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Ardientes transformaciones (02)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

El cumpleaños de mi bebé se acercaba rápidamente, y su presencia iluminaba cada rincón de nuestro hogar. Con cada día que pasaba, mi pequeña crecía más y más, su risa y su curiosidad llenaban nuestros corazones de alegría. Mientras tanto, yo misma me sentía nutrida por el amor que nos rodeaba, aunque una hambre distinta comenzaba a despertar en mi interior.

Mis deseos por mi esposo, siempre presentes pero ahora avivados por la intensidad de la maternidad, crecían en proporciones exponenciales. Cada mirada, cada roce de sus manos, encendí una chispa de deseo que se propagaba por todo mi ser. Era como si la experiencia de la maternidad hubiera desatado una pasión dormida dentro de mí, una fuerza poderosa e irresistible que ansiaba ser saciada.

En esas semanas previas al cumpleaños de nuestra hija, cada encuentro con mi esposo se volvía más ardiente, más apasionado. Nos metíamos en un torbellino de emociones y sensaciones, explorando los límites de nuestro deseo y entregándonos el uno al otro con una pasión desenfrenada. Mientras celebrábamos el milagro del amor que nos unía, también nos preparábamos para celebrar el regalo más precioso de todos: la vida de nuestra pequeña que pronto cumpliría su primer año.

Una tarde de ensueño se desplegaba ante nosotros, con la con las cálidas luces del sol filtrándose a través de las cortinas y pintando destellos dorados en las paredes de nuestra intimidad. Con mi suegra atenta a los arrullos de nuestra preciosa bebé en la sala, nos colamos en el encanto de la soledad compartida, sintiendo la electricidad palpitar en el aire entre nosotros.

Decidimos dejar que el mundo exterior se desvaneciera por un tiempo, cerrando la puerta detrás de nosotros y sumergiéndonos en el santuario de nuestras cuatro paredes. Era como si el tiempo se detuviera en ese pequeño refugio que llamamos hogar, y cada rincón parecía susurrar promesas de pasión y descubrimiento.

Bajo el hechizo de la privacidad y la anticipación, nos entregamos el uno al otro con una pasión desenfrenada, explorando cada rincón de nuestros deseos con una urgencia que solo la soledad puede inspirar. Cada beso era una explosión de fuego, cada caricia un eco de la conexión más profunda entre nuestras almas.

Mi esposo tendido sobre la cama completamente desnudo, y con el miembro viril a tope, me dispuse a imprimirle una magistral mamada. Lengüeteaba delicadamente la parte anterior de la cabeza con movimientos culebríticos. Él, jadeaba de placer, mis manos recorrían sus testículos suavemente dándole caricias de gatita. Y en un momento inesperado, me embutí todo en mi boca, saboreando a placer ese tremendo trozo de carne. Los ojos le blanqueaban, mientras seguía inerte con el falo muy excitado.

Lentamente me senté sobre él, quedé frente a la de él. Mientras la penetración era profunda, con múltiples sensaciones orgásmicas que explosionaban al unísono dentro de mí. Mi rostro reflejaba lo bien que yo la estaba pasando, el espejo al costado de la cama no me mentía. Cabalgaba como loca desenfrenada, en mis alucinaciones e imaginaciones placenteras, explotaba entre las nubes. Qué sensación están maravillosas y ricas sentía, mordí con suavidad sus tetillas, y sentía que me mojaba con frenesí. Tuve otros orgasmos pequeños y eléctricos que me llevaron a la luna del placer. En esas furias cabalgatas que tuve, mi esposo no aguantó más, me inundó por dentro como un río furioso. Y yo seguía todavía con esa saciedad hambrienta de sexo y de seguir cabalgando.

En el sagrado santuario de intimidad compartida, nos sumergimos entre sábanas de seda y susurros de placer, explorando un éxtasis que solo podía florecer en el ardor de nuestro amor mutuo. Mientras él descendía con la calma de un automóvil desacelerado mis propios deseos ascendían como un avión propulsado por la pasión. Sin embargo en medio de ese torbellino de sensaciones, una sombra de desilusión empezó a colarse en mi corazón, consciente de que este éxtasis inevitablemente llegaría a su fin.

Después de la tormenta pasionaria, me encontré cara a cara con mi esposo, decidida a explorar los misterios que se ocultaban detrás de nuestras frenéticas caricias.

—¿por qué terminas tan rápido? —pregunté, mis palabras resonando con una mezcla de curiosidad y anhelo.

Él me miró, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad.

—no lo sé, amor —respondió, su voz cargada de sinceridad—. Es como si cada roce tuyo encendiera un fuego que me arde fuera sin control.

La confesión lo hizo más humano más real ante mis ojos.

—entiendo —murmuré, sintiendo una mezcla de comprensión y deseo en mi pecho—. Pero necesito más, necesito que me acompañes en este viaje de placer sin límites.

Nuestros corazones latían al unísono, el deseo palpable en el aire entre nosotros.

—lo haré, chelly —prometió, su mirada intensa y decidida—. No dejaré que la pasión nos consuma, sino que la utilizaremos para fortalecer nuestros vínculos.

Asentí, sintiendo como el peso de la incertidumbre se levantaba de mis hombros, reemplazando por la esperanza de un futuro lleno de amor y conexión. Juntos enfrentaríamos los desafíos que la intimidad nos presentaba, sabiendo que nuestra unión era más fuerte que cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.

Después de un apasionado encuentro, mi esposo sucumbió suavemente el sueño, envuelto en la paz que sigue al éxtasis. El sol de la tarde seguía pintando tonos dorados a través de las cortinas entreabiertas, bañando a la habitación en una calidez reconfortable que contrastaba con la intensidad de nuestros momentos compartidos.

Consciente de que mi pronto mi suegra nos llamaría, anticipando, me vestí con delicadeza, dejando que mis pensamientos se deslizaran hacia el mundo exterior que aguardaba más allá de nuestras paredes. Mis ojos se posaron en la bulliciosa calle, donde una variedad de hombres atravesaba el pavimento con diferentes propósitos y destinos.

Algunos avanzaban con pasos lentos, como si estuvieran saboreando cada momento, mientras que otros se movían con rapidez, como si estuvieran persiguiendo el tiempo mismo. Observé como algunos hombres caminaban acompañado de sus parejas, su presencia añadiendo un toque de complicidad al paisaje urbano. Eran de diferentes edades y procedencias, cada uno llevando consigo su propia historia y sus propias cargas.

Sin embargo, fue el detalle más íntimo y revelador lo que atrajo mi atención: el bulto masculino que se escondía tras el cierre de sus pantalones. Algunos serán notoriamente prominentes, desafiando la discreción con su presencia marcada, mientras que otros apenas dejaban rastro de su existencia. Ese detalle fugaz, apenas perceptible para los ojos no entrenados, suscitó en mí una serie de reflexiones sobre la diversidad del deseo humano y las múltiples formas en que se manifiesta.

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