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Mi mejor amiga Carolina descubrió que su pareja la engañaba. Carolina es una chica de 32 años, 1.62 de altura, usa lentes redondos, cabello castaño oscuro, lacio y largo, delgada, pero de caderas anchas, tetas normales y respingonas. Es muy tierna y jovial, con un corazón de oro que lo da todo por ayudar a las personas que le importan.

La conozco desde el colegio y luego nos encontramos en la universidad, aunque estudiábamos diferentes carreras. Igual nos encontrábamos para estudiar en la biblioteca. Ella me ayudaba con los cursos de letras y yo con los, de números. Nunca me animé a decirle nada por respeto a nuestra amistad. Incluso ella me aprobó y acompañó en mis citas cuando conseguí mis novias. Cuando ella consiguió a su novio ya luego de muchos años luego de la universidad, me presentó a su pareja y me invitó a su departamento cuando empezó a convivir con él.

Ella me llamó entre lágrimas para contarme que lo descubrió en un bar con una chica con la que él trabajaba cuando él le dijo que llegaría tarde por una junta. Fui a su casa rápidamente, la encontré en bata, despeinada y llorando. A pesar de todo se veía hermosa. Platicamos mientras le ayudaba a empacar las cosas de su novio. Ella me abrazó y me besó.

Carolina: ¿Si te quedas a dormir conmigo hoy?

Yo: No es el momento. Estás vulnerable y no quiero aprovecharme.

Carolina: Disculpa ¡Lo sé! Gracias por estar conmigo siempre.

Salí pensativo y aunque sonrojado porque la chica de mis sueños me dio un beso.

Pasaron varios días y la llamé.

Yo: ¿Cómo estás?

Carolina: ¡Bien, amiguito! Ya superando las cosas. ¡Mira! Te parecerá un tanto extraño, pero me siento insegura de tener el departamento solo. ¿No quisieras mudarte conmigo unas semanas? Como en las pijamadas que compartíamos en la primaria.

Yo: ¡Sí! Pero con la condición de que te ayudo a pagar la renta. -Sabía que ella tenía problemas con la renta y aún le quedaban dos meses para que acabe su contrato.

Carolina: ¡Gracias, amiguito! -Me dijo con una emotiva alegría.

Me mudé a los días. De todas formas, quería buscar un nuevo lugar y mi contrato es por mes e iba a terminar en una semana. Los primeros días la pasamos hasta tarde conversando.

A los dos meses ya había superado su ruptura. Un día trajo un vino diciendo:

Carolina: Amiguito, brindemos.

Yo: ¡Está bien! Pero no olvides que no tengo resistencia para el alcohol -dije entre -risas.

Carolina: No te preocupes.

Después de media botella de vino se me acercó y me dio un beso en los labios.

Yo: Creo que se te subió el vino. – La llevé a su cuarto para que durmiese.

A la mañana siguiente, me tomé una ducha temprano. La puerta se abrió. No estoy acostumbrado a echar seguro. No me preocupé, la mampara estaba cerrada.

Luego ella corrió la mampara y entró.

– ¡Amiguito, he esperado por esto mucho tiempo!

Correspondí a sus besos y la abracé. Tuve una erección brutal y bajó su mirada para ver mi pene erecto. Sonrió complacida.

La tomé de las caderas y la besé arrinconándola contra la pared mientras movía mi pelvis.

Llevaba una bata blanca. Le quité el cinturón y contemplé su cuerpo desnudo. Sus tetas de pezones marrones, aureolas redondas y pezones respingones. Su estómago era suave y su coño estaba poblado con vello de color castaño.

Ella gemía y su respiración se hizo intensa. Al intentar meter mi pene vi en su cara una expresión de dolor. Me disculpé y vi que no estaba lo suficientemente mojada.

Me arrodillé colocando su cabeza entre las piernas. Ella trató de apartarme.

Carolina: ¡Alto! ¡Está sucio!

– Solo quiero hacerte feliz.

Metí mi lengua entre su entrepierna. Su coño se empezó a humedecer y sus gemidos se hicieron más fuertes. Sus manos que en el primer momento me empujaban hacia afuera, ahora hacían lo contrario. Jalaba mi cabello para atraer mi cabeza hacia su coño. Yo solo podía coger tus tetas sintiendo sus pezones erectos.

Después de cinco minutos de darle placer ella se corrió en mi boca. Me levanté, la volteé inclinándola un poco. Tomándola de su hermoso culo se la metí en la posición de “pollito tomando agua”.

Ella ya no se resistía solo bufaba y gemía fuerte al ritmo de mis arremetidas. Con una mano sobaba su clítoris. El agua de la ducha caída en nuestros cuerpos. Ella se cogía de las llaves para no caerse y yo la halaba del cabello para tener mejor fricción.

Así hasta terminar echando mi semen sobre su glúteo.

Ella solo volteó su cabeza y me besó.

Carolina: ¡Me has hecho muy feliz, amor! ¡Nunca había sentido tanto placer!

Solo la cogí en mis brazos y me la cargué hasta mi cama. Con paciencia y sin prisas besé todo su cuerpo. Tratando de memorizar el olor y la suavidad de su piel.

Carolina: ¡Métemela amor! ¡Me haces muy feliz!

Yo: Sí, mi vida.

– No quiero que esto termine nunca.

Le abrí las piernas y en la posición del misionero se la empecé a meter. Ella gemía y se retorcía sintiendo el placer de mis embestidas. Traté de mover mi pelvis en forma circular para que su vagina para que sintiera mi pene en toda su vagina. Cuando ya estaba a punto de terminar se lo hice saber.

Carolina puso los ojos en blanco y con una expresión de placer movía las caderas para sentir más placer.

Yo: ¿Dónde quieres que te eche mi leche?

Carolina: ¡Termina afuera!

El semen cayó sobre su estómago y sus tetas. Se veía hermosa, tan radiante y salvaje.

Solo me besó e hizo que mi pene ya morcillón se metiera en su vagina. Caímos rendidos sin separarnos.

Luego de un rato nos levantamos. Así desnudos como estábamos.

Carolina: ¡Vamos a almorzar! Te voy a preparar algo.

Mientras cocinaba yo me agaché para besar sus nalgas y poco a poco fui metiendo mi lengua en la entrada de su coño. Ella cerró los ojos y se dejó llevar, mientras trataba de picar las verduras.

– ¡Ya amor! Así no vamos a terminar nunca de cocinar.

Mientras la comida estaba hirviendo en la olla a fuego muy lento nos sentamos en el sillón viendo televisión. Ella se sentó sobre mí, con sus piernas enredándose en mi pelvis. Nos apreciamos los rostros y sonreímos.

Carolina: ¡Esto debimos hacerlo hace demasiado tiempo! Pero tú nunca te animaste.

Yo: Creí que solo me veías como un amigo. Por eso nunca me atreví a dar el primer paso.

Carolina: Ahora ya no hay arrepentimientos.

Yo: ¡Te amo, Carolina! Siempre te amé y siempre te amaré.

Carolina: Te amo, amiguito. Ya somos uno solo y no te dejaré jamás. Me has dado más placer del que soñé. Gracias por preocuparte por mi placer y no solo por satisfacerte.

Luego de eso empezamos a dormir juntos. La recogía del trabajo e íbamos rápidamente a la ducha a hacer el amor como la primera vez.

Ella se arrodilló y tomó mi pene.

Carolina: Ahora es mi turno de darte placer

Dicho esto, se metió mi pene en su boca y empezó a chupar. Se notaba que no tenía experiencia, pero lo hacía con amor.

Yo: Ahora me toca a mí darte placer.

Me eché sobre el suelo, la cogí de las caderas e hice que se sentará en mi cara. Mi lengua lamía toda su vagina. Ella se retorcía de placer. Tomó mi pene con una mano y me empezó a masturbar. Luego puso su cabeza y en la posición del 69 nos corrimos los dos.

A los meses, citamos a nuestros familiares y les contamos que nos casaríamos. Ellos no se sorprendieron. Al parecer, siempre supieron que algún día nos juntaríamos.

En una boda pequeña nos casamos y empezamos nuestra aventura en esta luna de miel eterna.

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