Cuando estaba besando candentemente al ingeniero, llegó desafortunadamente uno de los contadores ya mayores a la oficina.
Nos vio un poco nerviosos o agitados, pero no fue algo que no se pudiera manejar.
Nos despedimos aparentemente tranquilos y me dijo:
–Más tarde te traigo la taza.
–¡Claro! No hay problema por eso.
Que tengas buen día Alondra y metí la paleta a la boca, hacia un lado de la mejilla y empujándola hacia adentro y hacia afuera mostrándole que así quería mamarle la polla.
¡Y claro que entendió! Porque sonrió al observarme.
El día transcurrió como normalmente sucede, listado de empleados, reportes, avisos, llamadas para saber cómo iban los avances de la obra, los ingenieros entrando y saliendo de las oficinas y yo, encantadas de la vida de que así fuera.
Imaginaba a ratos cómo tendrían la verga cada uno de ellos y quién la tendría más grande.