diputado le acarició el cabello y, con sus grandes dedos, le levantó la cabeza desde el mentón, obligando a Joselyn a mirarlo. Ella miró hacia arriba y él diputado la miraba fijamente, mientras seguía hablando por teléfono. La tensión sexual entre ambos llegaba a su punto máximo. El aire estaba viciado de sexualidad y hormonas. Joselyn estaba en otro plano, ya no podía distinguir ninguna palabra de la conversación telefónica. Solo podía sentir el perfume: madera, cuero y tabaco; y su cuerpo, que era una hoguera de sensaciones. El diputado soltó el mentón de Joselyn y dirigió la mano que tenía libre hacia el escote de Joselyn. Separo aún más los botones que estaban abiertos, y miró detenidamente sus tetas.

Después tomó el tercer botón entre sus dedos. Joselyn lo detuvo poniendo su mano suavemente sobre la de él, pero él no se corrió. Dejó su mano sobre el botón, como pidiendo permiso. Joselyn dudó. Dudaba. Se sentía sucia, se sentía infiel. Esto no estaba bien, no era lo que había aprendido. Pero mientras la culpa la inundaba, su mano soltó la del diputado, dándole permiso para desabrochar el botón. Miró hacia arriba, hacia el rostro perfecto de su amante y sus ojos color miel, y él le devolvió la mirada.

Liam desprendió los botones, de a uno. Sus manos eran suaves y sus movimientos perfectos y sutiles. Nunca le sacó los ojos de encima. La deseaba, la desnudaba con la mirada, la olía y la sentía. Mientras, seguía hablando por teléfono. La camisa de Joselyn quedó totalmente abierta. Las transparencias de su corpiño blanco dejaban ver la erección de sus pezones. Él la miró fijamente y comenzó a masajear uno de sus pechos, y luego el otro, y luego los 2. Su mano era tan grande. La metió por debajo del corpiño y masajeó sus pezones con cierta dulzura. Joselyn notaba como seguía aumentando el tamaño del bulto del pantalón. Ya no podía más, quería verlo desnudo. Quería sentirlo, como en sus fantasías.

El diputado tomó con suavidad la mano izquierda de Joselyn y la puso sobre su hombría, para que ella lo masajeara. Joselyn pudo sentir la dureza del pene debajo del pantalón, pero otra vez sintió culpa. El sentimiento hizo que sacara la mano. El diputado la miró con suspicaz ternura y, mientras seguía hablando por teléfono, bajó el cierre de la cremallera y sacó la verga del calzoncillo, mientras de masturbaba. Joselyn miró hacia arriba, hacía sus ojos, y después miró directamente su hombría. La escena perfectamente erótica y pornográfica, más aún que las que había imaginado, y Joselyn ya no podía resistirse, su excitación era tal que no existía espacio para su mente. Los sentimientos de culpa habían desaparecido. Se dejó llevar por el instinto animal que la dominaba. Solo deseaba metérselo en la boca. Y lo hizo. Corrió la mano del diputado y tomó su miembro con la suya.

Todavía no había alcanzado su máxima erección, pero ya dejaba suponer su enorme tamaño. Lo tocó, lo miró, era perfecto. Mientras lo masturbaba notó como la sangre fluía, aumentando más el tamaño. Bajó la otra mano que tenía libre hasta su clítoris, y empezó a tocarse, como en la ducha esa misma mañana. Siguió tocando la verga del diputado y cuando no pudo aguantar más se la metió en la boca. Succionó suavemente el glande, Liam se estremeció. Joselyn succionó más, acompañando la succión con movimientos de su mano. Sintió su boca llena del miembro de Liam. Sintió las pulsaciones, la sangre y su calor. Sintió como Liam llegaba a la erección máxima y sintió como en un momento su verga le ocupaba toda la boca.

Siguió succionado y acompañando los movimientos con sus manos, una sobre él y la otra sobre ella. Mientras se estimulaba el clítoris, dejó que un dedo se meta en su interior. Sintió su propia humedad y la temperatura de su cuerpo ¡Las descargas de placer eran tan fuertes, tan intensas! Joselyn acabó. Con la enorme y dura verga del diputado en su boca y tocándose como ella sabía llegó a uno de los orgasmos más fuertes de su vida. Hasta ese momento…

El diputado no pudo dejar de sentir el orgasmo de Joselyn, y su excitación aumentó aún más (si cabe posibilidad). La sujetó de la cabeza con la mano que tenía libre, y mientras ella se quedaba quieta, aun con una mano entre sus piernas, él se movía hacia adelante y hacia atrás, haciéndole el amor en la boca. Con la mano que tenía libre, Joselyn lo agarró por sus duros glúteos y lo empujó conta ella, obligando a que el miembro entrara más, más profundo hasta su garganta, provocándole algunas arcadas. Era obvio que esto le daba más placer al diputado ¿y a ella?

Liam colgó el teléfono. Su respiración estaba agitada y su corazón latía rápido. Podía sentir toda la sangre de su cuerpo detenida entre las piernas. El calor lo recorría entero, sentía que podía acabar en cualquier momento. Sacó la verga de la boca de Joselyn. Ella lo miró, hacía arriba, hacia sus ojos color miel; con esa mezcla de timidez y de dulzura. Con la camisa abierta y sus pezones apuntándolo, amenazantes. Él la miró a ella, la miró ya no tiernamente, ya como un animal, deseando comerla. Sin hablarle, la tomó de la mano e hizo que se levantara. Ella era de estatura un poco menor, por lo que seguía mirando hacia arriba. Sin hablar, seguían sin hablar. Volvió a mirarla y se dejó llevar por su instinto animal. Su canibalismo. Con su erección al máximo, la tomó de la cintura con las dos manos y casi sin esfuerzo la subió al escritorio. Se posó entre sus piernas y comenzó a frotarse contra ella, levantado su pollera con cada movimiento.

Clavó la mirada en sus ojos, mientras con una mano desabrochaba hábilmente su corpiño. Las tetas de Joselyn quedaron desnudas, eran perfectas ¡Sus pezones estaban tan duros! El diputado no pudo dejar de mirar las hermosas tetas de su amante, sus pezones, su dulzura. Y su mirada cambió, ya no era un hombre. La perversión y la lujuria lo poseyeron. Liam se quitó la camisa y estrujo los pechos de Joselyn violentamente. Después se acercó a su cara, la miró fijamente a los ojos y le dio un apasionado beso ¡Sus lenguas se enredaron con tanta intensidad! Habían comenzado a comerse. Comerse sus bocas y sus labios, su carne. Con un movimiento brusco, la sujetó del cuello. El apretón era intenso pero suave.

Volvió a mirarla a los ojos. Ambos respiraron agitadamente, juntos. Como si fuera el agua de la ducha de la mañana, Liam comenzó a darle besos. Primero le besó la cara y el cuello, después las tetas, una y la otra, mientras la acariciaba con sus enormes manos. Joselyn sintió la succión enérgicamente en sus pezones y Liam pudo sentir la electricidad que estos producían al rozarle los labios. Siguió el recorrido por su ombligo hasta llegar entre sus piernas. Levantó un poco más la pollera y la despojó de su ropa interior. Besó los costados de sus labios y después la besó entera. Metió su lengua dentro ella y sintió su sabor, su exquisito sabor de mujer. Y ella lo sintió a él. La excitación seguía su inexorable rumbo, los 2 amantes estaban extasiados. Mientras recorría con los labios y la lengua todo el sexo de Joselyn, el diputado dejó sus labios sobre el clítoris, y lo aprisionó entre estos y la lengua. Lo soltó, y mientras hacía una sutil succión comenzó a estimularlo suavemente con toda la boca. Sintió toda la sangre de Joselyn fluyendo hasta allí, como le pasaba a él mismo.

La erección del clítoris en su boca lo llenó de placer. Joselyn lo tomó de la cabeza – Nunca salgas de ahí, susurró. Está vez el orgasmo fue más fuerte, más fuerte que el más fuerte que había tenido. Joselyn lo sujetó fuertemente de la cabeza con ambas manos, lo presionó sobre su sexo, obligándolo a comerla, y dejó fluir ese orgasmo tan increíble. Esto sí era el clímax, esto sí era éxtasis. Sus piernas temblaban y ella entera se contrajo para dejar escapar su esencia en la boca de Liam. Él lo sintió, sintió todo. Sintió su gusto, su olor, su sexo y su éxtasis. Sintió la dureza del clítoris, que estaba incluso más firme que los pezones. Sintió como Joselyn se contrajo y como se relajó luego, después de los espasmos orgásmicos.

Después de unos segundos de respirar sobre ella, el diputado se levantó, más animal que nunca. Volvió a besarla con pasión pornográfica. Joselyn sintió su propio sabor, y esto la excitó aún más. Con un aterciopelado movimiento la hizo ponerse de pie y luego, más bruscamente, la puso de espalda. Se frotó contra ella y apoyó su pecho y su abdomen en los músculos de la espalda de su amante. Acarició la curva trasera que se marcaba en su cintura, y afirmó la verga conta su culo, tan duro como el de él. Ella pudo sentir cada milímetro de su suave piel en contacto con la suya. Él nunca dejó de frotarse, de tocarla, de sentirla. Su erección seguía en el punto máximo, ya no podía más. Joselyn se movía dulcemente, ya como mujer, ya como gata.

Él la agarró la fuertemente de las tetas, desde atrás, y la obligo a tirarse hacia adelante. Joselyn terminó con la cola levantada y los pechos apoyados en el escritorio. Era el momento. Ninguno de los dos podía soportar tanta calentura. Ella quería sentirlo dentro ¡lo deseaba hace tanto! y estaba a punto de suceder. Él solo pensaba en poseerla, en inyectarla con su hombría. El diputado le levantó nuevamente la pollera y Joselyn giró su cabeza para mirarlo. Era perfecto. Su cuerpo, su pecho, su abdomen. Podía ver la suavidad de su piel. Joselyn sintió como el diputado empezó a rozar todas sus partes con la punta de su verga, y la metió. Primero lento, casi con amor. Él sintió el calor y la humedad, y ella sintió como cada centímetro de él la penetraba; y la hacía sentir mujer, amante, infiel, puta. Ya no existía la culpa ni el miedo. Ya no había máscaras, no tenía que aparentar ni ocultarse, porque asumió lo mucho que le gustaba todo lo que estaba experimentando.

Y gimió. Gimió sin importarle la gente que había del otro lado. Ni siquiera le importo que Jonathan estuviera escuchando. Gimió y gimió, mientras Liam seguía poseyéndola, ahora más rápido. Ya no quedaban rastros de dulzura, el hombre era más animal que nunca. Un animal que solo pensaba en poseer y en acabar. Quería volcar toda su semilla dentro de su hembra. Como era de esperar, Liam llegó al clímax, envuelto en un torbellino de fuego, sexo, pasión y sudor. Agarró firmemente las tetas de su amante, se quedó inmóvil sintiendo las cosquillas recorriendo todo su pubis y ella hizo el resto. Mientras el permanecía inmóvil ella se movió gatunamente sobre él, sobre su verga. El orgasmo no tardó en llegar, lo siguió la eyaculación. Tanta excitación hizo que el diputado acabara como cuando era adolescente. Se convulsionó sobre ella; y en ese momento, justo en ese momento, cuando la erección era máxima y Joselyn podía sentir la entrada y la salida del miembro de Liam, y el roce de este contra su clítoris y su zona G, alcanzó el (ahora sí) orgasmo más intenso de su vida. Un orgasmo que no podré describir con palabras. Sintió contraerse todo su cuerpo, sintió la energía sexual atravesándola y sintió a su vagina presionarlo todo, porque si, sintió que todo el diputado estaba dentro suyo. Y gimió. Gimió.

9:45 de la mañana. Suena el intercomunicador del despacho. Los dos amantes se estaban terminado de acomodar. Joselyn aún se sentía húmeda y agitada. La semilla del diputado se derramaba entre sus piernas. Había llegado el ministro.

– Puedo con esto, pensó.

Y su perfume. Siempre su perfume.

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